Durante
toda la primera mitad del siglo XIX, el ejército español estaba dividido en dos
grupos claramente diferenciados, el ejército regular propiamente dicho, y las
llamadas milicias provinciales, que estaban establecidas en todas las capitales
de provincia e incluso en algunos lugares que, no siendo capitales, tenían una
importancia mayor, y estaban abastecidas principalmente por los nuevos reclutas
que se incorporaban al ejército. Sin embargo, y sobre todo en el marco de la
Primera Guerra Carlista, no tenían estos regimientos una importancia menor que
las llamadas tropas regulares. Sobre ellos, y en concreto sobre la actuación
desempeñada durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840) ha dicho lo
siguiente Fernando Puell de la Villa: “Al tener que presentar la estructura del
ejército concebido por Narváez, conviene destacar el papel que en él desempeñó
la Milicia Provincial. Estas unidades fueron determinantes para el triunfo de
la causa isabelina durante la guerra carlista, y al combatir codo a codo con la
infantería de línea durante siete años, se equipararon totalmente con el
ejército regular, por lo que se ganaron el aprecio de la oficialidad.”[1]
Uno
de esos regimientos eran el de Cuenca. Éste combatió primero en el frente
oriental, en la comarca del Maestrazgo, participando además en algunas acciones
bélicas de cierta importancia, como en la de Morella, en la provincia de
Castellón, en 1833. En esta localidad permaneció después de guarnición, hasta
el mes de mayo del año siguiente. Y en 1834 participó también en las acciones
de Aguaviva y Benasal, ambas en la provincia de Teruel. Sin embargo, poco
tiempo después la unidad sería enviada al frente norte, a la provincia de
Vizcaya, donde se estaba desarrollando los combates más arduos entre carlistas
e isabelinos, y donde tendría una actuación memorable, principalmente en el
marco de la defensa de la ciudad de Bilbao, en los sucesivos cercos a los que
se vio sometida por las tropas carlistas.
Así,
en el mes de julio de 1835, tuvo que emplearse a fondo en la defensa del primer
sitio carlista de la capital vizcaína, en la que el propio Zumalacárregui, jefe
de las tropas invasoras, sufrió una herida en una pierna que, mal curada,
terminaría por causarle la muerte por una septicemia. En esta operación, el
regimiento provincial de Cuenca figuró en la vanguardia del combate, formando
parte en esta ocasión de la primera brigada de la sexta división, a las órdenes
del conde de Mirasol, Rafael Arístegui, y del general Santos San Miguel. Y ese
mismo mes, participó también en la acción de Arrigorriaga, San Miguel y la
retirada de Puente Nuevo, en la que el ejército liberal estuvo a punto de
sufrir una derrota bastante importante. También participó, ya en el mes de
octubre, en la salida de Bilbao que ejecutó el ejército liberal, escoltando a
la división británica desde la comarca de las Encartaciones hasta Vitoria. Esta
división británica era parte de la llamada British Auxiliary Legion, que se
había creado en Gran Bretaña por voluntarios liberales para combatir al lado de
los cristinos, y estaba al mando de George de Lacy Evans, un antiguo
combatiente de las guerras napoleónicas, que se había destacado tanto en la
península, durante la Guerra de la Independencia, como en la batalla de
Waterloo, y que en aquellos momentos, dedicado también a la política desde un
tiempo antes, era diputado en el parlamento británico.
De
guarnición durante los meses siguientes en la capital del Nervión, la unidad
participó en una nueva operación, en la que los granaderos y cazadores del
regimiento conquense tomaron a la bayoneta las trincheras y las aspilleras
desde las que los carlistas defendían los caminos de Orduña y Durango,
operación que acabó con el ataque a la ciudad de Galdácano. La operación le
valió al teniente coronel Alfaraz, quien era el jefe de la unidad conquense,
merecidos elogios de parte del comodoro inglés John Hay, jefe de la escuadra de
observación británica, que tan importante iba a ser para el final de la guerra
tres años más tarde, al ejercer de mediador para la firma definitiva del
convenio de Vergara.
