Es sabido que los años finales del siglo XIX, y en las
primeras décadas de la centuria siguiente, se caracterizaron en todo el mundo
occidental, también en España, por una fuerte conflictividad social, que
produjo enfrentamientos armados entre los trabajadores y las llamadas “clases
favorecidas”. Así, motines anarquistas y socialistas tiñeron de sangre
demasiadas veces, las calles de las grandes capitales españolas, mientras que
en el mundo rural, fue el hambre, más que las ideologías, lo que provocó esos
enfrentamientos armados, en forma de motines provocados por las diferentes crisis
de subsistencias, o el aumento desmedido de los precios de éstas. En uno y otro
caso, el ejército o su arma más civil, la llamada Guardia Civil, se convirtió
en protagonista obligado de la represión de todos esos levantamientos que, en
todo caso, normalmente eran ordenados por el poder político, con el fin de
evitar por todos los medios que se rompiera el sistema creado por la Restauración.
También
en la provincia de Cuenca se produjeron este tipo de levantamientos de
subsistencias, como el llamado “motín de la patata”, que se produjo el 25 de
abril de 1919 en Tarancón, y que provocó la muerte de diez vecinos del pueblo,
algún niño entre ellos, y heridas de diferente consideración en otros veinte. Es
este motín de 1919, el que ha venido a recuperar Herminio Lebrero Izquierdo en
su último libro, publicado por el propio ayuntamiento de la villa manchega en
este mismo año, justo cuando se cumple el primer centenario de este sangriento
suceso; un suceso, por otra parte, que junto a la explosión de un polvorín que se
encontraba en las inmediaciones del pueblo, ya en los años de la posguerra, y
que también causó un importante número de víctimas, forma parte ya de la
memoria colectiva de todo un pueblo, Tarancón, el segundo de la provincia en
número de habitantes, sólo superado por la propia capital conquense.
Los
sucesos se habían iniciado ya el día anterior, 24 de abril, aunque la tensión
era palpable en el pueblo durante todo ese mes. Una tensión que se había
iniciado por el agravamiento de la crisis de subsistencias, hasta el punto de
que algunos días antes se le había remitido al ayuntamiento, desde el juzgado,
un informe que recogiera la situación exacta en la que se encontraba la
localidad. Así, ese 24 de abril, día por otra parte de mercado, un grupo
cercano a las cien personas se había acercado hasta el edificio del
ayuntamiento, con el fin de protestar al alcalde por la subida desmedida de los
alimentos de primera necesidad, no sólo la patata, aunque sería finalmente este
tubérculo el que daría el nombre definitivo al suceso. Aunque en un primer
momento el alcalde la bajada de los precios, esa bajada no fue considerada
suficiente por los manifestantes, que asaltaron algunos de los puestos de
verdura que se extendían por la plaza. La tensión fue aumentando durante toda
la jornada, por lo que se hizo necesaria la presencia de la Guardia Civil en el
lugar, al mando del propio teniente coronel de la comandancia, Carmelo
Rodríguez de la Torre, que ordenó una pequeña carga a caballo contra la
multitud, un amago de carga en todo caso, ya que apenas provocó heridas de
consideración entre los manifestantes. Como tampoco la provocó la descarga de fusilería,
que, en todo caso, sí consiguió disolver a la multitud hasta el día siguiente.
Más
trágicos fueron los sucesos del día 25. Estos se iniciaron cuando un grupo de
mujeres se acercó a una de las panaderías que se encontraba en la misma plaza,
y se dieron cuenta de que el comerciante vendía el pan con falta de peso. Las
protestas y la indignación fueron avanzando conforme avanzaba la mañana, lo que
provocó que el propio gobernador civil de la provincia, Enrique Barranco,
acudiera a la localidad con el fin de hacerse con la situación. Le acompañaban
algunos refuerzos más de infantería y de caballería, unos cuarenta hombres en
total. Entre otras medidas, se accedió a la rebaja del 25% de los precios de
los alimentos, y del 40% de otros productos relacionados con el combustible y
el vestido, lo que no fue ni siquiera respetado, sin embargo, por los propios
comerciantes, lo que provocó un nuevo rebrote de la violencia. El motín
definitivamente estalló, ya cerrada la noche, cuando numerosos grupos de
personas se dirigieron hacia la plaza, allí donde se concentraban la mayor
parte de los comercios, entre ellos la misma panadería que había originado ese mismo
conflicto aquella mañana, con intención de asaltar dichos comercios. Desde la
tahona, el dueño, acompañado de sus hijos y de sus cinco empleados,
respondieron a la multitud con tiros, lo que provocó que las calles se tiñeras
de sangre aún antes de la intervención de la Guardia Civil, cuando, en los
minutos siguientes, intentó disolver la manifestación, tal y como había
conseguido el día anterior. El resultado al final de la jornada fue el de ocho
muertos entre los manifestantes, incluida una niña de once años, además del
cabo de la guardia municipal, cuyo cadáver fue encontrada a los pies del
ayuntamiento. A ese número de fallecidos se sumó en los días el siguientes la
muerte de una mujer, que había sido herida gravemente durante los sucesos. Por
otra parte, el número de heridos, de diferente consideración, llevó a la
veintena.
Poco es
lo que se conoce de los participantes en el motín, más allá de lo que
recogieron esos días los periódicos, con datos que en algunos casos eran
contradictorios entre sí. Días después del levantamiento se abrió un proceso
judicial, de carácter militar de acuerdo al enjuiciamiento criminal propio de
la época, que fin llevado a cabo en primer lugar por el capitán Evelio
Quintero. Éste, aunque en un primer momento abrió diligencias por delito de
disparos contra el propietario de la panadería y sus hijos (los empleados
habían sido liberados con anterioridad), estos fueron también puestos en
libertad, bajo el argumento de que “se
desconocen cuáles fueron las consecuencias de los disparos de arma de fuego que
se imputan a los mencionados sumariados”. Algo sorprendente, cuando en ese
momento se sabía que existían diez víctimas mortales del motín, algunas de las
cuales habían perdido la vida delante del propio comercio de los acusados, y no
durante el posterior enfrentamiento con la Guardia Civil.
Tampoco se sabe con seguridad, ni siquiera de forma aproximada, el número de sublevados. A este respecto, ha escrito lo siguiente el propio Herminio Lebrero: “Es difícil determinar hasta qué punto esta muestra de tres docenas de hombres, mujeres y niños es representativa del conjunto de los amotinados de 1919. El número de los que tomaron parte en el motín tampoco se conoce con exactitud. La mañana del 24 de abril las protestas fueron iniciadas por alrededor de un centenar de mujeres, y en las horas y el día siguiente se fueron sumando más y más personas. El que la Guardia Civil llegara a congregar a 40 efectivos, indica que la multitud concentrada en la Plaza de la Constitución debió ser considerable, pudiendo llegar a reunirse varios cientos de hombres, mujeres y niños. En todo caso, las víctimas del motín parecen ofrecer una imagen bastante ajustada del rostro de la multitud."