jueves, 23 de enero de 2025

UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE: “LA ISLA DE LA MUJER DORMIDA”

 No es la primera vez que traigo a colación en este blog qué es para mí la novela histórica. En este sentido, quiero recordar, una vez más, las palabras de un experto autor de novelas históricas italiano que, a su vez, es también un experto historiador y arqueólogo; un autor que, al mismo tiempo, cuenta en su bibliografía con reputados ensayos de carácter científico, y también con exitosas novelas de las llamadas “de romanos”: Valerio Massimo Manfredi. En uno de sus textos, el profesor italiano definía el género de la siguiente manera: “La historia tiene que comunicar hechos. Por eso, tiene la obligación de demostrar lo que dice. Es lo que se llama en inglés the burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por eso, un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”.

A este respecto, en una entrada anterior de este mismo blog (ver “La violinista roja: una historia diferente del comunismo rojo”, 26 de julio de 2023) yo explicaba lo que, para mí, debe ser una buena novela histórica, en la misma línea que lo hacía el profesor italiano: ”En la novela histórica, al contrario que en el ensayo, no es necesaria la carga de la prueba, lo que no quiere decir que los hechos narrados no tengan que ser reales, históricos. No existe, pues, diferencias importantes entre la novela histórica y el resto de los géneros novelísticos, más allá del hecho de que en la narración prima más la historicidad que la pura inventiva, la imaginación del escritor. No se trata de que todos los hechos, hasta los más insignificantes, sean hechos históricos, pero sí que estos, cuando no son conocidos suficientemente bien por la historia, bien pudieron haber sido reales”.       

Y dicho esto, ¿se puede considerar la última novela de Arturo Pérez Reverte como una buena novela histórica? Desde luego, se trata de una historia basada en la Guerra Civil española, una etapa polémica de la historia de España que, por otra parte, ha sido ya temática central de centenares de novelas de todo tipo -novelas de amor, de espías, de costumbres, …-; y también de novelas históricas, aunque el escritor de Cartagena la trata desde un aspecto completamente novedoso. De esta forma, “La isla de la mujer dormida” puede ser considerada, también, una novela histórica con todas sus consecuencias. Sin embargo, también es cierto que esta novela no narra hechos históricos, verificables desde el punto de vista de la Historia, lo cual, a mi juicio, sin embargo, no resta ni un ápice para que pueda ser considerada como una de las grandes novelas de este género que han visto la luz en este año pasado. Justifico mi afirmación a partir de lo que ya he dicho anteriormente: al contrario que la monografía o el estudio histórico, la novela, aunque sea histórica, no tiene la obligación de contar hechos contrastados, verificables a partir de la documentación conservada. En la novela histórica, y por el hecho de ser precisamente eso, novela, debe primar, lo dijo el propio Manfredi, las emociones, los sentimientos. No quiero decir con ello, desde luego, que todo valga a la hora de describir los hechos con tal de que el relato vaya en beneficio de esas emocione. Pero está claro que el novelista tampoco puede verse cohibido a la hora de inventarse algunos elementos que, si bien no son históricos en sí mismos, bien pudieran haber sucedido de la forma en la que él los cuenta, en beneficio de su propia capacidad narrativa.

