sábado, 26 de noviembre de 2016

Una historia del teatro conquense




 No cabe duda que los siglos XVI y XVII son los años más importantes de la literatura española en todos los aspectos, y quizá sea en éste del teatro, en el que este hecho pueda apreciarse con una mayor claridad. Figuras como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, y tantos otros, han contribuido a ello, y en la actualidad tanto sus obras como sus vidas son suficientemente bien conocidas por los especialistas, los estudiosos y simplemente también por los curiosos en general. Sin embargo, hay otros aspectos relacionados con este mundo apasionante del teatro que todavía se mantienen ocultos, y éste de los coliseos teatrales, los edificios en los que se celebraban las diferentes representaciones dramáticas o cómicas, en las ciudades de provincias, es uno de ellos Si bien es cierto, eso sí, que en los últimos años se han hecho algunos esfuerzos para sacar a la luz este tipo de edificios.
            Esto es precisamente lo que ha intentado, y ha realizado, en su último libro Martín Muelas Herraiz: sacar a la luz el viejo teatro de comedias que existió en nuestra ciudad desde finales del siglo XVI hasta muy avanzada la centuria del XVIII, en un recoleto lugar del barrio de San Esteban[1], y que no hay que confundir con ese otro teatro, el nuevo, que fuera levantado ya en el siglo XIX en la calle Bronchales, actual calle Alonso de Ojeda, por dos primerizos empresarios conquenses. Tan imbricado estaba ese edificio, vinculado por cierto, como tantos otros edificios de la época, con el sector eclesiástico, que al final terminó por dar nombre a la calle en la que éste se levantaba. Durante muchos años esa calle se llamaba en todos los documentos calle del Teatro, y todavía a principios del siglo pasado en algunos lugares aparecía como calle del Teatro la que ahora se denomina calle Canaleja.
En resumen, un libro completamente necesario éste que ha sido publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha, y que nos permite conocer un poco más algunos aspectos tanto tiempo olvidados de lo que fueron las representaciones teatrales en nuestra ciudad. De la prontitud de la construcción del coliseo conquense da fe Rafael González Cañal en el prólogo del libro: “Ahora sabemos que Cuenca tuvo un corral de comedias en una fecha relativamente temprana, 1587, gracias a la iniciativa privada, siguiendo la estela de los casi recién creados corrales madrileños: el de la Cruz (1579) y el del Príncipe (1582). Además, se analiza su funcionamiento y las sucesivas etapas por las que fue pasando, hasta que en 1767 comienzan los intentos, que se verán frustrados, de construir un nuevo coliseo. Habrá que esperar hasta 1820 para que Cuenca vuelva a contar con un espacio cerrado para representaciones teatrales.”
De alguna manera, ésta es la historia de Cuenca durante dos siglos de su existencia, o al menos es la historia de una parte de ella, de la parte que tiene que ver con el entretenimiento de sus habitantes. Martín Muelas nos describe de qué manera  se gestó la idea del teatro conquense. A partir de las dos últimas décadas del siglo XVI, y a iniciativa de Diego Pérez de Teruel, relacionado familiarmente con linajes como los Montemayor y los Cañamares, y vinculado por este motivo con algunos edificios tan importantes para el urbanismo conquense como el convento de la Concepción, en la cercana Puerta de Valencia, o las propias Casas Colgadas. Y ya en el siglo XVII, la creación por parte de Jerónimo de Venero y Leyva, abad de la Sey y canónigo diocesano, titular después del arzobispado de Monreal, en Sicilia, del Colegio de Niños de la Doctrina, significó para el teatro de comedias conquense una nueva etapa, vinculada completamente al sector eclesiástico. A partir de este momento, la fundación pía y el teatro estuvieron durante bastante tiempo vinculados entre sí, el segundo como forma de sufragar los gastos que el primero llevaba consigo, hasta que a mediados del siglo XVIII hubo que buscar nuevos espacios temporales por la ruina en la que se encontraba el patio de comedias de San Esteban.
Como ya hemos dicho, no se puede confundir este edificio con ese otro de la calle Alonso de Ojeda, que fuera levantado en 1820, y del que ahora se necesita una nueva investigación con el fin de completar así, junto a la ya más conocida realidad del siglo XX (desde los viejos teatros de sus primeras décadas, pasando por el Xúcar y por el actual Teatro Auditorio), la completa realidad del teatro conquense (no debemos dejar de lado, tampoco, las antiguas representaciones dentro de la catedral, como ambientación de algunas fiestas religiosas). A propósito, en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca se conserva un documento curioso relacionado con ese otro teatro de Alonso de Ojeda: allá por la década de los años treinta del siglo XIX, no mucho tiempo después de haber sido inaugurado, los empresarios del nuevo teatro conquense, Valentín Pérez y Eugenio Martínez de Rozas, denunciaban a una compañía de cómicos toledana, y en concreto a las dos personas que la representaban, los actores Juan Sánchez y José Laurel, reclamándoles la cantidad de mil setecientos setenta y cuatro reales, que los dos empresarios conquenses les habían adelantado por una representación que algunos años después aún no se había celebrado. Por ello, firmaban ante el notario conquense Felipe Sánchez Naranjo un poder a favor de dos procuradores de la ciudad del Tajo, para que fueran representados por ellos en dicho pleito[2].



[1] Como es sabido, hasta mediados del siglo XIX la iglesia de San Esteban no se encontraba donde ahora está, sino en el interior de la parte amurallada de la ciudad, formando un complejo urbanístico de carácter religioso y asistencial con el convento de religiosas bernardas y el hospital de Santa Lucía. No sería hasta mediados de aquella centuria cuando la parroquia fuera trasladada a la parte moderna de la ciudad, ocupando el edificio que hasta entonces había sido el ahora desamortizado convento de San Francisco.
[2] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Protocolos Notariales. P-1624 (Felipe Sánchez Naranjo, 1828-1841).