Cabildo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de la Misericordia
Hasta
ahora hemos venido hablando de un cabildo o cofradía con carácter puramente
asistencial, dedicado a enterrar a los pobres de la ciudad y, sobre todo, a los
condenados a la pena de muerte, y también a asistirles en sus últimas horas de
vida. Por lo tanto, éste no tenía aún carácter penitencial, y no estaba de
ninguna manera relacionado todavía con la celebración de la Semana Santa. Sin
embargo, el hecho ya había cambiado para el año 1575, cuando se firmaba una
nueva concordia o contrato entre la propia cofradía, representada por su prioste
o hermano mayor, que en ese momento era el boticario Blas de Murcia, y los
carpinteros Diego Gil, Pedro de Iturbe y Juan Palacios. Estos se comprometían a
reforzar de nuevo la iglesia, apenas treinta años después de que se hubieran
realizado las últimas obras. Pero Ahora, la advocación completa con la que
aparece mencionada la hermandad es la siguiente: Cabildo de la Vera Cruz y
Nuestra Señora de la Misericordia.
Y si esta
advocación de la Vera Cruz no fuera suficiente por sí misma para certificar el
nuevo rumbo penitencial que el cabildo ya había adquirido, otros documentos,
fechados respectvamente el 1580 y 1588, demuestran que la hermandad ya disponía
de algunas imágenes que, por sus características, habían sido concebidas para
la procesión del Jueves Santo, y entre ellas una talla de Jesús Nazareno. Por
ambos documentos, el escultor Giraldo de Flugo y el pintor de origen italiano
Bartolomé de Matarana, se obligaban a realizar sendas obras similares para las
hermandades respectivas de Zaorejas y Alcocer, en la actualidad pueblos los dos
de la provincia de Guadalajara, pero que entonces dependían de la diócesis de
Cuenca. Ambos artistas, aunque de origen extranjero, habían abierto desde
algunos años antes su propio taller en la capital conquense, y debían utilizar
como modelo para sus obras la talla de Jesús Nazareno que era propiedad de la
hermandad de Cuenca.
¿Qué es
lo que pudo suceder para que en apenas cincuenta años se produjera en el seno
del instituto conquense esta transformación en la advocación completa del
cabildo, incorporándose de esta manera a su antigua función social una nueva
función eminentemente penitencial? El hecho, desde luego, debe estar
relacionado con el importante desarrollo teatral y festivo que tuvo en aquella
época la celebración de la Semana Santa en la calle, que tuvo su máximo apogeo, primero y a nivel
particular de estas hermandades de la Vera Cruz, con la concesión por parte del
papa Pablo III de ciertas indulgencias y beneficios a la cofradía de la Vera
Cruz de Toledo, extensible también al resto de hermandades similares y homónimas
del resto de Castilla, y a un nivel más generalizado, con las tesis aprobadas
durante el Concilio de Trento, que se celebró en esta ciudad italiana entre 1545
y 1563. Y desde luego, tuvo que producirse sólo de dos maneras posibles: que
dentro del propio cabildo de la Misericordia hubiera surgido entre sus hermanos
una devoción lógica a la Cruz como instrumento de martirio; o que en realidad
se tratara en su origen de dos cofradías diferentes, unidas éstas en algún
momento anterior al ya citado año 1575.
En favor
de la primera de las hipótesis, hay que decir que no se trataría ésta de la
única hermandad de la Vera Cruz que tenía también esa doble función, penitencial
y asistencial. Esta función, la de enterrar a los ajusticiados se da también en
otras hermandades similares radicadas sobre todo en la mitad norte de España,
como Salamanca, Vitoria y algunas poblaciones gallegas; sobre todo este asunto ya
he tratado más detenidamente en otros trabajos anteriores, por lo que no creo necesario
extenderme demasiado en ello. También son abundantes en la comarca de la Rioja
las hermandades de la Vera Cruz que tenían encomendada esta misma misión, como
ha demostrado Fermín Labarga, y en Valladolid, según Luis Fernández Martín, lo
hacía la hermandad de Nuestra Señora de la Misericordia.
