martes, 19 de agosto de 2025

UNA NOVELA SOBRE LOS AÑOS DEL PLOMO EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

 


En otras entradas anteriores hemos comentado, en este mismo blog, otros libros anteriores de la historiadora y novelista conquense Ana Belén Rodríguez Patiño (ver en este blog “Donde acaban los mapas primera novela de Ana Belén Rodríguez Patiño, 4 de enero de 2014; “Dos novelas históricas escritas desde Cuenca”, 14 de julio de 2016; “Un mensaje escrito en un libro diferente”, 11 de junio de 2019; “La estética de los nadadores, una nueva novela de la escritora conquense Ana Belén Rodríguez Patiño”, 9 de octubre de 2020, “Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial”, 14 de junio de 2022). Ahora llega el momento de comentar aquí una novela que saltó a los escaparates de las librerías hace ahora casi un año, algo que debemos tener en cuenta si queremos juzgar adecuadamente la oportunidad de su lanzamiento.


En efecto, “La piel de los tártaros”, la última novela de esta escritora conquense, apareció en el mes de septiembre del año pasado, un mes antes del estreno, en febrero de 2025, de la película “La infiltrada”, de Arantxa Echevarría; ella firma también, con Amelia Mora, el guión de la misma. Esta película ganó el Goya a la mejor película  en los premios de este año, ex aequo con “El 47”, así como el premio a la mejor actriz protagonista,  en la figura de Carolina Yuste, quien  fue reconocida como Mejor Actriz. Y es que la casualidad ha hecho que ambas, película y novela, novela y película, trabajando de forma independiente sobre una historia real, la historia de la primera, y única, mujer policía española que se infiltró en ETA en los años noventa, en los años más duros de la banda armada, hayan salido a la luz prácticamente en el mismo momento.

En efecto, en "La piel de los tártaros" se narra la historia de una joven policía española que fue seleccionada en 1992 para infiltrarse en la organización terrorista ETA, convirtiéndose en la única mujer en lograrlo. La autora, historiadora y escritora, se sumerge en los años más intensos del conflicto, mostrando el entrenamiento, la doble vida y los riesgos extremos a los que se tuvo que enfrentar, hasta 1999 la protagonista, Esther Castells (nombre ficticio en la novela, Arantzazu Berradre en la película, Elena Tejada en la vida real, en un juego de nombres que nos lleva hacia un nombre desconocido y anónimo, oculto a la vida pública en la actualidad por las propias necesidades de protección de la verdadera policía que se oculta en todos esos nombres).

Aunque ambientada en los años noventa, y basada en hechos reales, la novela no pretende, en realidad, ser una novela histórica en sí misma, porque además, y como no podía ser de otra forma, la sucesión de los hechos reales, tal y como sucedieron, se encuentran todavía, por razones obvias, protegidas por la ley de los secretos oficiales. La protagonista no forma parte de una trama histórica documentada, sino de una operación secreta real con una fuerte implantación emocional y psicológica. Sin embargo, todo lo que se cuenta en ella forma parte, por desgracia, de la historia contemporánea de España. La ambientación traza un recorrido de varias décadas marcadas por el terrorismo, por la ley lógica de las bombas y las pistolas, reflejando la violencia y el dolor provocado en muchos miles de personas -políticos, jueces, militares, policías y guardias civiles sobre todo, incluso bastantes hombres y mujeres casi anónimos, gente de la calle-. Las cifras sí son históricas, aunque no formen parte ni de la película ni de la novela: 853 asesinatos, más de 3.500 atentados, más de 2.362 heridos, 86 secuestros documentados, además de una cantidad incontable de extorsiones a empresarios y la fractura de una sociedad, la vasca, una parte de la cual se vio obligada a emigrar para poder huir de aquel infierno.

