viernes, 6 de mayo de 2022

Un lugar, o dos, del que Cervantes no quiso acordarse… y algunas cosas más

 “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.” Desde luego, la frase no requiere de cita, pues todo el mundo sabe que así es como comienza el libro “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, la genial novela de Miguel de Cervantes, la más universal de nuestras obras literarias, que cuenta en su haber con miles de ediciones, desde que fuera publicada en 1605, en Madrid, y traducida a más de ciento cuarenta idiomas diferentes. Varios son los pueblos manchegos que pugnan en la rivalidad por ser considerados la patria verdadera de aquel genial caballero andante, por ser ese lugar ignoto del que Cervantes nunca quiso acordarse, aunque por encima de todos ellos destacan dos pueblos de la provincia de Ciudad Real: Argamasilla de Alba y Villanueva de los Infantes. Sin embargo, y antes de resaltar los diferentes motivos que uno y otro aducen por ser considerados de forma oficial como la cuna del hidalgo manchego, quiero señalar también el agravio que la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha tuvo con la provincia de Cuenca -uno más, y ya son muchos, los que ha tenido con ella, desde que fuera constituida como comunidad autónoma, en 1982-, a la hora de diseñar la turística Ruta del Quijote. Y es que, más allá de la escasa importancia que en la ruta se le da a los pueblos de la Mancha conquense, tan quijotescos como los de Toledo o los de Ciudad Real, algunos de los cuales también pueden ser fácilmente identificados en los diversos capítulos de la primera parte del Quijote, buena parte de la continuación cervantina, aquella tercera salida que llevó a Alonso Quijano, a través del Camino Real de Cataluña, hasta la ciudad de Barcelona, donde fuera derrotado definitivamente por el caballero de la Blanca Luna, obligándole a regresar a aquel lugar olvidado por el autor y a abandonar sus locas aventuras caballerescas, se desarrolla por algunos pueblos de la serranía conquense.

Pero yo no me he propuesto en esta entrada, por una vez, hablar de Cuenca y de sus agravios históricos, sino de la provincia vecina de Ciudad Real, y de esos dos pueblos manchegos, de los que Cervantes quiso olvidarse al principio de su obra, aunque después, a lo largo del texto, inserte también algunas referencias espaciales, que han llevado a los historiadores, conscientes de que aquél era un lugar real, a intentar descubrir cuál era ese pueblo. Argamasilla de Alba había sido fundada en 1515 en un lugar diferente al actual, junto a la laguna del Cenagal, próxima al pueblo vecino de Ruidera. Sin embargo, las fiebres palúdicas, que las aguas pantanosas de la laguna provocaban entre sus habitantes, obligó a estos a trasladarse a su emplazamiento actual, en las proximidades del Castillo de Peñarroya -Peña Rubia o Peña Roja-, que pertenecía a la orden militar de San Juan desde algún tiempo después de que hubiera sido arrebatado a los musulmanes, a finales del siglo XI. A este lugar, según la tradición, llegó Cervantes en los últimos años del siglo XVI, o en los primeros de la centuria siguiente, con el fin de cobrar algunos impuestos atrasados de la orden citada. Su labor como recaudador de impuestosq, por el mal resultado de esos cobros – labor que está atestiguada históricamente, pero en este caso para el rey, y hasta su encarcelamiento, acusado de haber sisado una parte de esos impuestos, en la cárcel real de Sevilla, en el año 1597-, según algunos autores, o los requiebros de amor por una dama por parte del escritor de Alcalá de Henares, sería lo que provocaría que Cervantes pasara algún tiempo encerrado en el pueblo, y aquí, en Argamasilla, sería donde el escritor empezaría a escribir su obra más universal.

