martes, 1 de julio de 2025

UNA CIUDAD ESCRITA DESDE EL RECUERDO

 En tiempos donde la historia local a menudo queda relegada a un segundo plano frente a grandes relatos nacionales o globales, libros como Cuenca, la memoria recordada vienen a mostrarnos el inmenso valor que tiene mirar hacia lo cercano, lo cotidiano, lo propio. Esta obra, firmada por un autor ya veterano en las lides de la divulgación histórica conquense, Antonio Rodríguez Saiz, y editada por la Diputación Provincial de Cuenca, es más que una recopilación de artículos: es un ejercicio de memoria colectiva, un homenaje a la ciudad y a quienes la habitan y la han habitado.

El libro recoge los artículos publicados a lo largo de los años en el blog Cuenca en el recuerdo”cuencaenelrecuerdo.es—, un espacio de referencia para todos los amantes del pasado de nuestra ciudad. Organizado con el mismo criterio que ha guiado el sitio digital, este volumen ofrece al lector una travesía amable y rigurosa por calles, personajes, costumbres, edificios y acontecimientos que, aunque a veces olvidados, forman parte esencial del alma de Cuenca. Son, en efecto, más de cien artículos, distribuidos en ocho series de muy distinta amplitud: títulos y honores, fiestas, Semana Santa, cultura, sucesos, personajes, historia, y monumentos y esculturas.

No es esta la primera incursión del autor en el campo de la memoria histórica conquense. Ya en su día publicó un libro con el mismo título que el blog, “Cuenca en el recuerdo”, que reunía los textos que había publicado en el desaparecido semanario Gaceta Conquense. Aquella primera entrega ya supuso también una aportación valiosa para el conocimiento y la difusión de la historia local, y esta nueva edición, que podríamos considerar una segunda parte o una ampliación natural, mantiene e incluso refuerza esa vocación divulgadora. Una labor divulgadora que no se remite sólo a estos dos libros, sino a sus abundantes colaboraciones en la prensa, así como a la tarea realizada a lo largo de sus muchos años como docente, como profesor de escuela, etapa en la que desarrolló una importante labor como promotor y catalizador, entre su alumnos, por el estudio de la historia, y sobre todo, por el amor por la ciudad de Cuenca.

El estilo del autor es accesible, cercano, y al mismo tiempo riguroso, fruto de una labor de investigación que, sin renunciar a la erudición, busca siempre acercar el pasado al lector común. Se nota la pasión con la que escribe, el compromiso con su tierra y su historia. Sus artículos no se limitan a contar lo que ocurrió, sino que buscan comprenderlo, contextualizarlo, darle sentido dentro del tejido más amplio de la identidad conquense.

Quiero recoger aquí las primeras palabras que el autor del prólogo, el catedrático de Didáctica de la Lengua y Literatura de el Universidad de Castilla-La Mancha, Martín Muelas Herraiz, dedica al libro, pues muestra lo que el texto quiere ser realmente: “La historia local es una modalidad historiográfica que se ocupa de indagar en los procesos sociales y acontecimientos de diversa índole a escala local. En esa indagación caben dos orientaciones básicas: la que no tiene preocupaciones científicas ni metodológicas rigurosas a la hora de afrontar el estudio, sino que procura ofrecer un relato aséptico de los acontecimientos acaecidos en el lugar en un momento determinado de su historia, o una segunda orientación interesada en el análisis interpretativo de esos acontecimientos locales para ponerlos en relación con otros de ámbito más amplio a escala regional o nacional, y establecer las implicaciones pertinentes en la que podríamos llamar Historia global. En el primer caso, tal vez sería más adecuado hablar de Crónica, pues está basada en el relato documentado de hechos constatados fehacientemente en testimonios escritos y donde apenas se introducen apreciaciones personales, si bien es verdad que nada impediría orientarse con planteamientos epistemológicos y metodológicos adecuados hacia la misma consideración que la historia general; en ese caso, la única diferencia sería el ámbito territorial que es objeto de estudio. Traídas estas consideraciones previas al magno volumen con el que nos sorprende el profesor Antonio Rodríguez Saiz, hay que dejar claro desde el primer momento que el autor ha optado por la primera de las acepciones del concepto de historia local, y nos ofrece una verdadera y completísima Crónica de la ciudad de Cuenca, y alguna de sus gentes. Sin renunciar a los momentos fundacionales, el grueso de esa crónica está referido con prioridad a los siglos XIX y XX, aunque tampoco falta algún episodio fechado en este siglo XXI, que ya llevamos en buenas, y que, por tanto, también tiene su historia.”