Ya he dicho también, en otras ocasiones, que para mí existen dos tipos de novelas históricas. El primer tipo es el de las novelas que narran hechos reales, históricos, sin ninguna concesión, o muy pocas concesiones, a la propia inventiva del autor. Serían, mas bien, historia novelada, algo parecido a un trabajo histórico pero contado de una manera diferente, literaria. El segundo tipo, probablemente mucho más interesante para el autor, porque le concede más labor creadora, es la novela en la que el escritor es capaz de inventarse historias que, irreales desde el punto de vista puramente histórico, bien podrían haber sucedido así en el contexto histórico en el que se ambientan. Los hechos, si no han sucedido tal y como los cuenta el novelista, reitero una vez más, bien podrían haber sucedido así. La historia de la literatura española, y también la historia de otras literaturas europeas y americanas, abunda en este tipo de novelas. Es más, algunas de las mejores novelas históricas son de este tipo. Los “Episodios nacionales”, de Benito Pérez Galdós, considerados por muchos como la obra cumbre de la novela histórica española, tienen como principal protagonista a un personaje inexistente desde el punto de vista histórico, inventado por la imaginación del novelista, Gabriel de Araceli, quien, de manera inesperada, se convierte en protagonista de todos los hechos importantes que han sucedido en la España del siglo XIX. Por otra parte, tampoco los protagonistas de “Quo Vadis?”, la magna novela del escritor polaco Thomas Mankiewicz sobre el origen del cristianismo, son personajes históricos, más allá de San Pedro o del propio Jesucristo, que tiene en el relato una presencia testimonial, pero importante.

A pesar de ello, tanto en un caso como en el otro, los autores de este tipo de libros tienen que hacer frente a un método común: antes de empezar a escribir el relato, deben pasar por una importante fase de documentación, a partir de fuentes primarias o de estudios monográficos, que es vital para que la historia sea creíble para el futuro lector de la obra. Desde luego, debe hacerlo si el narrador trata de escribir hechos reales, históricos en sí mismos, pero también cuando lo que trata es de inventarse una historia para situarla en un momento concreto del pasado. Y es que, en mi opinión, para escribir una verdadera  novela histórica no basta con situar los hechos en una etapa concreta del pasado. Por el contrario, hay que convertir ese contexto histórico en algo parecido a un personaje más de la novela, hacer que el lector pueda entender mejor esa etapa histórica en la que se ambienta el relato que está leyendo independientemente del conocimiento que tenga sobre él. En definitiva, que los hechos, si no sucedieron tal y como los cuenta el novelista, insisto una vez más en ello, bien pudieron haber sucedido así.

Desde este punto de vista, y a pesar de que sus protagonistas, como casi todos los personajes de las novelas de Arturo Pérez Reverte, por otra parte, pueden ser considerados como antihéroes de la Historia más que como héroes verdaderos, “La isla de la mujer dormida” sí puede ser considerada, desde luego, como una novela histórica; más histórica, incluso, que otras novelas sobre la Guerra Civil, de cuya historicidad nadie duda, en la que los protagonistas se mueven por ideologías y no por sus propias necesidades y circunstancias. En este sentido, quiero recordar lo que una  vez, hace ya mucho tiempo, me contó uno de esos combatientes de la guerra, más incivil que civil, en la que se vieron obligados a participar, muy a su pesar. Muchas veces, en medio de los combates, entre las balas que silbaban sobre él, y sobre sus compañeros de uno y otro bando, no había rojos ni azules, no había fascistas ni comunistas. Sólo había hermanos enfrentados por una guerra que en realidad no era, o no debía ser, la suya. Que disparaban para que no les dispararan antes los otros; que mataban sólo para que no los mataran ellos antes. Las ideologías, en realidad, eran sólo cosa de los militares profesionales y, principalmente, de los comisarios políticos.

Por eso, la historia que se narra en “La isla de la mujer dormida”, a pesar de sus protagonistas, es una historia completamente verídica. Porque verídicas son las motivaciones de su principal protagonista, Miguel Jordán Kyriazis, un marino mercante hispanogriego reconvertido en un militar del bando nacional, movilizado y enviado a una misión en medio del Egeo, que está más cerca de la piratería que de una verdadera acción de guerra. Son creíbles también, o pueden serlo, los dueños de la isla, un extraño matrimonio que está formado por una rusa de edad madura, procedente de una clase burguesa, antigua viuda de un oficial zarista asesinado por los bolcheviques y emigrada a París, y un aristócrata europeo, el único aristócrata existente en una monarquía nueva, la griega, casi artificial y en declive, reconvertida en una dictadura de clase fascista. Y son también creíbles, sobre todo y a pesar de las ideologías, los dos espías del relato, antiguos amigos de la juventud, con cuya amistad ni siquiera la guerra ha sido capaz de terminar, enviados a Estambul por sus respectivos gobiernos en conflicto, con el fin de vigilar, cada uno por su parte y por sus motivaciones opuestas, las rutas de los barcos que llevaban hasta España la ayuda, convenientemente pagada, eso sí, que los soviéticos dfieron a la ya también declinante Segunda República española.