Sea como sea, es este uno de los elementos que algunos tratadistas aducen para considerar a Argamasilla de Alba como la patria verdadera de Alonso Quijano. Y en concreto, el exvoto que fue pintado, según parece, por algún seguidor de la obra del Greco, y que todavía se encuentra en la iglesia parroquial de Argamasilla, aunque no se sabe bien cómo llegó aquí, pues parece proceder del pueblo toledano de Illescas. El exvoto, dedicado originalmente, según algunos autores, a la Virgen de la Caridad, patrona de Illescas, y lugar del que procedía el caballero que aparece retratado en él, debajo de la imagen mariana, y junto a la imagen de su hermana Magdalena, representa a un caballero hidalgo, Rodrigo de Pacheco, que habría sido curado milagrosamente por la Virgen, cuando ya estaba desahuciado por los médicos. A los pies de ambos personajes, hay una inscripción que presenta cierto paralelismo con la descripción que Cervantes hace de su personaje: “Apareció Nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima, desamparado de los médicos… llamándola día y noche de un gran dolor que tenía en el celebro, de una gran frialdad que se le cuajó dentro.” Una tradición, con cierta base histórica, hace sospechar que esa enfermedad se tratara de la locura, y en base a ella debemos recordar las palabras con las que nuestro escritor del Siglo de Oro describía interiormente a don Quijote: “Del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro”.

¿Es este Rodrigo Pacheco, quien había llegado a Argamasilla poco antes que el propio Cervantes, y que era alcalde de este pueblo manchego cuando el escritor pasó por allí, quien pertenecía además a una ilustre familia hidalga que se extendía por las provincias de Cuenca y de Toledo, a alguno de cuyos miembros, sin duda, llegó a conocer el propio Cervantes durante su estancia en Esquivias, el personaje histórico del que es trasunto el alocado caballero manchego? ¿Estaba realmente loco, y fue curado de su locura por una milagrosa intervención de la Virgen, como Quijano fue curado de la suya por una no menos milagrosa derrota en una justa caballeresca, a manos del bachiller Sansón Carrasco? ¿Fue realmente la ficción del alcalaíno, una venganza personal del propio Cervantes contra el hidalgo que aparece representado en el cuadro? Preguntas sin respuesta, es cierto, pero debemos tener en cuenta dos hechos: si la detención del escritor había sido por causas que tenían que ver con el cobro de impuestos, la persona encargada de ordenar esa detención, como alcalde de Argamasilla, habría sido el propio Rodrigo Pacheco; si fue por causas de amores, la tradición asegura que la mujer asediada por Cervantes había sido la propia Magdalena, hermana de Rodrigo, o una sobrina suya, llamada, precisamente, Aldonza.

Y muy relacionado con este argumento existe también otra tradición, que asegura que el lugar en el que Cervantes permaneció encerrado, por uno u otro motivo, habría sido la llamada Cueva de Medrano; una tradición que fue defendida desde hace ya muchos años por importantes autores, como Juan Eugenio Hartzenbusch, Azorín o Rubén Darío. La cueva en cuestión es realmente el subsuelo de la casa de los Medrano, una de las familias más influyentes de la Argamasilla del Siglo de Oro, en la que habría sido encerrado porque el pueblo no contaba en aquellas fechas con una presión e verdad. Desde luego, las palabras que escribió el propio Miguel de Cervantes en el prólogo del libro, hacen sospechar que la novela había sido comenzada durante su encierro, sea éste en Argamasilla, o el que ya había sufrido algunos años antes, en Sevilla, éste si, como decimos, atestiguado documentalmente: “¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado genio mío, sino la historia de un hijo seco, como que se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación?”

No son estos los únicos argumentos en los que se basa la tradición de Argamasilla como aquel lugar olvidado por Cervantes. Hay algunos más, y sobre ellos destaca la dedicatoria que Alonso Fernández de Avellaneda hace en su Quijote apócrifo, que fue publicado en 1614, sólo nueve años más tarde que la primera parte del libro de Cervantes: “Al alcalde, regidores e hidalgos de la noble villa de Argemesilla de la Mancha, patria feliz del hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha”. Mucho es lo que se ha escrito sobre el personaje real que se encuentra detrás de éste Avellaneda, que sólo es un seudónimo, y entre ellos cierto Jerónimo de Pasamonte, un soldado aragonés que había combatido con Cervantes en la batalla de Lepanto, y que fue autor de un manuscrito biográfico en el que se atribuía algunas acciones de guerra que en realidad correspondían al propio Cervantes. El escritor de Alcalá de Henares se vengaría de éste, convirtiéndolo en uno de los personajes más absurdos de su novela, el galeote Ginés de Pasamonte, y éste, a su vez, se vengaría más tarde de Cervantes, robándole su personaje, y escribiendo una segunda parte apócrifa de la obra, una segunda parte que, por cierto, y como todos sabemos, nunca fue del gusto de Cervantes. Según algunos autores, éste conoció ya ese texto apócrifo incluso antes de que hubiera sido publicado, a través de una versión manuscrita, pues una lectura detallada de su propia segunda parte parece indicar que los primeros capítulos ya habían sido escritos antes de que el texto de Avellaneda hubiera aparecido en prensa.

