Acabo de terminar la lectura de un libro que, pese a que trata de diversos aspectos relacionados con el descubrimiento y la “colonización” española de la frontera norte del imperio, la que ocupan algunos de los territorios que conforman los Estados Unidos de Norteaméríca, porque, al contrario de lo que muchos piensan, la supuesta colonización española del continente americano no terminó en el río Bravo, o grande, aquél que marcha hoy la frontera entre este país y los Estados Unidos Mexicanos, ha traído a mi memoria, de nuevo, algunos asuntos que han saltado a los medios de comunicación en los últimos meses: la polémica suscitada entre el músico Nacho Cano y una de las becarias que participan en su último éxito, el musical “Malinche”; la toma de posesión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbau, fiel discípula de su compañero de partido, Andrés Pérez Obrador, y su negativa a permitir que el rey Felipe VI representara a España en dicho acto, por supuestos agravios cometidos por el monarca español contra su país, al negarse a pedir perdón por los crímenes cometidos por los españoles durante la conquista y colonización de su país; las críticas del presidente de Colombia, Gustavo Petro, cuando el mismo protagonista, nuestro rey, se negó a levantarse ante el paso protocolario de la espada de Bolívar… El libro en cuestión se titula “La frontera norte. El nacimiento del Far West español”, y su autor es Francisco García Campa.
Quizá sea éste el verdadero valor que tiene el conocimiento de la historia: mirar hacia el presente con un verdadero sentido crítico, sin dejarnos influir por los intereses personales de aquellos políticos que, en lugar de trabajar por el beneficio futuro de los estados que están bajo su gobierno, sólo pretenden, en realidad, su propio beneficio. En este sentido, sólo hay que recordar algunos mantras que, basados en diferentes aspectos de esa leyenda negra que ha venido a manchar el honor de nuestro país desde hace ya mucho tiempo, no por haber sido tantas veces repetidos llegará nunca a convertirse en una realidad. Puede ser que nuestros antepasados, aquellos que marcharon al continente americano, cometieran algunas barbaridades, pero, en todo caso, no más que las que cometieron aquellos colonos que procedían del resto de los países europeos -los franceses que llegaron a Haití o a la Luisiana; los ingleses que llegaron en el Mayflower, o sus descendientes, aquellos cowboys que trasladaron la frontera americana hasta el Pacífico, masacrando a los indios que, en grandes cantidades, habían logrado sobrevivir a la colonización de los españoles-. Y en todo caso, la intención de los gobernantes españoles siempre fue la de convertir a los indios en súbditos del rey de España. No colonos, con los mismos derechos y deberes que tenían los habitantes de la península. Es verdad que no todos los encomenderos se comportaron con ellos como era debido, pero muchos de los que no lo hicieron fueron sometidos a duros castigos, incluso la muerte, por parte de los representantes del gobierno de España en los virreinatos.La lectura de este texto
ha traído a mi memoria, también, otro texto que publiqué hace ya algún tiempo,
al hilo de otras lecturas, y que vero necesario traer de nuevo a los lectores.
Pero antes de hacerlo, reo conveniente analizar, siquiera superficialmente,
algunas de estas polémicas. Sobre la polémica entre Nacho Cano y su becaria,
muy poco es lo que tengo que decir, más allá de que el musical es,
verdaderamente, un canto a la labor realizada por los españoles en México, una
labor realizada a través del mestizaje, del que la propia protagonista,
Malinche, es un buen ejemplo; quizá sea eso, precisamente, lo que ha puesto al
cantante a los pies de los caballos de una parte de la izquierda española. Más
interés suscita las polémicas relacionadas con Petro, Pérez Obrador y
Sheinbaum, aunque no es éste el lugar más adecuado para desarrollarlo.
