sábado, 13 de abril de 2019

DE CABILDO DE LA VERA CRUZ A ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD. LA PROCESIÓN DEL JUEVES SANTO EN CUENCA (I)



Como ya he dicho en más de una ocasión, es necesario seguir insistiendo una y otra vez en esos temas que, conocidos y publicados, siguen siendo fruto de polémicas y de falsas historiografías, aunque sólo sea para poder desterrar, de una vez por todas, los mitos, las leyendas, que todavía circulan alrededor de nuestra semana mayor. Y es que todavía, en algunas publicaciones, siguen apareciendo como hechos reales algunos mitos ya antiguos, que los nuevos conocimientos que se tienen de la Semana Santa están dejando ya de lado, y que han sido muchos sobre todo en estas dos décadas del siglo XXI (véase, si no, por ejemplo, la última guía publicada por José Luis Muñoz, que abunda en datos erróneos e inexactitudes). Mitos como el supuesto origen gremial de nuestras hermandades (nada tienen que ver las hermandades penitenciales, abiertas, con los gremios, totalmente cerrados), la autoría de algunas de nuestras tallas (véase las últimas aportaciones sobre la verdadera faceta de Rabasa como simple intermediario), o la sucesión de procesiones penitenciales conquenses en los siglos XVI y XVII, hace tiempo demostrada por autores como Pedro Miguel Ibáñez o yo mismo, pero que todavía son desconocidos por una parte de nuestros nazarenos.
              Por ello, insistiendo en el mismo tema ya iniciado la semana pasada sobre la antigüedad de la procesión del Jueves Santo conquense, la más antigua de cuantas conforman en la actualidad el retablo procesional de nuestra Semana Santa, he querido rescatar una comunicación presentada en el XXV Simposio del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, celebrado en San Lorenzo del Escorial (Madrid) en septiembre de 2017. En ella se desarrolla, con más detalle, determinados aspectos de esta antigua procesión, y cómo el viejo cabildo de la Vera Cruz, entidad encargada, en Cuenca como en el resto de España, de organizar esta procesión, terminó por convertirse en la actual Archicofradía de Paz y Caridad, y en todas las hermandades que todavía hoy conforman esta archicofradía.
             
              Como digo, hasta hace veinte años, poco más o menos, era bastante escaso lo que en realidad se conocía de la Semana Santa de Cuenca, o al menos, ésta se basaba más en una mitología reinventada por literatos, pues los historiadores aún no habían entrado en una investigación seria y rigurosa del pasado de esta celebración. Así, fueron surgiendo aspectos que en realidad nada tenían que vera con la historia de nuestra Semana Santa, como el supuesto origen gremial de nuestras cofradías. A este respecto, debemos insistir en que una cosa eran las cofradías gremiales, cerradas para todas aquellas personas que no formaban parte de los propios gremios o profesiones que las amparaban, y otra muy diferente las cofradías penitenciales, de carácter abierto, y cuyo principal y a menudo casi único referente social, era la procesión, en el ámbito temporal de la Semana Santa. También, en base a una supuesta concordia entre los religiosos agustinos y los trinitarios, fechada en 1585, se creó en la penúltima década del siglo pasado un cuarto centenario inexistente, llegando incluso a dar categoría de decanato, de mayor antigüedad, a una procesión que en realidad, ahora se sabe, era la más joven de las tres procesiones clásicas conquenses. El documento trataba de otro tipo de procesiones, como la del Corpus, y se refería sólo a los propios institutos religiosos aludidos.
              Y reduciendo ahora el conjunto de toda una procesión al detalle de una hermandad particular, y de un asunto todavía más particular e íntimo de la cofradía, el tema de la joya que luce la talla de Jesús en el paso de Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto de la vespertina procesión del Jueves Santo, se ha convertido ya en un asunto más propio de la leyenda que de la historia. En efecto, sobre su origen se cuentan hermosas historias, pero absurdas desde el punto de vista histórico, de ladrones arrepentidos y de tardes románticas de lluvia abundante, que obligaron a suspender una procesión perdida entre las brumas del pasado; de milagros, en fin, realizados por una talla de Jesús orando en el huerto, la antigua que fuera restaurada por Marco Pérez después de la Guerra Civil, como si con ello, Él hubiera pretendido lucir para siempre esa medalla de oro y filigrana de plata cada nuevo Jueves Santo.
