Si
bien la ciudad de Cuenca se había visto, desde el primer momento de su
conquista, libre de una jurisdicción señorial, las élites nobiliarias
conquenses, enriquecidas en gran parte gracias a la ganadería, y a los derechos
que generaba esa ganadería, fueron copando una red señorial de gran importancia
por toda la sierra, alrededor de esos terrenos que seguían siendo de la ciudad
de Cuenca. La familia Albornoz fue paradigmático en este sentido. Descendiente
de uno de los caballeros que habían participado en la conquista de Cuenca,
Gómez García de Aza (de origen borgoñón y navarro, señor de Aza, Ayllón y Roa),
fue premiado por su participación en la conquista de Cuenca con el señorío de
Albornoz. Su hijo, Fernán Gómez de Aza, segundo señor de Albornoz cambió el
apellido familiar, adoptando de esta forma el nombre de la villa, iniciando de
esta forma un linaje que, en el siglo XIV, sobre todo, era el más importante de
la ciudad, y uno de los más señeros de Castilla.
La
familia iría con el tiempo obteniendo nuevos señoríos durante los sucesivos
señores de Albornoz: Pedro Fernández de Albornoz, Fernán Pérez de Albornoz,
Alvar Fernández de Albornoz, Garci Álvarez de Albornoz (1327-1328, padre del
futuro cardenal Gil de Albornoz), Alvar García de Albornoz (1328-1374), Micer
Gómez García de Albornoz (1374-1380), Juan de Albornoz (1380-1389) y María de
Albornoz (1389-1440). De tal forma que, en la mitad del siglo XV, la última descendiente
directa del linaje, María de Albornoz, poseía por ella misma más de treinta
señoríos, extendidos por todo el norte de la provincia de Cuenca. A su muerte,
algunos de sus señoríos pasaron a su única hermana, Beatriz de Albornoz, pero
la mayor parte de ellos pasarían a otros linajes, como Álvaro de Luna, los
Mendoza, y Gómez Carrillo y Castañeda.
Y
aquí viene a colación uno de esos nuevos linajes surgidos entre las élites de
poder conquenses a lo largo de todo el siglo XV. Y es que en esta época, durante
las guerras nobiliarias que asolaron primero el reinado de Juan II, y más tarde
también durante las guerras civiles entre Enrique IV y sus hermanos, nuevas
familias se vinieron a asentar también en los lugares cercanos a la ciudad de
Cuenca, emparentando con las élites antiguas, e incorporándose de esta forma a
esa oligarquía conquense. Surgieron así nuevos linajes, como los Carrillo de
Albornoz, surgido a raíz de la unión matrimonial entre Gómez Carrillo y
Casteñeda, señor de Ocentejo y Paredes, con Urraca Álvarez de Albornoz, señora
de Portilla y hermana del cardenal Gil de Albornoz, o los Acuña. De esta
manera, los Carrillo de Albornoz eran primos, y no demasiado lejanos, de la
última señora de Albornoz. También lo era don Álvaro de Luna, pues su padre,
Álvaro Martínez de Luna, era hijo de Juan Martínez de Luna y de Teresa de
Albornoz, quien a su vez era una de las hijas de Micer Gómez de Albornoz.
Gómez
Carrillo, el fundador del linaje Carrillo de Albornoz, había sido alcalde mayor
de los Hijosdalgo de Castilla, y ayo del futuro rey Juan II. Por su parte,
Urraca Álvarez de Albornoz, había nacido en Carrascosa del Campo, otro de los
pueblos que estaban bajo la jurisdicción de las diversas ramas de este linaje.
Y ambos tuvieron cuatro hijos, entramando de esta manera, de forma definitiva,
los dos linajes familiares. El mayor, Álvaro, heredaría gran parte de los
señoríos familiares de su padre, principalmente los de Ocentejo, en la
provincia de Guadalajara, y Cañamares, ya en la de Cuenca, y sería un nieto
suyo, quien recuperaría algunos de los pueblos que habían sido de los Albornoz,
como Torralba. Mientras tanto, su hija Teresa heredaría los de Portilla, Paredes
y Valtablado de Beteta. Por su parte, María Carrillo de Alarcón contraería
matrimonio con Martín Ruiz de Alarcón, cuarto señor de Valverde, descendiente
del conquistador de Alarcón en tiempos de Alfonso VIII, Fernán Martínez de
Ceballos.
