miércoles, 22 de mayo de 2024

UN LIBRO PARA ENTENDER EL CONFLICTO JUDEO-PALESTINO. “ISRAEL, LA TIERRA MÁS DISPUTADA”, DE JOAN B. CULLA Y ADRIÁ FORTET

 

El pasado 7 de octubre, un grupo de activistas de Hamás salieron de los túneles subterráneos que comunican el campo de refugiados de Gaza con los territorios israelíes que se encuentran al otro lado de la frontera, desatando el caos y la muerte entre los grupos de colonos judíos que viven cerca de ésta. El número de víctimas provocado por el grupo terrorista fue muy importante: doscientos cuarenta judíos fueron tomados como rehenes por los palestinos, algunos de los cuales murieron en las semanas siguientes, y el número de judíos asesinados en el ataque, que en un primer momento ya había pasado de los mil, a fecha de 14 de enero de 2024 había llegado ya a los mil doscientos, después de haber tenido que sumar a las primeras cifras algunos de los más de veinte mil judíos que habían resultado heridos en el ataque. Pero a estas cifras hay que sumar, además, otro tipo de víctimas, de las que apenas se ha hablado desde entonces en los medios de comunicación, que han sido fruto de violaciones y de todo tipo de humillaciones por parte de los atacantes.

          Tampoco se ha hablado en España de qué era lo que pretendían los terroristas de Hamás a la hora de desencadenar ese ataque, y que, tal y como sí han recogido algunos medios internacionales, “no es el resultado lamentable de un gran error de cálculo. Más bien, dicen, todo lo contrario: es el precio necesario de un gran logro, la ruptura del statu quo y la apertura de un capítulo nuevo y más volátil en su lucha contra Israel.” Así lo han publicado Ben Hubbard y María Abi-Habib, en la edición digital en español del diario The New York Times, en su edición correspondiente al día 9 de noviembre de 2023. Y continúan: “El precio necesario de un gran logro”. En realidad, no es una apreciación subjetiva de los periodistas, sino el reflejo de las palabras de uno de los dirigentes de Hamás, Khalil al-Hayya: “Era necesario cambiar toda la ecuación y no solo tener un enfrentamiento… Logramos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa, y ahora nadie en la región vive en calma”. Esto es, había que crear, otra vez, un estado de guerra permanente en Oriente Medio, sin importar el número de víctimas inocentes de uno y otro lado del conflicto, con el fin, además, de atraer la atención de la opinión pública del mundo árabe y, si era posible, de todo el mundo”. Lo ha dicho, también, otro de los dirigentes de Hamás, Taher el-Nounou, al diario Times: “Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de nuestro lado”.

En un primer momento, y como no podía ser de otra forma, la opinión pública internacional se puso del lado del agredido. Sin embargo, la respuesta del estado judío, como no podía ser de otra forma, no se hizo esperar, y muy pronto se multiplicaron los ataques bélicos contra la franja de Gaza, el territorio del que partieron los ataques terroristas -no hubo ataques contra el otro territorio Palestino, Cisjordania, cuyos dirigentes, por otra parte, condenaron desde un primer momento los ataques-,  en el cual los propios terroristas de Hamás se han hecho fuertes desde hace algunos años, y donde llegaron a alcanzar en las últimas elecciones el setenta por ciento de los votos; en realidad, hablar de elecciones en estos territorios, donde no se pueden garantizar las más mínimas garantías de seguridad, y donde no existe una verdadera democracia, no tiene demasiado sentido. Ello ha provocado que la opinión pública, manejada desde algunos medios de la izquierda, haya cambiado, y se manifieste mayoritariamente propalestina. Las múltiples manifestaciones universitarias, que se iniciaron en Estados Unidos, uno de los tradicionales aliados de Israel, y que se han extendido en las últimas semanas a otros países de Europa, entre ellos España, es buena prueba de ello. También lo es la tremenda politización que este año ha sufrido el festival de Eurovisión. En efecto, desde muchos países se quiso evitar la participación de la representante israelí, a la que se le sometió a una verdadera persecución, obligándosele a cambiar varias veces la letra de su canción, y que fue postergada por los jurados profesionales de casi todos los países participantes, a pesar de que fuera una de las favoritas por el tele votó particular, demostrando que, en algunos casos, no resulta tan sencillo domesticar a las masas.