Sin
embargo, no son extraños tampoco los casos que se pueden citar de hermanamiento
entre dos cofradías diferentes, incluso también entre cofradías que tenían
fines distintos. Por otra parte, sería lógico pensar que, de ser cierta la
teoría de un origen interno de la nueva advocación penitencial en el seno de la
cofradía asistencial, esta devoción debía haber irrumpido con fuerza después de
1543; en este año está datado el primer convenio para arreglar la sede de la
cofradía, y en él, como hemos visto, no se menciona todavía ninguna referencia
devocional a la Cruz. Una fecha, desde luego, demasiado tardía para la creación
de una hermandad de este tipo en una ciudad como Cuenca, sede de uno de los
obispados más importantes del reino; una hermandad, por otra parte, que en casi
todos los pueblos españoles, grandes y pequeños, había sido el origen de las
procesiones de Semana Santa, y que había tenido su primer gran impulso durante
el primer tercio de la centuria.
En el
marco de su estudio sobre la cofradía de la Vera Cruz de Cuenca y su relación
con el origen de la Semana Santa, Pedro Miguel Ibáñez ha estudiado las
constituciones de diversas hermandades de este tipo existentes en el conjunto
de la diócesis, y ha establecido algunas fechas que nos resultan interesantes. Son
fechas todas ellas, que nos remiten a la segunda mitad del siglo, es cierto,
pero hay que tener en cuenta que se trata, en todas las ocasiones, de la
aprobación de sus constituciones conservadas, no del año de fundación de la
hermandad. Por mi parte, yo también he investigado en la hermandad de la Vera
Cruz de Navalón, un pequeño pueblo situado a apenas quince kilómetros de la capital
de la diócesis, de la cual en aquella época era una simple aldea. A partir de
la documentación, podemos saber que esta hermandad ya había celebrado su
primera procesión en 1536, y no sería lógico pensar que todas esas hermandades,
establecidas en núcleos rurales sometidos a la influencia de la diócesis
conquense, incluida la de Navalón, pudieran ser más antiguas que la propia
cofradía homónima de la capital del obispado.
Pero bien
se trate de una posible fusión de dos hermandades diferentes en el origen, o se
trate de una única hermandad con una advocación desdoblada, algo que sólo el
descubrimiento de nuevos documentos hasta hoy desconocidos podría clarificar,
lo que sí nos parece claro es la influencia que los religiosos del vecino
convento franciscano pudieron haber tenido en el desarrollo de la devoción
crucífera entre los habitantes de la ciudad del Júcar. Hay que recordar que la
hermandad tenía su sede en la ermita de San Roque, frente al propio convento
franciscano, y en lo que podría llamarse su compás o zona de influencia. Hay
que recordar también el encargo de su primer prior, Juan de Ortega, para la
elaboración de una cruz de piedra en el Campo de San Francisco, que con el paso
del tiempo pasaría a llamarse Cruz del Humilladero, dando origen con ello a
otra leyenda ambientada incluso en el tiempo de la conquista de la ciudad por
el rey Alfonso VIII.
Pero si
estos datos de carácter espacial no bastaran por sí mismo para establecer esta
relación, podemos aducir también la generalizada devoción que en el instituto
franciscano tuvo el culto a la Cruz, y a todo lo que con ella estaba
relacionado, y que se fue extendiendo por todo el país gracias a su poderosa
influencia. En efecto, son muy numerosas las hermandades de la Vera Cruz que
fueran creadas por los religiosos de San Francisco. En mi libro Ilustración y cofradías, ya he insistido
pormenorizadamente sobre este aspecto, pero creo conveniente insistir un poco
más en ello. También lo han hecho otros especialistas en el tema, como José
Sánchez Herrero o el ya citado Fermín Labarga.