La obra rinde homenaje explícito a hombres y mujeres de la Guardia Civil y la Policía Nacional, a todos aquellos ángeles de la guarda que vestían de uniforme, sea éste de color verde, azul o marrón, quienes arriesgaron sus vidas luchando contra ETA desde dentro; porque también en la Guardia Civil, en aquellos años oscuros, hubo infiltrados en el grupo armado, que tuvieron que abandonar su vida tranquila, en el seno de sus familias verdaderas, para cambiarla por una forma de vida que, en realidad, les era ajena. La protagonista es precisamente una policía infiltrada, y la novela enfatiza el papel crítico, oculto y sacrificado de las fuerzas de seguridad del Estado en los años de plomo.

Quiero hacer aquí una referencia al llamado Síndrome del Norte, una dolencia psicológica que afectaba a agentes  que estaban destinados en Euskadi durante los años en los que estuvo activa la violencia etarra: “Ha escuchado en otras ocasiones hablar del Síndrome del Norte. Ya en la academia de Ávila había tenido noticias de ello, como una enfermedad que aqueja irremediablemente a los agentes del orden desplazados en el País Vasco. Se trata  de un desequilibrio mental provocado por un estrés intenso y estimulado en el tiempo. La padecen policías, guardias civiles y funcionarios estatales ante las provocaciones sistemáticas. No sólo ellos, también sus familiares más cercanos. Es lo que buscan los terroristas y sus cómplices: la asfixia total de aquellos que colocan a la diana. Una experiencia que, en algunas ocasiones, aboca al suicidio (aunque se disfrace de muerte natural).  Una decisión desesperada para quienes la vida se convierte en un camino tortuoso. Tensión, presión y miedo. Desamparo y soledad. Mucha soledad.” La mención  sirve como reflejo de los efectos emocionales que dejó el enfrentamiento al terrorismo desde dentro.

Y ante todo esto, la necesidad de la protagonista de crear una rutina en la que pueda mantenerse ajena a toda esa violencia: “Esther anota todo en su cerebro como una máquina Y desde ese mismo cerebro sabe procesarlo de la forma más conveniente. M ira, escucha, memoriza.  No enjuicia nada públicamente si no es con intención. Mantiene la calma. No comprende muchas de las vicisitudes que vive, pero ha de hacer ver que las tiene asumidas, y que las marca a fuego en su piel. Una piel que ha de endurecer rápidamente, y asemejarla a la de los terroristas, encallecida e insensible ante el dolor ajeno, como los antiguos guerreros tártaros de las estepas.”

En todas sus novelas, Ana Belén Rodríguez siempre ha sabido elegir el título -muchas veces, en el título de un libro suele estar el principio de su éxito-, y en la última frase de la cita, los lectores podemos encontrar el significado y las motivaciones de la autora para titular así su última obra: Esther, como cualquier infiltrado en una banda terrorista, no tiene más remedio que despojarse de su propia piel, la de un ciudadano normal, la de una buena policía, para vestirse con la piel de una serpiente -no debemos olvidarnos de que el emblema de la banda terrorista es, precisamente, un hacha y una serpiente-, de uno de aquellos tártaros del siglo XIII que, montados siempre sobre sus ágiles caballos, con los que formaban un ente casi único, cruzaban las estepas, invadiendo ciudades y derrotando a pueblos enteros, sembrando la muerte y el dolor allá por donde iban. Así, la equiparación entre la banda terrorista y la Horda de Oro se hace bastante elocuente.