En resumen, “La isla de la mujer dormida”. es una excelente novela histórica, en la que, junto a este tema tan querido por el autor, la Guerra Civil -querido, sólo, desde el punto de vista literario, más allá de la tragedia que supuso para España, y de la que todavía los españoles no nos hemos recuperado, como nos lo demuestran, en cada momento, los políticos, de un signo y de otro-, tal y como puede verse en otras novelas anteriores, como n “Línea de fuego” y “El italiano”, se unen, también, otros temas que son igual de queridos por el autor. En este sentido, en algunos momentos, la novela nos recuerda un poco a la mejor novela negra norteamericana -Dashiell Hammett, Raymond Chandler-, a las que ya se acercó el autor murciano en otros textos anteriores, como en la saga de Lorenzo Falcó -Falcó, Eva, Sabotaje-, y que tan relacionadas están, también, con las novelas de espías -John Le Carré, Graham Greene, Frederick Forsyth-, con el propio cine de suspense -Alfred, Hitchcock, Howard Hawks-, o, incluso, con el comic -Corto Maltés-.

Y a propósito de este extraño aventurero del comic, Corto Maltés, ese aventurero del mar que fuera inventado por el italiano Hugo Pratt, que había hecho las delicias de los jóvenes italianos en los años sesenta, y que tanta influencia llegó a tener entre el público español, no sólo el juvenil, a partir de la década siguiente, el tercer gran tema de Pérez Reverte es el mar; ese mar genérico de Stevenson, de Verne, o de Melville, o el Mediterráneo, que tan presente está en una de sus primeras novelas, “La carta esférica”. A este respecto, en esta última novela hay una referencia, muy explícita, a ese otro gran novelista del mar que fue Joseph Conrad. Y no quiero terminar esta entrada sin hacer referencia a lo que el Mediterráneo supone para Arturo Pérez Reverte, según él mismo le confesó al periodista Alberto Herrera en una entrevista radiofónica que ambos mantuvieron hace muy poco tiempo: “El Mediterráneo es mi mar de siempre. Yo siempre digo que yo soy español, yo soy europeo, pero sobre todo soy mediterráneo. Yo nací en Cartagena. Yo estoy más a gusto en un café de Beirut, o en un bar de Estambul, o en un hotel de Sicilia, o comiendo o hablando con un genovés, que en Londres, o en París, o en Rotterdam. Es más, yo me he sentido solo en Nueva York, o en París o en Londres, pero jamás me he sentido solo, aunque estuviera solo, en ningún lugar del Mediterráneo. Viajé mucho por él cuando era reportero, lo sigo haciendo ahora, y aunque no hables con nadie, estás en tu casa”.












El podcast de Clio: "LA ISLA DE LA MUJER DORMIDAD", UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE


viernes, 10 de enero de 2025

UNA “HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL” PARA RECORDAR UNA PARTE DE NUESTRA HISTORIA

 

Si tuviéramos que elegir cuatro o cinco puntos calientes en el mapa geopolítico de las últimas décadas, de esos que permanecen latentes y perennes a lo largo del tiempo, más allá de las sangrientas crisis bélicas que ahora podemos seguir en directo a través de la televisión, como la guerra de Ucrania o en el Oriente Medio, uno de ellos es, sin duda, el Sahara español. Territorios olvidados durante mucho tiempo para la opinión pública del mundo “civilizado”, porque no son ya teatro de operaciones de ninguna guerra actual, pero que de vez, por un suceso puntual, como fue hace algunos meses el asunto de Brahim Ghali, vuelven a las páginas de los periódicos o a los debates televisivos, para recordar a los diplomáticos y a los expertos en geopolítica que el problema sigue vigente, y sin resolverse por los órganos competentes. Territorios olvidados en la memoria colectiva de aquellos países que un día fueron parte de su historia, o de aquellos países que se creen con derechos históricos para decidir sobre las vidas de sus habitantes. Territorios desconocidos, como éste del Sahara, incluso para los propios españoles. Y por ello, porque el antiguo Sahara español es un gran desconocido incluso en España, sobre todo entre los más jóvenes, es por lo que resulta interesante este libro que vengo a comentar en esta nueva entrada, y que ha sido escrito por el escritor e investigador Gerardo Muñoz Lorente, un autor que conoce bastante bien el territorio africano español porque, aunque actualmente reside en Alicante, nació en la plaza de Melilla en 1955.