La última tradición en la que se basa la teoría de la identificación de Argamasilla como aquel lugar olvidado por Cervantes, es cierta típica casa manchega que se encuentra en una de las calles de la villa, en la que la leyenda sitúa la mansión en la que vivió el bachiller Sansón Carrasco. Éste, fiel amigo de Don Quijote, aparece ya en la segunda parte de la novela, convertido primero en el Caballero de los Espejos, al que derrota en un primer enfrentamiento, aún sin haberlo conocido. Y es también el mismo que le derrotaría a su vez en su último combate, convertido ya en el Caballero de la Blanca Luna; el encuentre, como sabemos, se produjo en tierras de Barcelona, obligándole así a regresar a su villa de ¿Argamasilla?, abandonando asíesas locas aventuras de caballerías, propias de un tiempo que ya no existía.

Y si Argamasilla de Alba tiene su casa de Sansón Carrasco, también Villanueva de los Infantes tiene su casa del Caballero del Verde Gabán. La casa perteneció realmente a Diego de Miranda, quien fue, según algunos autores, una de las proyecciones ideales que Cervantes hizo de sí mismo en la genial novela. Se trata de otra casa de hidalgos, en cuyo balcón, por otra parte, aparece cierta simbología heráldica que está relacionada con la orden de los jesuitas. Villanueva de los Infantes es uno de los pueblos más hermosos de la provincia de Ciudad Real, y su casco histórico está poblado de palacetes y de grandes casas manchegas, en cuyas fachadas, muchas veces, suelen aparecer algunos escudos heráldicos que nos remiten a tiempos de pobres hidalgos y de grandes señores. Y no es ésta la única relación que existe entre el pueblo y nuestros grandes escritores del Siglo de Oro, porque aquí, en Villanueva, residió durante algún tiempo Francisco de Quevedo, cuya familia gozaba de un señorío en un lugar muy cercano, la Torre de Juan Abad. En efecto, aquí murió, en su convento dominico, este otro genial escritor, famoso por la ironía y el humor que mostraba en cada uno de sus textos, y también por la mordacidad burlesca que le caracterizó durante toda su vida; aquí fue enterrado, y aquí, en su iglesia parroquial, se conservan algunos de sus restos, recuperados de un osario común que existió en la propia cripta del templo.

Pero si la identificación de Argamasilla de Alba se basa en una larga tradición, que se remonta, como ya se ha dicho, a tiempos muy cercanos a la fecha en la que el libro fue publicado, la identificación de Villanueva de los Infantes con aquel lugar que el autor quiso olvidar deliberadamente se basa en un trabajo multidisciplinar de carácter científico, que fue realizado por diversos profesores de la Universidad Complutense de Madrid durante varios años, y que les llevó a asegurar, en el año 2005, que ese lugar no era otro que esta villa manchega. El trabajo, que fue dirigido por el profesor Francisco Parra Luna, se llevó a cabo midiendo las distancias entre los diferentes lugares que aparecen en la novela, y que sí estaban ya plenamente identificados, y el tiempo que se tardaba en llegar a ellos desde el lugar de partida, en aquella época, y contando con un sistema de comunicación tan peculiar, ese “rocín flaco”, que sin duda, por ello, debía ser no demasiado rápido en sus movimientos. Y en base a ese trabajo supuestamente científico, se llegó a una cuestión insoslayable: el origen de todos aquellos viajes, la “madre de todos los lugares”, no podía ser otro que el pueblo ciudadrealeño de Villanueva de los Infantes. Así fue publicado en diferentes trabajos científicos, y así fue reconocido también en una placa de bronce, que fue instalada en la fachada del antiguo convento de la Encarnación de Villanueva de los Infantes.