En la página 120 se aborda directamente el dolor provocado por las muertes de ETA: “A pesar de los buenos resultados, el número de muertos aumenta en los años posteriores. Lo hace en cuanto la banda se reorganiza. El periodo siguiente vuelve a ser terrorífico. Los atentados con bombas lapa y los asesinatos a sangre fría se convierten en trágicos protagonistas de la escena pública. Y con la misma triste regularidad que solían. El país entero se acostumbra a la violencia, y los sucesos luctuosos provocados por los terroristas se suceden sin parar. El 8 de junio de 1995 acabarán con la vida de un inspector jefe de la Policía Nacional. Un disparo en la nuca en un asalto en la avenida Sancho el Sabio, de San Sebastián. Llevaba tiempo amenazado por la ETA. Él y su familia, esposa y dos hijas. Le habían ofrecido por ello un cambio de destino, pero prefirió seguir en su puesto  en la Unidad Territorial Antiterrorista de Guipúzcoa. A la rueda de la muerte aún le quedan muchos muertos en la cartera (entre ellos, políticos destacados del PP y del PSOE). En las siguientes décadas, los terroristas asesinarán a tres comisarios en activo, cuatro subcomisarios, más de veinte inspectores, seis subinspectores, y sobrepasarán el centenar de agentes. La Guardia Civil aún sufrirá un número mayor de víctimas. Los heridos y las cicatrices emocionales, siguen siendo incontables.”

Esa reflexión sirve para conectar el legado del franquismo con el terrorismo contemporáneo en España, destacando cómo ambos han marcado la memoria colectiva y personal, contraponiéndolo de esta forma las políticas de memoria histórica y la Ley de Memoria Democrática. A lo largo de la novela van pasando los años, entre engaños y disimulos, mientras solo una verdad permanece: el terror de ETA. La protagonista vive bajo una identidad falsa durante siete años, en una realidad donde el silencio y la ocultación son constantes, pero la violencia real y sangrienta sigue siendo el eje que mueve todo.

Para finalizar, unas breves palabras sobre el estilo literario de la novela: éste es ágil, con frases cortas, directas e incisivas. La narrativa se construye sobre diálogos y descripciones contundentes, que mantienen la tensión sin saturar la página, facilitando que el lector avance sin freno en la lectura de la novela.












El podcast de Clio: LA PIEL DE LOS TÁRTAROS

miércoles, 6 de agosto de 2025

HERMANOS DE ARMAS: UNA HISTORIA SOBRE LA COLABORACIÓN DE FRANCIA Y DE ESPAÑA EN LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

 

Entre  los historiadores norteamericanos, tradicionalmente, se ha venido asumiendo, de manera bastante acrítica, que la gesta de la independencia de los Estados Unidos fue, sobre todo, un asunto eminentemente interno, excepcionalista, un levantamiento de unos colonos norteamericanos que, sin prácticamente ninguna ayuda externa, lograron independizarse de Gran Bretaña y crear un nuevo país. Esta visión parcial se basa en la voluminosa obra de George Bancroft, que en 1878, justo cuando el país se estaba preparando para el primer centenario de su existencia, culminó una profusa obra de diez extensos volúmenes, en la que primaba este punto de vista. Por ello, es por lo que es tan interesante el libro de Larry D- Ferreiro, que ha sido publicado recientemente, en su versión española, por el sello editorial Desperta Ferro, bajo el título de “Hermanos de armas: la ayuda internacional en la independencia de Estados Unidos

En efecto, en este interesante volumen, el historiador norteamericano Larry Ferreiro desmonta el mito de que la Revolución estadounidense fue una empresa exclusivamente angloamericana, impulsada por el espíritu de libertad y por el enfrentamiento con una metrópolis opresora. A través de una rigurosa investigación histórica, el autor revela que sin la crucial ayuda militar, financiera y diplomática de Francia y de España, la independencia de las trece colonias habría sido inviable. Recogemos las palabras que, en este sentido, ha escrito su autor:

