viernes, 26 de abril de 2019

LA PERSECUCIÓN DEL CRISTIANISMO Y OTROS PROBLEMAS ACTUALES


El pasado Domingo de Resurrección se produjeron en Sri Lanka, la antigua Ceilán, una cadena de explosiones que segaron la vida de más de trescientas personas, causando también heridas de diversa consideración a más de quinientas, muchas de ellas de carácter muy grave. Los ataques se produjeron con dos objetivos muy claros: el turismo y la religión cristiana. Las bombas estallaron en diversos hoteles de lujo y en algunas iglesias de Colombo, su capital, y en otras ciudades como Katana y Batticaloa. Los atentados fueron de tal magnitud, que hasta los terroristas tuvieron miedo a la hora de atribuirse la acción, cosa del todo ilógica si tenemos en cuenta que lo que un grupo de estas características pretende en cada uno de sus actos, es siempre publicitar su lucha entre la comunidad internacional. Pero la existencia en muchas de esas explosiones de terroristas suicidas y el ataque contra iglesias cristianas es revelador: detrás de cada una de esas explosiones no pueden estar más que grupos islamistas de ideología extrema, como el IRIS y el DAESH. Y en este caso, tal y como ha afirmador el gobierno de Maithripala Sirisena, que ya ha realizado más de treinta detenciones entre sus miembros, los islamistas radicales locales del NTJ (National Thowheerh Jamath).

              El ataque contra las iglesias de Colombo, Katana, Batticaloa y Katuwapitya, con toda su crueldad, por la acción en sí misma y por el día elegido para realizarla, un día clave para el Cristianismo, que da sentido a todo su pensamiento religioso, como es el Domingo de Resurrección, no es más que un nuevo ataque contra esta religión, que es sin duda, tal y como afirman las estadísticas, la más perseguida actualmente en todo el mundo. Uno de cada doce cristianos en todo el mundo sufre actualmente persecución por motivos religiosos, y más de tres mil han sido asesinados sólo en el año 2017, según fuentes que fueron publicadas por el diario ABC en el mes de enero del año pasado; y es sabido que, desde entonces, la persecución contra los cristianos, lejos de desaparecer, ha aumentado considerablemente. Desde luego, resulta muy difícil, tarea exclusiva de valientes, diríamos, ser cristiano hoy en día en determinados países. Países como Corea del Norte, donde más de trescientos mil cristianos sufren la opresión del régimen comunista de Kim Jong Un; Pakistán, donde más de cien cristianos han sido detenidos sin juicio previo, además de haberse producido entre esa comunidad setecientos secuestros y más de ochenta violaciones; o Nigeria, donde habían sido asesinados ya por entonces, recordémoslo, enero de 2018, más de dos mil cristianos. En la lista de países opresores se encuentran también, entre otros muchos, Sudán, Somalia, Libia o Afganistán. Países en los que, como es sabido, el elemento islamista radical es muy abundante.

              Pero la persecución contra los cristianos no se padece sólo en esos países en los que el cristianismo sigue siendo minoritario. La persecución se produce también en Europa, y en esto que se ha venido a llamar, algunas veces no se sabe muy bien por qué, el primer mundo. No se trata sólo de los atentados, como los que se produjeron en París, Londres, Berlín o Barcelona. Se trata también, de otro tipo de persecución, callada pero real, que se está llevando a cabo desde algunos partidos políticos de izquierda, en aras precisamente a una supuesta libertad religiosa que, desde luego, no es tal, sino todo lo contrario. En España, por ejemplo, y aunque parezca mentira, se contabilizaron el mismo año 2017 un total de 208 agresiones contra la libertad religiosa, principalmente la católica, que además es la mayoritaria del país, entre vandalismo y la quema y profanación de iglesias. El asunto no es comparable, desde luego, a lo que está pasando en otros países asiáticos y africanos, donde el Cristianismo es minoritario, pero también todo esto es otra forma de persecución religiosa.

              En consecuencia, lo que está pasando nos hace rememorar aquellos tiempos ya lejanos del primer Cristianismo, cuando sus seguidores se vieron sometidos a persecución y martirio por los emperadores romanos. Es verdad también que la religión cristiana, a lo largo de la historia, también ha sido culpable de la persecución a otras religiones. Recordemos la época de las Cruzadas, o de las innumerables guerras de religión que se han producido a lo largo de la historia; en aquellas, en las Cruzadas, como siempre sucede, habría que echar las culpas al cincuenta por cien entre cristianos y musulmanes, algo que habitualmente se les olvida a los críticos con el Cristianismo.

              Ahora, cuando desde México se pide que tanto España como El Vaticano deben pedir perdón por los pecados cometidos durante la conquista del continente americano por parte de los españoles, y de la supuesta destrucción de su civilización por parte de los misioneros que cruzaron el Atlántico para evangelizar los nuevos territorios, debemos recordar que no se debe extrapolar la historia en beneficio de una ideología o de una nacionalidad, que hacerlo es acometer un ejercicio anacrónico. Si todos los países actuales tuviéramos que pedir perdón por los pecados cometidos por nuestros antepasados, o por nuestros supuestos antepasados, nos pasaríamos la vida pidiéndonos perdón unos a otros. Países como Irán, Irak o Egipto tendrían que pedir perdón a Israel por la opresión de los judíos primitivos, como también los tendrían que pedir España y casi todos los países europeos (no ya sólo Alemania, Rusia o Ucrania), pero también Israel tendría que pedir perdón a los palestinos (éste sí es un conflicto realmente actual, del que deberían avergonzarse en la actualidad todos los ciudadanos). Italia también debería pedir perdón a todos los países europeos, incluida España, y también a los del norte de África y los del oriente próximo, por las conquistas que llevaron a cabo allí los romanos. Y países como Francia, Inglaterra y Holanda, deberían pedir perdón a los millones de africanos y de asiáticos, que viven hoy en todos aquellos países que fueron sus colonias hasta mediados del siglo pasado.

              Sí, España también podría pedir perdón a los millones de americanos que conviven hoy en esos países que conforman ese territorio al que se llama Hispanoamérica; pero, eso sí, sólo si desde México o desde Perú, se pide perdón también al resto de los países del entorno, incluso también a los mismos mexicanos o peruanos, por la opresión que ejercieron los incas y los aztecas contra el resto de los pueblos precolombinos, como los mayas, mucho más avanzados ya por entonces que los aztecas. Pueblos que, por cierto, fueron libertados por los españoles, a los cuales prestaron una ayuda importante durante la conquista, sin la cual hubiera sido imposible ese hito de la historia universal. Y los españoles, también podríamos pedir perdón a Marruecos por los años del protectorados y de las guerras de África, pero a la vez, Marruecos debería pedir perdón a España, porque de Marruecos y de Argelia procedían la mayor parte de los invasores que arruinaron, a partir del año 711, el reino visigodo de Toledo. Y finalmente, media España debería pedir perdón a la otra media, en un ejercicio MUTUO de civismo y de reconocimiento del pasado.