              He leído incluso en algún lugar historias de un supuesto y desconocido “señor de Mariana”, dicho así, con ese carácter nobiliario y señorial que nunca tuvo. Sería interesante investigar el verdadero origen de la joya, datable quizá en los años finales del siglo XVIII o en la centuria siguiente, y su incorporación real al paso de este viejo cabildo de la Vera Cruz, pero es más que presumible que el hecho pueda estar relacionado con cualquiera de los tres secretarios de este apellido, que se fueron sucediendo a lo largo de casi toda la centuria decimonónica, tanto en la imprenta familiar como en la secretaría de la propia hermandad: Valentín (1814-1826), Pedro (1826-1867) y Manuel Mariana (1867-1882), tres generaciones de impresores y cofrades. Y a todo esto habría que añadir, según un viejo texto de Ángel Martínez Soriano, que el paso en su conjunto “fue donado por los herederos de los señores de Mariano”. Sin duda, se trata de un error tipográfico y de concepto, que debe estar relacionado también con esta familia de impresores.
              Afortunadamente, la realidad ha ido cambiando en los últimos años, gracias a nuevas investigaciones, realizadas ya con un carácter más científico. Sin embargo, todavía pueden leerse en algunas publicaciones periódicas, incluso en guías y otros libros similares, afirmaciones que han sido ya desestimadas por completo por los historiadores. Mucho queda todavía por hacer, establecer sobre todo fechas y frecuencias cronológicas, comprobar por ejemplo, de manera fehaciente, la más que supuesta relación de los franciscanos con el origen de nuestra Semana Santa, en Cuenca como en el resto de España, de lo que luego hablaremos, o averiguar las autorías de aquellos pasos que fueron destruidos durante la Guerra Civil. Pero si queremos avanzar en el conocimiento de nuestro pasado, como conquenses y como cofrades, lo primero que tenemos que hacer es afianzar los conocimientos que ya tenemos, desechar por completo todas esas leyendas que sólo conducen al desconocimiento. Éste y no otro, es el verdadero sentido de nuestro trabajo, un trabajo de síntesis y de recopilación de los datos que ya tenemos del cabildo de la Vera Cruz, origen de la actual archicofradía de Paz y Caridad, que es sin duda, y a pesar de lo que se nos diga, el más antiguo de nuestra Semana Santa.


Cabildo de la Misericordia

              La primera referencia que tenemos de la existencia de un cabildo o hermandad bajo la advocación de la Misericordia, se la debemos al medievalista José María Sánchez Benito, y está fechada en el año 1438. Se trata de una donación realizada por el concejo de la ciudad a los cofrades de este cabildo, de una cantidad de tres mil reales para apoyar la construcción de un hospital. Por supuesto, no se trata todavía de una hermandad de carácter penitencial, sino puramente asistencial, y ni siquiera sabemos si  era la misma o estaba de alguna manera relacionada con la que, casi cien años más tarde, surgiría de manera definitiva y tendría como principal obligación la asistencia a los condenados a la pena capital. En efecto, durante la celebración de la sesión del ayuntamiento correspondiente al 21 de agosto de 1526, éste solicitaba de Carlos I la autorización real para la creación, bajo patronato municipal, de un cabido de seglares bajo este mismo título de la Misericordia, con el fin de enterrar a pobres y ajusticiados. ¿Había desaparecido el viejo cabildo medieval homónimo? ¿Se encontraba en una situación crítica, y el ayuntamiento pretendía revitalizarlo con su patrocinio oficial?
              El caso es que la autorización real no tardaría demasiado tiempo en llegar a la ciudad del Júcar. En efecto, ya en 1527, el cabildo municipal tomaba nota de que el emperador Carlos había accedido a la solicitud, y hacía las primeras gestiones en este sentido. Y la primera de ellas era la de nombrar a su primer prior, en la persona de uno de los regidores de la ciudad, Juan de Ortega. Claramente relacionado con este hecho, es un contrato firmado ese mismo año entre este regidor y cierto Maestro Miguel, cantero vizcaíno que está documentado en Cuenca durante el primer cuarto del siglo XVI, por el que éste se obligaba a colocar una cruz de piedra en el Campo de San Francisco, un lugar muy cercano a la ermita de San Roque, que se había convertido desde el primer momento en la sede canónica de la nueva cofradía.