Se trata, como se describe ya desde el mismo título, de una historia del Sahara español, una historia que arranca desde la primera colonización del territorio; incluso desde algún tiempo antes, porque, si bien es verdad que la historia de la colonia, como tal, arranca de los años finales del siglo XIX, la relación de nuestro país con este territorio del África occidental se remonta a mucho tiempo antes, incluso a los mismos años de la conquista española de las islas Canarias. Porque, de forma paralela a la conquista del propio archipiélago, se conocen ya las primeras incursiones de los españoles en la zona, con el fin de aprovechar los recursos pesqueros que ofrecía el litoral africano y, sobre todo, los que ofrecían las rutas caravaneras que, desde la no demasiado lejana Tombuctú, hoy en el norte de Mali, comunicaban con las ciudades más septentrionales del continente, en Marruecos o en Argelia, y desde allí, también con el lejano oriente; rutas que comerciaban con oro, marfil o, incluso, con esclavos.

Para ello, para proteger las razias que, desde canarias, protagonizaban aventureros como Juan de Bethacourt o Pedro Fernández de Saavedra, señor de Lanzarote, se fueron creando diferentes fortines en la costa africana, entre Cabo Bojador y la actual ciudad marroquí de Agadir, entre las que destacó, ya en tiempos de los Reyes Católicos, la fundación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en el territorio que más tarde,  hasta 1976, fue la provincia de  Saguía el-Hamra, y que actualmente es la provincia marroquí de Tarfaya.

A lo largo del siglo XIX, la historia del Sahara español, como también la historia de Río Muni, la otra colonia española en África, en la actual Guinea Ecuatorial, estuvo siempre unida a la historia de los territorios norteafricanos que, con el tiempo, se convertirían en el protectorado español de Marruecos. Así, el tratado de Uad-Ras, que pondría fin a la guerra que entre 1859 y 1860 había enfrentado a Marruecos con España, obligaba a aquél a “ceder a perpetuidad, para la explotación de pesquerías, un territorio donde estaba establecida la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, frente a Lanzarote”. Si bien es cierto que la dificultad que en ese momento existía para localizar la antigua fundación española fue alargando el plazo que se le había dado a Marruecos para ceder a España el dominio sobre el territorio, fue éste el primer paso que se dio para la creación, a partir de 1884, de la futura colonia. La fundación de Villa Cisneros por el Emilio Bonelli,  como representante de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, fue el primer hito histórico para dicha colonización. Cincuenta años más tarde, en 1938, en plena guerra civil, el comandante Antonio de Oro fundaría El Aaiún, convirtiéndola en nueva capital de la colonia.