“El mito de que las colonias británicas se convirtieron por sí solas en una nueva nación, que combatieron y ganaron la independencia por sí mismas, siempre ha sido una falsedad y nunca ha encajado. Francia y España apoyaron la Guerra de la Independencia desde antes de que esta comenzase, antes incluso de que los colonos supieran que su revolución conduciría a la guerra. John Adams hizo esta conexión en una carta a Jefferson fechada en 1815… Según Adams, la Revolución comenzó con el mal gobierno británico después de la guerra de los Siete Años, y la Guerra de Independencia fue su consecuencia inevitable. Sin embargo, Francia y España habían  comprendido la situación desde hacía tiempo.  Ya en 1763, en la firma del Tratado de París, sus ministros eran conscientes de que la incomodidad de las colonias con la dominación británica crearía el escenario para la siguiente contienda, y se sirvieron de espías y  observadores para vigilar de cerca la revolución en ciernes, mientras reforzaban sus flotas y ejércitos de cara al próximo choque con Gran Bretaña. Cuando la lucha estallo por fin, la presencia de Francia y España fue constante en todo momento, antes incluso de que la Declaración de Independencia las invitara… La alianza franco-estadounidense de 1778 deshizo la ventaja naval de que gozaban los británicos en aguas de Norteamérica, y, aunada a la incorporación de España a la lucha en 1779, convirtió un conflicto regional en uno global, que desangró la fuerza militar y la voluntad política de Gran Bretaña, hasta abocarla a la rendición.”

Antes de proseguir analizando el libro, quiero dirigir unas breves palabras sobre su autor. En este sentido, Larry D. Ferreiro es un historiador estadounidense, especializado en historia de la ciencia, la ingeniería y la tecnología, con una marcada inclinación hacia la historia naval y militar de los siglos XVIII y XIX, especialmente en el contexto atlántico. Es profesor en la George Mason University, en Virginia, y en el Stevens Institute of Technology, en Nueva Jersey, donde ha desarrollado una destacada carrera docente e investigadora. Pero sobre todo, Ferreiro no es un académico convencional: su formación y su experiencia profesional combinan la ingeniería naval, la historia intelectual, y el servicio gubernamental. Antes de dedicarse plenamente a la docencia, trabajó como ingeniero naval en el Departamento de Defensa de Estados Unidos, y en instituciones como la Marina y la Guardia Costera, lo que aporta a sus obras una mirada técnica y estratégica poco común entre los historiadores tradicionales. Esta experiencia transdisciplinar se refleja en la escritura que presenta el libro, caracterizada por un enfoque riguroso, pero también muy accesible para todo tipo de lectores, capaz de conectar los hechos militares, científicos y diplomáticos, con el trasfondo ideológico e institucional de la época estudiada.

Por otra parte, Ferreiro es miembro de la Royal Historical Society, y ha recibido varios reconocimientos por su labor investigadora y divulgadora. Lo que distingue a su obra es su capacidad para cuestionar las narrativas nacionales encerradas en sus propios mitos fundacionales, y colocar los grandes eventos históricos en el marco de las redes internacionales, las estrategias geopolíticas, y las colaboraciones transnacionales. Su perspectiva se aleja tanto del excepcionalismo americano, del que ya hemos hablado, como del eurocentrismo, apostando por una historia del Atlántico como espacio compartido, entre dos grandes continentes, de conflicto, innovación y construcción política. Larry Ferreiro es autor de dos libros más sobre la historia de la navegación, que todavía no han sido publicados en España: “Measure of the Earth “(2011), en el que explora cómo la expedición geodésica francesa a Sudamérica en el siglo XVIII, ayudó a medir la forma del planeta, y contribuyó de esta forma a la ciencia moderna; y     “The Art of War: Naval History of the Age of Sail”  (2019), centrado en la evolución de la ingeniería naval en el contexto bélico.

Y por lo que se refiere a este libro que analizamos aquí, fue finalista del Premio Pulitzer de Historia, y ganador del “Journal of the American Revolution 2016 Book of the Year Award”,  un premio que reconoce obras de no ficción que destacan por su investigación rigurosa y narrativa accesible, alineadas con la misión propia de la identidad que lo otorga: proporcionar investigaciones históricas y narrativas perspicaces sobre la Revolución Americana y su impacto en la historia. En “Hermanos de armas”, ya lo hemos dicho, el historiador Larry D. Ferreiro rompe con la narrativa tradicional estadounidense que presenta la Guerra de Independencia como una gesta exclusivamente norteamericana, revelando con rigor y claridad la decisiva participación de las potencias europeas, en especial Francia y España, en la emancipación de las Trece Colonias.