              Quizá fuera una gran idea ésta de pedirnos perdón continuamente unos a otros; puede ser que, de esa forma, la paz universal brillara por fin sobre todas las naciones del mundo. Pero es más fácil pensar que esto no sería más que un ejercicio vano de cinismo, porque quizá la violencia, el espíritu lógico de supervivencia, estén presentes en el genoma humano desde siempre. Los problemas de la historia deben quedarse para los historiadores, no para los políticos. Y es que la política debe ocuparse, en realidad, de solucionar los problemas del presente; problemas del presente como éste de la persecución religiosa, que en la actualidad está unida a otros problemas acuciantes, como el terrorismo o la emigración, sea ésta legal o ilegal. Y, en definitiva, con el de la convivencia entre las personas.





sábado, 20 de abril de 2019

DE CABILDO DE LA VERA CRUZ A ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD. LA PROCESIÓN DEL JUEVES SANTO EN CUENCA (II)


Cabildo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de la Misericordia

              Hasta ahora hemos venido hablando de un cabildo o cofradía con carácter puramente asistencial, dedicado a enterrar a los pobres de la ciudad y, sobre todo, a los condenados a la pena de muerte, y también a asistirles en sus últimas horas de vida. Por lo tanto, éste no tenía aún carácter penitencial, y no estaba de ninguna manera relacionado todavía con la celebración de la Semana Santa. Sin embargo, el hecho ya había cambiado para el año 1575, cuando se firmaba una nueva concordia o contrato entre la propia cofradía, representada por su prioste o hermano mayor, que en ese momento era el boticario Blas de Murcia, y los carpinteros Diego Gil, Pedro de Iturbe y Juan Palacios. Estos se comprometían a reforzar de nuevo la iglesia, apenas treinta años después de que se hubieran realizado las últimas obras. Pero Ahora, la advocación completa con la que aparece mencionada la hermandad es la siguiente: Cabildo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de la Misericordia.
              Y si esta advocación de la Vera Cruz no fuera suficiente por sí misma para certificar el nuevo rumbo penitencial que el cabildo ya había adquirido, otros documentos, fechados respectvamente el 1580 y 1588, demuestran que la hermandad ya disponía de algunas imágenes que, por sus características, habían sido concebidas para la procesión del Jueves Santo, y entre ellas una talla de Jesús Nazareno. Por ambos documentos, el escultor Giraldo de Flugo y el pintor de origen italiano Bartolomé de Matarana, se obligaban a realizar sendas obras similares para las hermandades respectivas de Zaorejas y Alcocer, en la actualidad pueblos los dos de la provincia de Guadalajara, pero que entonces dependían de la diócesis de Cuenca. Ambos artistas, aunque de origen extranjero, habían abierto desde algunos años antes su propio taller en la capital conquense, y debían utilizar como modelo para sus obras la talla de Jesús Nazareno que era propiedad de la hermandad de Cuenca.
              ¿Qué es lo que pudo suceder para que en apenas cincuenta años se produjera en el seno del instituto conquense esta transformación en la advocación completa del cabildo, incorporándose de esta manera a su antigua función social una nueva función eminentemente penitencial? El hecho, desde luego, debe estar relacionado con el importante desarrollo teatral y festivo que tuvo en aquella época la celebración de la Semana Santa en la calle,  que tuvo su máximo apogeo, primero y a nivel particular de estas hermandades de la Vera Cruz, con la concesión por parte del papa Pablo III de ciertas indulgencias y beneficios a la cofradía de la Vera Cruz de Toledo, extensible también al resto de hermandades similares y homónimas del resto de Castilla, y a un nivel más generalizado, con las tesis aprobadas durante el Concilio de Trento, que se celebró en esta ciudad italiana entre 1545 y 1563. Y desde luego, tuvo que producirse sólo de dos maneras posibles: que dentro del propio cabildo de la Misericordia hubiera surgido entre sus hermanos una devoción lógica a la Cruz como instrumento de martirio; o que en realidad se tratara en su origen de dos cofradías diferentes, unidas éstas en algún momento anterior al ya citado año 1575.
              En favor de la primera de las hipótesis, hay que decir que no se trataría ésta de la única hermandad de la Vera Cruz que tenía también esa doble función, penitencial y asistencial. Esta función, la de enterrar a los ajusticiados se da también en otras hermandades similares radicadas sobre todo en la mitad norte de España, como Salamanca, Vitoria y algunas poblaciones gallegas; sobre todo este asunto ya he tratado más detenidamente en otros trabajos anteriores, por lo que no creo necesario extenderme demasiado en ello. También son abundantes en la comarca de la Rioja las hermandades de la Vera Cruz que tenían encomendada esta misma misión, como ha demostrado Fermín Labarga, y en Valladolid, según Luis Fernández Martín, lo hacía la hermandad de Nuestra Señora de la Misericordia.
              Sin embargo, no son extraños tampoco los casos que se pueden citar de hermanamiento entre dos cofradías diferentes, incluso también entre cofradías que tenían fines distintos. Por otra parte, sería lógico pensar que, de ser cierta la teoría de un origen interno de la nueva advocación penitencial en el seno de la cofradía asistencial, esta devoción debía haber irrumpido con fuerza después de 1543; en este año está datado el primer convenio para arreglar la sede de la cofradía, y en él, como hemos visto, no se menciona todavía ninguna referencia devocional a la Cruz. Una fecha, desde luego, demasiado tardía para la creación de una hermandad de este tipo en una ciudad como Cuenca, sede de uno de los obispados más importantes del reino; una hermandad, por otra parte, que en casi todos los pueblos españoles, grandes y pequeños, había sido el origen de las procesiones de Semana Santa, y que había tenido su primer gran impulso durante el primer tercio de la centuria.