A
finales del mes de octubre de 1835 los carlistas volvieron a cercar Bilbao una
vez más. En este mes, la unidad conquense había salido el día 19 de la capital
vizcaína, escoltando a la división británica, en dirección a Vitoria,
atravesando otra vez la comarca de las Encartaciones. Pero enterados de que los
carlistas habían sitiado la ciudad, los seis batallones del regimiento
regresaron de nuevo a la capital vasca. Por entonces, la situación en la que se
encontraban los sitiados, vecinos y defensores, era bastante complicada, tal y
como se aprecia en la carta que el cónsul británico en la ciudad, John Clark,
le remitía a su embajador en Madrid, George Villiers, el 31 de octubre, cuando
la ciudad llevaba ya más de una semana sitiada.
En
el mes de noviembre participó también en los enfrentamientos de la comarca de
las Encartaciones y del Cerro de Cruces, donde participó en el desalojo otra
vez a la bayoneta de un destacamento carlista de mil quinientos hombres. Al año
siguiente, entre octubre y noviembre de 1836, aún tuvo que volver a enfrentarse
a un tercer asedio carlista a la ciudad de Bilbao, que los liberales sólo
lograrían levantar en Navidad, tras la llegada del propio Espartero. Y es que
sobre el número de los sitios que sufrió la capital vasca durante la Primera
Guerra Carlista, los historiadores no se ponen de acuerdo; mientras para
algunos, como Pirala, el número de sitios fue de tres (el de julio de 1835 y los
de octubre y noviembre de 1836), otros califican estos dos últimos como una
operación única, mantenida en dos fases diferentes. Por otra parte, Pirala no
da categoría de sitio como tal al bloqueo efectuado por las tropas de Rafael
Maroto entre finales de agosto y principios de septiembre de 1835, en el que
también se encontró Vicente Santa Coloma, tal y como ya hemos hablado, quizá
porque los atacantes no llevaban artillería pesada.
La
unidad fue destinada a la defensa de la plaza y de sus obras exteriores,
ocupando el cantón de Olaviaga, quedando encuadrada allí junto al primer
batallón del regimiento de Valencia, a los batallones provinciales de Trujillo,
Laredo y Compostela, y a una amplia batería de artillería. El número total de
soldados incorporados a la guarnición de la ciudad era de seis mil ochenta y
dos, todos ellos bajo el mando directo del general Santos San Miguel. La unidad
conquense quedó en un momento del cerco en la posición más crítica, en situación
de avanzada, viéndose obligada en la mañana del 25 de octubre a la retirada de
las tropas en dirección a la villa, mientras eran acosadas por el tiroteo de
tres batallones enemigos, teniendo que cruzar a pie la ría de San Mamés,
mientras algunas compañías del regimiento de Compostela les protegían desde el
otro lado.
La
unidad conquense permaneció casi todo el año siguiente, 1837, de guarnición de
Bilbao, aunque participó también en algunas operaciones de menor importancia,
como en Derio, el 25 de octubre. Ya en enero de 1838, ésta participó también en
la acción de las alturas de Santo Domingo, en las inmediaciones de la capital
bilbaína. En esta acción de guerra, los batallones de Cuenca y Compostela, al
mando del propio Alfaraz, mantuvieron a raya a una fuerza que les superaba
claramente en número, hasta que recibieron la ayuda de las tropas que mandaba el
general Archevala.
Los
últimos años de la guerra entre carlistas y liberales, llamada también “de los
Siete Años”, siguieron transcurriendo activamente para la unidad conquense. En
el mes de agosto de 1839 contribuyó a la toma del pueblo de Sodupe (Vizcaya), y
combatió en las trincheras de Santa Lucía, en el Valle del Erro (Navarra). En
esta operación mandaba las tropas de vanguardia el jefe de la unidad conquense,
Ramón Alfaraz. En el mes de enero de 1840, la unidad se mantenía de guarnición
en la ciudad de Pamplona, desde la que pasó a principios de junio a Logroño,
habiéndose incorporado al cuartel del general en jefe, Felipe Rivero. Participó
así mismo en la persecución desde Trebiana (La Rioja) del general carlista Juan
Manuel Balmaseda, capitán general de Castilla La Nueva, que después de haber
arrasado la localidad de Roa (Burgos), intentaba llevar de nuevo la guerra a
Navarra. Y es que los carlistas habían intentado unificar los dos ejércitos, el
que estaba al mando de Palacios y el que estaba a las órdenes del propio
Balmaseda, con el fin de intentar hacer un ataque en tenaza contra los
liberales, que pudiera aliviar el mal estado en el que se encontraban ya los
últimos defensores del absolutismo. No obstante, el movimiento fue descubierto
por los isabelinos.