Está claro que en este
tema de la hispanización de los nuevos territorios descubiertos se hicieron
algunas cosas mal, como en toda labor humana, pero logró llevar la civilización
a unos territorios que vivían aún en la prehistoria; de esta forma, América consiguió
avanzar en el largo camino del desarrollo, en muy poco tiempo, lo que a Europa
le había costado varios siglos hacerlo. Y por otra parte, el mito del indio
bueno que, precisamente por no conocer la civilización, vive todavía en una
situación idílica de felicidad no corrompida, es sólo eso, un mito que ha sido
desarrollado a partir del siglo XIX, sin ningún rigor histórico. Que se lo
digan, si no, a todos aquellos indios pertenecientes a todas aquellas tribus
(traxcaltecas, chancas, caxamarcas,…), que en el momento de la conquista
americana vivían oprimidos por los poderosos imperios mexica (azteca) e inca,
en condiciones de pura esclavitud, sufriendo, incluso, sacrificios humanos, en
los que también estaban incluidos actos de canibalismo.
Muchas veces se ha dicho que la leyenda negra contra
España fue un invento de los países de la Europa septentrional, con el fin,
precisamente, de ocultar a Europa sus propios defectos, y que después, a partir
del siglo XIX, principalmente durante toda la centuria siguiente, fue
aprovechado por muchos gobernantes hispanoamericanos para tapar, a su vez, sus
propios errores de gobierno, la realidad de que muchos de ellos se convirtieron
en estados fallidos por un motivo u otro. Todo ello es cierto. Una parte de esa
leyenda negra está formada por simples exageraciones de hechos que,
probablemente negativos en sí mismos, pero otra parte, quizá más importante,
está basada también en simples mentiras; y en todo caso, los crímenes aducidos
por la leyenda son comunes a todos los países europeos: la Inquisición, que
nació antes en el centro de Europa, y especialmente en los estados pontificios,
como demuestra la devastación que se llevó por delante en el sureste francés,
ya en el siglo XII, más de trescientos años antes de que apareciera por España,
a miles de cátaros y albigenses; la destrucción de las culturas aborígenes, que
acabó con millones de personas en todos los continentes. Qué decir, por
ejemplo, del reino belga de Leopoldo II, que durante la segunda mitad del siglo
XIX mantuvo sometido a las diferentes tribus de su colonia en el Congo, a la
que gobernó con mano de hierro, explotando de forma privada sus grandes
plantaciones de caucho, aislando a los indígenas en dolorosos campos de
trabajo, y provocando entre ellos, varios millones de muertos.