Volviendo al libro,  Ferreiro sostiene que la famosa Declaración de Independencia de 1776 tenía un objetivo más estratégico que simbólico: su verdadero destinatario no era Jorge III, sino los gobiernos de Europa, especialmente las cortes de Versalles y Madrid. Al proclamar la ruptura con la metrópolis, los dirigentes estadounidenses buscaban justificar su causa a ojos del derecho internacional y hacer un llamamiento directo a las potencias europeas rivales de Gran Bretaña. Es decir, fue un documento diplomático en busca de aliados. Francia respondió con entusiasmo y España, aunque más cauta, aportó fondos, suministros, inteligencia y tropas que resultaron esenciales, especialmente en campañas como la de Luisiana, el Caribe o el sitio de Pensacola.

El primer capítulo del libro nos retrotrae a los años previos al estallido revolucionario, comenzando con la Guerra de los Siete Años (1756–1763), conflicto global que enfrentó a las principales potencias europeas por el control del comercio y los territorios coloniales. Las consecuencias de esta guerra -incluyendo el fuerte endeudamiento de Gran Bretaña y su intento de imponer nuevas cargas fiscales a las colonias americanas- sentaron las bases del descontento colonial. En este marco, la obra reconstruye con minuciosidad la inestabilidad internacional que precedió al conflicto, y cómo fue aprovechada por las colonias para buscar apoyos externos frente al poder abrumador del Imperio británico. Ferreiro destaca la precaria situación de los independentistas en los primeros compases de la guerra: Sin ejército profesional, sin armamento suficiente, sin una marina propia, resultó vital la labor de los comerciantes norteamericanos que, con redes de contactos clandestinas, lograron establecer canales de suministro con Francia y con España. Una figura central en esta trama fue el polifacético Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, famoso autor de la trilogía de Fígaro, que inspiraría a autores operísticos como Rossini y Mozart, quien, además, fue también relojero, espía y traficante de armas, entre otras muchas cosas. Gracias a su mediación y a una empresa pantalla, Roderigue Hortalez et Cie, Beaumarchais canalizó un flujo crucial de armas y suministros, fundamentales para victorias tan decisivas como la de Saratoga, en 1777.

El relato también se centra en la participación directa de personal militar europeo en el conflicto. Ingenieros, artilleros y oficiales, en su mayoría franceses, y también algunos españoles, se incorporaron al Ejército Continental, no sin generar tensiones internas con los mandos locales. Entre ellos destacan figuras como el marqués de Lafayette, entre los franceses, símbolo del ideal revolucionario compartido, o Bernardo de Gálvez, entre los españoles, gobernador español de Luisiana, cuyo liderazgo fue esencial en las campañas del Misisipi, Mobile y Pensacola. Ferreiro resalta también la importancia de la contribución naval, especialmente relevante cuando se recuerda que, al inicio de la contienda, los Estados Unidos carecían por completo de fuerza marítima organizada.

A todo esto se suma una eficaz labor diplomática, articulada sobre alianzas dinásticas y geopolíticas. Ferreiro estudia el papel de los Pactos de Familia entre las casas borbónicas de España y Francia, y cómo condicionaron la entrada escalonada de ambas monarquías en la guerra. Mientras Francia sellaba una alianza directa con los insurgentes en 1778, España adoptó una posición más prudente, entrando en guerra solo tras asegurar la estabilidad de dos convoyes estratégicos: uno con las tropas del Río de la Plata que habían participado en el conflicto fronterizo con Portugal, y otro cargado con los fondos que estaban destinados a financiar la contienda.

