sábado, 17 de septiembre de 2016

Ser o no ser “biempensante”


En la sociedad en la que vivimos hoy en día, seguramente igual que ha sucedido en todas las sociedades anteriores, sea cual sea el tipo a la que esas sociedades pertenezcan, puede resultar complicado apartarse de las posturas oficiales, esas que han venido a llamarse “biempensantes”. Pero, ¿qué significa este término en realidad, tan usado en la actualidad? A mi modo de ver no significa, ni más ni menos, que cualquier persona es libre de pensar cualquier cosa que le venga en gana siempre y cuando, eso sí, sus posturas no se alejen demasiado de aquéllas que han sido consideradas por la mayor parte de la población dentro de la más puras ortodoxia. Significa que un pensamiento .sólo puede ser considerado bueno, y por lo tanto su autor es premiado con todo tipo de felicitaciones sociales, cuando entra dentro de lo que la sociedad considera normal o propio. Sin embargo, cualquier pensamiento heterodoxo, alejado de ese “biempensamiento” social, es tildado por la sociedad, como mínimo, de locura o burla, después de haber sido sometido a este nuevo tipo de inquisición moderna. Y sus propietarios son marcados socialmente como locos, tontos, o incluso enfermos sociales. Desde luego, ya no son enviados, como antaño, a las hogueras inquisitoriales, pero sí a otro tipo de hogueras virtuales, no por ello menos dolorosas e injustas.

            Existen diferentes niveles de eso a lo que yo he llamado “biempensamiento oficial”. A un nivel universal, por ejemplo, podría considerarse dentro de este tipo de creencias todo lo que tiene que ver con el famoso calentamiento global del planeta. Es cierto que en los últimos años se están derritiendo los polos, que las selvas desaparecen a marchas forzadas, que se producen terremotos e inundaciones, quizá más que en otras épocas. Pero ¿es realmente el hombre, con toda su insignificancia en el conjunto del universo, tan poderoso para derrotar mortalmente a la naturaleza? Ni siquiera considero necesario aludir, como contrapartida a estas tesis, a los diferentes periodos interglaciares que se sucedieron sobre el planeta hace muchos miles de años, porque fenómenos parecidos, si bien no tan marcados, se han venido repitiendo también en los tiempos históricos. Groenlandia, cuando fue descubierta en el siglo X por pueblos vikingos procedentes de Islandia, fue llamada con este término de origen danés que significa “tierra verde”. Por otra parte, el grosor de los anillos fosilizados testifica que hasta el siglo XIII, aproximadamente, la temperatura del planeta había permanecido, como ahora, en un proceso de elevación, y que fue a partir de ese momento cuando el planeta sufrió un repentino enfriamiento, hasta llegar en su periodo álgido a la segunda mitad del siglo XIX. A partir de ese momento empezó a sufrir otra vez por un proceso inverso de calentamiento, que si bien es cierto que en las últimas décadas se está agravado por la emisión de CO2, no puede ser éste el único factor que lo provoca. Y aunque está bien intentar limitar la emisión de los gases que magnifican este calentamiento, no parece del todo claro que podamos ser capaces de evitar este proceso que tanto nos preocupa.

            A niveles regionales, y me estoy refiriendo ahora en concreto a Cataluña, ahora que está tan de modo ese desafío soberanista e independentista, el pensamiento “biempensante” está regido desde las instancias políticas más cercanas al poder, y por eso es tan difícil defender en Cataluña postulados opuestos a ese desafío. Después de tantos años de una educación dirigida en beneficio de la soberanía catalana, ya no se contentan con poder en boca de algunas personas que no piensan como ellos palabras que nunca han dicho, tergiversando opiniones en su beneficio. Ni tampoco se contentan con esas reinterpretaciones de la historia que son clásicas desde hace muchos años (le Guerra de la Sucesión, el reino catalán, la traición a Companys cuando el realidad el único traidor fue él,…)

