jueves, 23 de enero de 2025

UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE: “LA ISLA DE LA MUJER DORMIDA”

 No es la primera vez que traigo a colación en este blog qué es para mí la novela histórica. En este sentido, quiero recordar, una vez más, las palabras de un experto autor de novelas históricas italiano que, a su vez, es también un experto historiador y arqueólogo; un autor que, al mismo tiempo, cuenta en su bibliografía con reputados ensayos de carácter científico, y también con exitosas novelas de las llamadas “de romanos”: Valerio Massimo Manfredi. En uno de sus textos, el profesor italiano definía el género de la siguiente manera: “La historia tiene que comunicar hechos. Por eso, tiene la obligación de demostrar lo que dice. Es lo que se llama en inglés the burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por eso, un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”.

A este respecto, en una entrada anterior de este mismo blog (ver “La violinista roja: una historia diferente del comunismo rojo”, 26 de julio de 2023) yo explicaba lo que, para mí, debe ser una buena novela histórica, en la misma línea que lo hacía el profesor italiano: ”En la novela histórica, al contrario que en el ensayo, no es necesaria la carga de la prueba, lo que no quiere decir que los hechos narrados no tengan que ser reales, históricos. No existe, pues, diferencias importantes entre la novela histórica y el resto de los géneros novelísticos, más allá del hecho de que en la narración prima más la historicidad que la pura inventiva, la imaginación del escritor. No se trata de que todos los hechos, hasta los más insignificantes, sean hechos históricos, pero sí que estos, cuando no son conocidos suficientemente bien por la historia, bien pudieron haber sido reales”.       

Y dicho esto, ¿se puede considerar la última novela de Arturo Pérez Reverte como una buena novela histórica? Desde luego, se trata de una historia basada en la Guerra Civil española, una etapa polémica de la historia de España que, por otra parte, ha sido ya temática central de centenares de novelas de todo tipo -novelas de amor, de espías, de costumbres, …-; y también de novelas históricas, aunque el escritor de Cartagena la trata desde un aspecto completamente novedoso. De esta forma, “La isla de la mujer dormida” puede ser considerada, también, una novela histórica con todas sus consecuencias. Sin embargo, también es cierto que esta novela no narra hechos históricos, verificables desde el punto de vista de la Historia, lo cual, a mi juicio, sin embargo, no resta ni un ápice para que pueda ser considerada como una de las grandes novelas de este género que han visto la luz en este año pasado. Justifico mi afirmación a partir de lo que ya he dicho anteriormente: al contrario que la monografía o el estudio histórico, la novela, aunque sea histórica, no tiene la obligación de contar hechos contrastados, verificables a partir de la documentación conservada. En la novela histórica, y por el hecho de ser precisamente eso, novela, debe primar, lo dijo el propio Manfredi, las emociones, los sentimientos. No quiero decir con ello, desde luego, que todo valga a la hora de describir los hechos con tal de que el relato vaya en beneficio de esas emocione. Pero está claro que el novelista tampoco puede verse cohibido a la hora de inventarse algunos elementos que, si bien no son históricos en sí mismos, bien pudieran haber sucedido de la forma en la que él los cuenta, en beneficio de su propia capacidad narrativa.

Ya he dicho también, en otras ocasiones, que para mí existen dos tipos de novelas históricas. El primer tipo es el de las novelas que narran hechos reales, históricos, sin ninguna concesión, o muy pocas concesiones, a la propia inventiva del autor. Serían, mas bien, historia novelada, algo parecido a un trabajo histórico pero contado de una manera diferente, literaria. El segundo tipo, probablemente mucho más interesante para el autor, porque le concede más labor creadora, es la novela en la que el escritor es capaz de inventarse historias que, irreales desde el punto de vista puramente histórico, bien podrían haber sucedido así en el contexto histórico en el que se ambientan. Los hechos, si no han sucedido tal y como los cuenta el novelista, reitero una vez más, bien podrían haber sucedido así. La historia de la literatura española, y también la historia de otras literaturas europeas y americanas, abunda en este tipo de novelas. Es más, algunas de las mejores novelas históricas son de este tipo. Los “Episodios nacionales”, de Benito Pérez Galdós, considerados por muchos como la obra cumbre de la novela histórica española, tienen como principal protagonista a un personaje inexistente desde el punto de vista histórico, inventado por la imaginación del novelista, Gabriel de Araceli, quien, de manera inesperada, se convierte en protagonista de todos los hechos importantes que han sucedido en la España del siglo XIX. Por otra parte, tampoco los protagonistas de “Quo Vadis?”, la magna novela del escritor polaco Thomas Mankiewicz sobre el origen del cristianismo, son personajes históricos, más allá de San Pedro o del propio Jesucristo, que tiene en el relato una presencia testimonial, pero importante.

A pesar de ello, tanto en un caso como en el otro, los autores de este tipo de libros tienen que hacer frente a un método común: antes de empezar a escribir el relato, deben pasar por una importante fase de documentación, a partir de fuentes primarias o de estudios monográficos, que es vital para que la historia sea creíble para el futuro lector de la obra. Desde luego, debe hacerlo si el narrador trata de escribir hechos reales, históricos en sí mismos, pero también cuando lo que trata es de inventarse una historia para situarla en un momento concreto del pasado. Y es que, en mi opinión, para escribir una verdadera  novela histórica no basta con situar los hechos en una etapa concreta del pasado. Por el contrario, hay que convertir ese contexto histórico en algo parecido a un personaje más de la novela, hacer que el lector pueda entender mejor esa etapa histórica en la que se ambienta el relato que está leyendo independientemente del conocimiento que tenga sobre él. En definitiva, que los hechos, si no sucedieron tal y como los cuenta el novelista, insisto una vez más en ello, bien pudieron haber sucedido así.

