Tal
y como afirmábamos la semana pasada, en este nueva entrada vamos a transcribir el
segundo de los tres despachos oficiales que el jefe del Estado Mayor del ejército
de José I, Jean-Baptieste Jourdan, remitió al finalizar el año 1812 al ministro
de la Guerra francés, el conde de Feltre, y que fueron publicados en el
periódico francés “Le Moniteur Universel”. A lo largo de estos tres
documentos se describe la situación de las tropas francesas en la provincia de
Cuenca, en el contexto del contraataque que el gobierno afrancesado de José I
realizó desde Valencia, con el fin de recuperar el control de la villa y corte
madrileña. Este segundo documento cuenta, por otra parte, con un error
tipográfico de bulto en lo que se refiere a la datación, el 3 de noviembre de
1811, cuando no cabe duda de que se trata de una continuación del escrito
anterior, con el mismo autor y destinatario, y que estaba fechado el 25 de
octubre del año siguiente. Por lo tanto, está claro que se trata, en realidad,
del año 1812.
En efecto, si en el
escrito anterior, que estaba fechado en Cuenca, se relataban los movimientos de
las tropas entre el 20 y el 24 de ese mes, en este segundo, fechado ya en la
capital madrileña, una vez que ésta había sido ya reconquistada por las tropas
francesas, sin ningún tipo de oposición por parte de los aliados
anglo-españoles, se relacionan los movimientos producidos entre el 27 de
octubre y el 3 de noviembre de ese año. En esta ocasión, los movimientos se
producen ya entre las provincias de Toledo y de Madrid, pero sin solución de
continuidad con las que se habían llevado a cabo en los días anteriores en el
escenario de guerra conquense, por lo que sigue estando, como puede verse,
íntimamente relacionados con ellos.
“Madrid, 3 de noviembre de 1811 [sic]
El día 27 llegó Su Majestad a Tarancón; hicimos
un reconocimiento sobre Fuentidueña [de Tajo], que
aún estaba ocupada por las tropas inglesas; el puente de barcas se había
retirado a la orilla derecha del Tajo.
El duque de Dalmacia había llegado el día
25 a Santa Cruz de la Zarza; este mismo día, la reserva de caballería del
ejército del sur, comandada por el general Tilly, estaba en Villatobas. El
duque de Dalmacia ordenó un reconocimiento muy fuerte sobre Ocaña, al mando del
general Bonnemain. Encontró en Ocaña dieciseiete escuadrones ingleses y
portugueses, comandados por el general Long, que se negaron a aceptar la lucha,
y que se replegaron sobre Aranjuez. El general Bonnemain los persiguió hasta
una legua más allá de Ocaña; se adelantó a su retaguardia, matando a una
treintena de hombres y haciéndoles veinte prisioneros; también
capturó treinta caballos. El duque de Dalmacia llevó su cuartel general el día
26 a Ocaña, desde donde envió un reconocimiento sobre Aranjuez. El enemigo
había evacuado esta ciudad, limpiado el puente de la Reina y quemado el que
está cerca del palacio: se veía en la plaza, en la margen derecha, cuerpos de
caballería e infantería. El duque de Dalmacia comenzó de inmediato los
preparativos para la reinstalación de los puentes. Las aguas del Tajo eran muy
altas, los vados no eran practicables.
El 28, Su majestad se fue, con su reserva,
a Santa Cruz de la Zarza. Ese mismo día, las tropas del ejército del centro,
que marchaban sobre el Tajo para reconocer la fuerza y posición del enemigo,
encontraron que éste había evacuado Fuentidueña. Las barcas del puente estaban
en la margen derecha, sin embargo, sin sufrir daños; se habían cortado las
vigas y los cables y se habían quitado las tablas. Un oficial de zapadores nadó
a través del río; algunos soldados siguieron su ejemplo; las barcas fueron
reemplazadas, e inmediatamente nos ocupamos de la restauración del puente.
El día 29, el rey trasladó su cuartel
general a Ocaña. Ese mismo día, las tropas enemigas, que se habían quedado en la
plaza de Aranjuez, en la margen derecha del Tajo, se retiraron por detrás del
Jarama; el señor duque de Dalmacia se dirigió a Aranjuez.
El día 30 se restauraron los puentes de
Aranjuez y Fuentidueña. Los informes anunciaron que el enemigo estaba
concentrando sus fuerzas en la margen derecha del Jarama, y que parecía
querer defender esta posición, que es extremadamente fuerte. El mariscal duque
de Dalmacia hizo un reconocimiento ese día; encontró al enemigo atrincherado en
el puente del Jarama, llamado Puente Largo; después de algunas descargas de
cañones, el enemigo retiró su artillería y disparó contra dos minas que volaron
un arco del puente. El duque de Dalmacia puso fin al tiroteo, que no provocó ningún
daño. Nuestra pérdida fue, en este combate, de aproximadamente veinticinco
heridos, entre los que se encontrabaun oficial de voltigeurs[1];
la del enemigo fue mucho más considerable, falleciendo varios hombres en el
puente.