Desde un tiempo a esta parte, instituciones o asociaciones como la Asamblea Nacional Catalana se han obstinado por catalanizar a personajes que nunca tuvieron nada que ver con Cataluña, sólo por glorificar más la supuesta “nación catalana”. Personajes como Cristóbal Colón, o el propio Miguel de Cervantes, y ahora han rizado el rizo con nuevas aseveraciones que se refutan por sí mismas. Así, según el pensamiento “biempensante” en Cataluña, por ejemplo, el único motivo que movió a los militares que en 1936 se levantaron contra la república (Segunda República Española, no lo olvidemos), fue el de hundir el estado catalán. Y no contentos con ello, incluso, hacen un guiño al imperialismo, catalán por supuesto, para asegurar que Carlos V nunca estuvo en el monasterio de Yuste después de abdicar en beneficio de su hijo, Felipe II. Según este “biempensamiento” oficial en Cataluña, donde el viejo emperador se retiró no fue otro lugar que el convento barcelonés de Saint Jeroni de la Murtra. Incluso hablar de una Cataluña romana, completamente diferente al resto del imperio romano incluso en la misma península ibérica.

Soy consciente de que al escribir estas líneas he podido atraerme la animadversión de ese pensamiento oficial catalán defendido por la A.N.C.; eso en el caso de que estas líneas hayan podido llegar hasta ellos, lo cual me alegraría enormemente, pues significaría que han tenido una repercusión mayor de lo que yo nunca hubiera imaginado. Lo otro, lo relacionado con el calentamiento global del planeta, es más bien un asunto de opiniones.

              

sábado, 3 de septiembre de 2016

Un paseo por la historia de Europa de la mano de Tony Judt


Sin duda, uno de los mejores conocedores de Europa fue el historiador inglés Tony Judt. Y lo es porque, aunque nació en las islas británicas en el mes de enero de 1948, él mismo formaba parte de esa Europa conjunta y diferenciada que se desarrolló después de la Segunda Guerra Mundial, la Europa de los dos bloques y de las repetidas migraciones en busca de la identidad perdida o soñada. Su padre, judío originario de Bélgica, se había visto obligado a emigrar de niño, primero hacia Irlanda y más tarde hacia Inglaterra, y su madre había hecho lo propio desde su Rusia originaria hasta Rumanía. Y lo es también por su importante formación académica, obtenida en el King’s College de la Universidad de Cambridge. Y él mismo tuvo que someterse a su propia migración interior: pensador libre como pocos, a pesar de su pasado judío, y a pesar también de que durante la Guerra de los Seis Días había estado trabajando como conductor de ambulancias y como traductor para el ejército israelí, terminó por criticar al estado de Israel por tergiversar, con su actuación posterior, el significado del holocausto. En la Universidad de Nueva York fundó el Instituto Erich María Remarque y la cátedra de estudios europeos. Judt falleció en agosto de 2010, dos años después de que se le hubiera diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica.

            Aunque sus primeros trabajos publicados en los años setenta estaban dedicados a la historia de la izquierda francesa, Tony Judt amplió sus horizontes intelectuales con su libro ¿Una gran ilusión?: un ensayo sobre Europa, un primer acercamiento a la historia de Europa en su conjunto, que después desarrollaría con más intensidad en sus dos obras más conocidas por el público español: Sobre el olvidado siglo XX, una recopilación de artículos que el autor había publicado antes por separado en el periódico The New Yorker, y éste que ahora comentamos, Postguerra, una completa historia de Europa desde 1945. A medio camino entre la historia y la memoria, el autor explica en las primeras páginas del libro cómo nació éste:

            “La primera vez que pensé en escribir este libro fue mientras hacía un trasbordo en la estación terminal de Viena, la Ewstbahnhof. Era diciembre de 1989, un momento propicio. Acababa de regresar de Praga, donde los dramaturgos e historiadores del Foro Cívico de Václav Havel estaban desmantelando un Estado policial comunista y arrojando cuarenta años de socialismo real al basurero de la historia. Pocas semanas antes el Muro de Berlín había caído inesperadamente. En Hungría, y también en Polonia, toda la población se hallaba entregada a los desafíos de la política postcomunista: el antiguo régimen, todopoderoso hasta tan sólo unos meses antes, se perdía en la insignificancia. El Partido Comunista de Lituania acababa de declararse a favor de la independencia inmediata de la Unión Soviética. Y en el taxi de camino a la estación, la radio austriaca emitía las primeras noticias sobre una revuelta contra la dictadura nepotista de Nicolae Ceausescu en Rumanía. Un terremoto político estaba sacudiendo la congelada topografía de la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial.”