Pero
además de esa relación entre los franciscanos y el culto a la Vera Cruz,
rastreable con facilidad en los ámbitos sevillano y riojano, el proceso se dio
también en otras partes de España: Galicia, Extremadura, Castilla-La Mancha,
Navarra,… Y también en otras partes de Andalucía: la hermandad malagueña de la
Vera Cruz, por ejemplo, también estaba radicada canónicamente en el convento franciscano
de San Luis el Real. Por cierto, también esta cofradía malagueña tenía a su
cargo otras hermandades filiales, como la de Nuestra Señora de la Esclavitud.
Dicho
esto, la centuria siguiente sería un tiempo de crisis y apogeo al mismo tiempo.
Crisis en la cofradía matriz, que en 1610 se vería afectada por un
enfrentamiento entre el prioste de ese año, Jerónimo Bayo, y su antecesor en el
cargo, Jerónimo de Pedraza, por un asunto relacionado con la falta de fondos en
la cofradía de una cantidad importante de dinero, cerca de los veinte mil
maravedíes, que éste había empleado, según sus propias manifestaciones, en la
adquisición de ciertas indulgencias papales que, sin embargo, no habían llegado
a la hermandad. Y que medio siglo más tarde, en 1676, solicitaba del corregidor
de la ciudad, Juan de Porres Monroy, ayuda institucional para darle un nuevo
impulso. Según este mismo documento, en el que la cofradía recibía ya una
triple titularidad, Vera Cruz, Sangre de Cristo y Misericordia, ésta se
componía en ese momento sólo de dieciséis hermanos, los cuales solicitaban la
aprobación de unas constituciones nuevas, más benignas, que pudieran facilitar
la incorporación de nuevos cofrades entre los habitantes de la ciudad.
Y al
mismo tiempo, de apogeo entre sus hermandades filiales, que habían ido
surgiendo a lo largo de la centuria con el fin de organizar, dentro de la
propia procesión común del Jueves Santo, la parte de ésta que correspondía a
cada uno de esos pasos. Estas primeras hermandades satélites eran cuatro (Jesús
Nazareno, Virgen de la Soledad, Paso del Huerto y Paso de la Caña), y fueron el
germen para que después, completamente independientes respecto del cabildo
matriz, se convirtieran en las primeras hermandades actuales. El proceso fue
paralelo al que se dio también en el cabildo de San Nicolás de Tolentino y la
procesión de la madrugada del Viernes Santo. Todas ellas compartían capilla en
la ermita de San Roque, la llamada en la documentación “capilla de los Pasos”,
y su relación de dependencia todavía con el cabildo matriz se puede observar en
ciertas cartas de obligación que se conservan en el Archivo Histórico
Provincial de Cuenca. A modo de ejemplo, podemos citar la firmada en 1646 por
un tal Francisco del Castillo de Albaráñez, quien se obligaba a pagar la
cantidad de quinientos noventa reales “a
la hermandad del Paso del Huerto, que es de la cofradía de la Sangre de Christo
nuestro bien, sita en la ermita del señor San Roque.” Ya hemos visto que se
trata de la misma cofradía de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y Nuestra Señora
de la Misericordia.
Como
hemos dicho, el proceso de independencia de estas hermandades con respecto al
cabildo matriz concluyó a lo largo del siglo XVIII. La hermandad del Paso del
Huerto ha conservado hasta los últimos años del siglo pasado dos libros de
actas, hoy perdidos a pesar de que había dado cuenta de ello Ángel Martínez
Soriano, el primero de los cuales arrancaba de 1741. La primera acta está
fechada el 9 de abril de ese año, y en ella se recogía, parece ser, la aprobación
de sus constituciones por el provisor general de las diócesis, Diego de Viana,
y en ella consta además el nombre de su primer secretario, Antonio Avendaño. Es
lógico pensar, por lo tanto, que fue en este momento cuando la cofradía
consiguió su total independencia. Respecto al resto de hermandades, no podemos
datar la fecha exacta en la que se llevó a cabo este proceso, aunque parece ser
que la de la Virgen de la Soledad conservó también hasta hace algún tiempo un
libro de actas que arrancaba en 1736.