              En el marco de su estudio sobre la cofradía de la Vera Cruz de Cuenca y su relación con el origen de la Semana Santa, Pedro Miguel Ibáñez ha estudiado las constituciones de diversas hermandades de este tipo existentes en el conjunto de la diócesis, y ha establecido algunas fechas que nos resultan interesantes. Son fechas todas ellas, que nos remiten a la segunda mitad del siglo, es cierto, pero hay que tener en cuenta que se trata, en todas las ocasiones, de la aprobación de sus constituciones conservadas, no del año de fundación de la hermandad. Por mi parte, yo también he investigado en la hermandad de la Vera Cruz de Navalón, un pequeño pueblo situado a apenas quince kilómetros de la capital de la diócesis, de la cual en aquella época era una simple aldea. A partir de la documentación, podemos saber que esta hermandad ya había celebrado su primera procesión en 1536, y no sería lógico pensar que todas esas hermandades, establecidas en núcleos rurales sometidos a la influencia de la diócesis conquense, incluida la de Navalón, pudieran ser más antiguas que la propia cofradía homónima de la capital del obispado.
              Pero bien se trate de una posible fusión de dos hermandades diferentes en el origen, o se trate de una única hermandad con una advocación desdoblada, algo que sólo el descubrimiento de nuevos documentos hasta hoy desconocidos podría clarificar, lo que sí nos parece claro es la influencia que los religiosos del vecino convento franciscano pudieron haber tenido en el desarrollo de la devoción crucífera entre los habitantes de la ciudad del Júcar. Hay que recordar que la hermandad tenía su sede en la ermita de San Roque, frente al propio convento franciscano, y en lo que podría llamarse su compás o zona de influencia. Hay que recordar también el encargo de su primer prior, Juan de Ortega, para la elaboración de una cruz de piedra en el Campo de San Francisco, que con el paso del tiempo pasaría a llamarse Cruz del Humilladero, dando origen con ello a otra leyenda ambientada incluso en el tiempo de la conquista de la ciudad por el rey Alfonso VIII.
              Pero si estos datos de carácter espacial no bastaran por sí mismo para establecer esta relación, podemos aducir también la generalizada devoción que en el instituto franciscano tuvo el culto a la Cruz, y a todo lo que con ella estaba relacionado, y que se fue extendiendo por todo el país gracias a su poderosa influencia. En efecto, son muy numerosas las hermandades de la Vera Cruz que fueran creadas por los religiosos de San Francisco. En mi libro Ilustración y cofradías, ya he insistido pormenorizadamente sobre este aspecto, pero creo conveniente insistir un poco más en ello. También lo han hecho otros especialistas en el tema, como José Sánchez Herrero o el ya citado Fermín Labarga.
              Pero además de esa relación entre los franciscanos y el culto a la Vera Cruz, rastreable con facilidad en los ámbitos sevillano y riojano, el proceso se dio también en otras partes de España: Galicia, Extremadura, Castilla-La Mancha, Navarra,… Y también en otras partes de Andalucía: la hermandad malagueña de la Vera Cruz, por ejemplo, también estaba radicada canónicamente en el convento franciscano de San Luis el Real. Por cierto, también esta cofradía malagueña tenía a su cargo otras hermandades filiales, como la de Nuestra Señora de la Esclavitud.
              Dicho esto, la centuria siguiente sería un tiempo de crisis y apogeo al mismo tiempo. Crisis en la cofradía matriz, que en 1610 se vería afectada por un enfrentamiento entre el prioste de ese año, Jerónimo Bayo, y su antecesor en el cargo, Jerónimo de Pedraza, por un asunto relacionado con la falta de fondos en la cofradía de una cantidad importante de dinero, cerca de los veinte mil maravedíes, que éste había empleado, según sus propias manifestaciones, en la adquisición de ciertas indulgencias papales que, sin embargo, no habían llegado a la hermandad. Y que medio siglo más tarde, en 1676, solicitaba del corregidor de la ciudad, Juan de Porres Monroy, ayuda institucional para darle un nuevo impulso. Según este mismo documento, en el que la cofradía recibía ya una triple titularidad, Vera Cruz, Sangre de Cristo y Misericordia, ésta se componía en ese momento sólo de dieciséis hermanos, los cuales solicitaban la aprobación de unas constituciones nuevas, más benignas, que pudieran facilitar la incorporación de nuevos cofrades entre los habitantes de la ciudad.
              Y al mismo tiempo, de apogeo entre sus hermandades filiales, que habían ido surgiendo a lo largo de la centuria con el fin de organizar, dentro de la propia procesión común del Jueves Santo, la parte de ésta que correspondía a cada uno de esos pasos. Estas primeras hermandades satélites eran cuatro (Jesús Nazareno, Virgen de la Soledad, Paso del Huerto y Paso de la Caña), y fueron el germen para que después, completamente independientes respecto del cabildo matriz, se convirtieran en las primeras hermandades actuales. El proceso fue paralelo al que se dio también en el cabildo de San Nicolás de Tolentino y la procesión de la madrugada del Viernes Santo. Todas ellas compartían capilla en la ermita de San Roque, la llamada en la documentación “capilla de los Pasos”, y su relación de dependencia todavía con el cabildo matriz se puede observar en ciertas cartas de obligación que se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca. A modo de ejemplo, podemos citar la firmada en 1646 por un tal Francisco del Castillo de Albaráñez, quien se obligaba a pagar la cantidad de quinientos noventa reales “a la hermandad del Paso del Huerto, que es de la cofradía de la Sangre de Christo nuestro bien, sita en la ermita del señor San Roque.” Ya hemos visto que se trata de la misma cofradía de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y Nuestra Señora de la Misericordia.
              Como hemos dicho, el proceso de independencia de estas hermandades con respecto al cabildo matriz concluyó a lo largo del siglo XVIII. La hermandad del Paso del Huerto ha conservado hasta los últimos años del siglo pasado dos libros de actas, hoy perdidos a pesar de que había dado cuenta de ello Ángel Martínez Soriano, el primero de los cuales arrancaba de 1741. La primera acta está fechada el 9 de abril de ese año, y en ella se recogía, parece ser, la aprobación de sus constituciones por el provisor general de las diócesis, Diego de Viana, y en ella consta además el nombre de su primer secretario, Antonio Avendaño. Es lógico pensar, por lo tanto, que fue en este momento cuando la cofradía consiguió su total independencia. Respecto al resto de hermandades, no podemos datar la fecha exacta en la que se llevó a cabo este proceso, aunque parece ser que la de la Virgen de la Soledad conservó también hasta hace algún tiempo un libro de actas que arrancaba en 1736.


