domingo, 30 de octubre de 2022

Un viaje al sur del marquesado de Villena (II)

 

Dejamos atrás Alcaraz y su castillo con la sensación de que la localidad tenía muchas cosas en común con Cuenca. En efecto, desde su fundación, también en época califal, como la ciudad del Júcar, a caballo entre los siglos X y XI, como Cuenca, hasta su brillante época renacentista, con algunos edificios similares a los de la capital y la provincia conquenses, y con algunos nombres de arquitectos y escultores que se repitan en un lugar y en otro -Francisco de Luna, Esteban Jamete quizá, y por encima de todos Andrés de Vandelvira-, y pasando por la conquista de la ciudad a los musulmanes, realizada también por el mismo rey Alfonso VIII, aunque en esta ocasión después de la victoria de las Navas de Tolosa. En efecto, fue el 23 de mayo de 1213, casi un año más tarde de aquella gloriosa victoria que consiguió abrir definitivamente las puertas de Al Andalus para los cristianos, cuando el monarca, tras un azaroso incendio y siempre con la compañía del arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, el mismo que había alentado también a las tropas españolas al otro lado de Despeñaperros, logró entrar por fin por la Puerta de Granada, la principal puerta que guardaba la entrada a Alcaraz. Derrotados los musulmanes, Alfonso VIII aceptó entonces la incondicional rendición de quien en cese momento gobernaba la ciudad en nombre del califa almohade, y como había pasado en Cuenca cuarenta años antes, entregó a sus nuevos habitantes cristianos un gran alfoz y un fuero, hermano y basado precisamente en el mismo Fuero de Cuenca.

Aquí, en Alcaraz, se firmaría treinta años más tarde, en 1243, el llamado Tratado de Alcaraz, entre el entonces infante Alfonso de Castilla, futuro rey Alfonso X, en representación de su padre, Fernando III, y los representantes de la taifa de Murcia, que por entonces se encontraba en una situación muy difícil, acosada tanto por las tropas de la orden de Santiago como por las del reino nazarí de Granada. La firma, que se llevó a cabo precisamente en el monasterio de Cortes, el que había sido el primer destino de nuestro viaje, situó a la taifa murciana como un importante protectorado del reino de Castilla, posibilitando de esta forma que, a partir de este momento, éste pudiera extenderse también por las tierras murcianas, en detrimento del reino de Aragón, que también tenía intereses económicos y políticos en el territorio.

La visita a Alcaraz debía completarse, el día siguiente, con la visita a un castillo y un territorio tan antiguo, cuando menos, como lo era éste: Chinchilla de Montearagón. Pero antes, durante el tiempo que aún quedaba de día, tendríamos que rendir un pequeño tributo a otras etapas de la historia en un lugar diferente: Riopar. Un pueblo que en realidad es doble. Por un lado, Riopar Viejo, el pueblo primitivo que nació, como otros muchos pueblos de la comarca, en lo alto de la montaña, al amparo de ésta y del extenso alfoz de Alcaraz, con su castillo también, convertido hace ya muchos años en un recoleto cementerio, y su pequeña iglesia, situada a los pies del castillo, escondida entre calles abandonadas, renacidas hoy sólo para los turistas, como si se tratara de una villa medieval en estado fósil, a partir de la restauración que se hizo en algunas de sus casas abandonadas para convertirlas en alojamientos turístico. Hace ya muchos años que Riopar, llamado ahora Riopar Viejo para diferenciarlo del otro, fuera abandonada, porque los habitantes que quedaban en el pueblo se bajaron a la llanura, a lo que se vino a llamar Riopar Nuevo, una población de nuevo cuño creada en la segunda mitad del siglo XVIII, creada al amparo de las Reales Fábricas de Bronce y Latón de San Juan de Alcaraz, que en 1773 había fundado Juan Jorge Graubner, un ingeniero vienés que se había nacionalizado español. Una mina de calamina que existía en sus cercanías, y que permitía la extracción abundante del cinc que, mezclado con el cobre, terminaba por convertirse en latón, fue lo que permitió la instalación de la fábrica en este lugar, tan apartado de la corte. La visita a la fábrica, o lo que de la fábrica había dejado el paso del tiempo, fue también un interesante contrapunto a la visita que aquella misma mañana habíamos realizado, después de visitar Alcaraz, a las ruinas restauradas de Riopar Viejo.