Desde este punto de vista, y a pesar de que sus protagonistas, como casi todos los personajes de las novelas de Arturo Pérez Reverte, por otra parte, pueden ser considerados como antihéroes de la Historia más que como héroes verdaderos, “La isla de la mujer dormida” sí puede ser considerada, desde luego, como una novela histórica; más histórica, incluso, que otras novelas sobre la Guerra Civil, de cuya historicidad nadie duda, en la que los protagonistas se mueven por ideologías y no por sus propias necesidades y circunstancias. En este sentido, quiero recordar lo que una  vez, hace ya mucho tiempo, me contó uno de esos combatientes de la guerra, más incivil que civil, en la que se vieron obligados a participar, muy a su pesar. Muchas veces, en medio de los combates, entre las balas que silbaban sobre él, y sobre sus compañeros de uno y otro bando, no había rojos ni azules, no había fascistas ni comunistas. Sólo había hermanos enfrentados por una guerra que en realidad no era, o no debía ser, la suya. Que disparaban para que no les dispararan antes los otros; que mataban sólo para que no los mataran ellos antes. Las ideologías, en realidad, eran sólo cosa de los militares profesionales y, principalmente, de los comisarios políticos.

Por eso, la historia que se narra en “La isla de la mujer dormida”, a pesar de sus protagonistas, es una historia completamente verídica. Porque verídicas son las motivaciones de su principal protagonista, Miguel Jordán Kyriazis, un marino mercante hispanogriego reconvertido en un militar del bando nacional, movilizado y enviado a una misión en medio del Egeo, que está más cerca de la piratería que de una verdadera acción de guerra. Son creíbles también, o pueden serlo, los dueños de la isla, un extraño matrimonio que está formado por una rusa de edad madura, procedente de una clase burguesa, antigua viuda de un oficial zarista asesinado por los bolcheviques y emigrada a París, y un aristócrata europeo, el único aristócrata existente en una monarquía nueva, la griega, casi artificial y en declive, reconvertida en una dictadura de clase fascista. Y son también creíbles, sobre todo y a pesar de las ideologías, los dos espías del relato, antiguos amigos de la juventud, con cuya amistad ni siquiera la guerra ha sido capaz de terminar, enviados a Estambul por sus respectivos gobiernos en conflicto, con el fin de vigilar, cada uno por su parte y por sus motivaciones opuestas, las rutas de los barcos que llevaban hasta España la ayuda, convenientemente pagada, eso sí, que los soviéticos dfieron a la ya también declinante Segunda República española.

En resumen, “La isla de la mujer dormida”. es una excelente novela histórica, en la que, junto a este tema tan querido por el autor, la Guerra Civil -querido, sólo, desde el punto de vista literario, más allá de la tragedia que supuso para España, y de la que todavía los españoles no nos hemos recuperado, como nos lo demuestran, en cada momento, los políticos, de un signo y de otro-, tal y como puede verse en otras novelas anteriores, como n “Línea de fuego” y “El italiano”, se unen, también, otros temas que son igual de queridos por el autor. En este sentido, en algunos momentos, la novela nos recuerda un poco a la mejor novela negra norteamericana -Dashiell Hammett, Raymond Chandler-, a las que ya se acercó el autor murciano en otros textos anteriores, como en la saga de Lorenzo Falcó -Falcó, Eva, Sabotaje-, y que tan relacionadas están, también, con las novelas de espías -John Le Carré, Graham Greene, Frederick Forsyth-, con el propio cine de suspense -Alfred, Hitchcock, Howard Hawks-, o, incluso, con el comic -Corto Maltés-.

Y a propósito de este extraño aventurero del comic, Corto Maltés, ese aventurero del mar que fuera inventado por el italiano Hugo Pratt, que había hecho las delicias de los jóvenes italianos en los años sesenta, y que tanta influencia llegó a tener entre el público español, no sólo el juvenil, a partir de la década siguiente, el tercer gran tema de Pérez Reverte es el mar; ese mar genérico de Stevenson, de Verne, o de Melville, o el Mediterráneo, que tan presente está en una de sus primeras novelas, “La carta esférica”. A este respecto, en esta última novela hay una referencia, muy explícita, a ese otro gran novelista del mar que fue Joseph Conrad. Y no quiero terminar esta entrada sin hacer referencia a lo que el Mediterráneo supone para Arturo Pérez Reverte, según él mismo le confesó al periodista Alberto Herrera en una entrevista radiofónica que ambos mantuvieron hace muy poco tiempo: “El Mediterráneo es mi mar de siempre. Yo siempre digo que yo soy español, yo soy europeo, pero sobre todo soy mediterráneo. Yo nací en Cartagena. Yo estoy más a gusto en un café de Beirut, o en un bar de Estambul, o en un hotel de Sicilia, o comiendo o hablando con un genovés, que en Londres, o en París, o en Rotterdam. Es más, yo me he sentido solo en Nueva York, o en París o en Londres, pero jamás me he sentido solo, aunque estuviera solo, en ningún lugar del Mediterráneo. Viajé mucho por él cuando era reportero, lo sigo haciendo ahora, y aunque no hables con nadie, estás en tu casa”.












El podcast de Clio: "LA ISLA DE LA MUJER DORMIDAD", UNA NOVELA HISTÓRICA DE ARTURO PÉREZ REVERTE