Sin embargo, la mayor parte de los países, o al menos de la opinión pública de esos países, ha comprado el relato de Hamás, que en realidad era también una de las pretensiones de este grupo terrorista cuando se decidió a iniciar los ataques. Las manifestaciones en favor de los palestinos se suceden en gran parte de Europa y de Estados Unidos, y en ellas se lanzan consignas sin realizar antes una mínima crítica de lo que significan las palabras: “Desde el río hasta el mar” se grita en muchas ciudades europeas y americanas, un lema que, incluso, es también el título de un programa cultural puesto en marcha por el madrileño Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y que, en realidad, no deja de ser un mensaje de odio contra los judíos, considerado como tal en muchos países europeos. Porque lo que hay detrás de estas seis palabras no es, ni más ni menos,  que el deseo de la desaparición completa del estado de Israel, el deseo de ver a toda la nación judía fuera de la zona de conflicto: del río, el Jordán, hasta el mar, el Mediterráneo, es lo mismo que decir que todo ese espacio geográfico que se encuentra entre ambos accidentes debe quedar vacío de judíos.

            Es cierto que la respuesta de Israel a los ataques de Hamás fue, posiblemente, demasiado cruenta, cebándose con la población civil, pero también lo es que la posición de Israel en esta guerra tampoco esa fácil, teniendo que hacer frente a continuos ataques terroristas de Hamás, desde Gaza, y también de Hizbolá, desde Líbano y Siria. Por otra parte, son los propios terroristas de Hamás los que no han tenido ningún problema en usar a su pueblo como carne de cañón, tal y como se desprende de las propias palabras de uno de sus dirigentes, que hemos reproducido en líneas anteriores. Por otra parte, tal y como ha reconocido la ONU en los últimos días, las cifras de víctimas palestinas en los ataques de Israel, cuya única fuente es la de los propios palestinos por la imposibilidad de que los periodistas internacionales puedan entrar en la zona, muy probablemente han sido infladas de manera partidista, tal y como sucede siempre en todas la guerras. No es ésta la primera vez que las cifras de muertes entre los palestinos, de manera interesada o no, han sido exageradas por los medios de comunicación o, incluso, por los informes oficiales. A propósito de ello, quiero recoger aquí uno de los párrafos del libro que, bajo el título de “Israel, la tierra más disputada. Del sionismo al conflicto de Palestina, no es ni más ni menos que la versión actualizada, publicada póstumamente, de Joan Baptista Culla, uno de los mayores especialistas españoles en Oriente Medio, y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona desde 1977, acaba de publicar, con la colaboración de Adriá Fortet:

            “La voluntad de conseguir una primicia y de transmitir la última actualidad sobre el terreno también hacía vulnerable al periodismo frente a las acusaciones interesadas. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la penetración israelí en el casco antiguo de Yenín en abril de 2002, en el marco de la operación Escudo Defensivo. El día 10, aún en medio de las operaciones, la BBC había informado de que había 150 palestinos muertos, cifra que al día siguiente las agencias humanitarias habían elevado a 200 y la ANP -Autoridad Nacional Palestina- a 500. El 13 de abril, el ministro de Información palestino hablaba de 900 muertos, de fosas comunes y de genocidio. Solamente después de verificaciones independientes se constató a finales de mes que el balance de victimas había sido de 23 israelíes y 52 palestinos, pero naturalmente las rectificaciones no ocupaban el mismo espacio que las acusaciones iniciales en los titulares de prensa y la apertura de los telediarios. Human Rights Watch y Amnistía Internacional necesitaron dos años y más de trescientas víctimas mortales israelíes antes de condenar los atentados suicidas como crímenes contra la humanidad, y aunque hubiera muchos judíos (Noam Chomsky, Nadine Gordimer,…) entre la intelectualidad crítica con el gobierno israelí, ello no quita la presencia de un componente antisemita en los ataques contra Israel, como quedó patente en la Conferencia de Durban, en la que se clasificó al sionismo como una forma de imperialismo colonialista y racista.”

            Como suele suceder, son muchas las novedades literarias que en los últimos meses han llegado a las librerías sobre el conflicto de Palestina, un conflicto que es difícil de llegar a conocer en toda su complejidad a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre ello; o quizá, precisamente, por lo mucho que se ha escrito. Y es que algunas de esas publicaciones se hacen desde postulados ideológicos, partidarios de uno o de otro de los bandos enfrentados. Respecto a ello, a esa especie de bosque que no nos deja ver la hermosura de un árbol concreto -en contraposición al refrán-, extraigo las primeras palabras de la introducción del libro del profesor Culla, respecto a cuáles son, a juicio de los autores, los principales problemas a los que debemos enfrentarnos a la hora de intentar conocer en profundidad el problema palestino, y que no tienen nada que ver con la falta de referencias literarias y periodísticas, sino todo lo contrario:

“En la configuración de nuestra opinión pública -occidental; europea- respecto del litigio árabe-israelí o isaelo-palestino, respecto de aquello que venimos denominando con optimismo el conflicto de Oriente Próximo -como si en aquello región no existiera más conflicto que ese, como si Iraq, Siria o el Yemen fuesen plácidas balsas de aceite- se produce un fenómeno singular, tal vez único: todo el mundo tiene, o cree tener, una posición tomada y definida ante el contencioso, un punto de vista formado. Cualquier persona que colabore en un periódico -aunque sea como autor de chistes gráficos- se siente autorizada para utilizar su viñeta, o su tira, o su crítica cinematográfica, si de tal cosa se ocupa, para tomar partido en la confrontación entre Israel y Palestina; cualquier entidad, asociación, grupo político u ONG se siente capaz de formular doctrina propia -a menudo, bajo la forma más contundente y categórica- sobre los derechos y las culpas de aquellas dos comunidades enfrentadas; cualquier corresponsal espontáneo osa enviar a los diarios una carta al director donde otorga enfáticamente la razón a un bando y abomina del otro; cualquier tertulia, ya sea mediática o de café, que se ocupe de Oriente Próximo permite escuchar un puñado de sentencias definitivas que, al parecer de sus autores, dejan la tragedia palestino-israelí juzgada de manera irrevocable… ¿Quién, entre nosotros, se ha atrevido a prescribir fórmulas de solución a la guerra civil siria que estalló en 2011 y que ya acumula más de 600.000 muertos? Después del genocidio de 1994 en Ruanda (entre medio millón y un millón de muertos), ¿quién ha vuelto a ocuparse de la suerte de las dos comunidades enfrentadas, hutus y tutsis, y de si la situación actual de la región de los Grandes Lagos les hace o no justicia? ¿Quién se manifiesta, recoge firmas o hace lobby a propósito de la guerra de Yemen, que dura desde 2014 y ha causado quizá 60.000 muertes directas? Paradójicamente, y a pesar de que otros conflictos han sido infinitamente más mortíferos que el de Israel-Palestina -durante el mismo periodo o incluso en toda su historia-, nuestras opiniones públicas los contemplan en respetuoso silencio, dejando que sean los escasos especialistas o conocedores directos del terreno quienes arrojen alguna luz.”

Los dos primeros capítulos del libro hablan sobre el origen del sionismo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y la declaración Balfour, que establecía el establecimiento de los judíos en Palestina. Un origen que se remonta a mediados del siglo XIX y que tiene como principal valedor a Theodor Herzl, un escritor vienes de origen húngaro, que fue corresponsal en París del prestigioso diario New Freie Presse. Aunque en el momento de su llegada a París, Herzl era uno de esos judíos cosmopolitas y descreídos, asimilado a la cultura alemana, el affaire Dreyfus, un proceso al que fue sometido un oficial del ejército francés que era de origen judío, y que provocó el conocido escrito en su defensa de Emile Zola, le convirtió en un sionista convencido, tal y como él mismo escribiría algunos años más tarde.  Fundador del sionismo político moderno, creó la OSM -Organización Sionista Mundial-, y promovió la inmigración de retorno de la diáspora judía a Israel.


El estallido de la Primera Guerra Mundial, y la derrota en ella del imperio turco, al cual pertenecía el territorio de Palestina, daría la oportunidad a las potencias vencedoras, principalmente a Reino Unido, de organizar esa inmigración, aún en contra de las pretensiones árabes, encabezadas por Hussein ibn Ali, jerife de La Meca y rey del Hiyad. Surge así en Gran Bretaña un desencuentro entre los militares, con Thomas E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia, a la cabeza, defensores de la pretensiones de los árabes, y los políticos, más cercanos a las pretensiones judías, que dieron como resultado la llamada Declaración Balfour, de noviembre de 1917, en la que se anunciaba el establecimiento de un "hogar nacional" para los judíos en Palestina. Son embargo, el plan tenía muchos problemas, tal y como recoge Joan Culla en su libro, y esta es una de las causas que provocaron el enfrentamiento entre judíos y árabes, al que todavía, en pleno siglo XXI, nadie ha podido encontrar una solución adecuada.

En efecto, esta dicotomía entre los derechos de los judíos y los de los palestinos, será lo que va a provocar todas las tensiones que vinieron después, y que van a caracterizar uno de los más enconados conflictos de la geopolítica contemporánea, foco de continuos enfrentamientos durante los siglos XX y XXI.  Ya en la década de los años veinte de la centuria pasada, los primeros conflictos, iniciados por la instalación en Amman el príncipe Abdullah, segundo hijo del rey Hussein, se solucionaron con la creación de dos territorios, la Cisjordania para los judíos y la Transjordania para la árabes, dejando la frontera entre ambos en el río Jordán. Sin embargo, este hecho no solucionó el problema, porque en el lado israelí va a quedar un número importante de musulmanes, que a partir de este momento van a ser conocidos con el nombre de palestinos. Desde el primer momento, múltiples actos de violencia se van a suceder, en forma de enfrentamientos entre palestinos y colonos judíos.