Y por fin, el día siguiente, visitamos Chinchilla, no sin antes haber compartido otro tributo, esta vez con el cine, en dos pueblos que también se encuentran en la provincia de Albacete: Ayna y Lietor. Porque en estos dos pueblos visitamos algunos de los escenarios de una de las películas más hermosas, y quizá más incomprendidas, del cine español: “Amanece que no es poco, la genial comedia surrealista del cineasta albaceteño José Luis Cuerda. En Ayna, uno de los pueblos más hermosos de la provincia de Albacete, quizá también de toda Castilla-La Mancha, visitamos algunos de sus escenarios más inolvidables. Y en Lietor es de especial relevancia la ermita de Nuestra Señora de Belén, un pequeño templo dieciochesco, enteramente pintadas sus paredes al trampantojo, con arquitecturas ilusorias y amplios cortinajes, que enmarcan un ejército de santos y de santas que están coronadas por una alegoría de la muerte; un espacio claramente visible para los conocedores de aquella película del genial realizador, porque es en esta pequeña iglesia donde se celebra la extraña misa que da sentido a la trama.

Chinchilla, ya lo hemos dicho, es uno de los pueblos más antiguos de la provincia de Albacete. Su término municipal ha estado poblado desde los inicios del Neolítico, y hay quien afirma que su fundación, al menos en términos mitológicos, se debe al propio Hércules, allá por el siglo VII a.C. Lo que sí es incuestionable es la gran cantidad de restos arqueológicos que han venido produciéndose en diferentes parajes de su término, al hilo de la antigua Vía Augusta, que cruzaba a los pies de la población actual, y entre los que destaca, por encima de todos, el llamado Sepulcro de Pozo Moro, un antiguo monumento funerario que fue dedicado a algún reyezuelo ibero, y que en la actualidad se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Pero más allá de todos esos restos arqueológicos, lo que también es cierto es que fue hacia el año 928, bajo el poder del califato de Córdoba, ,  Chinchilla empezó a adquirir relevancia. Entonces, bajo sucesivos nombres -Ghenghalet, Yinyalá, Sintinyala-, era ya una ciudad importante, y más lo sería en los años siguientes, cuando formaba ya parte del reino taifa de Murcia.  A este reino sería tomada en el año 1242 por las tropas del futuro rey Alfonso X, coaligadas para la ocasión con las tropas aragonesas de Jaime I y con los caballeros calatravos, y sentada entre los dominios castellanos a partir del año siguiente, precisamente después del ya citado Tratado de Alcaraz. Poco tiempo después sería entregada en señorío al infante muchas villas Manuel de Castilla, hermano del propio monarca y primer señor de Villena, y de otras muchas villas, que se extendían por las provincias de Toledo, Segovia, Valladolid, Alicante, Soria, Burgos, o la propia Albacete, y hasta incluso en la de Hueva. A partir de este momento, la historia medieval de la villa iría pareja a la del futuro marquesado de Villena, pues hay que recordar que fue este inmenso señorío, el germen del posterior marquesado homónimo, un estado dentro del Estado, sobre todo, tal y como se ha dicho, durante la segunda mitad del siglo XV.

Y como no podía ser de otra forma, su castillo, levantado por Juan Pacheco, el primer marqués, como atestigua nel escudo heráldico que adorna una de las torres que flanquean su principal entrada, fue también otro de los escenarios más importantes de las guerras civiles que se desarrollaron entre 1475 y 1480, la llamada Guerra del Marquesado, y que enfrentó a las tropas del marqués de Villena con los Reyes Católicos. En junio de 1476, la rebelión de los habitantes del marquesado contra su señor natural se había extendido ya hasta chinchilla, que en realidad era la única ciudad que, como tal, existía en todo el marquesado, y que en ese momento contaba con unos cuatro mil habitantes. Los combates callejeros se extendieron por toda la población, y obligaron a los partidarios del marqués, que eran mino0ría, a guarecerse dentro de los muros del castillo, al amparo de una guarnición importante. El cerco del castillo se estrechó al día siguiente, animados los sublevados por las promesas de la reina Isabel de enviar tropas reales con el fin de apoyarles. No obstante, después de varios meses de cerco, el 11 de septiembre se firmó la tregua entre Isabel y el marqués, por la cual éste será desposeído de todas las fortalezas que ya había perdido durante el transcurso de la guerra, y las que no, como la propia chinchilla o Almansa, serían entregadas en tercería a un representante neutral.