Casa palacio de los Carrillo de Albornoz. Sobre su solar
fue edificado el palacio de la Audiencia Provincial, y sólo
quedó del viejo edificio, como testigo vivo de su historia,
las columnas de su patio.
Sin
embargo, de todos los hijos de Gómez Carrillo, el que pasó a la historia como
uno de los grandes eclesiásticos de su época, fue Alonso Carrillo de Albornoz.
Nacido también, como su madre, en Carrascosa del Campo, en una fecha
desconocida de finales del siglo XV, como segundón que era de una importante
familia nobiliaria supo desde el primer momento que estaba destinado a seguir la
carrera eclesiástica, alcanzando a una edad muy temprana, gracias sin duda al
patrocinio de sus importantes familiares, arcediano de Cuenca. En el
consistorio de 22 de diciembre de 1408 era nombrado cardenal diácono de San
Eustaquio, algo a lo que probablemente no sería ajeno el parentesco que su
familia tenía con el Papa Benedicto XIII, Pedro Martínez de Luna, a cuya
familia había pertenecido también su tía abuela, Teresa de Luna, la madre del
cardenal don Gil. Lo cierto es que fue uno de los cardenales que durante el
cisma se mantuvo fiel a su pariente, y sólo a partir de 1416 pidió por escrito
a éste que abdicase, en beneficio del nuevo Papa, Martín V, y sobre todo en
beneficio del conjunto de la Iglesia. Fue administrador de las diócesis de
Salamanca y de Osma y abad de la colegiata de San Miguel Arcángel de Alfaro (La
Rioja). En 1422 fue nombrado obispo de Sigüenza, aunque nunca residió en su
diócesis, pues desde dos años antes venía desempeñando el cargo de legado papal
en Bolonia. Ya nunca regresaría a España, ejerciendo nuevos cargos en los
estados pontificios. Desde 1423 fue cardenal presbítero de los Cuatro Santos
Coronados, y desde 1428 archivicario de la basílica de San Juan de Letrán. Tuvo
un papel preponderante durante el concilio de Basilea, y nombrado vicario en Aviñón
en 1433, falleció al año siguiente, poco después de su regreso a la ciudad
suiza.
También
es paradigmática de esta nueva situación el caso del señor de Buendía, Lope
Vázquez de Acuña, descendiente de un linaje portugués, los Cunha, que había
tenido que emigrar a Castilla a raíz del enfrentamiento dinástico que se
produjo en su país entre los infantes, Juan y Dionis, y la nueva dinastía Avis.
Sobre ellos ya he hablado en esta misma tribuna en alguna ocasión anterior, por
lo que no creo conveniente la necesidad de insistir en el tema. Tan sólo quiero
recordar que, por sus servicios a la corona de Castilla, y en recompensa por el
abandono que había tenido que hacer de sus posesiones en el país vecino,
Enrique III le entregó los señoríos de Buendía y Azañón. Casado con Teresa
Carrillo de Albornoz, quien era hija precisamente de los fundadores de este
linaje, los señores de Paredes y Portilla, pasó pronto también a la ciudad de
Cuenca, donde ocupó, como el resto de su familia política, importantes cargos concejiles.
Uno de sus hijos, Pedro Vázquez de Acuña, fue premiado por el infante Alfonso
con el condado de Buendía; otro de ellos, Alonso Carrillo de Albornoz, siguió
como segundón de la familia la carrera eclesiástica, llegando a alcanzar el
arzobispado de Toledo.
Entrada a la capilla de Caballeros de la catedral de Cuenca,
patronato de los linajes Albornoz y Carrillo de Albornoz.