Archicofradía de Paz y Caridad

              La historia posterior del cabildo de la Vera Cruz ya es más conocida por todos, aún cuando el reciente descubrimiento de algunos documentos de archivo han sacado a la luz algunos datos que complementan esa historia. En 1810, los franceses que habían invadido la ciudad incendiaron la ermita de San Roque, quedando ésta reducida a un conjunto de escombros, lo que obligó a los hermanos de los cuatro pasos que recibían culto en ella, a trasladar temporalmente las imágenes a la pequeña iglesia de San Esteban. Al mismo tiempo, el propio cabildo de la Vera Cruz hizo frente a un nuevo proceso de crisis, que obligó a su vez a sus hermanos, apenas ahora unos diez cofrades, a solicitar del provisor diocesano la necesaria autorización para que pudiera ser suprimida oficialmente la institución, “y que la poca zera que ha quedado se reparta entre los cortos individuos que son acreedores, con las dos viudas, por lo mucho que han gastado en esa devoción… todo antes que venga otro saqueo”.
              Se ha dicho por otros estudiosos del tema que ésta podría no ser la misma cofradía de la Vera Cruz de la que venimos hablando, basándose para ello en la supresión de la misma. Pero lo cierto es que el espacio geográfico en el que se asienta, los llamados Portales Largos, esto es, el propio Campo de San Francisco, es bastante significativo por sí mismo. Es de suponer, por lo tanto, que aunque la hermandad fue suprimida aquel mismo año, dicha supresión fue sólo un hecho coyuntural, provocado por la situación en la que la ciudad y sus habitantes se encontraban en aquel momento, motivado todo ello por la invasión napoleónica.
              Hay que tener en cuenta que el proceso se enmarca también, al mismo tiempo que en esa situación coyuntural, en un proceso estructural que estaba relacionado con las fuertes tensiones que desde mucho tiempos antes se venían produciendo, entre la propia cofradía de la Vera Cruz y los que antes habían sido sus cuatro hermandades filiales, y que en ese momento ya establan plenamente independizadas de ella, compartiendo entre las cuatro los gastos propios de la procesión del Jueves Santo, aquellos gastos a los que la cofradía matriz ya no podía acudir. Poco tiempo antes, en 1807, algunos miembros de la oligarquía conquense, hermanos todos ellos de la cofradía de la Vera Cruz, se reunían en la casa de uno de ellos, Francisco de Paula Castillo Álvarez de Toledo, regidor de la ciudad y señor de Hortizuela y El Palmero, para responder a cierto proceso judicial que los hermanos de los cuatro pasos habían iniciado ante el tribunal diocesano, y que solicitaban ahora al cabildo matriz “la entrega de los libros y papeles tocantes a dicha cofradía, a instancias según parece de las Hermandades que hay en la ermita de esta cofradía.”
              Como primera medida para evitarlo, los cofrades reunidos acudieron al escribano Manuel González de Santa Cruz, con el fin de otorgar ciertos poderes a varios procuradores de diversos tribunales, para que estos pudieran defenderles en el caso de que el pleito entre cofradía y hermandades siguiera adelante: Manuel Camarón y Alejo Delamadrid, del propio tribunal conquense; Martín Infante y Juan Nepomuceno Negri, de la Real Chancillería de Granada; y Felipe López de León y Martín Narváez, de los Reales Consejos de Madrid. No sabemos si al final el proceso llegó a sustanciarse en realidad.  En el documento figuran también los nombres de algunos de los hermanos de la cofradía, miembros todos ellos de la alta sociedad conquense, pues junto al propio señor de Hortizuela figuraban también Antonio Lorenzo Urbán, miembro del cabildo diocesano, José Julián Mayordomo y Vicente Antonio de Villena.
              En 1816, el ayuntamiento solicitaba de la Dirección Nacional de Rentas el edificio de la antigua ermita de la Virgen de la Luz, o del Puente, que había permanecido abandonada desde 1789, afectada por las primeras leyes desamortizadoras de Carlos IV, que habían suprimido en Cuenca la comunidad de los religiosos antoneros. Obtenido el edificio, y después de haber sido llevada allí la talla mariana de la Virgen de la Luz, desde la iglesia de San Juan, solicitó a las cuatro hermandades filiales el traslado también de sus respectivas imágenes titulares. El proceso fue rápido, pues éstas ya se hallaban allí dos años más tarde. Recientemente, he podido encontrar un documento inédito, bastante interesante, sobre algunos detalles relacionados con este traslado. Se trata de la subasta realizada por las cuatro hermandades con el fin de aprovechar de alguna manera los restos que habían quedado de la destruida ermita “en que se hallaban los Santos Pasos y pertenecía a las Quatro Hermandades, desmantelada de padecer ruyna, con exposición a desgracias, por cuya razón se había tratado de aprovechar sus despojos antes de que fueran extrahidos o totalmente inutilizados en aquel mismo sitio, y con este valor que se le diere y produjere, hacer la traslación de los Santos Pasos a la iglesia de Nuestra Señora del Puente y San Antón.”
              Manuel González de la Villa, provisor diocesano, aprobó la subasta el 19 de marzo de ese año, y finalmente se llevó a cabo la subasta después de que el arquitecto Rafael Santa María, maestro mayor de obras del obispado, hubiera realizado el informe oportuno respecto al valor que los despojos tenían, informe que a su vez se basaba en una tasación que en el mes de noviembre del año anterior había realizado el también arquitecto Mateo López. Ésta fue presidida por Rafael Felipe Mateo, teniente de maestro mayor del obras de la diócesis, y se realizó a la baja, partiendo de la cantidad de 1.860 reales. Ésta fue adjudicada al único pujador que se presentó, Vicente López Salcedo, en la cantidad de mil reales, y aunque en un primer momento, el beneficiario hizo público su deseo de reconstruir la ermita, muy pronto se vio que aquello era imposible, contentándose con extraer de allí la madera y la piedra que pudiera serle útil para realizar otras obras. Ya a finales de siglo, el solar donde había estado el edificio pasó a ser una parte de los jardines del nuevo Palacio Provincial de la Diputación.
              Entre los fondos del archivo de una de aquellas cuatro hermandades filiales, la de la Caña, hay documentación suficiente que demuestra de qué manera se siguió realizando durante toda la primera mitad del siglo XIX ese proceso de sustitución del viejo cabildo por las cuatro hermandades. Algunos documentos se refieren al reparto que entre ellas se hacía de los gastos generales de la procesión del Jueves Santo, pero el más interesante de todos quizá sea un documento fechado en 1844. En el documento, la que se define como Junta de Caridad, que estaba formada por las cuatro hermandades (ahora ya cinco, con la incorporación de la del Ecce-Homo), y con el fin de reducir costes, aprobaba que la antigua función religiosa que antes se dedicaba a los Santos Pasos, quedara reducida sólo a la misa en honor al Cristo de las Misericordias. Y en otra carta, fechada tres años más tarde, hay otra vez una clara referencia al cabildo de la Vera Cruz y Sangre de Cristo, lo que demuestra que éste aún no había desaparecido del todo, y que seguía vivo de alguna manera entre los miembros de las hermandades.
              De esta forma, la creación en 1849 de la actual Archicofradía de Paz y Caridad no fue en realidad, tal y como se ha creído hasta hace pocos años, un proceso externo a las hermandades, obligado por las autoridades diocesanas y motivado por la penuria en la que se encontraba en ese momento el cabildo de la Vera Cruz. Fue, más bien, un proceso interno, generado a partir de las propias hermandades filiales, que en ese momento decidieron dar un nuevo sentido jurisdiccional y cultual a su relación con el viejo cabildo matriz. Algo parecido, en fin, y salvando las distancias, a lo que sucedería un siglo más tarde, en 1982. Pero eso ya es otra historia.

sábado, 13 de abril de 2019

DE CABILDO DE LA VERA CRUZ A ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD. LA PROCESIÓN DEL JUEVES SANTO EN CUENCA (I)



Como ya he dicho en más de una ocasión, es necesario seguir insistiendo una y otra vez en esos temas que, conocidos y publicados, siguen siendo fruto de polémicas y de falsas historiografías, aunque sólo sea para poder desterrar, de una vez por todas, los mitos, las leyendas, que todavía circulan alrededor de nuestra semana mayor. Y es que todavía, en algunas publicaciones, siguen apareciendo como hechos reales algunos mitos ya antiguos, que los nuevos conocimientos que se tienen de la Semana Santa están dejando ya de lado, y que han sido muchos sobre todo en estas dos décadas del siglo XXI (véase, si no, por ejemplo, la última guía publicada por José Luis Muñoz, que abunda en datos erróneos e inexactitudes). Mitos como el supuesto origen gremial de nuestras hermandades (nada tienen que ver las hermandades penitenciales, abiertas, con los gremios, totalmente cerrados), la autoría de algunas de nuestras tallas (véase las últimas aportaciones sobre la verdadera faceta de Rabasa como simple intermediario), o la sucesión de procesiones penitenciales conquenses en los siglos XVI y XVII, hace tiempo demostrada por autores como Pedro Miguel Ibáñez o yo mismo, pero que todavía son desconocidos por una parte de nuestros nazarenos.
              Por ello, insistiendo en el mismo tema ya iniciado la semana pasada sobre la antigüedad de la procesión del Jueves Santo conquense, la más antigua de cuantas conforman en la actualidad el retablo procesional de nuestra Semana Santa, he querido rescatar una comunicación presentada en el XXV Simposio del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, celebrado en San Lorenzo del Escorial (Madrid) en septiembre de 2017. En ella se desarrolla, con más detalle, determinados aspectos de esta antigua procesión, y cómo el viejo cabildo de la Vera Cruz, entidad encargada, en Cuenca como en el resto de España, de organizar esta procesión, terminó por convertirse en la actual Archicofradía de Paz y Caridad, y en todas las hermandades que todavía hoy conforman esta archicofradía.
             