La guerra se recrudeció en los años siguientes, cuando, muerto ya el primer marqués, había sido sucedido en el gobierno del territorio por su hijo, Diego López Pacheco. Para entonces, los reyes habían enviado a Chinchilla al licenciado Fernando de Frías, para que ejerciera como gobernador regio en la ciudad, y éste ordenó un nuevo cerco sobre el castillo, que había sido recuperado algún tiempo antes por las tropas del marqués, y éste, enfurecido, envió el grueso de sus tropas en auxilio de la guarnición del castillo. La reacción de Fernando de Frías, ante la llegada de un importante número de tropas, fue la de huir cobardemente, pero la represión que Diego López Pacheco realizó entonces contra los partidarios de los Reyes Católicos provocó que estos rompieran las treguas, que oficialmente seguían en vigor, y le declararan la guerra al marqués.

Corría ya el año 1479 cuando éste se vio obligado a replegarse hacia los territorios más septentrionales de su extenso señorío, hacia lo que hoy es la provincia de Cuenca principalmente. Fue en este momento cuando la guerra se trasladó a otros escenarios -Iniesta, San Clemente, Villanueva de a Jara, Castillo de Garcimuñoz, Alarcón, la propia Belmonte, capital en ese momento del marquesado, como es sabido, y el lugar en el que habían nacido tanto el padre como el hijo-. También, es el momento cuando aparecen algunos de los capitanes más conocidos -Pedro Ruiz de Alarcón, Rodrigo Manrique, su hijo, Jorge, …. Por otra parte, el fallecimiento, ese mismo año, del rey de Aragón, Juan II, y la coronación como nuevo rey de su hijo, el príncipe Fernando, lo que contribuyó a consolidar la unión dinástica entre los dos reinos, dio a la guerra una nueva dimensión. La capitulación definitiva del segundo marqués, Diego López Pacheco, sería firmada por éste el 28 de febrero del año siguiente, 1480, en su castillo de Belmonte.

La visita al castillo de Chinchilla, como la que habíamos tenido antes a los restos del castillo de Alcaraz, ayuda al visitante al tomar plena conciencia de esta etapa de nuestra historia, tan importante para el devenir posterior de Castilla y de España, pero también de la propia provincia de Cuenca. Y el visitante no puede dejar de pensar en ello cuando se aleja, de regreso otra vez a tierras conquenses, como si el viaje fuera un reflejo de aquel viaje en el tiempo, que se desarrolló a lo largo de seis años cruciales: lo que empezó en Albacete y en Alicante, en 1476, y terminó en cuenca en 1480. Y no puede dejar de pensar, tampoco, en como mucho tiempo después, cuando Javier de Burgos creara la nueva estructuración territorial de España en provincias, en 1833, la propia Chinchilla rivalizó con la ciudad de Albacete, que durante mucho tiempo había sido una simple aldea de la otra, levantada a los pies de su castillo, en su idea de convertirse en la capital de aquella nueva provincia que se iba a crear con el nuevo decreto. También hubo un tiempo que lo fue incluso, y este es un hecho que ignorar la mayor parte de los conquenses, de la propia Alarcón, después de que aquélla hubiera sido tomada a los árabes por las tropas concejiles de la propia localidad conquense, en 1291.

Lo que pasó ca partir de entonces es bien conocido. La antigua aldea, convertida en capital de provincia, llegó a convertirse, en el devenir de los tiempos, en una de las ciudades de mayor crecimiento de toda España, mientras que la antigua ciudad, adormilada alrededor de su viejo castillo, reconvertido para entonces en uno de los penales más duros de todo el país, iba perdiendo paulatinamente población e importancia. La propia decisión de instalar en una oscura venta sin ninguna importancia histórica de la capital el nuevo Parador Nacional de Turismo, en los años sesenta del siglo pasado, que pudo haber estado en el propio castillo de Chinchilla -es conocido el interés que siempre ha tenido Paradores Nacionales de fundar sus instalaciones turísticas, siempre, en edificios históricos, principalmente en castillos o en monumentos-, es un claro ejemplo de este apuesto devenir histórico entre una ciudad y otra.



miércoles, 19 de octubre de 2022

Un viaje al sur del marquesado de Villena (I)

 