              Acerca de este espacio urbano de la Cuenca del siglo XVI, hemos de realizar algunas consideraciones, pues forma parte del espacio vital de la nueva cofradía, que se asentó, como se ha dicho, en la ermita de San Roque; un santo, como es sabido, que precisamente poco tiempo antes, en los primeros años de la centuria, había cobrado un gran impulso en la fe de todos los creyentes, sustituyendo a San Sebastián como patrono contra la peste y otras enfermedades infeccionas. La ermita se hallaba asentada muy cerca, incluso en el propio compás del convento de San Francisco, una orden religiosa que, también, había venido impulsando en todo el país la devoción a la Pasión y muerte de Jesucristo, creando en ciudades y pueblos hermandades de la Vera Cruz, así como también las procesiones de Semana Santa. Y entre el convento y la pequeña ermita, allí donde Juan de Ortega había ordenado instalar la cruz de piedra, se hallaba un espacio abierto, el Campo de San Francisco, lugar donde en la Edad Media se habían celebrado los torneros señoriales, y donde en aquella época se llevaban a cabo los ajusticiamientos y los autos de fe inquisitoriales. Finalmente, sabemos de la existencia muy cerca de allí, en la actual calle José María Álvarez de Castro (durante mucho tiempo llamada Teniente González), de un hospital bajo esta misma advocación de la Misericordia,  quizá el mismo que había ayudado a construir el municipio durante la primera mitad del siglo XIV.
              Por otra parte, fue también ese mismo año, 1527, cuando se presentaba una solicitud con el fin que el ayuntamiento tomara las medidas necesarias para asegurar en el futuro la pervivencia económica de la nueva cofradía. La solicitud venía firmada por uno de sus regidores, Fernando de Valdés, por lo que resulta conveniente incidir algo en la personalidad del solicitante, pues se trata de una de las personas más incluyentes, social y económicamente, de la Cuenca de las primeras décadas del siglo XVI. Éste no es otro que el padre de los conocidos hermanos Alfonso y Juan de Valdés, humanistas ambos, perseguidos ambos en algún momento por su adscripción al primer erasmismo, de cuyo fundador, Erasmo de Rotterdam, eran amigos, a pesar de la importante influencia que ambos tuvieron tanto en la corte del emperador Carlos I, de quien el primero era uno de sus secretarios, como en la del Papa Adriano VI, de quien el segundo fue camarero. Fue sin duda el primero, Alfonso, quien actuaría como intermediario entre la ciudad y el emperador, aprovechándose de la situación de privilegio que en aquellos momentos mantenía en la corte.
              Sobre el padre hay que decir que éste, a pesar de su origen converso, había sido criado de Andrés de Cabrera en sus años juveniles (en el sentido en el que hay que dar a esta palabra en esa época, es decir, “persona que se encuentra bajo la protección de otra”), y estaba al frente del partido del primer marqués de Moya en las relaciones de poder de la ciudad. Por mediación de él, había sido nombrado regidor ya en 1482, año en el que también había empezado a ejercer el cargo de procurador en Cortes, representando a la ciudad ante los Reyes Católicos, y permaneció en la regiduría durante cerca de cuarenta años, hasta 1520. En esta fecha, al menos oficialmente, renunció al cargo en beneficio de su hijo primogénito, Andrés. Sin embargo, su dimisión no le impidió seguir asistiendo a las reuniones del cabildo hasta su muerte, acaecida en 1530.
              Dos meses después de haber renunciado al cargo de regidor, estallaría el conflicto de las comunidades, que en Cuenca estuvo dirigido por Luis Carrillo de Albornoz, señor de Torralba y de Beteta, y que no llegaría a tener demasiada importancia en la ciudad por la rápida desafección de éste, pero que se llevó por delante a algunos de sus regidores. Fermín Caballero dice que uno de esos regidores fue precisamente el ya conocido Juan de Ortega, aunque su presencia en el ayuntamiento seis años más tarde, cuando se crea el nuevo cabildo, y su nombramiento como primer prior de la cofradía, nos lleva a pensar que el hecho no es del todo cierto, o que, en todo caso, éste lograría poco tiempo después el perdón real.
