En el centro histórico de Alcalá de Henares, la nueva ciudad surgida a partir del siglo XVI sobre las ruinas de la vieja Complutum romana, alrededor de aquella universidad que fue creada por el arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, en uno de los extremos de su plaza principal, dedicada a la figura del más universal de nuestros escritores, Miguel de Cervantes, se hallan la torre de Santa María y la Capilla del Oidor, los únicos restos que quedan de la antigua iglesia homónima. La iglesia había sido fundada como una de las parroquias de Alcalá en 1454, por mediación de otro arzobispo toledano, el conquense Alonso Carrillo de Acuña, sobre lo que antes había sido la ermita de San Juan de los Caballeros, o San Juan de Letrán. En 1974, la torre sufrió un pavoroso incendio, que estuvo a punto de destruirla completamente, como consecuencia de un castillo de fuegos artificiales mal asegurado, pero terminó por destruir completamente el resto de la iglesia. Para entonces, sin embargo, ya no existía la parroquia, trasladada su sede en el siglo XIX a lo que antes había sido la antigua capilla del Colegio Mayor de la Compañía de Jesús. De la iglesia, por ello, sólo queda en pie la propia torre, restaurada a partir de ese año, y la cercana Capilla del Oidor, reconvertida en oficina de turismo, pero visitable, y en la que se conserva, todavía, la pila en la que había sido bautizado el propio Miguel de Cervantes.
La Capilla del
Oidor es digna de ser visitada por sí misma, más allá de los vínculos que
mantiene con el creador del mito más universal de la historia de la literatura,
el de Don Quijote, y con el escritor que es autor del libro más leído de todo
el mundo, después de la Biblia. Porque además de la propia pila en la que
Cervantes fue bautizado, se expone también, en una de sus vitrinas, una copia
facsimilar del libro de bautismos de la parroquia de Santa María, abierto por
la página en la que podemos contemplar la propia partida bautismal del escritor.
Pero también, se conserva también, in situ, la propia rejería de entrada
a la capilla, labrada con el primor propio de los grandes herreros del siglo
XVI, y una hermosa yesería de estilo mudéjar, pero con decoración gótica en el
intradós, muy peraltado, que se encuentra también, como la reja, en el propio
arco de acceso a la capilla.
Quiero destacar
aquí la vinculación que esta capilla, como el resto de la iglesia en la que
ésta se encontraba, tiene con la historia de Cuenca. Por una parte, por el
fundador de la iglesia, el arzobispo Alonso Carrillo, por su nacimiento en Carrascosa
del campo, del que ya he hablado en otras ocasiones (a este respecto, ver “El
juego de poder conquense en la corte de Enrique IV y los Reyes Católicos”, 1 de
marzo de 2018; “Los nuevos linajes nobiliarios conquenses Carrillo de Albornoz
y Carrillo de Acuña”, 19 de abril de 2018; y “Fernando de Acuña, virrey de
Sicilia”, 22 de octubre de 2018). Pero
es que el propio oidor, al que se refiere el título con el que es conocida la
capilla, Pero Díaz de Toledo, también estaba vinculado personalmente con la
provincia de Cuenca, como señor que era de Olmedilla, e incluso cada vez son
más los expertos, y a pesar de la polémica existente todavía en este sentido,
que señalan a la capital conquense como la patria de su nacimiento.