            Sin embargo, el libro no es sólo memoria, a pesar de que los acontecimientos narrados, por recientes, forman parte de la memoria de todos los europeos mayores de treinta años. Postguerra es uno de los claros ejemplos de esos que se ha venido a llamar historia del tiempo presente, forjado a raíz de la impresionante formación de su autor como historiador y europeísta. A lo largo de sus diferentes capítulos, el autor va desgranando toda la historia del continente desde el día, todavía no tan lejano, en el que se produjo la caída del nacismo, y Alemania, el país que lo había creado, quedó dividido en cuatro bloques, administrado cada uno de ellos por uno de los ejércitos aliados que habían ganado la guerra. A partir de las páginas de Judt se comprende mejor por qué Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, se partió en dos mitades antagónicas, separadas por ese muro ideológico que fue el telón de acero, y se entiende mejor esa guerra fría que si bien, nos dice el autor, nunca corrió peligro de convertirse en otra guerra caliente, porque ninguno de los contendientes llegó nunca a tener la intención real de hacerlo, sirvió al menos para mantener el equilibrio de fuerzas entre los dos bloques. Y se entiende lo que significaron realmente los movimientos revolucionarios de los años sesenta, que se extendieron, con sus diferencias, entre los dos bloques, y también las crisis de los años setenta, la llamada crisis del petróleo y la crisis de las últimas dictaduras existentes en el bloque occidental, como la de España.

            Pero si bien el libro fue pensado por su autor en los años finales del comunismo, cuando ya estaba naciendo en la Europa oriental un mundo nuevo, éste tardaría aún quince años en ser escrito. De esta manera, la obra se beneficia aún más con todos los sucesos posteriores, y llegando así a abarcar también los hechos que siguieron a ese final del comunismo. Es cierto que la historia nunca se termina, que los sucesos del ayer determinan el presente, y que éste, a su vez, determina de alguna manera también el porvenir. Entonces, ¿dónde poner fin a una narración histórica? El libro fue publicado en su versión original, en Inglaterra, en el año 2005, y ese, y no otro, es el límite final de la obra. Así pues, la última parte del libro está dedicada a estudiar los hechos que sucedieron tras la caída del comunismo: el crecimiento de las posturas nacionalistas en todos los países del bloque oriental, que beben de la propia caída del comunismo y provocó el nacimiento, o el renacimiento, de nuevos estados independientes; las guerras de Yugoslavia, que beben a su vez de ese renacer de los nacionalismos, pero que en realidad se debieron a la intransigencia y el egoísmo de algunas personas individuales, personas que eran de este siglo XX y no de la época de las guerras balcánicas o de la Primera Guerra Mundial; el renacer de los nacionalismos también en el bloque occidental, menos peligrosos que los nacionalismos orientales por el diferente punto de partida del que arrancaban, pero que no estaban exentos tampoco de algunos brotes de violencia; el gran desarrollo vivido en los últimos años por la Unión Europea, con la creación de la moneda única y los nuevos países que todavía se hallan en proceso de integración en ésta.

            En resumen, una auténtica lección de historia. Y como toda buena lección de historia, una propuesta para el presente y también para el futuro. Un presente y un futuro que están llenos de interrogantes para Europa y también, desde luego y como parte integrante de Europa, para España. ¿Podemos tomar alguna lección de su lectura para dar respuesta, por ejemplo, al importante desafío soberanista que nos depara Cataluña? Desde luego, ni los condicionantes históricos ni la situación económica son los mismos que en la Europa postcomunista de principios de los años noventa, a pesar de la grave crisis económica de la que todavía no nos hemos terminado de recuperar, y si alguna lección hay que buscar respecto a ello, debería hacerse entre los capítulos dedicados a los diversos nacionalismos occidentales, que también se desarrollaron, como hemos dicho, con el fin del siglo XX, desde el Reino Unido hasta Italia, pasando por Bélgica, Francia, o incluso Alemania. Pero de lo que no cabe duda es de que si algún día Cataluña se separa de España, empobreciendo con ello a los catalanes tanto o más que al resto de los españoles, el resto de nacionalidades europeas (Escocia y Córcega, Lombardía y el Trentino o la Bélgica flamenca,…) caerán después fácilmente, como un castillo de naipes, o como una de esas construcciones lúdicas formadas con las fichas del dominó, empobreciendo a su vez al conjunto del continente europeo.