En ocasiones, el paisaje es un aliado de la historia, sea éste el paisaje natural o el que forman en el horizonte nuestros pueblos y nuestras ciudades. Nos acercamos a sus castillos y a sus monasterios, muchas veces semiderruidos, algunas veces sólo con un triste lienzo en pie como único recuerdo de su antiguo esplendor, ruinas venerables, en fin, que son testigos del ayer, y un calambre de emoción recorre nuestros nervios al saber que aquellas mismas piedras que nosotros hoy tocamos. Son las mismas piedras que ayer tocaron los reyes que un día gobernaron los destinos de Castilla o de España, o los grandes héroes de nuestro pasado. Nos acercamos a las veredas de nuestros ríos, o a las grandes cumbres, cubiertas por la nieve en los inviernos más duros, y nos emocionamos al pensar que aquellos paisajes fueron, un día, el escenario de las grandes batallas que conformaron la historia de nuestro país. Cada lugar, desde la ciudad más grande a la aldea más pequeña, tienen alguna cosa que contarnos. Así, nuestro viaje de hoy nos va a llevar, esta vez, a la Edad Media, a través de algunos de los pueblos que formaron parte, en la provincia de Albacete, las tierras de aquel extenso territorio, un estado dentro del Estado, que por las provincias de Cuenca, Valencia, Alicante y la propia Albacete, logró formar uno de los hombres más poderosos de Castilla en la segunda mitad del siglo XV: el belmonteño don Juan Pacheco, el corrupto y odiado marqués de Villena -sobre todo, por aquellos que han visto la serie “Isabel”-. Un marqués que fue capaz de hacerle la guerra a los propios Reyes Católicos, porque lo que se ha llamado la Guerra del Marquesado (1475-1480), no fue, ni más ni menos, que uno de los aspectos, el más violento de todos quizá, de la guerra civil que, por el trono de Castilla, enfrentó a la propia reina Isabel, y a su esposo, Fernando, con su “sobrina”, Juana la Beltraneja. ¿Llegará alguien, algún día, a poder demostrar si en verdad la Beltraneja fue la hija del monarca, Enrique IV, o si en realidad lo era de su valido, don Beltrán de la Cueva?

Así, el viaje nos va a llevar, sobre todo, a dos de los castillos y lugares que el marqués tenía en la provincia de Albacete, Alcaraz y Chinchilla, sin olvidar tampoco algún otro paisaje, algún otro recodo de nuestra historia. Nuestro primer destino, a modo de acercamiento a esa historia, de simple aperitivo, era el santuario de Nuestra Señora de Cortes. El lugar nos tenía preparada ya una sorpresa, porque allí, escondida detrás de su aparente modernidad, sólo aparente, resultado en buena medida de su coronación, hace ahora justo cien años, se nos dice que fue precisamente aquí donde se produjo, al mismo tiempo, en 1265, una inusitada celebración de las Cortes castellanas y aragonesas, con ocasión de una entrevista que se produjo entre los reyes respectivos, Alfonso X “el Sabio” y Jaime I “el Conquistador”. En aquellos tiempos lejanos de la Edad Media, la Virgen de Cortes ya era la patrona de Alcaraz, y foco de peregrinaciones desde toda la comarca.



Pero todo viaje por la historia, como también por la geografía, lleva consigo la necesidad de hacer elecciones, de dejar pasar algunos de esos lugares, de esos recodos de la historia, en beneficio de otros.  Por ello, el viajero siente dolor cuando, al pasar por el pueblo de Lezuza, de camino al santuario, divisa a la izquierda la colina en la que se asientan las ruinas de la vieja Libisosa, un antiguo oppidum oretano, que se convirtió después en una ciudad romana de mediana extensión, y más tarde, en el enclave medieval que sería tomado en 1213 por las tropas de un Alfonso VIII al que apenas le quedaban ya unos pocos años de vida. Libisosa fue el origen de la actual población de Lezuza. Pero el día ya no daba para más, porque ya era de noche cuando cruzábamos al pie del castillo de Alcaraz, rumbo a Riopar, donde debíamos asentar el campamento. A la mañana siguiente volveríamos aquí, con la intención de visitar el pueblo y su historia.