Más allá de ello, el establecimiento de los españoles en el Sahara siempre fue bastante precario, y sólo el descubrimiento de yacimientos de fosfatos en la década de los años cuarenta del siglo pasado, hizo que aumentara, al menos en algunos círculos, el interés de España por un territorio desértico, poblado sólo por algunos grupos de tuaregs, nómadas que entraban y salían de la colonia al albur de sus propios intereses. Para entonces, sin embargo, los tiempos habían empezado a ser bastante complicados para continuar con aquella política colonialista que había caracterizado a la Europa del siglo XIX. La década de los años cincuenta, y sobre todo en los sesenta, había significado la descolonización de muchos territorios, y el nacimiento de nuevos países. También en el Sahara español se estaban empezando a desarrollar los primeros movimientos nacionalistas, que provocaron una guerra encubierta, de la que el gobierno quiso dejar al margen a la opinión pública que residía en la metrópoli. Una guerra que provocó, a lo largo de estas décadas, un número importante de muertos, y que obligó a los gobernantes de la colonia a crear, en el mes de febrero de 1958, la operación Teide, para liberarse definitivamente de la presión militar que ejercía el ELN saharaui (Ejército de Liberación Nacional), apoyados por las FAR marroquíes (Fuerzas Armadas Reales) sobre la población civil y sobre las escasas tropas que defendían la colonia:

“El 25 de febrero concluyó la operación Teide, con la completa derrota del ELN en el Sahara español. Las tropas francesas regresaron a su territorio: tuvieron 7 muertos y 32 heridos. Los españoles registraron 5 muertos y 17 heridos. Del ELN se contabilizaron 40 muertos. Este mismo día, Mohammed V reclamó solemnemente el Sahara español para Marruecos, en un discurso pronunciado en M`Hamid el Ghizlane (a poca distancia de la frontera sur con Argelia), asumiendo así oficialmente el programa expansionista del Istiqlal sobre el Gran Marruecos. El 20 de marzo de 1958 se dio por terminada oficialmente una campaña militar que bien podría denominarse guerra oculta de Ifni y Sahara, puesto que fue una contienda que pasó desapercibida para la opinión pública española. A lo máximo que llegaron los españoles fue a ver unos incomprensibles Nodos, en los que diversas cantantes españolas alegraban la Navidad de unos soldados españoles que nadie sabía qué hacían allí… El balance final de esta guerra oculta es impreciso, pero puede calcularse, por parte española, en aproximadamente 300 muertos y desaparecidos, más de 500 heridos, y al menos 40 prisioneros, pues éste es el número de los que fueron liberados un año después. Si bien el Sahara español fue totalmente recuperado, no ocurrió lo mismo con Ifni, cuyo territorio quedó por completo en poder de Marruecos, a excepción de la Capital, Sidi Ifni. Mohammed V forzó la disolución del ELN, y sus tropas en Ifni fueron sustituidas por las Fuerzas Armadas Reales.”

Y es que, aunque es cierto que el territorio del Sahara nunca había formado parte del sultanato marroquí, desde la independencia definitiva del país alauita se habían venido a asentar las tesis del partido Istiqlal, el partido nacionalista que había tomado sobre sus espaldas la tarea de conseguir la independencia, respecto a la creación de un Gran Marruecos, formado, además por el propio país marroquí y por el Sahara, y las plazas norteafricanas de soberanía española (Ceuta, Melilla, Vélez de la Gomera, Alhucemas, islas Chafarinas y Perejil), toda Mauritania, las provincias argelinas de Béchar y Tinduf, y la zona norte de Mali, alrededor de la histórica ciudad de Tombuctú. De esta forma, los deseos de Marruecos empezaron a colisionar con los postulados de los nacionalistas saharauis, un nacionalismo que fue creciendo alrededor de los primeros partidos políticos, reconvertidos, poco tiempo después, en grupos terroristas: OVLS (Organización de Vanguardia para la Liberación del Sahara) y el Frente Polisario. Algunos de los primeros dirigentes de estos grupos habían formado parte de las llamadas tropas nómadas, un regimiento auxiliar del ejército colonial español, como es el caso del propio Brahim Gali, uno de los dirigentes primeros del OVLS, y actual  secretario general del Frente Polisario y presidente de la no reconocida República Árabe Saharaui Democrática, el mismo que desencadenó, hace algunos meses, la última crisis hispano-marroquí, al haber permitido el gobierno español su entrada en el país con el fin de curarse, en un hospital de Logroño, de los problemas de salud que le había producido el contagio por Covid.