En Norteamérica, en las zonas que no estaban sometidas a
la influencia de España, sino que dependían de Francia o de Inglaterra, las
tribus nativas fueron sometidas al exterminio, hasta el punto de que aún en los
tiempos actuales, en pleno siglo XXI, la mayoría de los indios que han logrado
subsistir, lo hacen en absurdas reservas, con leyes diferentes a las del resto
de ciudadanos norteamericanos. Los apaches y los comanches, tribus que
habitaban durante el siglo XVIII los actuales estados de Nuevo México, Texas o
Arizona cuando esos territorios todavía eran españoles, pudieron sobrevivir a
la colonización de nuestro país, alternando algunos periodos de guerra contra
el virreinato de Nueva España, de cuya gobernación dependían, con etapas
pacíficas de colaboración mutua. Sólo a partir del siglo XIX, ocupado ya el
territorio, primero, por un México independiente, y más tarde por los Estados
Unidos de Norteamérica, se produjo la desaparición, casi completa, de estas dos
etnias. Todavía en 1900 vivían en estos territorios, en situación de libertad,
diecisiete mil apaches (se calcula que su número, en pleno siglo XVIII, era de
varias centenas de miles). En 1928, cuando el gobierno mexicano de Plutarco
Elías Calles, declaró oficialmente extinta la etnia en todo su territorio, los
tres mil apaches que aún vivían en Estados Unidos fueron sometidos y encerrados
en reservas, instaladas en los estados de Arizona, Nuevo México y Oklahoma,
como la Reserva India Apache Mescalero, la más antigua, que había sido ya
establecida en las cercanías de Ford Stanton en 1873, por el presidente Ulysses
S. Grant.
Por otra parte, la
historia de los países norteamericanos de los dos últimos siglos, desde que las
antiguas colonias fueron logrando progresivamente la independencia respecto de
España, nos demuestra también la realidad de aquella segunda afirmación. Una
historia en la que abundan las guerras entre los diferentes países, a
instancias de unos gobernadores que nunca, o casi nunca, legislaron en favor de
sus ciudadanos, sino de ellos mismos, y de dolorosas dictaduras, de una
ideología o de otra. Dictaduras de
derecha, como las de Augusto Pinochet en Chile, o la de Jorge Rafael Videla y
de los otros generales en Argentina, y dictaduras de izquierdas, como las que
todavía gobiernan en países como Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, por
citar sólo algunas de las que han gobernado en el continente en los últimos
años. Y gobernantes caracterizados por el más puro populismo. Estados fallidos
todos ellos, desde el punto de vista de la justicia más elemental, sumidos en
la opresión, en la violencia, a los que el desarrollo y la civilización apenas
les toca, y cuando lo hace, es gracias a la cooperación internacional, algo que
caracteriza a la geopolítica moderna.
El actual presidente de
México, Andrés Manuel López Obrador, aprovechando la celebración del quinto
centenario de la conquista de México, volvió a criticar el papel jugado por
nuestro país en el descubrimiento y la colonización del continente norteamericano,
y lo ha vuelto a hacer en estos días, durante la celebración del día de la
Hispanidad. Mientras tanto, su país, desde hace muchos años, sigue sumido en un
caos judicial, que ni él ni sus antecesores han sido capaces de solucionar: la
muerte violenta de miles de mujeres, precedidas muchas veces de desaparición,
unido al asesinato de jueces, policías, periodistas, de todo aquél que se haya
decidido a investigar los hechos. Sólo durante el pasado año, 2020, se
produjeron en el país centroamericano casi cuatro mil muertes violentas de
mujeres, hechos que en la mayoría de los casos, ni siquiera fueron investigados
por las autoridades. Un informe de Amnistía Internacional afirma lo siguiente:
“Las investigaciones sobre feminicidios precedidos de desaparición, realizadas
por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), presentan
graves deficiencias por la inacción y negligencia de las autoridades, lo que ha
llevado a la pérdida de evidencias, a que no se examinen todas las líneas de
investigación y a que no se aplique correctamente la perspectiva de género.
Esas insuficiencias obstaculizan el proceso judicial y aumentan las
probabilidades de que los casos queden impunes.” Y todo esto se hace con la
connivencia del propio Estado, un estado fallido, que está actualmente
gobernado por uno de los gobernantes más populistas de toda Hispanoamérica, y
que no duda en ocultar sus ineptitudes extendiendo un manto de niebla y de
mentiras sobre la país, España, que logró hacer de México un país moderno.
Lo peor de la leyenda
negra sobre la historia de España es el hecho de que, casi desde su nacimiento,
pero sobre todo en los dos últimos siglos, viene siendo palmeada y defendida
por muchos españoles, que se creen a pies juntillas todo lo que les cuentan, ignorantes
de nuestra historia real; una historia que, con sus luces y sombras, viene
siendo ignorada repetidamente por nuestros propios gobernantes.
Afortunadamente, en los últimos años están saliendo a la luz decenas de libros
que tratan de luchar contra esa leyenda negra, libros en los que, sin olvidar
tampoco esas sombras que también sobrevuelan nuestra historia real, tratan de
explicarnos sus verdaderas dimensiones. Libros como el de María Elvira Roca
Barea (“Imperiofobia y leyenda negra”) o el de Borja Cardelús (“América
hispánica”), pero también libros procedentes desde el otro lado del océano
Atlántico, como el titulado “Madre patria”, del que es autor el politólogo
argentino, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Marcelo Gullo. Son
sólo unos pocos ejemplos; la bibliografía sobre el tema es abundante,
precisamente ahora, cuando desde muchos lugares del mundo, no sólo en España,
se viene realizando una revisión de nuestra historia. Una revisión, por otra
parte, a la que es ajena, en realidad, la propia historia que se pretende
revisar, una revisión que no se hace desde la historiografía, sino de
políticos, y de seguidores de esos políticos, que en realidad nada, o muy poco,
saben de historia. Como he dicho, el problema no es sólo de España. En Portugal
hay quien pretende que pueda ser desmontado algo tan “ecuménico”, desde el
punto de vista de la cultura, como es el Monumento de los Descubrimientos, que
se alza a las afueras de Lisboa, en el barrio de Belém. Poco importa que el
monumento fuera encargado por el régimen del dictador Antonio de Oliveira
Salazar, lo que probablemente aducen sus enemigos para pretender su
desaparición, sino lo que éste representa para la historia de Portugal y de
Europa.