              Como digo, hasta hace veinte años, poco más o menos, era bastante escaso lo que en realidad se conocía de la Semana Santa de Cuenca, o al menos, ésta se basaba más en una mitología reinventada por literatos, pues los historiadores aún no habían entrado en una investigación seria y rigurosa del pasado de esta celebración. Así, fueron surgiendo aspectos que en realidad nada tenían que vera con la historia de nuestra Semana Santa, como el supuesto origen gremial de nuestras cofradías. A este respecto, debemos insistir en que una cosa eran las cofradías gremiales, cerradas para todas aquellas personas que no formaban parte de los propios gremios o profesiones que las amparaban, y otra muy diferente las cofradías penitenciales, de carácter abierto, y cuyo principal y a menudo casi único referente social, era la procesión, en el ámbito temporal de la Semana Santa. También, en base a una supuesta concordia entre los religiosos agustinos y los trinitarios, fechada en 1585, se creó en la penúltima década del siglo pasado un cuarto centenario inexistente, llegando incluso a dar categoría de decanato, de mayor antigüedad, a una procesión que en realidad, ahora se sabe, era la más joven de las tres procesiones clásicas conquenses. El documento trataba de otro tipo de procesiones, como la del Corpus, y se refería sólo a los propios institutos religiosos aludidos.
              Y reduciendo ahora el conjunto de toda una procesión al detalle de una hermandad particular, y de un asunto todavía más particular e íntimo de la cofradía, el tema de la joya que luce la talla de Jesús en el paso de Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto de la vespertina procesión del Jueves Santo, se ha convertido ya en un asunto más propio de la leyenda que de la historia. En efecto, sobre su origen se cuentan hermosas historias, pero absurdas desde el punto de vista histórico, de ladrones arrepentidos y de tardes románticas de lluvia abundante, que obligaron a suspender una procesión perdida entre las brumas del pasado; de milagros, en fin, realizados por una talla de Jesús orando en el huerto, la antigua que fuera restaurada por Marco Pérez después de la Guerra Civil, como si con ello, Él hubiera pretendido lucir para siempre esa medalla de oro y filigrana de plata cada nuevo Jueves Santo.
              He leído incluso en algún lugar historias de un supuesto y desconocido “señor de Mariana”, dicho así, con ese carácter nobiliario y señorial que nunca tuvo. Sería interesante investigar el verdadero origen de la joya, datable quizá en los años finales del siglo XVIII o en la centuria siguiente, y su incorporación real al paso de este viejo cabildo de la Vera Cruz, pero es más que presumible que el hecho pueda estar relacionado con cualquiera de los tres secretarios de este apellido, que se fueron sucediendo a lo largo de casi toda la centuria decimonónica, tanto en la imprenta familiar como en la secretaría de la propia hermandad: Valentín (1814-1826), Pedro (1826-1867) y Manuel Mariana (1867-1882), tres generaciones de impresores y cofrades. Y a todo esto habría que añadir, según un viejo texto de Ángel Martínez Soriano, que el paso en su conjunto “fue donado por los herederos de los señores de Mariano”. Sin duda, se trata de un error tipográfico y de concepto, que debe estar relacionado también con esta familia de impresores.
              Afortunadamente, la realidad ha ido cambiando en los últimos años, gracias a nuevas investigaciones, realizadas ya con un carácter más científico. Sin embargo, todavía pueden leerse en algunas publicaciones periódicas, incluso en guías y otros libros similares, afirmaciones que han sido ya desestimadas por completo por los historiadores. Mucho queda todavía por hacer, establecer sobre todo fechas y frecuencias cronológicas, comprobar por ejemplo, de manera fehaciente, la más que supuesta relación de los franciscanos con el origen de nuestra Semana Santa, en Cuenca como en el resto de España, de lo que luego hablaremos, o averiguar las autorías de aquellos pasos que fueron destruidos durante la Guerra Civil. Pero si queremos avanzar en el conocimiento de nuestro pasado, como conquenses y como cofrades, lo primero que tenemos que hacer es afianzar los conocimientos que ya tenemos, desechar por completo todas esas leyendas que sólo conducen al desconocimiento. Éste y no otro, es el verdadero sentido de nuestro trabajo, un trabajo de síntesis y de recopilación de los datos que ya tenemos del cabildo de la Vera Cruz, origen de la actual archicofradía de Paz y Caridad, que es sin duda, y a pesar de lo que se nos diga, el más antiguo de nuestra Semana Santa.