Quizá sea por este motivo, por lo que el servicio de publicaciones de la Diputación Provincial, que es la entidad que ha publicado el libro, no lo haya incluido en su colección de Historia, sino en la de Creación Literaria. Sin embargo, y pese a ello, en sus páginas también hay mucha historia, aunque escrita de una manera diferente. Pero historia, a fin de cuentas, a la que el historiador también puede y debe acercarse para comprender algunas cosas de la personalidad de la ciudad del Júcar. Y sobre todo, en cada página de este libro hay un pedazo de Cuenca: un rincón, una anécdota, una tradición, un personaje olvidado que vuelve a la vida gracias al poder evocador de la palabra escrita. El resultado es una obra que no sólo informa, sino que emociona. Que no sólo enseña historia, sino que crea conciencia de pertenencia.

Y es que el libro de Antonio Rodríguez no es sólo una crónica. Sus artículos son, también, válidos como fuente para los historiadores que quieran profundizar en la historia de nuestra ciudad, especialmente para aquellos que quieran investigar en los siglos XIX y XX; porque entre sus páginas, rebosantes de anécdotas curiosas, desconocidas muchas de ellas, se pueden encontrar datos interesantes sobre la ciudad o la provincia, o de algunos personajes ilustres procedentes de ellas. Podremos acudir a muchos ejemplos de ellos, como cuando habla de la desaparecida parroquia de San Vicente, en cuya jurisdicción,  según el Censo de Floridablanca, vivían muchos de los pañeros y otros profesionales del ramo, atraídos por la ciudad, desde muchos pueblos de la provincia, o de fuera de ella, por el impulso que el futuro obispo Antonio Palafox había dado a esta industria en la segunda mitad del siglo XVIII.

Otro ejemplo de ello es el artículo dedicado a la apertura de la pequeña calle Madre de Dios, entre la iglesia de San Andrés y la de San Felipe, que sólo se produjo en 1956, y la recuperación de la memoria de Pedro García Galarza (1578-1604), cuyo escudo corona una de las fachada de la calle, junto a la descuidada escalinata. Éste, desde el pequeño pueblo conquense de Bonilla, donde había nacido, llegó a ocupar la cátedra del obispado de Coria, donde fue muy querido por su labor pastoral y por su colaboración para atender a los necesitados. Fue, además, consejero de Felipe II.

Pero, ¿quién fue este Pedro García Galarza? Recogiendo los datos de cualquier diccionario biográfico, podemos decir que cursó estudios en Artes en Alcalá de Henares y luego Teología y Cánones en Sigüenza y Salamanca (1562). Fue catedrático de Artes en Salamanca y, en 1567, canónigo magistral en la catedral de Murcia. El 9 de enero de 1579 fue nombrado obispo de Coria, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento en 1604. Amigo y consejero personal de Felipe II, jugó un papel diplomático clave durante la incorporación de Portugal a la Corona, tanto que el rey se alojó en su palacio en 1583 durante su viaje oficial a Lisboa. Fiel a los preceptos del Concilio de Trento, Galarza reforzó la disciplina clerical: impulsó la clausura monástica (especialmente en el convento de San Pablo en Cáceres), sufrió resistencia de órdenes religiosas como las comendadoras de Alcántara, y convocó dos sínodos (1594 en Cáceres y 1596 en Coria), cuyas normas rigieron la diócesis durante siglos.

Entre los años 1587 y 1588 mandó reformar el palacio episcopal de Cáceres, edificio que, por ello, luce en su fallada el escudo del prelado, con la inscripción siguiente: “Don García de Galarça Obispo de Coria”. También ordenó construir, en 1603, el seminario de San Pedro en Cáceres, pese  la preferencia que el cabildo de Coria mantenía por su sede titular, y que fue el primer seminario diocesano de la diócesis que seguían las tesis emanadas de Trento. Por su parte, en su pueblo natal también ordenó edificar el convento clarisas y el hospital del Padre Eterno, destinado a los pobres, enfermos. Fallecido el 6 de mayo de 1604 en Coria, fue enterrado en su propio mausoleo, dentro de la catedral, la llamada Capilla de las Reliquias, obra renacentista del arquitecto Juan Bravo con escultura de Lucas Mitata. En su interior, la capilla contiene su estatua orante en alabastro, obra del escultor Lucas Mitata, que lleva una inscripción latinista enalteciendo la “incomparable gloria”. Su labor marca un hito en la historia eclesiástica de la diócesis, tanto por su reforma colegial como por su defensa del clero y la vida religiosa. Publicó, al menos, dos obras conocidas: Evangelicarum Institutionum libri octo (Madrid, 1579) y De clausura monialium controversia (Salamanca, 1589). También dejó varios manuscritos y reglamentos eclesiásticos.

“Cuenca, la memoria recordada” es, en definitiva, un libro necesario para quienes aman esta tierra, para quienes quieren conocerla mejor, y también para quienes creen —con razón— que no hay historia pequeña si está contada con honestidad, sensibilidad y conocimiento. Una lectura recomendada, y casi diríamos que imprescindible, para quienes piensan que la memoria no es sólo cosa del pasado, sino una herramienta fundamental para construir el presente y el futuro.