El duque de Dalmacia siempre pensó que el
enemigo tenía el proyecto de presentar la batalla en la posición que dominaba
el Jarama y, como esta posición era verdaderamente inalcanzable desde el
frente, fue necesario maniobrar para obligar al enemigo a abandonarla.
El día 31, el duque de Dalmacia se enteró,
y anunció a Su Majestad, que el enemigo había abandonado el Puente Largo. Este
puente se debilitó, y el mismo día la vanguardia del ejército del sur avanzó
hasta Valdemoro, y capturó unos trescientos prisioneros. Las divisiones de este
ejército marcharon la noche del 31 desde los distintos puntos que ocupaban, y
llegaron a cruzar el Tajo por Aranjuez; desfilaron durante todo el día 1 de
noviembre y durante la noche; el ejército no había pasado por completo el Tajo
hasta el 2 de noviembre, a las seis de la mañana.
El rey se dirigió el día 31 a Aranjuez y
ordenó al señor conde de Erlon que marchara sobre este punto, para seguir el
movimiento del ejército del sur.
El 1 de noviembre, las avanzadas del ejército
del sur llegaron cerca de Madrid; esta ciudad fue evacuada, y el enemigo se había
retirado por el puerto de Guadarrama.
El día 2, el ejército del sur se reunió en
las cercanías de Madrid; la vanguardia se trasladó al Escorial y siguió
recogiendo prisioneros. Ese mismo día entró en Madrid la división del general
Villatte, y llegó Su Majestad con su guardia; el ejército del centro marchó por
el puente de Aranjuez.
Hoy, día 3, las tropas del ejército del sur
marchan en dirección al Escorial y Guadarrama; la vanguardia debe haberse
movido más allá de las montañas. El ejército del centro ha llegado a las
afueras de Madrid. La división del general Darmagnac sustituyó, en Madrid, a la
del general Villatte, que siguió el movimiento del ejército del sur. La
infantería de la guardia real acaba de irse hacia Las Rozas; llegará mañana a
Guadarrama; y el rey se unirá a ella con la caballería. La intención de Su Majestad
es seguir al enemigo con el ejército del sur, y ponerse en comunicación con el
ejército de Portugal. El ejército del centro se mantendrá unido en Madrid y sus
alrededores, y estará listo para venir a unirse al rey, si lord Wellington
concentra todas las fuerzas para presentar batalla.
Firmado, Jourdan”
La situación general de
la guerra en este momento es bastante conocida, y en parte fue descrita ya en
la entrada anterior. El empuje del ejército anglo-español sobre los franceses,
había llevado al rey José I en los meses anteriores a abandonar Madrid y
dirigirse hacia Valencia. Sin embargo, los franceses habían intentado en otoño
de ese año un contra-ataque que, desde tierras levantinas, y atravesando las
provincias de Cuenca y de Toledo, permitiera la recuperación de la capital
madrileña. El objetivo se logró sin demasiado esfuerzo, pues los aliados habían
abandonado la ciudad al conocer que el enemigo se acercaba por la línea del
Tajo. En efecto, el 2 de noviembre, el rey intruso hacía por segunda vez su
entrada en Madrid. Sin embargo, de poco le serviría al hermano de Napoleón está
fácil victoria: más allá de los hechos narrados en el escrito oficial de
Jourdan, las derrotas que el ejército de Napoleón estaban sufriendo también en otros
lugares de Europa habían ayudado a mermar la moral de las tropas francesas. De
esta forma lo describe Rafael Abella en su biografía sobre José I:
“No hubo ni arco
de triunfo ni guirnaldas ni gallardetes. El tacto del alcalde Sainz de Baranda
evitó situaciones propicias a venganzas y a represalias. Esta vez la llegada
del rey no acarreó ni corte ni aparato estatal, situados en Valencia al margen
del rigodón bélico. Las operaciones militares primaban y la ciudad sólo era un
lugar de tránsito en el que José I permaneció dos días, para seguir después la
marcha de sus tropas hacia la sierra madrileña, y llegar a tierras salmantinas
por Peñaranda de Bracamonte. El 10 de noviembre prodújose en el pueblo citado
las confluencia de los tres ejércitos: el del Mediodía [del
sur], el del Centro y los restos del de Portugal. Estas importantes fuerzas
reunidas presionaron a Welington y le obligaron a trasponer la raya de Portugal,
alejado el peligro, hizo José I su retorno a la que era precaria capital de su
deteriorado reino. Para entonces habían llegado las primeras noticias del
desastre napoleónico en el Beresina. Su efecto fue devastador. La moral de los
franceses y de sus tropas cayó en picado.