Cabildo de la Misericordia

              La primera referencia que tenemos de la existencia de un cabildo o hermandad bajo la advocación de la Misericordia, se la debemos al medievalista José María Sánchez Benito, y está fechada en el año 1438. Se trata de una donación realizada por el concejo de la ciudad a los cofrades de este cabildo, de una cantidad de tres mil reales para apoyar la construcción de un hospital. Por supuesto, no se trata todavía de una hermandad de carácter penitencial, sino puramente asistencial, y ni siquiera sabemos si  era la misma o estaba de alguna manera relacionada con la que, casi cien años más tarde, surgiría de manera definitiva y tendría como principal obligación la asistencia a los condenados a la pena capital. En efecto, durante la celebración de la sesión del ayuntamiento correspondiente al 21 de agosto de 1526, éste solicitaba de Carlos I la autorización real para la creación, bajo patronato municipal, de un cabido de seglares bajo este mismo título de la Misericordia, con el fin de enterrar a pobres y ajusticiados. ¿Había desaparecido el viejo cabildo medieval homónimo? ¿Se encontraba en una situación crítica, y el ayuntamiento pretendía revitalizarlo con su patrocinio oficial?
              El caso es que la autorización real no tardaría demasiado tiempo en llegar a la ciudad del Júcar. En efecto, ya en 1527, el cabildo municipal tomaba nota de que el emperador Carlos había accedido a la solicitud, y hacía las primeras gestiones en este sentido. Y la primera de ellas era la de nombrar a su primer prior, en la persona de uno de los regidores de la ciudad, Juan de Ortega. Claramente relacionado con este hecho, es un contrato firmado ese mismo año entre este regidor y cierto Maestro Miguel, cantero vizcaíno que está documentado en Cuenca durante el primer cuarto del siglo XVI, por el que éste se obligaba a colocar una cruz de piedra en el Campo de San Francisco, un lugar muy cercano a la ermita de San Roque, que se había convertido desde el primer momento en la sede canónica de la nueva cofradía.
              Acerca de este espacio urbano de la Cuenca del siglo XVI, hemos de realizar algunas consideraciones, pues forma parte del espacio vital de la nueva cofradía, que se asentó, como se ha dicho, en la ermita de San Roque; un santo, como es sabido, que precisamente poco tiempo antes, en los primeros años de la centuria, había cobrado un gran impulso en la fe de todos los creyentes, sustituyendo a San Sebastián como patrono contra la peste y otras enfermedades infeccionas. La ermita se hallaba asentada muy cerca, incluso en el propio compás del convento de San Francisco, una orden religiosa que, también, había venido impulsando en todo el país la devoción a la Pasión y muerte de Jesucristo, creando en ciudades y pueblos hermandades de la Vera Cruz, así como también las procesiones de Semana Santa. Y entre el convento y la pequeña ermita, allí donde Juan de Ortega había ordenado instalar la cruz de piedra, se hallaba un espacio abierto, el Campo de San Francisco, lugar donde en la Edad Media se habían celebrado los torneros señoriales, y donde en aquella época se llevaban a cabo los ajusticiamientos y los autos de fe inquisitoriales. Finalmente, sabemos de la existencia muy cerca de allí, en la actual calle José María Álvarez de Castro (durante mucho tiempo llamada Teniente González), de un hospital bajo esta misma advocación de la Misericordia,  quizá el mismo que había ayudado a construir el municipio durante la primera mitad del siglo XIV.
              Por otra parte, fue también ese mismo año, 1527, cuando se presentaba una solicitud con el fin que el ayuntamiento tomara las medidas necesarias para asegurar en el futuro la pervivencia económica de la nueva cofradía. La solicitud venía firmada por uno de sus regidores, Fernando de Valdés, por lo que resulta conveniente incidir algo en la personalidad del solicitante, pues se trata de una de las personas más incluyentes, social y económicamente, de la Cuenca de las primeras décadas del siglo XVI. Éste no es otro que el padre de los conocidos hermanos Alfonso y Juan de Valdés, humanistas ambos, perseguidos ambos en algún momento por su adscripción al primer erasmismo, de cuyo fundador, Erasmo de Rotterdam, eran amigos, a pesar de la importante influencia que ambos tuvieron tanto en la corte del emperador Carlos I, de quien el primero era uno de sus secretarios, como en la del Papa Adriano VI, de quien el segundo fue camarero. Fue sin duda el primero, Alfonso, quien actuaría como intermediario entre la ciudad y el emperador, aprovechándose de la situación de privilegio que en aquellos momentos mantenía en la corte.
              Sobre el padre hay que decir que éste, a pesar de su origen converso, había sido criado de Andrés de Cabrera en sus años juveniles (en el sentido en el que hay que dar a esta palabra en esa época, es decir, “persona que se encuentra bajo la protección de otra”), y estaba al frente del partido del primer marqués de Moya en las relaciones de poder de la ciudad. Por mediación de él, había sido nombrado regidor ya en 1482, año en el que también había empezado a ejercer el cargo de procurador en Cortes, representando a la ciudad ante los Reyes Católicos, y permaneció en la regiduría durante cerca de cuarenta años, hasta 1520. En esta fecha, al menos oficialmente, renunció al cargo en beneficio de su hijo primogénito, Andrés. Sin embargo, su dimisión no le impidió seguir asistiendo a las reuniones del cabildo hasta su muerte, acaecida en 1530.
              Dos meses después de haber renunciado al cargo de regidor, estallaría el conflicto de las comunidades, que en Cuenca estuvo dirigido por Luis Carrillo de Albornoz, señor de Torralba y de Beteta, y que no llegaría a tener demasiada importancia en la ciudad por la rápida desafección de éste, pero que se llevó por delante a algunos de sus regidores. Fermín Caballero dice que uno de esos regidores fue precisamente el ya conocido Juan de Ortega, aunque su presencia en el ayuntamiento seis años más tarde, cuando se crea el nuevo cabildo, y su nombramiento como primer prior de la cofradía, nos lleva a pensar que el hecho no es del todo cierto, o que, en todo caso, éste lograría poco tiempo después el perdón real.
              Volviendo a Valdés, también sobre sus dos hijos más famosos, Alfonso y Juan de Valdés, debemos decir alguna cosa más. Y es que a ambos, amigos de Erasmo como se ha dicho, y seguidores de algunas de sus tesis, se les ha atribuido en los últimos años la autoría de una de las más grandes novelas de la literatura española del siglo XVI, La Vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Al primero viene atribuyéndosela desde hace algunos años la profesora Rosa Navarro Durán, catedrática de literatura española en la Universidad de Barcelona, especialista en la figura del erasmista conquense, y ya ha publicado alguna edición crítica de la ya no tanto novela anónima, bajo la autoría expresa del conquense. Por su parte, al segundo se la ha atribuido más recientemente el hispanista norteamericano Daniel Crews, profesor en la Central Missouri State University.
              No vamos a entrar aquí en disquisiciones sobre estilos y maneras de escribir, que han llevado a dichas atribuciones, y que nada tienen que ver con este trabajo, pero sí en la relación que el padre tuvo con este tipo de hermandades asistenciales, pues no fue ésta de la Misericordia la única con la que él se relacionó. Y también, con el tema principal de la obra literaria, que es la mendicidad. Y es que Daniel Crews ha demostrado la relación que Fernando de Valdés siempre mantuvo con este tipo de instituciones religiosas y sociales, que en realidad tan relacionadas estaban entonces con eso que se ha venido a llamar policía sanitaria, y cuya solución siempre ha sido uno de los más importantes intereses de todos los ayuntamientos en la edad moderna.
              En este caso se trataba de la cofradía de San Lázaro (quizá no sea tampoco una casualidad el nombre del protagonista de la gran novela picaresca, la primera de este estilo literario), que desde tiempos medievales estaba establecida extramuros de la ciudad de Cuenca, en el barrio de San Antón, también con un claro sentido asistencial. Se trata, una vez más, de una advocación que era común en toda España, y en este sentido, hay que recordar que la palabra “lazareto” suele designar a ciertos hospitales que durante toda la Edad Media se fueron estableciendo en lugares apartados de las ciudades, aislados de ellas, en las que eran asistidos los enfermos que estaban afectados por enfermedades infecciosas, como la peste.
              En el caso de la hermandad conquense de San Lázaro, y según informa el propio Crews, en el año 1525, sólo un año antes de que se solicitara la aprobación real para la nueva cofradía, la mayoralía estaba al cargo también del propio Fernando de Valdés, quien, como tal, “dirigía las propiedades y rentas que apoyaban al hospital, y las casas que cuidaban a los mendigos enfermos, y coordinaba el trabajo de la cofradía asociada. Por su servicio, Fernando recibió 10.000 maravedíes de la Cámara de Castilla y otros fondos de la renta de mayoralía.” No debe ser casual tampoco que la ermita en la que el cabildo tenía su sede estuviera dedicada precisamente a San Roque, que desde los primeros años de la centuria había empezado a sustituir en toda España a San Sebastián, como ya se ha dicho, como patrono contra la peste.
              Volviendo al cabildo de la Misericordia, o al cabildo de Nuestra Señora de la Misericordia, como también se le conoce, sobre todo a partir de mediados de ese siglo, no son demasiados los datos que tenemos. Destaca entre ellos, cierta obligación firmada por el carpintero Cebrián de León, fechada el 8 de diciembre de 1543, por el que éste se obligaba con los cofrades del cabildo a realizar una obras de acondicionamiento en la ermita de San Roque. También conocemos los nombres de algunas personas de las que formaban parte de éste, como Francisco Becerril, autor de la famosa custodia de la ciudad, que sería destruida por los franceses durante la Guerra de la Independencia; el arquitecto Francisco de Luna, autor del puente de piedra que fue levantado para unir el convento dominico de San Pablo con el resto de la ciudad; y el herrero Francisco Martínez, yerno del escultor e imaginero flamenco, asentado en Cuenca en la segunda mitad de la centuria, Giraldo de Flugo. Como vemos, personajes que participan de profesiones diferentes, lo que impide ese supuesto origen gremial de nuestras cofradías de Semana Santa.