Archicofradía de Paz y Caridad
La
historia posterior del cabildo de la Vera Cruz ya es más conocida por todos,
aún cuando el reciente descubrimiento de algunos documentos de archivo han
sacado a la luz algunos datos que complementan esa historia. En 1810, los
franceses que habían invadido la ciudad incendiaron la ermita de San Roque,
quedando ésta reducida a un conjunto de escombros, lo que obligó a los hermanos
de los cuatro pasos que recibían culto en ella, a trasladar temporalmente las
imágenes a la pequeña iglesia de San Esteban. Al mismo tiempo, el propio
cabildo de la Vera Cruz hizo frente a un nuevo proceso de crisis, que obligó a
su vez a sus hermanos, apenas ahora unos diez cofrades, a solicitar del
provisor diocesano la necesaria autorización para que pudiera ser suprimida
oficialmente la institución, “y que la
poca zera que ha quedado se reparta entre los cortos individuos que son
acreedores, con las dos viudas, por lo mucho que han gastado en esa devoción…
todo antes que venga otro saqueo”.
Se ha
dicho por otros estudiosos del tema que ésta podría no ser la misma cofradía de
la Vera Cruz de la que venimos hablando, basándose para ello en la supresión de
la misma. Pero lo cierto es que el espacio geográfico en el que se asienta, los
llamados Portales Largos, esto es, el propio Campo de San Francisco, es
bastante significativo por sí mismo. Es de suponer, por lo tanto, que aunque la
hermandad fue suprimida aquel mismo año, dicha supresión fue sólo un hecho coyuntural,
provocado por la situación en la que la ciudad y sus habitantes se encontraban
en aquel momento, motivado todo ello por la invasión napoleónica.
Hay que
tener en cuenta que el proceso se enmarca también, al mismo tiempo que en esa
situación coyuntural, en un proceso estructural que estaba relacionado con las
fuertes tensiones que desde mucho tiempos antes se venían produciendo, entre la
propia cofradía de la Vera Cruz y los que antes habían sido sus cuatro
hermandades filiales, y que en ese momento ya establan plenamente independizadas
de ella, compartiendo entre las cuatro los gastos propios de la procesión del
Jueves Santo, aquellos gastos a los que la cofradía matriz ya no podía acudir.
Poco tiempo antes, en 1807, algunos miembros de la oligarquía conquense,
hermanos todos ellos de la cofradía de la Vera Cruz, se reunían en la casa de
uno de ellos, Francisco de Paula Castillo Álvarez de Toledo, regidor de la
ciudad y señor de Hortizuela y El Palmero, para responder a cierto proceso
judicial que los hermanos de los cuatro pasos habían iniciado ante el tribunal
diocesano, y que solicitaban ahora al cabildo matriz “la entrega de los libros y papeles tocantes a dicha cofradía, a
instancias según parece de las Hermandades que hay en la ermita de esta
cofradía.”
Como
primera medida para evitarlo, los cofrades reunidos acudieron al escribano
Manuel González de Santa Cruz, con el fin de otorgar ciertos poderes a varios
procuradores de diversos tribunales, para que estos pudieran defenderles en el
caso de que el pleito entre cofradía y hermandades siguiera adelante: Manuel
Camarón y Alejo Delamadrid, del propio tribunal conquense; Martín Infante y
Juan Nepomuceno Negri, de la Real Chancillería de Granada; y Felipe López de
León y Martín Narváez, de los Reales Consejos de Madrid. No sabemos si al final
el proceso llegó a sustanciarse en realidad.
En el documento figuran también los nombres de algunos de los hermanos
de la cofradía, miembros todos ellos de la alta sociedad conquense, pues junto
al propio señor de Hortizuela figuraban también Antonio Lorenzo Urbán, miembro
del cabildo diocesano, José Julián Mayordomo y Vicente Antonio de Villena.