En efecto, Pero, o Pedro, Díaz de
Toledo, nació alrededor del año 1410, y era primo hermano de su homónimo, de Pedro
Díaz de Toledo y Ovalle, primer obispo de Málaga, con el que muchas veces ha sido
confundido. Descendiente de una familia de judíos conversos, era sobrino de
Fernando Díaz de Toledo, secretario y consejero del rey Juan II de Castilla, y
padre, a su vez, del futuro obispo malacitano. Poco es lo que sabemos de los primeros
años de vida de nuestro protagonista, pues ni siquiera es segura su adscripción
natal a la ciudad del Júcar, y otras ciudades, como Sevilla, rivalizan en este
sentido con la capital conquense. Sí sabemos, sin embargo, que en los años
treinta de aquella centuria estudió Leyes en la Universidad de Valladolid,
donde fue contratado como escritor para la corona, y que después terminó sus
estudios en la Universidad de Lérida, en cuyo centro se doctoró en ambos
derechos. Y quizá debido a la influencia de su tío, el relator Fernando Díaz de
Toledo, ya citado, el 15 de octubre de 1440 fue nombrado Alcalde Mayor de las
Alzadas, es decir, juez de apelaciones, iniciando así una importante carrera en
el mundo del derecho.
Así, en 1441 fue nombrado Oidor de
Audiencia, un nuevo cuerpo de jueces de las reales chancillerías, que se había
creado en 1348 por el nuevo ordenamiento de las Cortes de Alcalá, y cuyos
miembros actuaban como delegados del rey en la administración de justicia. Y
siempre bajo el patrocinio de su tío, al menos en este momento de su carrera
profesional, fue elegido por el propio monarca para la redacción de algunos
textos que pudieran servir para la educación de su hijo, el futuro rey Enrique
IV. Se iniciaba también, de esta forma, la relación de nuestro protagonista con
el mundo de la literatura científica, que le llevaría a traducir después, entre
1442 y 1446, los Proverbios del Pseudo-Séneca, un texto que más tarde
alcanzaría las cuarenta ediciones, y a mantener una relación personal con el
famoso poeta Íñigo López de Mendoza, el famoso marqués de Santillana, que
duraría incluso hasta el fallecimiento del marqués.
Poco tiempo más tarde fue
incorporado al consejo del propio Juan II, alternando este cargo con la
redacción de nuevos textos y glosas que él creía necesarios para una adecuada
formación del príncipe; entre ellos, los Proverbios, que el propio marqués
había escrito antes con ese mismo fin. Fue también uno de los doce doctores que
actuaron en el proceso que se había suscitado contra el antiguo condestable de
Castilla, el también conquense Álvaro de Luna, y que tendría como consecuencia
final la ejecución de éste en la ciudad de Valladolid, en 1453. Y al año
siguiente, en 1454, formó parte de la comisión que el nuevo monarca, Enrique
IV, había creado con el fin de forzar la paz en la guerra contra Navarra. Sin
embargo, más tarde, y por la deriva que en ese momento estaba empezando ya a
caracterizar a la política castellana, siguió a la casa de Mendoza en su
enfrentamiento con el monarca, llegando a participar activamente en la llamada “Farsa
de Ávila”, entre los partidarios del príncipe Alfonso de Castilla.
Entre su obra literaria, además de
las obras ya citadas, destaca su traducción de algunos diálogos de Platón,
principalmente del “Fedón”, así como un “Diálogo y razonamiento en la muerte
del marqués de Santillana”. También glosó la obra del poeta palentino Gómez
Manrique, uno de los autores más destacados del prerrenacimiento español. Pero
su obra más importante de todas, sin duda, es el ”Enchiridion”, cuya
elaboración le llevó, prácticamente, toda su vida, y cuya dificultad es tanta
que nunca ha podido ser impreso.
En los últimos años de su vida
estuvo al servicio, sucesivamente, de Fernando Álvarez de Toledo, conde de
Alba, quien era primo de su viejo amigo, el marqués de Santillana, y del citado
arzobispo Alonso Carrillo de Acuña, quien, como hemos visto, había fundado la
parroquia en la que el mismo se había reservado una de las capillas más
importantes. La misma capilla en la que él mismo sería enterrado, cuando
falleció en 1466, y en la que serían enterrados también su esposa, y su hijo,
Francisco Díaz de Toledo, quien había heredado a la muerte del oidor el propio
señorío de Olmedilla.
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