Este redescubrimiento del papel de las potencias católicas, en especial del imperio español de Carlos III -el papel jugado por Francia en la independencia de los Estados Unidos siempre ha sido más reconocido, al menos en Europa, que el jugado por nuestro país-, permite una reflexión más profunda sobre los equilibrios geopolíticos del Atlántico en el siglo XVIII. Así como España, deseosa de debilitar a Gran Bretaña, ayudó a los colonos norteamericanos a liberarse de su metrópolis, décadas más tarde será la propia Inglaterra la que colabore, de forma directa o indirecta, en la emancipación de los virreinatos españoles. En este contexto, la ayuda británica a los movimientos independentistas hispanoamericanos podría interpretarse como una réplica del modelo: instrumentalizar causas revolucionarias para debilitar a un imperio rival. En última instancia, la independencia de Estados Unidos no fue solo un experimento de libertad ilustrada, sino un episodio en una cadena de guerras imperiales, donde los apoyos mutuos y los intereses cruzados determinaron el nacimiento de las nuevas naciones del hemisferio occidental.

En este sentido, igual que la experiencia americana de muchos militares y políticos franceses sirvió para que en 1789, pocos años después de que la independencia del nuevo estado fuera un hecho, se desencadenara en el país vecino el proceso revolucionario, para algunos españoles, especialmente aquellos que habían ya nacido en el nuevo continente, sirvió también para que se desencadenara en ellos un nuevo espíritu independentista, que terminaría por aprovechar la guerra en la península para desarrollar su propia revolución. Recogemos, de nuevo, las palabras de Ferreiro: “Estas declaraciones de independencia hispanoamericana, igual que la de los Estados Unidos, constituyeron el preludio de la guerra. Uno de los primeros jefes militares fue Francisco de Miranda, que tras abandonar los Estados Unidos, había luchado en el bando francés durante las Guerras Revolucionarias. En 1811 volvió a destacar, al encabezar la creación de la Primera República de Venezuela, que cayó ante las fuerzas españolas al año siguiente. El relevo lo tomaron Simón Bolívar, en la parte norte de Sudamérica, y José de San Martín, en la parte sur. Luchas similares se desarrollaron en México y América Central. Aunque España recuperó su propio gobierno en 1814, sus colonias siguieron combatiendo. En la década de 1820, España estaba exhausta por el conflicto, y políticamente debilitada. Ya había cedido Florida a los Estados Unidos, y era incapaz de sostener su enorme imperio. En 1825, el hemisferio americano, que sólo cincuenta años antes no era más que una extensión de las potencias europeas, ahora albergaba dos docenas de naciones independientes, que se abrían camino a tientas hacia un futuro esperanzado, pero incierto.”

Pero, más allá de ello, una de las tesis que se desprenden de la lectura del libro es que, desde su mismo nacimiento, los Estados Unidos fueron aliados naturales de España. Esta alianza, aunque frecuentemente olvidada o tergiversada por relatos nacionalistas, resultó beneficiosa para ambos países. Ferreiro sugiere que las etapas históricas de colaboración, como en la independencia estadounidense, han producido frutos más estables y duraderos que los periodos de enfrentamiento entre nuestros respectivos países, como ocurrió en 1898, con la desastrosa guerra hispano-estadounidense. Una lección que no debería ignorarse en nuestros días, marcados por el populismo del actual presidente norteamericano y por los errores diplomáticos de los gobiernos socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, que han enfriado unas relaciones bilaterales que deberían sostenerse sobre un legado común de cooperación.

Con una investigación rigurosa, acceso a fuentes primarias y un estilo divulgativo pero sólido, “Hermanos de armas” es un libro indispensable para comprender que la independencia de Estados Unidos no fue sólo un acto de rebelión interna, sino también el resultado de una compleja red de intereses, alianzas y apoyos internacionales, en los que España tuvo un papel protagonista.



Batalla de Pensacola. Grabado de 1781.  State Archives of Florida 






 El blog de Clio: HERMANOS DE ARMAS