jueves, 11 de julio de 2019

DESDE EL CARIBE HASTA CUENCA, PASANDO POR EL RESTO DEL MUNDO


“Soñé la noche verde es el último poemario de la escritora cubana, pero afincada en Cuenca desde hace ya muchos años, tanto que parece ya una conquense más a pesar de ese acento melifluo y caribeño que saca a relucir cada vez que recita alguno de sus poemas; estoy hablando de Grisel Parera. Una Grisel que se apasiona en todo lo que hace, y sobre todo, que se apasiona en su amor a Cuenca, un amor que parece incluso superior al amor que podemos sentir nosotros, los que sí hemos nacido en esta ciudad hermosa de las dos hoces. Recordamos las palabras que en este sentido ha escrito sobre ella Miguel Romero en el epílogo del libro, resumiendo una parte de sus versos: “Así es Grisel Parera, la musa de escultores, la diosa del relámpago, la cubana que enristró el alba cuando la noche oscura llenaba las hoces de una Cuenca fugitiva; ahora, como Viajera del Tiempo inventado, nos inunda de versos limpios, recordando su Habana, Estocolmo, París y el halo profético de esa Cuenca que tanto ama. La Noche de Hiádes, ese aire de los ciegos, ha traído esta Tierra a tu halda, como delfín inmortal, cuando ese sonido verde arrulla tu sueño y vuelves fuera del útero planetario para cantar la Cuenca de todos.”+   Esta nueva colección de poemas cuenta con tres partes claramente diferenciadas. En la primera, titulada “Continentes y ciudades”, la autora hace un repaso geográfico, pero sobre todo personal y espiritual, por todos esos lugares que han significado algo, o mucho, a lo largo de su vida. No se olvida en esta parte Grisel de la ciudad que le vio crecer, la ciudad de la que se tuvo que marchar por culpa de los designios políticos, por culpa de una política que, en demasiadas ocasiones, puede convertir el paraíso en un auténtico infierno. No se olvida de esa Habana colonial y caribeña:

¡Oh, mi Habana!. Abre tus brazos

cuando mi lágrima viva

en tu mar muere deshecha

y acuno en mi pecho tu azul.

La brisa ligera que a tabaco huele

sobre los Orishas derrama ron,

y con conchas de nácar, trenzan mi pelo

para que una tarde cualquiera

en el mítico Malecón

pueda escuchar la agridulce voz del cantor.

              Y después de viajar por otras ciudades inolvidables, como Estocolmo, donde se reencontró con su hermano Juan, tan apasionado en sus proyectos como ella misma, o como París, a donde llegó en una cigüeña negra para asomarse en el Sena y en las cúpulas góticas de Notre Dame, en esas mismas cúpulas hoy trágicamente hundidas, desaparecidas bajo las llamas de un incendio en el que se quemó una parte de la historia de Europa. Pero es Cuenca, la ciudad de las dos hoces, la que dio a la poetisa una nueva vida, la que pervive a través de sus poemas, que conforman una parte importante de esta nueva colección de versos. A ella, a su ciudad de adopción, le dedica la autora hasta seis, de los once que forman esta parte del libro:

Cuenca,

caprichoso nombre de mujer

donde tu reloj sin tiempo

funde pasado y futuro

en presente.

Como pez soluble me disuelvo

para llegar a tus raíces,

y luego, abrazando tu altura,

poseerte.

              La autora desnuda su alma por completo en la segunda parte del libro, titulada “De los sentimientos y la vida”. Una segunda parte en la que Grisel ofrece a sus lectores esos temas que siempre le han interesado: el Eros y el Tánatos, como dice su prologuista, Juan Clemente Gómez. Un escritor emigrante, como ella misma, pero que hizo el camino de la vida en sentido contrario al de la autora del libro, un camino que le llevó desde Cuenca hasta el mar, un mar muy diferente a ese Caribe de Grisel, pero que a la vez es el mismo mar, el Mediterráneo. Y es que la poesía de Grisel, de alguna forma, sigue siendo la poesía de una emigrante, condenada siempre a buscarse a través de sí misma, tal y como se refleja en uno de los poemas más breves de la colección, el titulado “¿A dónde van mis pasos?”:

El camino se levanta como ola,

para caer a la sima;

angosto, cierra luz y eternidad.

Precipicios lo cortan

y el declive, al valle llama.

¿A dónde van mis pasos?

¡Es el principio y el fin cada huella,

para no quemar la distancia

por el tedio del ayer

o la angustia del mañana!

              Y en la última parte regresa la autora al continente americano, a ese mismo continente que tanto ama y añora desde su adorado exilio conquense. Es un viaje hasta la Guaya francesa, entre la Amazonía y el propio Caribe, que tan bien conoce porque es el lugar en el que reside su hija desde hace algún tiempo. Una tierra de selva verde y de azul océano, “donde el tucán detiene el tiempo, y los versos germinan entre laberintos de hojas y golpes de tambores”, como ha escrito tan acertadamente el ya citado Juan Clemente: Así lo ha escrito Grisel en su poema homónimo:

Ensueño de salitre, sol y selva.

Canto misterioso de la lluvia

Y eco en el horizonte

Del mítico Dorado, verde.