Que todos los puertos del mundo, al menos aquellos que cuentan con un interés histórico o literario reconocidos, vistos desde la cubierta del barco que está ya adentrándose entre su laberinto de diques, poseen además un halo misterioso y romántico, es un hecho que apenas necesita ser comentado. En esos momentos, la imaginación se desborda ante los recuerdos de ese pasado glorioso, y hasta el espejo de sus aguas no parece tan sucio como en el resto de los puertos cuando se cubre con las imágenes de ese pasado.
Pero es que además, el puerto de La Valeta es diferente a todos los demás puertos del mundo. Ni siquiera se puede decir en realidad que se trata de un único puerto, sino de dos puertos hermanos, situados uno al lado del otro, que juntos rodean al rocoso monte Sciberras, el mismo monte sobre el que el francés Jean Parisot de La Valette, gran maestre de la orden de San Juan, fundó en 1566 la nueva capital de la orden. Y la orden está presente ya a la misma entrada del puerto, pues desde su misma bocana se pueden contemplar, a un lado y otro, cubriendo toda nuestra vista, multitud de iglesias barrocas y de fortalezas defensivas. Da igual cual de los dos puertos alijamos para desembarcar, el Gran Puerto, en el lado sur de la ciudad, o el puerto de Marsamxett, al norte, todo ese heroico pasado de caballeros guerreros se refleja en sus aguas no demasiado profundas.
Los caballeros de San Juan vinieron a ocupar el archipiélago de Malta cuando fueron expulsados por los turcos de la isla de Rodas, al filo del primer cuarto del siglo XVI, y todo ese glorioso pasado se refleja en el castillo de Tigne y en el castillo de San Elmo, y sobre todo en el castillo Ricasoli, que cierra por el lado sur la entrada al Gran Puerto de La Valeta. Pero los caballeros de San Juan, además de guerreros, eran también frailes, y La Valeta es, después de Roma, la ciudad europea que cuenta con más iglesias de estilo barroco, que es lo mismo que decir la ciudad de todo el mundo que cuenta con más edificios admirables que responden a una de las etapas más cruciales y hermosas de la historia del arte. También desde el mismo puerto se pueden ver las cúpulas de la catedral de San Juan, al lado del palacio de los grandes maestres, y la cercana iglesia de San Pablo, que se edificó para recordar el trágico momento en el que el nuevo apóstol naufragó en esta isla del Mediterráneo, durante uno de sus viajes haciendo nuevos cristianos.
La Valeta es una ciudad tan hermosa como, en cierto sentido, desconocida. Y Malta, el país del que la ciudad portuaria sigue siendo todavía la capital, no es más conocida que la propia ciudad, a pesar de que en los últimos años el turismo que acude a este conjunto de islas ha aumentado, gracias en parte a haberse convertido en una de las escalas en algunos de los cruceros que cubren la parte occidental del Mediterráneo. Para empezar, el país no es en realidad una isla, sino un conjunto de dos islas de tamaño mediano, Gozo al norte y la propia Malta al sur, que están separadas por el pequeño islote de Comino, que en realidad no es más que una de las islas habitadas más pequeñas de todo el mar Mediterráneo. El archipiélago está formado además por tres reducidos pedazos de tierra deshabitados: Cominotto, Filfla y San Pablo.
En Malta, el agua y la piedra se combinan para dar forma a algunos de los paisajes naturales más hermosos de Europa, y en algunas zonas se combinan de tal forma que en los últimos años sus costas se han convertido en algunos de los focos de atracción más buscados por los submarinistas que desean contemplar el mundo a través de las aguas saladas de un mar limpio y transparente. Y para el amante del pasado más remoto, las islas abundan también en curiosos yacimientos arqueológicos, como los templos neolíticos de Tarxien o Ggantija, o el hipogeo de Paola.
Pero es en los siglos XVII y XVIII cuando Malta alcanzó su mayor brillantez histórica y cultural, y buena prueba de esa brillantez son sus bellos edificios barrocos, entre los que destaca principalmente, como ya se ha dicho, la catedral de San Juan. Y en el interior de la concatedral, entre otras joyas artísticas de gran calidad, destaca uno de los cuadros más hermosos del pintor milanés Michelangelo Merisi, más conocido en la historia del arte como Caravaggio; se trata del titulado “La decapitación de San Juan Bautista. El propio pintor fue durante algún tiempo miembro de la orden de San Juan, hasta que en 1610 fue expulsado de la misma y se vio obligado a escapar de la isla por culpa de su carácter violento y dispuesto a entrar en peleas.