Para
entonces, Espartero y Maroto, los principales jefes de ambos bandos, ya se
habían dado en Vergara el famoso abrazo con el que se había firmado un tratado
de paz que daba a los liberales la victoria en la primera guerra civil de la
España contemporánea. Sin embargo, algunos de los carlistas no reconocieron el
tratado, alargando una guerra que había causado en siete años una gran cantidad
de muertos. Uno de esos carlistas irredentos era Juan Manuel Martín de
Balmaseda, quien intentó sorprender a las tropas liberales cuando éstas
celebraban ya la victoria contra los absolutistas. Sin embargo, derrotado, no
tuvo más remedio que cruzar, al frente de los escasos hombres que ya se mantenían
a su lado, la frontera de Francia, y reconocer finalmente su derrota. Por ello,
el regimiento de Alfaraz fue el encargado de mantener la tranquilidad y las
comunicaciones en el distrito de Durango.
Además
de multitud de recompensas individuales para algunos de los hombres de la
unidad, tanto para los oficiales como para los miembros de la clase de tropa
(principalmente, cruces de María Isabel Luisa, o el reconocimiento como
Benemérito de la Patria para algunos de ellos), la participación en el frente de
Bilbao supuso para el Regimiento Provincial de Cuenca, según recoge Trifón
Muñoz y Soliva, supuso a título colectivo el más importante reconocimiento
militar, la Cruz de San Fernando. De esta forma, y a partir de este momento, la
bandera de la unidad podría lucir, colgando de su asta, el corbatín
correspondiente a esta condecoración.
Una
unidad de guerra es, en muchas ocasiones, reflejo de la persona que la manda
en un momento concreto, y por ello
debemos preguntarnos quién era la persona que mandaba el Regimiento Provincial
de Cuenca durante la Primera Guerra Carlista, y en concreto, durante la defensa
liberal de los tres asedios carlistas de Bilbao. La respuesta a la pregunta la
encontramos en un militar de origen gallego, Ramón Alfaraz Camps, que estaba
casado con María del Carmen Osorio, cuarta marquesa de Torremejía. Así lo
demuestra un documento que he podido encontrar en el Archivo Histórico
Provincial de Cuenca. Se trata de una escritura de poder que el propio Ramón
Alfaraz otorgaba el 9 de enero de 1834 en la persona de su esposa, María del
Carmen Osorio, al saber que su suegra había fallecido en Madrid el 31 de
diciembre del año anterior, para que ésta pudiera presentarse en la villa de
Daimiel y tomar posesión en su nombre de los títulos y mayorazgos que por ello
le correspondían[2].
Con la misma fecha otorgaba también otro poder a José Laplana, abogado de los
Reales Consejos, para que éste pudiera hacer lo propio en la villa y corte de
Madrid.
Ramón
Alfaraz, marqués consorte de Torremejía, había nacido en La Coruña en 1799 y
tuvo su bautismo de fuego en plena Guerra de la Independencia, siendo todavía
lo que entonces se llamaba cadete de menor edad, durante el sitio de Tortosa,
en el que combatió al lado de su padre, el coronel Agustín de Alfaraz. En 1811
fue hecho prisionero por los franceses y conducido al país vecino, donde
permaneció después de haber acabado la guerra, manteniendo contacto quizá con
los exiliados afrancesados y liberales que en los años siguientes, después del
regreso de Fernando VII a Madrid, se vieron obligados a abandonar España,
buscando refugio en Francia y en Inglaterra. Juan Luis Simal ha afirmado que
uno de los grupos más numerosos de exiliados en este período eran precisamente
los oficiales del ejército, contrariados con la postura absolutista del monarca[3].
