Hasta hace sólo unas
pocas décadas, la imagen que todos teníamos del arqueólogo era la de un hombre
extraño, romántico del pasado, cubierto de polvo o de barro, que sólo con la
ayuda de sus propias manos, o de una pala y un pico, horadaba la tierra, en busca
de objetos antiguos. Sin embargo, hoy en día, la realidad de una excavación
arqueológica es muy diferente. Cuando tenemos la suerte de acercarnos a uno de
esos yacimientos, y si éste se encuentra en pleno trabajo de excavación, nos
daremos cuenta de que se trata de una labor muy bien organizada, o así debe
serlo, al menos, en los hacimientos más importantes, estructurada a través de un
organigrama compuesto por diferentes profesionales muy especializados, cada uno
de ellos dedicado a una tarea muy concreta dentro de la excavación. Así, junto
al director de las excavaciones se encuentran una serie de fotógrafos y
dibujantes -todos los descubrimientos hay que registrarlos de manera muy
concienzuda, con el fin de facilitar el trabajo de otros investigadores en el
futuro-, restauradores, expertos en las diferentes clases de cerámica o en
epigrafía,… Incluso, también, diferentes clases de científicos -paleontólogos,
botánicos, zoólogos,…, que cuidadosamente catalogan y clasifican todos los
restos encontrados, hasta el hueso de menor tamaño o la semilla más pequeña que
pueda encontrarse en un mortero o en un cacharro de cerámica.
De la misma forma, no es extraño , tampoco, encontrar
en estos yacimientos algunos expertos en la manipulación de extraños aparatos
tecnológicos, que la persona que es ajena a esta nueva arqueología ni siquiera
saben para qué pueden servir: drones, teodolitos, fotografía de satélite,
sondeos geofísicos,… Son técnicas que permiten tener una visión de conjunto del
yacimiento que le permiten al arqueólogo elegir el lugar donde empezar a clavar
la piqueta. Y por otro lado, en los últimos años han surgido también nuevas
especializaciones arqueológicas: arqueología subacuática -este término ha
venido a sustituir al ya anacrónico de arqueología submarina, pues, como es
sabido, no es sólo debajo del mar donde pueden ser encontrados restos antiguos;
también debajo de algunos lagos, o incluso de ríos-, arqueología industrial, arqueología
defensiva o militar -abundante es lo que esta especialización de la arqueología
está dando en los últimos años al conocimiento de nuestra Guerra Civil-, …
Desde un tiempo a esta parte, Cartagena, la antigua capital
de los Barca en la Península Ibérica, es un buen ejemplo en lo que se refiere a
esta nueva arqueología. La ciudad mediterránea cuenta en su haber con varios
museos arqueológicos, y entre ellos destaca, sin duda por su especialización,
ARQVA, el Museo Nacional de Arqueología Submarina, que hace muy pocos años se
refundó en el propio paseo del muelle portuario. Sabido es el valor estratégico
que la ciudad tenía en la antigüedad, y sabido es, también, la gran cantidad de
pecios hundidos, fenicios, romanos o modernos, que han sido hallados en las
costas cercanas. Buena parte de los objetos encontrados en esos pecios se
encuentran expuestos en las salas y en las vitrinas de este museo, como también
es interesante la sala que está dedicada al pecio Nuestra Señora de las
Mercedes, aquella fragata de la Marina española que fue hundida en 1804 por una
flotilla inglesa, muy cerca ya de la costa del Algarve portugués: centenares de
monedas sueltas, de oro y de plata, y otras formando una mole compacta que, por
causa de la oxidación y la corrosión han tomado la forma del contenedor en el
que eran transportadas; objetos personales de los marinos y de los viajeros que
iban a bordo del barco; elementos propios del buque o del armamento que éste
llevaba, como balas de cañón o la propia roldana del buque. El descubrimiento del
pecio, y sobre todo el juicio que en Florida se llevó a cabo entre el Gobierno
de España y la empresa de recuperación de tesoros Odyssey, con el fin de
determinar la posesión real de los objetos recuperados, ganado por el primero, del
que se hicieron amplio eco los medios de comunicación, e incluso se llevó el
caso a los comic y a la televisión, de forma un tanto libre, pero respetuosa
con la realidad -ver, sobre este tema, mi entrada “La Fortuna, entre la ficción
de la nuevas series de televisión y la realidad de un gran descubrimiento
arqueológico”, de 22 de octubre de 2021-, puso en valor la importancia que la
arqueología subacuática tiene para un mejor conocimiento de nuestra historia.
Pero, más allá de este hermoso museo, otro de los
aspectos en los que la ciudad de Cartagena destaca en el campo de la
arqueología, es en lo que se refiere a la integración de ésta en el entramado urbano
de una ciudad moderna. Y es que 8una ciudad como Cartagena, tan importante como
fue en la antigüedad, principalmente en las épocas cartaginesa y romana, y que
ha ido creciendo a lo largo de los siglos sin salirse demasiado en aquel mismo
espacio físico en el que se había producido su fundación, presenta a los
arqueólogos una especial dificultad, debido a que la mayor parte de sus
edificios más importantes, en el caso de que aún quede algo de ellos, se
encuentran constreñidos debajo de las casas modernas. A menudo, cuando se tiran
unas casas o un edificio público para levantar en su lugar una edificación
nueva, o cuando se hacen obras en ellos que afecten al subsuelo, o cuando se
abre una zanja en una calle para incorporar nuevos servicios para sus
ciudadanos, salen a la luz las ruinas que son pruebas de un pasado glorioso.