El esfuerzo que
realiza José I por resucitar las apariencias estatales es patético. Nadie
confía en el restablecimiento del Estado josefino. El confidente y
superintendente del rey intruso, Miot de Mélito, describe un Madrid triste, un
Palacio Real casi desierto, un monarca sombrío y decepcionado que, en su
apatía, se niega a tomar represalias contra los nobles y los funcionarios que,
después de haberle jurado lealtad, ocuparon cargos durante el intermedio
wellingtoniano. La única satisfacción que pudo gozar José I fue la de verse
libre, al fin, del mariscal Soult. El duque de Dalmacia fue reclamado por
Napoleón, viendo así el Bonaparte español alejarse la pesadilla del incómodo
mariscal que tanto había amargado su existencia. El fracaso de la guerra contra
el zar de Rusia presagiaba un levantamiento de las naciones europeas vejadas
-Austria y Prusia- por Napoleón, y el emperador precisaba de altos mandos y de
tropas para cubrir una problemática retirada.
El desastre en
tierras rusas obligó a replantear la estrategia francesa en España. La
prudencia impuesta por la merma de efectivos forzó a un repliegue sobre la
línea del Duero. Napoleón mismo, entre los ingentes problemas que en aquel
momento le asediaban, tuvo tiempo de aconsejar a su hermano que situara su
cuartel general en Valladolid. De toda la aventura militar, del ambicioso
proyecto de someter a España a los dictados de una dinastía extraña, restaba
solamente el empeño en mantener la posesión del norte de la península,
fronterizo con Francia, como un contrafuerte para la defensa del suelo
francés.”
A partir de 1813, la
guerra entra ya en su fase definitiva, y las derrotas francesas se suceden,
obligando a José I a marchar en dirección a la frontera francesa. Allí les van
a seguir incluso los ejércitos españoles, logrando algunas victorias, llegando
incluso hasta Burdeos, lo que provocará que la frontera entre ambos países se
extendiera temporalmente un poco hacia el norte. Mientras tanto, las fuerzas
combinadas de austriacos, prusianos y rusos estaban ya haciendo lo propio
también por el norte, avanzando hacia París. Era el final del imperio
napoleónico.
Para terminar, quisiera
hacer referencia brevemente a algunos de los generales que son nombrados en
este segundo despacho, y que no lo habían sido en el primero. Alexandre
François Auguste, conde de Grasse y marqués de Tilly, ocupó diferentes cargos
en la administración y el ejército bonapartista, en Europa y también en la
región de las Antillas francesas, lo que le permitió extender los diferentes
ritos masónicos por aquellos territorios en los que estuvo, incluida España
durante la Guerra de la Independencia. Hecho prisionero por los ingleses en
1812, poco tiempo después de los hechos narrados en el documento, permaneció en
las islas hasta la caída de Napoleón, en 1814. Por su parte, Eugene-Casimir
Villatte fue un militar que ascendió sucesivamente, desde los años de la
Revolución Francesa, cuando aún era subteniente, hasta alcanzar en el año 1803
el empleo de general de brigada. Al principio de la Guerra de la Independencia
mandaba la tercera división del cuarto cuerpo de ejército, y después de
participar en las batallas de Uclés y Talavera, entre otras, en 1809 empezó a
mandar una división del ejército del sur, a cuyo mando sufrió también las
sucesivas derrotas que pondrían fin, a lo largo de 1813, a la presencia de las
tropas francesas en España.
Tampoco he podido
encontrar nada respecto a un general apellidado Bonnemain en el ejército
francés. Y entre las tropas inglesas, Robert Long había sido uno de los
destacados oficiales que, a las órdenes de su compatriota, William Beresford, había
participado en la batalla de La Albuera, colaborando activamente en la
importancia victoria obtenida por las tropas españolas en tierras extremeñas.
Fue a él a quien se le encomendó la persecución de los franceses que habían
podido huir, al mando de mil quinientos soldados de caballería. Sin embargo, el
fracaso de la persecución, que permitió a los huidos llegar hasta Badajoz,
enfrentó a los dos generales ingleses.
[1]
Los vortigeurs, cuya traducción al castellano podría ser “saltadores”, era una
unidad del ejército francés, de infantería ligera, que había sido creada por
Napoleón en 1804. Con origen en los antiguos cuerpos de cazadores y de exploradores,
iniciaban el combate a lomos de los caballos, sentados detrás del jinete, para
después, una vez tomado contacto con el enemigo, saltar rápidamente a tierra, y
abrir fuego con sus mosquetes y rifles.
Imagen del general Jean-Baptiste Hordan. cuadro pintado por Jean-Baptiste Mauzaisse
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