viernes, 5 de abril de 2019

LA HERMANDAD DE LA VERA CRUZ DE CUENCA, ANTECEDENTE DIRECTO DE LA ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD


Mucho se ha escrito y se ha hablado sobre el origen de la Semana Santa de Cuenca, y mucho, sobre todo, es lo que se ha investigado en los últimos años. Gracias a ello, se ha podido afianzar nuestro conocimiento sobre la procesión del Jueves Santo, hasta el punto de que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que se trata de la más antigua de cuantas conforman la Semana Santa conquense. En realidad, el hecho no en nuevo: así ha sido en todas las ciudades y pueblos de Castilla, incluso podríamos decir de toda España, salvando algunas excepciones, que podría haberlas. Es conocido el papel que en este sentido jugó en todos los lugares la hermandad de la Vera Cruz, y Cuenca, ciudad en la que también existió una hermandad de estas características, no podía ser una de esas excepciones. Sin embargo, todavía puede leerse en algunas publicaciones aseveraciones que beben aún en una época en la que primaban las leyendas y los mitos más que la propia investigación historiográfica, por lo que sigue siendo necesario insistir en un hecho suficientemente contrastado: el origen de la procesión del Jueves Santo conquense ya durante la primera mitad del siglo XVI. Éste es el motivo de este texto, a modo de introducción a un tema que será tratado más pormenorizadamente en las próximas semanas.

Si bien, como todos sabemos, en Cuenca existe una hermandad de la Vera Cruz moderna, que desfila en la procesión del Lunes Santo y nació para cubrir un hueco procesional hace algunos años, hay también otra hermandad histórica, clásica, que aunque actualmente ya no se llama de esta forma, porque cambió a mediados del siglo pasado su advocación titular por la de Archicofradía de Paz y Caridad, se corresponde con el antiguo cabildo de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y Misericordia. Mantiene, además, casi todas las características comunes de la mayor parte de estas cofradías religiosas: nació en el siglo XVI, al amparo del convento de religiosos franciscanos, para convertirse en la primera cofradía penitencial de la ciudad; organizó la procesión del Jueves Santo, presumiblemente formada por hermanos de luz y de sangre, aunque sobre este particular no se ha encontrado aún constatación documental definitiva,...

            La historia de la hermandad, si bien aún no bajo la titularidad de la Vera Cruz, se remonta al año 1521, cuando algunos regidores del ayuntamiento solicitaron del rey Carlos I autorización para fundar una hermandad que, bajo la advocación de la Misericordia se encargara de enterrar a los ajusticiados, hermandad que fue instalada en la ermita de San Roque, muy cercana al convento de franciscanos observantes. A mediados de la centuria, la hermandad de había enriquecido, pues se la ve firmando en los años cuarenta y setenta de aquella centuria, sendos contratos con diversos oficiales de la ciudad para arreglar la capilla que la hermandad tenía en la ermita. En el segundo de estos contratos se menciona la realización en la parte alta de la capilla de una sala de reuniones y un almacén y, lo que es más importante, se menciona por primera vez la advocación de la Vera Cruz unida a la más antigua de la Misericordia. No se sabe con seguridad las razones de este cambio de denominación, pero una posibilidad factible es que en algún momento entre esas dos restauraciones o modificaciones estructurales de su capilla, la advocación a la Vera Cruz, hubiera crecido en el seno de la hermandad por la influencia de los religiosos franciscanos. Pero también es bastante posible que en ese momento, lo que de verdad pudiera haber pasado, es que  que se hubiera producido una fusión entre dos hermandades diferentes: la de la Misericordia, asentada, como es sabido, en la ermita de San Roque, y la de la Vera Cruz, asentada quizá en un primer momento en el cercano convento de San Francisco, como era usual en esta época en casi todas las ciudades, y trasladada después a la ermita de San Roque as causa de la unificación.

            El primer documento en el que se habla de la procesión del Jueves Santo data de 1610, aunque las propias características de cualquier hermandad de la Vera Cruz, puramente penitencial, nos permite pensar que esta procesión existiera desde el mismo momento del nacimiento de la cofradía. Una prueba más en este sentido es el contrato que el escultor Giraldo de Flugo, flamenco afincado entonces en Cuenca, firma en 1580 con la hermandad de la Vera Cruz de Zaorejas, pueblo que en la actualidad se encuentra en la provincia de Guadalajara, pero que pertenecía entonces al obispado de Cuenca, por el que se comprometía a hacer una imagen de Jesús Nazareno para la que se debería utilizar como modelo la que pertenecía al cabildo de la Vera Cruz de Cuenca. Por diferentes aspectos que aparecen mencionados en el documento, se aprecia claramente que la escultura, como debía suceder también con el modelo utilizado, tenía una motivación de para ser portada en procesión; así lo demuestra el hecho de que su cuerpo debía ser vaciado por dentro, con el fin de aligerar en lo posible el peso de la talla. Un encargo de similares características para el pueblo cercano de Alcocer se firmaría también pocos años más tarde, en 1588, teniendo además como uno de sus protagonistas al propio Giraldo de Flugo; el otro protagonista de la hechura de la talla de Jesús Nazareno, junto a otra de Jesús amarrado a la columna, sería el pintor italiano, afincado en la ciudad, Bartolomé de Matarana, encargado de la policromía.

            En el siglo XVII, del seno del cabildo de la Vera Cruz nacieron, como sucediera también con otras cofradías de esta misma advocación tanto en Castilla como en Andalucía, algunas hermandades satélites, creadas con el fin de organizar la procesión de una imagen concreta dentro del cortejo general de la cofradía. De la cofradía conquense nacieron cuatro hermandades, las más antiguas de cuantas conforman aún en la actualidad la Semana Santa conquense: Paso del Huerto (antes de 1644), Jesús Nazareno (antes de 1645), Paso de la Caña (antes de 1671) y Nuestra Señora de la Soledad (antes de 1736), Estas cuatro hermandades fueron alcanzando paulatinamente una mayor preponderancia dentro de la estructuración general de la cofradía, proceso del todo paralelo a la propia crisis sufrida por la cofradía matriz en esa misma centuria (en 1676, según testifican los documentos conservados, apenas quedaban algunos hermanos en su seno), hasta el punto de que ya en el siglo XVIII eran precisamente estas hermandades satélites las encargadas de organizar por sí mismas todo el desfile procesional.