Los defensores de la
leyenda negra, los de fuera y los de dentro de España, desconocen la realidad
de lo que significa el descubrimiento y la conquista del continente americano.
Desconocen, u olvidan de forma premeditada, a labor realizada por los
misioneros españoles, que aprendieron las lenguas aborígenes con el fin de
facilitar la evangelización, y que después publicaron diccionarios y estudios
de aquellos idiomas, en las múltiples imprentas que se fueron instalando en
aquellos territorios, mucho tiempo antes de que pudieran establecerse en los
territorios que estaban dominados por ingleses y franceses; gracias a ello, las
lenguas de los indios lograron pervivir a través de los tiempos. Desconocen que
desde la península, los propios reyes legislaron a favor de los indios, algo
que no se hizo tampoco en las colonias de otros países europeos. Desconocen que
aquellas leyes prohibían entre ellos la esclavitud, a pesar de que algunos
encomenderos las ignorasen, enfrentándose, muchas veces, a duros castigos; en
todas las sociedades hay personas que cumplen las leyes y otras que no las
cumplen. Ignoran que desde muy pronto, en el nuevo continente se fueron creando
hospitales, en los que se curaban las enfermedades que sufrían los colonos,
pero también las que sufrían los indios, e importantes centros de enseñanza, a
los que también podían asistir los indígenas con los mismos derechos que los
españoles. Ignoran que a finales del siglo XVI, cuando en todo el territorio
inglés apenas existían tres universidades, ninguna de ellas en el territorio de
sus colonias (ni siquiera en Estados Unidos), y muy pocas más en el resto del
continente europeo más allá de los Pirineos, en todo el territorio español
existían ya más de veinte centros de este tipo, muchas de ellas en el propio
continente americano, y que muchas de esas universidades contaban, ya para
entonces, con algunos catedráticos y profesores que eran de procedencia
indígena.
Nuestro desconocimiento
de la realidad de la conquista de América está en consonancia con un
desconocimiento general de nuestra historia. ¿Quién ha oído hablar alguna vez,
por ejemplo, de cierto Juan de Sessa, conocido también como Juan Latino, quien,
a pesar del color negro de su piel, pudo llegar a ser, en pleno siglo XVI,
profesor y catedrático en la universidad de Granada? Nacido hacia el año 1516
en algún lugar de Etiopía, fue trasladado, todavía niño, a España, vendido como
esclavo junto a su madre, y adquirido por el cuarto conde de Cabra, Luis
Fernández de Córdoba y Zúñiga, y su esposa, Elvira Fernández de Córdoba,
segunda duquesa de Sessa, e hija del gran Capitán, Gonzalo Fernández de
Córdoba, de cuyo título adoptó su apellido. Fue asignado por sus dueños a la
compañía de Gonzalo, uno de sus hijos, futuro gobernador de Milán y alcalde de
Castell de Ferro, con el que compartía aproximadamente su misma edad, de quien
terminaría por hacerse gran amigo, después de que fuera manumitido por él, en
1538. Acompañó a éste durante sus estudios en la universidad de Granada,
logrando seguir las asignaturas desde fuera de las aulas, convirtiéndose de esta
forma, en el primer liberto negro que pudo titularse en una universidad
europea, obteniendo en 1546 el título de bachiller en Filosofía. Más tarde, en
1556, obtuvo también la licenciatura, y a finales de ese mismo año, ya como
profesor, obtuvo la cátedra de Gramática y Lengua Latina. Escribió varias
obras, entre ellas la “Austriada”, una composición métrica en hexámetros
latinos sobre la estancia en Granada de don Juan de Austria, y otra sobre la
victoria de las tropas aliadas en el golfo de Lepanto. Fallecido entre los años
1594 y 1597, poco tiempo después de su retirada de la docencia, fue enterrado
en la iglesia de Santa Ana de la ciudad de la Alhambra.
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