Suele ocurrir en Cartagena, como en otras ciudades
históricas, que la construcción de los nuevos edificios no es muy compatible
con el estudios de esos restos, porque, de entrada, suelen suponer para los
promotores de esas obras retrasos inesperados y, en ocasiones, incluso un
aumento del presupuesto. Sin embargo, en Cartagena son abundantes las muestras de
una integración modélica entre arqueología y urbanismo moderno, incluso en
algunos edificios particulares de viviendas, de manera que, en ocasiones, y
después de su conveniente estudio por parte de los especialistas, los restos
descubiertos se integran en el conjunto de la obra terminada, mediante muros de
cristal o planchas de metacrilato. Los vecinos, enamorados de su historia, son
conscientes de que la existencia de esos restos históricos dentro de su propiedad,
de algún modo, dan más valor al edificio.
Lo mismo se puede decir respecto a algunas propiedades
municipales, como calles o diferentes espacios urbanos. Un buen ejemplo de ello
son las termas y los restos de una calzada romana, probablemente uno de los decumanos
más importantes que conducían hacia el foro cercano, que fueron hallados en el
subsuelo de la calle Honda y de la plaza de los Tres Reyes. También, muy cerca del lugar ocupado por
estos restos, el propio foro, un amplio espacio, ahora visitable por los
cartageneros y por los turistas, que se extiende, como hemos dicho, muy cerca de
aquellas termas, en las laderas del cerro del Molinete, un antiguo espacio
deprimido de chabolas y casas baratas, que ha sido ejemplo en los últimos años
de reconversión urbanística; y la arqueología forma parte, la más importante,
de esa reconversión. El espacio, en su conjunto, es ahora uno de los mayores
parques arqueológicos urbanos que existen en España, en el que el visitante
puede acercarse a cómo era la vida diaria de los cartagineses en sus tiempos
más gloriosos, a través de sus restos arqueológicos: el templo de Isis, en el
que destaca su atrium, el lugar en el que estos celebraban sus banquetes
en honor a la diosa; unas termas, llamadas del puerto, por la cercanía a la que
éste se encontraba; los edificios públicos típicos de todos los foros romanos,
como la basílica, el lugar donde se administraba justicia, o la curia, en donde
se reunían los ciudadanos,…
El cerro del Molinete, que constituía lo que en la
antigüedad era conocido como el Arx Asdrubalis, porque, según se supone,
había establecido aquí su palacio el general cartaginés cuando fundó la ciudad,
en el siglo III a.C., formaba en tiempos de los romanos el capitolio de la
ciudad, la parte aristocrática y administrativa de ésta, y en su cima han
aparecido también otros restos importantes, como una escalinata, quizá parte de
ese palacio, o uno posterior que hubiera sido construido sobre éste ya en
tiempos romanos, y también las ruinas de un templo que estuvo dedicado a alguna
diosa de origen sirio. Frente a él, al otro lado de la ciudad, se encuentra
también el espacio dedicado a los edificios lúdicos, destacando en este sentido
el teatro y el anfiteatro. También la recuperación del teatro, junto a la
antigua catedral, o concatedral, católica, y bajo un entramado de casas de muy
pobre construcción -tan pobre que hace algunos años, antes de que se iniciaran las
excavaciones en el teatro, llegó a convertirse, en el escenario perfecto para
una película norteamericana ambientada en la Guerra del Líbano-.
El anfiteatro, por su parte, se halla debajo de la
actual, e inutilizada, plaza de toros, por lo cual, de momento, sólo ha podido
ser estudiado de manera parcial. Pero, a pesar de todas las dificultades que
este hecho presenta a los investigadores, también en este caso se trata de un
importante ejemplo de integración entre urbanismo y arqueología, de forma que
en octubre del año pasado se anunciaba la apertura al público de este espacio,
para su contemplación y disfrute. A día de hoy, no he podido comprobar si
aquella promesa de los políticos se ha convertido en realidad, si se trata de otro
yacimiento visitable de manera permanente, pero lo que sí es seguro es que ya
se han organizado allí algunas jornadas de puertas abiertas, al mismo tiempo
que se han anunciado nuevas remesas de dinero público destinado a este
yacimiento, para su estudio, recuperación y restauración de sus restos -nunca
el dinero público que se invierte en arqueología, como el que se invierte en
cultura, es un dinero desaprovechado, al menos si de hace de manera acorde al
resto de las necesidades-. No cabe duda de que muy pronto, si no lo ha hecho
ya, el anfiteatro de Cartagena se convertirá también en un nuevo aliciente más
para visitar esta ciudad del Mediterráneo, una de las más importantes de la
antigüedad, sobre todo por las condiciones espaciales y estratégicas de su
puerto.