            A principios de aquella centuria, los soldados ingleses que defendían los derechos al trono del pretendiente Carlos de Habsburgo durante la Guerra de la Sucesión, habían destruido una parte del patrimonio de estas cofradías. Los datos nos lo ofrece, en base a un documento hasta ahora inédito, García Heras, y de él se ha hecho eco este mismo año Israel José Pérez Calleja en los Cuadernos de Semana Santa: “En la ciudad de Cuenca, entraron dichos soldados, y en la Hermita de San Roque, ultrajaron con la mayor indecencia todas las Efigies que avía en ella, y en especial la de Jesús Nazareno, que la arrojaron al suelo, y despojaron de sus vestiduras, dividieron en tres partes su Sacatrissina Cabeza, y quitaron un dedo de sus manos. También despojaron a Nuestra Señora de la Soledad, y con grande irrisión y escarnio, la pusieron en el Púlpito de la dicha Hermita, y a correspondencia el passo del Ecce-Homo. También despojaron el paso de la Oración del Huerto, y se llevaron todos los Frontales, y demás Ornamentos de dicha Hermita…  En dicha ciudad, los referidos Soldados vendieron púbica y generalmente, los Ornamentos y Vasos Sagrados que avían saqueado, aviendo comprado a uno, un platero,  una Paterna muy asquerosa, como de aver comido en ella; y a otro un pie de Cáliz, que lo sacó de las partes impúdicas, y otro Soldado llevaba en un pollino puesto por ataharre una estola morada; y otro, por cabezada de su caballo, el Cordón con que estaba ceñida la Efigie de Jesús Nazareno, que hizieron pedazos en la Hermita de San Roque.”

El siglo XIX marca un nuevo hito en la historia de la cofradía, que había estado a punto de desaparecer en 1810, invadida la ciudad por las tropas francesas, quienes incendiaron la ermita y saquearon los bienes de la propia hermandad. Ya antes de ello, unos meses antes de iniciarse la guerra, algunos de los miembros del viejo cabildo encabezados por su hermano más antiguo, Antonio Lorenzo Urbán, se juntaban con el fin de defender sus intereses contra los de las ya poderosas hermandades satélites, que pretendían que el cabildo hiciera entrega de todos sus papeles al tribunal diocesano. Estas hermandades, que durante la centuria anterior habían sido creadas en el seno del cabildo de la Vera cruz, pretendían ahora organizar por sí misma la procesión del Jueves Santo, y querían además algo que hasta entonces había sido prerrogativa únicamente del cabildo matriz: el entierro de los ajusticiados. Junto al propio Antonio Urbán, miembro del cabildo catedralicio, se encontraban otros personajes que pertenecían también a la oligarquía conquense, como José Julián Mayordomo, Vicente Antonio de Villena o incluso Francisco de Paula Álvarez de Toledo, señor de Hortizuela y regidor perpetuo y decano del ayuntamiento conquense. En aquella reunión, y con el fin de anticiparse a cualquier tipo de litigio,  los asistentes decidieron otorgar sendos poderes a diferentes procuradores de la audiencia de Cuenca, de la Real Chancillería de Granada y del Consejo de Castilla.

Dos años más tarde, en 1810, los franceses incendiaron la ermita de San Roque, y la hermandad llegó incluso a ser suprimida temporalmente por el tribunal diocesano. Aunque el cabildo reconoció en ese momento la supresión de la hermandad, e incluso ordenó el reparto la escasa cera de la que aún disponía la hermandad entre los escasos miembros con los que aún contaba, se trataba en realidad de un hecho puramente coyuntural. En efecto, una vez terminada la guerra el cabildo volvió a cobrar vida, aunque siempre, esos sí, bajo el amparo de las antiguar hermandades filiales. No cabe duda de que se trata de una misma cofradía, a pesar de que hay quien afirma, intencionadamente, que se trata de dos hermandades diferentes. Se trata con ello de defender una sucesión histórica entre esta cofradía antigua y la nueva, que en la actualidad desfila en la procesión del Lunes Santo, pretendiendo una antigüedad que ya era una pretensión en el momento de su fundación, hace quince años, y que en realidad, no le corresponde.

Para entonces, las imágenes de estas hermandades habían sido trasladadas ya a la iglesia de la Virgen de la Luz, recuperada para el culto a instancias del propio Ayuntamiento de la ciudad, traslado que se llevó a efecto, después de haber sido solicitado por el propio Ayuntamiento, a finales de la década de los años veinte de aquella centuria. Sin embargo, y otra vez gracias al trabajo de lo que habían sido hermandades filiales, que mientras tanto habían seguido organizando el desfile del Jueves Santo, el cabildo de la Vera Cruz pudo renacer de sus cenizas. La documentación que aún conserva la hermandad de Jesús con la Caña es clara en este sentido: en esos años se creó entre las diversas hermandades, y en el seno de la propia hermandad de la Vera Cruz, una Junta de Caridad, antecedente claro de lo que más tarde sería la Archicofradía de Paz y Caridad. Por otra parte, aunque sigue costando en esa documentación la cofradía de la Vera Cruz, en realidad, ésta ya no tenía ninguna función como tal, por dicha junta de Caridad la siguen formando los miembros de las otrora hermandades satélites, las cuales, además, se repartían entre ellas, a partes iguales, todos los gastos ocasionados por la procesión del Jueves Santo.

Poco tiempo después, en la década de los treinta, la hermandad del Ecce-Homo, que en la centuria anterior había organizado durante algún tiempo la procesión del Miércoles Santo, se incorporó a la todavía hermandad de la Vera Cruz, y veinte años más tarde sería una hermandad de nueva creación, la del Amarrado, la que completaría el desfile, y terminaría por dar un nuevo impulso a la Semana Santa del periodo. Fue entonces, hacia los años intermedios del siglo XIX, cuando se terminó de consolidad esa unión relativa de las hermandades que habían formado desde mucho tiempo antes antes el cabildo de la Vera Cruz, con la creación finalmente de la Archicofradía de Paz y Caridad, que aún subsiste. Este hecho terminó de dar consistencia definitiva a la procesión del Jueves Santo, tal y como hoy la conocemos. En 1865, fueron confirmadas por el provisor general de la diócesis las constituciones de la nueva institución, que heredaba todas las prerrogativas anteriores del cabildo de la Vera Cruz, incluida también la de enterrar a los ajusticiados, que aún mantenía desde que fuera fundada en el siglo XVI. Y ya durante la segunda mitad del siglo XX, la archicofradía se terminaría de constituir, con una nueva hermandad, la de Jesus Caído y la Verónica, y un segundo paso dentro de la hermandad de Jesús Nazareno, el del Auxilio.