            Sin embargo, quizá el trabajo del equipo de la Universidad Complutense no sea tan incuestionable desde el punto de vista científico. Esto, al menos, es lo que afirma Luis Miguel Román Alhambra, autor de un blog en el que, bajo el título de “Alcázar de San Juan, lugar de don Quijote”, intenta demostrar la vinculación de este otro pueblo de Ciudad Real como la verdadera patria del hidalgo caballero. Recojo a continuación uno de los párrafos entresacados de ese blog, en el que se afirma lo siguiente: “Si bien a la hora de acometer este tipo de trabajo, en el primer punto tenemos que estar todos de acuerdo -la de hacer prevalecer, en caso de conflicto entre diferentes partes de la novela, lo concreto sobre lo abstracto-, no podemos compartir la segunda regla -la de prevalecer lo último que es citado sobre lo anterior-, ya que tanto valor tiene lo expresado por Cervantes en una parte de la obra como en otra, aún con sus posibles contradicciones. Esta segunda regla, muy estudiada por ellos, tiene la sola finalidad de minimizar en lo posible, incluso eliminar, la importancia de la distancia del lugar de Don Quijote con respecto a El Toboso, y al lugar donde se encontraban los famosos molinos de viento.”

Otros son también los lugares, dentro y fuera de la provincia de Ciudad Real -algunos tratadistas afirman que ese lugar podría ser el pueblo conquense de Mota del Cuervo-⁵. No quiero insistir más en ello, sino incidir en algunas otras atracciones turísticas con las que cuenta la provincia de Ciudad Real, más allá de su relación con la genial obra cervantina: San Carlos del Valle y su barroca, casi borrominesca, iglesia del Santísimo Cristo, considerada en algunos textos como el Vaticano de Castilla-La Mancha; los castillos de Calatrava la Vieja y Calatrava la Nueva, en Aldea del Rey, patrimonio de la orden homónima y de toda la historia medieval española, e importante fortín que Alfonso VIII dejó en manos de aquellos valientes monjes-guerreros, que tanto tuvieron que sufrir a raíz de la cruenta derrota en Alarcos, en 1195, y tanta gloria alcanzaron en 1212, en las Navas de Tolosa; la Motilla del Azuer, muy cerca de las Tablas de Daimiel, un importante asentamiento prehistórico de la Edad del Bronce que parece extraído de otros tiempos y de otros espacios geográficos; Almagro, con su bella plaza mayor, una de las más hermosas de España, y su tradicional patio de comedias, adosado a ella,… Todos estos lugares, y algunos más, son la punta de lanza de unas tierras, las de la provincia de Ciudad Real, que más allá de lo que muchas veces se afirma, también tienen algunas importantes atracciones para el turismo cultural.

Y también, como no podía ser de otra forma, algunos de los espacios naturales más bellos, como las Tablas de Daimiel, uno de los escasos parques naturales con los que cuenta nuestro país, un espacio de alto valor cultural y acuífero, que cuenta con una flora y una fauna singulares; o las propias Lagunas de Ruidera. Allí, junto a alguna de sus dieciséis lagunas, es donde, según la tradición, se encontraba la Cueva de Montesinos, en la que el propio Don Quijote se introdujo, para tener allí la aventura más esotérica de todas, cuando regresaba de tomar parte en las bodas de Camacho. En efecto, fue este uno de los lugares que fueron visitados por el genial caballero andante, en una de las salidas que hizo desde su lugar de origen, fuera esta Alcázar de San Juan, Argamasilla de Alba o Villanueva de los Infantes; o cualquier otro de los pueblos que pugnan por serlo, como Mota del Cuervo, que pugnan por serlo. Da lo mismo cual sea esa patria, porque lo que de verdad importa es que Don Quijote es una figura universal, y que, como todas las figuras que son universales, su patria es, más allá de la propia Mancha que le dio nombre, toda España; incluso lo es, también, cualquier lugar del mundo, y cualquier tiempo, también el actual. Porque, por encima de todo, Don Quijote es aquello que representa: el ideal de la caballerosidad y del honor, la entrega en defensa de un ideal, y el derecho a poner el corazón por encima del cerebro, los deseos por encima de la mente, la aventura y el deseo por encima de una realidad rutinaria, demasiado apegada a la tierra y a una realidad sin alicientes



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