Para el futuro del Sahara español, todo se desencadenaría durante la primera mitad de la década de los años setenta. En 1973, la Yemaa, la Asamblea General del Sahara, que había sido creada por el Gobierno español en 1967 sólo como un órgano de carácter consultivo, y que estaba formada por los jefes de las diferentes tribus que estaban asentadas en el territorio, por el presidente del cabildo provincial, y por los alcaldes de El Aaiún y Villa Cisneros, solicitó oficialmente la aprobación de un estatuto de autodeterminación para el Sahara, una autodeterminación que se fue retrasando a pesar de contar con el favor de una parte del Gobierno. A lo largo de 1974, tanto en España como entre los diplomáticos extranjeros se fueron creando dos posturas antagónicas: por un lado, y al amparo de un posible referéndum en el conjunto de los habitantes, la independencia plena del territorio, como un país nuevo; por el otro lado, incorporar el Sahara a Marruecos:

“Según Piníés [Jaime de Piniés, representante español ante las Naciones Unidas en esta época], por aquellas fechas había entre los españoles tres tendencias acerca de cómo gestionar el futuro del Sahara. La primera era la determinada por la diplomacia, encabezada por el ministro Cortina y acorde con el referéndum anunciado. Esta tendencia creo que está conforme con la línea personal de Franco y los intereses económicos que, en ese momento, España tenía en el Sahara: el INI, Unión Española de Explosivos, la pesca,… A este grupo de interés económico se refería Menéndez del Valle en su artículo de la revista Triunfo…, llamándolo lobby proargelino y, por tanto, a favor de la independencia saharaui…. La segunda tendencia se circunscribía a la oficialidad del Ejército destacada en el Sahara. Coincidía con la primera tendencia, pero por razones diferentes. Primero por la amargura constante ante reiteradas prohibiciones de defenderse eficazmente ante Marruecos, aunque fuese haciendo uso del principio de persecución en caliente que está admitido en todo el Derecho Internacional, y que, sistemáticamente, se vetaba entonces. Segundo, porque opinaban que la preparación de un referéndum previo a la descolonización era para fomentar y promocionar al pueblo saharaui y no para acceder al territorio en un plazo inmediato… La tercera tendencia era la de los partidarios de ceder el territorio a Marruecos, integrada por un grupo de inmovilistas encabezado por el ministro-secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, y algún allegado a la familia de Franco… El argumento principal de este grupo era el de que, una vez decidida la salida de España del Sahara, éste no debía quedar bajo el dominio del Polisario, aliado de la Argelia revolucionaria, por cuanto debía servir para que el MPAIAC [Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario] acentuara su influencia en Canarias; además, estaban las ventajas ofrecidas por Marruecos si se le cedía el territorio: concesión de dos bases militares y olvido indefinido de las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla. Próximos a esta tesis estarían los gobiernos estadounidense y francés.”

Es precisamente esta coyuntura política entre los defensores de la independencia y los que defendían los postulados marroquíes, la que ha provocado el posterior, e irresuelto a pesar de las diferentes resoluciones de la ONU, conflicto saharaui. El año 1975 fue decisivo en este sentido. A la división del propio Consejo de Ministros de Arias Salgado, entre los defensores de una y otra postura, se vino a añadir, en los primeros meses, el aumento de los ataques por parte del Frente Polisario, la visita a todos los países interesados en el conflicto (Marruecos, Argelia y Mauritania, además de la propia España) de una comisión de delegados de la ONU, el aviso de una retirada unilateral de las tropas españolas, el inicio de la operación Golondrina (encaminada a preparar la evacuación del territorio, si así se considerara necesario, especialmente de la población civil), y los planes marroquíes de invasión, primero con carácter militar, que desembocaron finalmente en la llamada “Marcha Verde”, organizada por el rey Hasán II, con el apoyo de algunos países extranjeros (en este sentido, ha sido muy discutido entre los investigadores el papel jugado por el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger, y por su país, en la organización de la propia marcha).