En Francia estudió en el colegio militar de Burdeos, y después de haber
regresado a España en 1817, en el marco de la primera amnistía, que había sido
decretada el año anterior, fue purificado en Valladolid, precisamente por su
estancia en el país vecino en los años posteriores a la guerra.
Dos
años más tarde fue enviado a las colonias, como ayudante de campo del general
Estanislao Sánchez Salvador, quien en 1816 había sido nombrado general en jefe
del ejército del Alto Perú. En 1820, de regreso a la península algunos años más
tarde, y a pesar de ser un decidido constitucionalista, en 1820 Sánchez
Salvador rehusó secundar el levantamiento de Rafael de Riego que dio pasó en
España al segundo intento liberal, el del Trienio, por lo que fue encerrado en
el arsenal de la Carraca, en San Fernando (Cádiz); allí fueron encerrados
también otros militares que tampoco quisieron secundar el levantamiento, y
entre ellos su ayudante, el entonces subteniente Ramón Alfaraz.
Dos
meses después, ambos militares fueron liberados, incorporándose definitivamente
al movimiento liberal, hasta el punto de que Sánchez Salvador fue nombrado
ministro de Guerra entre septiembre de 1821 y enero de 1822. Este hecho debe
estar relacionado con el paso de Alfaraz, en agosto de aquel año, a las órdenes
del general en jefe del Estado Mayor del ejército, “para desempeñar trabajos importantes” (la hoja de servicios no
cita de que trabajos se trataba). Después participó en la campaña de Cataluña,
y al regresar al poder los absolutistas, durante la llamada “Década Ominosa”,
Ramón de Alfaraz se licenció temporalmente del ejército. Volvió a éste en 1826,
realizando en esta etapa labores de mucha menor importancia.
En
1832, ascendido a teniente coronel de milicias, pasó a mandar el batallón
provincial de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), desde el que fue trasladado en
marzo de 1834 al batallón provincial de Cuenca; debió ser sin duda mientras
estaba al frente de la unidad manchega cuando conoció a la hija de los
marqueses de Torremejía, pues ya sabemos que su matrimonio se llevó a cabo
antes de que el militar se hubiera incorporado a su nuevo destino en la ciudad
del Júcar. Al mando del batallón conquense permaneció durante buena parte de la
Primera Guerra Carlista, incorporada su unidad al ejército del Norte,
destacándose en diversas operaciones, como en la acción de Galdácano, en mayo
de 1836, al mando de una compañía de granaderos, y en la del Cerro de las
Cruces, en la que estaba al mando de tres compañías de su propio regimiento.
Todo ello le valió varias condecoraciones, y entre ellas la Cruz de San
Fernando de primera clase, y ya en 1839 el grado de coronel de infantería.
También había sido en 1836 cuando mandó la brigada que se había formado con las
tropas que salieron de Bilbao para perseguir a los carlistas. Una vez acabada
la guerra, fue trasladado temporalmente para mandar el regimiento provincial de
Bujalance, entre el 1 de marzo y el 24 de abril de 1841, pero después de esta
fecha volvió a ser destinado al regimiento conquense, hasta el 31 de octubre de
1842. En 1843 fue ascendido a brigadier. Recientemente he podido encontrar una
biografía en dos páginas de este militar. En este documento se aprecia su
espíritu liberal, adquirido seguramente en los tiempos en los que sirvió como
ayudante de campo del general Sánchez Salvador.
Cuadro de Ferrer Dalmau sobre la Primera Guerra Carlista
[1]
PUELL DE LA VILLA, Fernando,
“El ejército nacional, composición y organización, en ARTOLA, Miguel
(coordinador), Historia Militar de
España, Edad Contemporánea, el siglo XIX, Madrid, Ministerio de Defensa,
2015, p. 154.
[2] Archivo Histórico Provincial de
Cuenca. Sección Notarial. P-1612. Manuel González de Santa Cruz (1821-1838).
Expediente 4.
[3] SIMAL, Juan Luis, Emigrados. España y el exilio internacional,
1814-1834, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2012,
p.66.