Y si la primera guerra mundial permitió a los judíos la promulgación de la Declaración Balfour, con lo que ello suponía para la entrada de los primeros colonos en el territorio, el desenlace de la Segunda Guerra Mundial va a permitir, pasado unos pocos años, la definitiva creación del Estado de Israel, tal y como David Ben-Gurión ya había previsto en 1939. La creación de Israel, en efecto, se llevó a cabo en 1948, momento en el que las tropas inglesas abandonaron el territorio, dando fin con ello a lo que se había llamado el “mandato británico”. Sin embargo, la aprobación del nuevo estado israelí tampoco estuvo exenta de problemas, tal y como los autores del libro describen en el capítulo quinto de su ensayo. A partir de este momento, la historia del nuevo estado de Israel, tal y como ya es conocido por todos, está repleta de actos violentos, con múltiples guerras contra los países árabes vecinos (Guerra del Yom Kipur, Guerra de los Seis Días,… ), y de múltiples actos terroristas provocados por diferentes grupos armados (Organización para la Liberación de Palestina, Hamás, Hizbolá,…), aunque también el estado judío ha sido acusado en no pocas ocasiones de realizar una especie de terrorismo de estado contra la población civil palestina.

Culla y Fortet, a lo largo de su estudio, nos ayudan a comprender toda esa historia violenta; a entender las razones de un bando y de otro; sobre todo, es cierto, las de Israel. Sin embargo, Israel, para los historiadores catalanes, no debe ser entendido simplemente como un pueblo, como la plasmación en un territorio concreto de todo el pueblo judío, sino como un espacio geográfico que desde hace muchos años se encuentra en disputa. Dicho esto, no es mi deseo resumir en esta breve entrada cada uno de los capítulos de esta guerra inacabada entre judíos y palestinos, que, según es previsible, está lejos de acabar; hacerlo sería poco menos que comportarnos como esos tertulianos a los que ambos autores critican en la introducción ya citada. Más allá de ello, la única manera de acercarnos realmente a un conflicto como éste, es leer por uno mismo a aquellos que de verdad lo conocen. Y en el caso del conflicto árabo-israelí, ya lo hemos dicho, Joan B. Culla es uno de los principales expertos que tenemos en España.

Pero a modo de conclusión, sí conviene decir que en los últimos días se han sucedido las noticias al respecto de esta última tierra de Gaza, y éstas no son demasiado alentadoras para el proceso de paz. El 20 de mayo de este año, el fiscas jefe de la Corte Penal Internacional de La Haya, el abogado británico Karim Khan, ha solicitado sendas órdenes de detención internacional contra varios líderes de Hamás -Yahya Sinwar, jefe del grupo de la franja de Gaza; Isamil Haniya, antiguo primer ministro de Palestina en Gaza, y actual jefe principal del grupo terrorista; y Mohammed Deif, comandante en jefe de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, y por lo tanto, jefe militar de su brazo armado-, pero también para el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y a su ministro de Defensa, Yoav Galiant. Es cierto que Netanyahu es el mismo líder ultraderechista que durante su primera etapa en el cargo, entre 1996 y 1999, torpedeó los acuerdos de paz de Oslo con una política demasiado agresiva contra los palestinos, que hicieron imposible la plasmación de dichos acuerdos, pero también lo es que poner en el mismo nivel al agresor y al agredido no es la mejor manera de acabar con la guerra en los territorios en disputa. Y por otra parte, el propio fiscal general, no debe olvidarse, es también un personaje demasiado controvertido, que no ha duda en defender, a lo largo de su carrera, a otros dictadores, acusados de cometer crímenes de guerra de mayor calado que los que ha producido el político judío.

Y al día siguiente, el mismo en el que estoy terminando de escribir estas líneas, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ha anunciado que el próximo día 28 de mayo, nuestro país va a reconocer oficialmente el estado de Palestina, hecho que no llega en el mejor momento, y que probablemente nuevas tensiones diplomáticas con el país judío. Porque, aunque es justo que Palestina pueda ser reconocido por la comunidad internacional, y que sólo con este reconocimiento se podría llegar a poner fin a la guerra, ello no se debería producir nunca sin realizar antes un sincero ejercicio de reflexión, buscando las respuestas más adecuadas a la problemática que, sin duda alguna, se va a generar con ello. Asuntos difíciles, como qué papel va a jugar Hamás, y otros grupos terroristas en el futuro estado palestino -la presencia de Hamás en el gobierno puede provocar un nuevo Afganistán, en un territorio ya de por sí demasiado caliente-. Sólo así, a través de la reflexión internacional, Palestina podrá evitar convertirse en un estado fallido desde el mismo momento de su creación, y germen, por lo tanto, de nuevos enfrentamientos armados entre judíos y palestino.



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