En 1816,
el ayuntamiento solicitaba de la Dirección Nacional de Rentas el edificio de la
antigua ermita de la Virgen de la Luz, o del Puente, que había permanecido
abandonada desde 1789, afectada por las primeras leyes desamortizadoras de
Carlos IV, que habían suprimido en Cuenca la comunidad de los religiosos
antoneros. Obtenido el edificio, y después de haber sido llevada allí la talla
mariana de la Virgen de la Luz, desde la iglesia de San Juan, solicitó a las
cuatro hermandades filiales el traslado también de sus respectivas imágenes titulares.
El proceso fue rápido, pues éstas ya se hallaban allí dos años más tarde.
Recientemente, he podido encontrar un documento inédito, bastante interesante,
sobre algunos detalles relacionados con este traslado. Se trata de la subasta
realizada por las cuatro hermandades con el fin de aprovechar de alguna manera
los restos que habían quedado de la destruida ermita “en que se hallaban los Santos Pasos y pertenecía a las Quatro
Hermandades, desmantelada de padecer ruyna, con exposición a desgracias, por
cuya razón se había tratado de aprovechar sus despojos antes de que fueran
extrahidos o totalmente inutilizados en aquel mismo sitio, y con este valor que
se le diere y produjere, hacer la traslación de los Santos Pasos a la iglesia
de Nuestra Señora del Puente y San Antón.”
Manuel González de la Villa,
provisor diocesano, aprobó la subasta el 19 de marzo de ese año, y finalmente
se llevó a cabo la subasta después de que el arquitecto Rafael Santa María,
maestro mayor de obras del obispado, hubiera realizado el informe oportuno
respecto al valor que los despojos tenían, informe que a su vez se basaba en
una tasación que en el mes de noviembre del año anterior había realizado el
también arquitecto Mateo López. Ésta fue presidida por Rafael Felipe Mateo,
teniente de maestro mayor del obras de la diócesis, y se realizó a la baja,
partiendo de la cantidad de 1.860 reales. Ésta fue adjudicada al único pujador
que se presentó, Vicente López Salcedo, en la cantidad de mil reales, y aunque
en un primer momento, el beneficiario hizo público su deseo de reconstruir la
ermita, muy pronto se vio que aquello era imposible, contentándose con extraer
de allí la madera y la piedra que pudiera serle útil para realizar otras obras.
Ya a finales de siglo, el solar donde había estado el edificio pasó a ser una
parte de los jardines del nuevo Palacio Provincial de la Diputación.
Entre los
fondos del archivo de una de aquellas cuatro hermandades filiales, la de la
Caña, hay documentación suficiente que demuestra de qué manera se siguió
realizando durante toda la primera mitad del siglo XIX ese proceso de
sustitución del viejo cabildo por las cuatro hermandades. Algunos documentos se
refieren al reparto que entre ellas se hacía de los gastos generales de la
procesión del Jueves Santo, pero el más interesante de todos quizá sea un
documento fechado en 1844. En el documento, la que se define como Junta de
Caridad, que estaba formada por las cuatro hermandades (ahora ya cinco, con la
incorporación de la del Ecce-Homo), y con el fin de reducir costes, aprobaba
que la antigua función religiosa que antes se dedicaba a los Santos Pasos,
quedara reducida sólo a la misa en honor al Cristo de las Misericordias. Y en
otra carta, fechada tres años más tarde, hay otra vez una clara referencia al
cabildo de la Vera Cruz y Sangre de Cristo, lo que demuestra que éste aún no
había desaparecido del todo, y que seguía vivo de alguna manera entre los
miembros de las hermandades.
De esta
forma, la creación en 1849 de la actual Archicofradía de Paz y Caridad no fue
en realidad, tal y como se ha creído hasta hace pocos años, un proceso externo
a las hermandades, obligado por las autoridades diocesanas y motivado por la penuria
en la que se encontraba en ese momento el cabildo de la Vera Cruz. Fue, más
bien, un proceso interno, generado a partir de las propias hermandades
filiales, que en ese momento decidieron dar un nuevo sentido jurisdiccional y
cultual a su relación con el viejo cabildo matriz. Algo parecido, en fin, y
salvando las distancias, a lo que sucedería un siglo más tarde, en 1982. Pero
eso ya es otra historia.