              Volviendo a Valdés, también sobre sus dos hijos más famosos, Alfonso y Juan de Valdés, debemos decir alguna cosa más. Y es que a ambos, amigos de Erasmo como se ha dicho, y seguidores de algunas de sus tesis, se les ha atribuido en los últimos años la autoría de una de las más grandes novelas de la literatura española del siglo XVI, La Vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Al primero viene atribuyéndosela desde hace algunos años la profesora Rosa Navarro Durán, catedrática de literatura española en la Universidad de Barcelona, especialista en la figura del erasmista conquense, y ya ha publicado alguna edición crítica de la ya no tanto novela anónima, bajo la autoría expresa del conquense. Por su parte, al segundo se la ha atribuido más recientemente el hispanista norteamericano Daniel Crews, profesor en la Central Missouri State University.
              No vamos a entrar aquí en disquisiciones sobre estilos y maneras de escribir, que han llevado a dichas atribuciones, y que nada tienen que ver con este trabajo, pero sí en la relación que el padre tuvo con este tipo de hermandades asistenciales, pues no fue ésta de la Misericordia la única con la que él se relacionó. Y también, con el tema principal de la obra literaria, que es la mendicidad. Y es que Daniel Crews ha demostrado la relación que Fernando de Valdés siempre mantuvo con este tipo de instituciones religiosas y sociales, que en realidad tan relacionadas estaban entonces con eso que se ha venido a llamar policía sanitaria, y cuya solución siempre ha sido uno de los más importantes intereses de todos los ayuntamientos en la edad moderna.
              En este caso se trataba de la cofradía de San Lázaro (quizá no sea tampoco una casualidad el nombre del protagonista de la gran novela picaresca, la primera de este estilo literario), que desde tiempos medievales estaba establecida extramuros de la ciudad de Cuenca, en el barrio de San Antón, también con un claro sentido asistencial. Se trata, una vez más, de una advocación que era común en toda España, y en este sentido, hay que recordar que la palabra “lazareto” suele designar a ciertos hospitales que durante toda la Edad Media se fueron estableciendo en lugares apartados de las ciudades, aislados de ellas, en las que eran asistidos los enfermos que estaban afectados por enfermedades infecciosas, como la peste.
              En el caso de la hermandad conquense de San Lázaro, y según informa el propio Crews, en el año 1525, sólo un año antes de que se solicitara la aprobación real para la nueva cofradía, la mayoralía estaba al cargo también del propio Fernando de Valdés, quien, como tal, “dirigía las propiedades y rentas que apoyaban al hospital, y las casas que cuidaban a los mendigos enfermos, y coordinaba el trabajo de la cofradía asociada. Por su servicio, Fernando recibió 10.000 maravedíes de la Cámara de Castilla y otros fondos de la renta de mayoralía.” No debe ser casual tampoco que la ermita en la que el cabildo tenía su sede estuviera dedicada precisamente a San Roque, que desde los primeros años de la centuria había empezado a sustituir en toda España a San Sebastián, como ya se ha dicho, como patrono contra la peste.
              Volviendo al cabildo de la Misericordia, o al cabildo de Nuestra Señora de la Misericordia, como también se le conoce, sobre todo a partir de mediados de ese siglo, no son demasiados los datos que tenemos. Destaca entre ellos, cierta obligación firmada por el carpintero Cebrián de León, fechada el 8 de diciembre de 1543, por el que éste se obligaba con los cofrades del cabildo a realizar una obras de acondicionamiento en la ermita de San Roque. También conocemos los nombres de algunas personas de las que formaban parte de éste, como Francisco Becerril, autor de la famosa custodia de la ciudad, que sería destruida por los franceses durante la Guerra de la Independencia; el arquitecto Francisco de Luna, autor del puente de piedra que fue levantado para unir el convento dominico de San Pablo con el resto de la ciudad; y el herrero Francisco Martínez, yerno del escultor e imaginero flamenco, asentado en Cuenca en la segunda mitad de la centuria, Giraldo de Flugo. Como vemos, personajes que participan de profesiones diferentes, lo que impide ese supuesto origen gremial de nuestras cofradías de Semana Santa.