Poco queda ya en pie del castillo de Alcaraz, pero su visita se antoja necesaria si queremos comprender mejor lo que un día significó este lugar para el devenir de la guerra civil, la llamada Guerra del Marquesado, y por ende, también para el futuro de Castilla y del conjunto de España. Fue aquí, en este castillo, donde, en marzo de 1476, dos meses después de que Isabel y Fernando hubieran sido proclamados en Segovia como reyes de Castilla -especialmente Isabel, que Fernando, ya lo sabemos, sólo era, propiamente dicho, rey de Aragón-, los habitantes de Alcaraz se sublevaron contra el marqués y, poniéndose bajo la protección de los monarcas, cercaron el castillo. Era el principio de la guerra. Los reyes enviaron, en apoyo de los vecinos, al obispo de Ávila, Álvaro de Fonseca, y al maestre de la orden de Santiago, Rodrigo Manrique de Lara, el padre y destinatario de las famosas coplas de Jorge Manrique. El marqués, por su parte, envió sus mesnadas, procedentes de Carmona, Écija y Osuna, a las que se habían unido también el conde de Palencia, el marqués de Urueña y el maestre de Calatrava, en apoyo de Martín de Guzmán, que a la sazón era el alcaide de la fortaleza, y de la escasa guarnición que ésta mantenía en su interior. Poco después se unirían también las del propio arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, conquense también como el marqués -había nacido en Carrascosa del Campo, era miembro por línea materna del ilustre linaje de los Albornoz; su madre era Teresa Carrillo de Albornoz, señora de Paredes, Portilla y Valtablado-. Las fuerzas del marqués duplicaban en número a las tropas reales, a pesar de que a éstas se habían unido también las de Pedro Fajardo, adelantado del reino de Murcia, Pedro Fajardo, que a la sazón era yerno del propio Rodrigo Manrique. Sin embargo, era el 10 de mayo de 1475, cuando Martín de Guzmán entregaba la fortaleza; fueron los propios vecinos de Alcaraz los que, con el fin de evitar que el marqués pudiera recuperar el recinto murado, destruyeron el castillo.



Pero Alcaraz no es sólo su castillo. Es también sus calles pedregosas, serpenteantes en busca de una plaza mayor que es una de las más hermosas de toda la provincia de Albacete, incluso también de toda Castilla-La Mancha y de fuera de ella.  A un lado de la plaza de encuentra la Lonja de Santo Domingo, con su torre del Tardón a la derecha, rivalizando en el paisaje, una pegada a la otra, como uniendo sus destinos, con la torre de la iglesia de la Trinidad, de la que la separa apenas una estrecha calleja, en un curioso pulso entre el poder civil y el poder eclesiástico. Al más puro estilo de las logias italianas del cinquecento, como así ha sido definido, con su amplia arcada es un canto al más puro renacimiento. Como lo son así mismo los otros dos edificios, también de carácter comercial en su origen, los otros dos edificios que rodean esta parte de la plaza, la Lonja de la Regatería, o del Corregidor, con doble galería de doce arcos cada una, y la Lonja del Alhorí, en la que actualmente se encuentra el ayuntamiento.

¿Cómo es posible que aquí, en este apartado rincón de la sierra del Segura, existan estas gloriosas muestras, y tan recientes incluso, del mejor renacimiento? Culpa de ello la debe tener, sin duda, el hecho de que aquí, en Alcaraz, nació uno de los mejores arquitectos de la época, Andrés de Vandelvira, quien todavía nos observa, dese la quietud de su pequeño monumento de bronce, apenas un busto, que se encuentra frente a la portada de la iglesia parroquial. Vandelvira había nacido aquí en 1505, y después de haber trabajado en el convento santiaguista de Uclés, realizó diferentes trabajos en la propia Alcaraz, entre las que destaca, por cierto, más allá de algunas obras en la fábrica de la iglesia, la propia Plaza Mayor.  Después trabajó en la propia ciudad de Cuenca, en su catedral principalmente, colaborando en algunas ocasiones con el escultor Esteban Jamete, pero también en el antiguo puente de San Pablo, el de piedra, con su suegro, Pedro de Luna. Es también el autor del Ayuntamiento de San Clemente, en la provincia de Cuenca, que tanto nos recuerda, con sus arcos de medio punto, a las tres lonjas alcaraceñas. Y más tarde pasaría a la provincia de Jaén, tanto en su capital, donde realizó, entre otras obras de gran importancia, el Palacio de las Cadenas, para quien fue uno de sus principales mecenas, Francisco de los Cobos, secretario de estado del emperador Carlos V, como en Úbeda, donde realizó la majestuosa Capilla Sacra del Salvador, que había iniciado Diego de Siloé, o algunas obras en su catedral.

En su pueblo natal, una de las entradas laterales de la ya citada Lonja del Alhorí se hace por un majestuoso arco que mucho nos recuerda, aunque más pequeño que el otro, al famoso Arco de Jamete, de la catedral conquense, que mandara construir el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal en 1546, diez años después de la construcción de la lonja de Alcaraz; un arco que nos hace pensar mucho en el momento exacto en el que se inició la colaboración entre ambos maestros, datada supuestamente a partir de su estancia en Cuenca, o, en todo caso, en  quien ces el verdadero autor intelectual de la obra conquense. Pero, ¿aprendió el joven arquitecto este nuevo estilo renacentista, que para entonces apenas se había introducido en las grandes ciudades españolas? Poco se dónde sabe de ello, más allá de la leyenda, que lo convirtió en hijo de un inexistente Pedro de Vandelvira, quien habría viajado hasta Italia, donde incluso habría conocido al propio Migue Ángel. El mismo apellido del arquitecto, por cierto, también forma parte de esa incógnita que desde siempre ha rodeado su figura, y hay hasta quien asegura que era de origen flamenco; en ese caso, el apellido no sería más que la lógica corrupción al castellano de un supuesto “van der Vir”, o algo parecido, aunque también hay quien asegura que su significado, mucho menos exótico, sería “Juan el de Elvira”.

Después de todo ello, la visita al pequeño museo dedicado a la figura de Francisco Ríos González, “el Pernales”, en una de las salas de la Logia del Corregidor, e incluso su tumba, junto a la del no menos famoso “Niño del Arahal”, Antonio Jiménez Rodríguez, en un nicho solitario escondido en uno de los muros del propio cementero de Alcaraz, a la sombra del propio castillo, es como si quisiéramos acercarnos a la guarnición de un plato suculento, después de haber saboreado los ricos manjares de la Historia, de esa Historia con mayúscula. Pero saborear la guarnición también puede llegar a ser un placer. Muy cerca de aquí, en Villaverde de Guadalimar, en las tierras altas del Segura, fueron a pagar con su vida en 1907 aquellos dos bandoleros sevillanos, ante los mosquetones de la Guardia Civil.



lunes, 10 de octubre de 2022

Perspectivas de futuro en Reino Unido y en Europa

 

El pasado 8 de septiembre saltaba a los medios de comunicación de todo el mundo una noticia que, a pesar de toda su lógica por la elevada edad de la protagonista, nos parecía todavía inesperada: Su Majestad, la reina Isabel II del Reino Unido, y de toda la Commonwealth, había fallecido en uno de sus palacios, el de Balmoral, en Aberdeen (Escocia). Era inesperada porque, a pesar de que la anciana monarca contaba ya con casi un siglo de existencia, nos parecía que iba a ser la reina eterna, y que, consciente del diferente nivel de popularidad que ella y su hijo, el eterno Príncipe de Gales, tenían entre sus súbditos, no se iba a morir nunca, no iba a dejar que éste pudiera ocupar el trono de los reyes ingleses, como si de esta forma quisiera hacer un último servicio a su patria. Sobre ella, un historiador experto como Felipe Fernández Armesto ha escrito lo siguiente: “La muerte de la reina ha coincidido con el momento de su máxima popularidad. Compararla con los líderes políticos es obligatorio. Cuando vino a reinar, la joven Isabel se hallaba rodeada de grandes personajes, de una categoría que ya parece inalcanzable. El declive de la calidad de la clases dirigente es palpable, hasta llegar al actual momento de desesperación.”

Con estas palabras, el autor ponía en la balanza a la monarca fallecida con los políticos ingleses, y también de fuera del Reino Unido, con los que le ha tocado reinar, sacando a relucir el declive en el que en la actualidad se encuentra la clase política en buena parte del mundo. Algo, por otra parte, que ya pudimos ver hace algunos días, durante los actos protocolarios que se llevaron a cabo en los días siguientes, y hasta el entierro definitivo de la reina fallecida. Así pudimos verlo en las televisiones de todo el mundo, ante la procesión que llevaron a cabo bajo las naves de la iglesia del castillo de Windsor, de aquellos primeros ministros que gobernaron el país en los últimos años de vida de la reina. ¡Que diferencia entre aquellos primeros ministros y la figura, inalcanzable ya como dice el historiador, de Winston Churchill, de Harold MacMillan, o incluso de Margaret Thatcher! Sí, no cabe duda de que el declive de la clase política no es sólo cosa de nuestro país.

Hace ya un mes de aquello, y parece como si hubiera sido ayer. La reina eterna yace ya enterrada en la capilla memorial de su padre, el rey Jorge VI, en el castillo de Windsor. Hace ya un mes, y su hijo, que parecía destinado a no reinar nunca, ha dejado por fin de ser Príncipe de Gales para convertirse en el monarca Carlos III del Reino Unido -no confundir con nuestro Carlos III, el del brandy, el creador de la emblemática Puerta de Alcalá, el mejor alcalde de Madrid según los ilustrados y, más allá de ello, uno de los mejores monarcas que nuestro país ha dado a la historia-. Y más allá de todas las bromas y los memes que se han hecho respecto a ello, más allá de las perspectivas, buenas o malas, que se abren a su reinado, mi intención a la hora de redactar estas líneas es reflexionar sobre algunos aspectos que la sucesión a la corona británica ha vuelto a poner de manifiesto: ¿En qué situación se queda el país vecino, uno de las principales economías de todo el mundo, precisamente ahora, pocos años después de que el brexit haya venido a fracturar toda la economía mundial? Y por lo que respecta a España, ¿en qué situación se encuentran, hoy en día, las relaciones entre los dos países, hermanos al menos en lo que respecta a las dos familias reinantes? ¿Afectará de algún modo este asunto al problema de Gibraltar? Y finalmente, y en lo que respecta al eterno debate entre cuál es la mejor forma de gobierno, ¿monarquía o república? ¿Cuál de las dos formas de gobierno es mejor para los ciudadanos?

De todos es sabido que Isabel II no era partidaria del brexit, pero casi nadie conoce cuál es la opinión del nuevo monarca respecto a este tema; en realidad, casi nadie, más allá de su más íntimo círculo de confianza, nadie sabe realmente lo que Carlos III opina sobre política o economía, porque no han sido demasiadas las manifestaciones que de él han trascendido en este sentido, como si todos supiéramos que él no iba a llegar nunca a reinar. Más allá de ello, lo que sí está claro es que, ya desde un primer momento, el nuevo rey ha de enfrentarse a múltiples tensiones en política internacional, y también en política interior: tensiones regionales dentro de propio Reino Unido -los movimientos regionalistas vuelven ahora a alcanzar un gran protagonismo, ahora que la reina, que siempre ha sabido tenerlos bajo control, ya no está; ella, incluso, pareció haber elegido el lugar donde morir, al hacerlo en tierras de Escocia-, y también en el conjunto de la Commonwealth -son varios los países miembros, sobre todo en el Caribe, que pretenden salirse de la unión y convertirse en repúblicas-.

Es probable que el referéndum del brexit, de haberse producido en estos momentos, hubiera obtenido un resultado muy distinto al que tuvo. Es probable, también,  que muchos británicos que un día votaron sí al brexit, después se hayan arrepentido de aquella decisión. Pero las cosas son como son, y el brexit es otro de los interrogantes más serios que condicionan al nuevo reinado. Por otra parte, y por lo que se refiere a la Comunidad Económica Europea, aunque en un principio parecía que otros países iban a seguir el ejemplo del Reino Unido y salirse, ellos también, de la comunidad, ha bastado un agente exterior como Putin, y su idea de anexionarse Ucrania, un país legítimo y soberano que no es miembro de ella, pero sí que es uno de sus más estrechos colaboradores, para volver a unir a sus miembros, a pesar de las lógicas tensiones producidas por algunos gobiernos de extrema derecha, ahora también Italia entre ellos.

Respecto a las relaciones entre España y el Reino Unido, no es nada nuevo afirmar que éstas, a lo largo de la historia, han sido casi siempre bastante malas. Desde los tiempos de la Armada Invencible, desde los actos, muy cercanos a la más pura piratería, que practicaron algunos marinos ingleses, protegidos por su gobierno, contra las colonias hispanas de América, desde el fracaso del almirante Vernon en Cartagena de Indias, heroicamente defendida por Blas de Lezo, la enemistad entre los dos países ha protagonizado grandes etapas de las relaciones internacionales, jugando además un papel de gran importancia en la “leyenda negra”. Las relaciones empezaron a cambiar a principios del siglo pasado, a partir del matrimonio entre Victoria Eugenia de Battemberg, la nieta de la reina Victoria, casi tan inmortal como Isabel II, y nuestro monarca, Alfonso XIII. Algunos años después, durante la Primera Guerra Mundial, aquel matrimonio logró equilibrar un poco la balanza entre anglófilos y germanófilos, que siempre había caído del lado de los segundos. Bajo esta perspectiva, y sobre todo por las relaciones familiares existentes entre las dos dinastías reinantes, no es un secreto que las relaciones entre los dos países se encuentran en la actualidad en un estado muy diferente al de aquellos lejanos siglos XVI y XVIII.

Especial relieve en las relaciones entre los dos países tiene la situación de Gibraltar, una de las últimas colonias que existen en Europa, quizá la única, todavía en este siglo XXI. Desde una parte de la sociedad española se intenta equiparar el problema de Gibraltar con el de Ceuta y Melilla; incluso algunos incluyen en el lote a las Canarias. Las Canarias, cuando fueron conquistadas por Castilla, en el lejano siglo XV, estaban apenas pobladas por unos grupos de guanches y de otras tribus, sin relación de pertenencia o dependencia de ningún estado establecido como tal. Ceuta y Melilla, como el resto del territorio que lo rodea, formaba parte de la Mauritania Tingitana, una antigua provincia romana que tenía su capital en la ciudad de Tingis, la actual Tánger, y que ya entonces formaba parte de la diócesis de Hispania. Desde entonces, las relaciones de ambos territorios, a un lado y otro del estrecho de Gibraltar, han sido continuas y prolíficas, y sólo fueron rotas por la presencia de un agente exterior, el islamismo. En efecto, la presencia del islamismo entre las tribus bereberes del norte de África se remonta sólo al siglo VII, aunque su permanencia allí durante siglos parece hacernos olvidar el hecho de que, durante mucho tiempo, España y el norte de África formaron parte de un mismo territorio. ¿Qué se encuentran en dos continentes diferentes? También Estambul se extiende a caballo entre dos continentes distintos, y nadie duda de Turquía como un ente único y soberano.



El caso de Gibraltar es diferente. Gibraltar, que desde siempre ha sido también parte de España, dejó de serlo hace apenas tres siglos, en 1713, a raíz del tratado de Utrecht, que puso fin, de una manera un tanto extraña, a la Guerra de Sucesión. A partir de este momento, el extraordinario valor estratégico de este territorio, a la entrada del mar Mediterráneo, en un momento en el que aquel que dominaba este mar dominaba también todo el sur de Europa, y al mismo tiempo el norte del continente africano, lo convirtió en uno de los grandes valores del imperio marítimo inglés. Las tensiones entre los dos países se han venido sucediendo a lo largo de estos siglos, en parte porque Inglaterra ha querido extender su dominio sobre la colonia también a la bahía de Algeciras, cuando el texto del tratado afectaba sólo al propio peñón, dejando fuera de él la parte de mar que no fuera estrictamente el puerto de la isla. Más allá de todo ello, más allá de la historia, no parece posible que a partir de ahora vaya a modificarse demasiado el statu quo de la colonia.

Y ya para finalizar, ¿monarquía o república? ¿Qué es mejor para los ciudadanos de un país moderno? En una sociedad como la actual, en la que se pretende, como no podía ser de otra forma, caminar hacia una igualdad de derechos y de deberes para todos los ciudadanos de una nación, podría parecer que deberíamos optar por la segunda. En efecto, nadie debería ocupar determinados cargos en una sociedad, sólo por razones de nacimiento o de cuna. Sin embargo, una encuesta realizada recientemente a nivel internacional ha confirmado que, de las diez naciones en las que los encuestados hubieran preferido vivir, ocho de ellos son monarquías parlamentarias. La respuesta, a mi modo de ver, no debería estar relacionada con la forma de gobierno en sí misma, sino en la calidad democrática de un país concreto, y eso es algo que no tiene nada que ver con el hecho de que sea una monarquía o una república. ¿Qué es preferible, una república como la francesa o la alemana, o incluso la norteamericana, o una monarquía como la de Arabia Saudí o Tailandia? Indudablemente, las primeras. ¿Qué es preferible, una monarquía como la española, a pesar de todos sus vaivenes, o la británica, o la de cualquier país escandinavo, o una pseudorrepública como Venezuela, o Bolivia, o incluso Argentina? Indudablemente, también, las primeras. En todo caso, si volvemos la vista a la historia, todos sabemos cómo terminaron los dos ensayos republicanos que hubo en España, y por otra parte, el declive de la clase política, del que hablaba en su artículo Fernández-Armesto, y que afecta a España tanto o más que al Reino Unido, hace quizá necesaria la existencia de alguien que, ajeno a los políticos y a sus caprichos muchas veces populistas,  pueda convertir su tarea de reinado, nunca de gobierno, en un freno o un acicate, cuando ello sea necesario, a las decisiones de estos.