Todo se desencadenó a partir del mes de noviembre. Ya desde los primeros días del mes anterior la tensión fue in crescendo, sobre todo desde que hubieran aumentado las noticias respecto a una posible invasión armada del Sahara por parte de Marruecos. En efecto, el 31 de octubre se llevó a cabo una incursión militar contra algunas ciudades del norte de la colonia (Haousa, Farsia e Idriya), y entre los días 6 y 7 de noviembre también cruzó la frontera la Marcha Verde, dividida en tres columnas (de Tarfaya a Daoura; de Abattekh a Hagunia, y de Zag a Mabhes), que estaba formada por centenares de marroquíes y de voluntarios procedentes de diferentes países musulmanes (también, entre sus miembros, pudo verse, incluso alguna bandera norteamericana). En los campamentos permanecieron hasta  los días 10 y 11 de noviembre, cuando estos se levantaron y la Marcha regresó a las cuidades del sur de Marruecos. En los días siguientes, durante todo el mes de noviembre, la población civil española del Sahara, y también los militares, terminaron la evacuación de la antigua colonia, al tiempo que se establecía allí una nueva administración, amparada por la ONU, con la colaboración de los gobiernos de Marruecos y Mauritania.

Con respecto a la ONU, hay que señalar la contradictoria política del organismo internacional, que si bien por su resolución 3485 aprobaba (con 88 votos a favor, cuatro en contra y cuarenta y dos abstenciones, incluida la de España) , la libre autodeterminación y la responsabilidad de la potencia administradora y de la propia ONU con respecto a la descolonización del territorio, con la resolución 3458 (con 48 votos a favor, entre ellos el voto español,  32 en contra, y 52 abstenciones), reafirmaba el derecho, de todas las poblaciones originarias del Sahara a esa autodeterminación. Con respecto a esto, dice lo siguiente el autor del libro: “Las diferencias eran importantes por cuanto la resolución A, haciendo caso omiso de los Acuerdos de Madrid, seguía pidiendo la celebración de un referéndum bajo la administración española y el auspicio de las Naciones Unidas, mientras que la resolución B, tomando nota de los Acuerdos de Madrid, pedía a los firmantes de estos que, también con el concurso de la ONU, organizaran un referéndum en el que pudieran ejercer su derecho todas las poblaciones saharianas originarias del territorio, es decir, también los saharauis que se habían trasladado a Tarfaya y vivían desde hacía unos años en esta provincia marroquí, a los que se les reconocía cualidad de refugiados”.

En esa doble resolución de las Naciones Unidas reside toda la problemática que, a este respecto, ha venido repitiéndose a lo largo de los años. Y es que, el posible referéndum de autodeterminación nunca llegó a producirse, en base, teóricamente, a  ciertos desacuerdos entre las diferentes partes, en cuanto a la composición del censo. Por otra parte, desde el primer momento de producirse la descolonización, los gobiernos de Marruecos y Mauritania, sobre todo el primero a ocupar el territorio de la antigua colonia, lo que ha venido a desproteger a la población aborigen del Sahara. Ello provocó, por su parte, el aumento de los ataques terroristas del Frente Polisario, generándose, durante mucho tiempo, un a guerra encubierta entre las FAR marroquíes y el grupo terrorista.

Con respecto a España, nuestro país, durante décadas, mantuvo una postura de neutralidad en el conflicto saharaui, evitando tomar partido en el conflicto entre Marruecos y el Frente Polisario, pero en 2022, todos lo recordamos, el Gobierno, unilateralmente, provocó un cambio de postura, al apoyar una propuesta de autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí, lo que ha generado una fuerte crítica tanto dentro del país, por parte de la oposición, como fuera de ella. Pero más allá de esa cambiante postura oficial, para la opinión pública española, el problema del Sahara, ya lo hemos dicho, sigue siendo uno de los asuntos más desconocidos, quizá por ese halo de misterio que sobre él se cernió cuando el último español abandonó aquella colonia, una de las últimas colonias de África, que otros españoles habían fundado antes, entre el desierto y el Océano Atlántico.









El Podcast de Clio: HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL