sábado, 28 de mayo de 2016

El monarquismo de un historiador republicano


Cuenta Pilar Urbano en su libro sobre el fracasado golpe de estado del 23 de febrero de 1981 cierta conversación que mantuvieron en Argentina, poco tiempo después de los hechos el historiador Claudio Sánchez Albornoz y el abogado Rafael Pérez Escolar. En aquel encuentro decía el primero de ellos lo siguiente: “¡No entiendo nada, nada…! ¡Estos políticos acomodaticios…! Mire usted, hace poco me visitó el señor Fraga Iribarne. Y me dijo: ¡Sepa usted que yo soy republicano! Y yo le contesté, pensando en el famoso 23-F y en todo lo que pudo ocurrir: ¡Pues hace usted muy mal! Ahora en España, si se es patriota como usted lo es de arriba abajo, sólo se puede ser monárquico… Sí. ¡Y se lo dice a usted un hombre que ha sido Presidente de la República de España!”.[1]

En efecto, nadie puede dudar del republicanismo del gran historiador español, mantenedor con Américo Castro de la gran polémica que avivó durante mucho tiempo la historiografía española, la polémica sobre la esencia de España. Don Claudio fue ministro de Estado durante la Segunda República, entre los meses de septiembre y diciembre de 1933, durante el fallido gobierno de Alejandro Lerroux y el de Diego Martínez Barrio. Después, al estallar la Guerra Civil, se exilió en la República Argentina, donde ejerció de profesor en las universidades de Mendoza y Buenos Aires. Finalmente, sería también presidente de la república española en el exilio, entre 1962 y 1971. En 1976, después de la muerte de Franco, pudo regresar temporalmente a España, y lo hizo ya con carácter definitivo en 1983, dos años después del fallido golpe de Tejero y de Armada, asentándose en Ávila, donde fallecería en el mes de julio del año siguiente.

¿Por qué entonces aquella aseveración tan monárquica del gran maestro de los historiadores españoles? La respuesta, a mi modo de ver, es clara: cuando un gobierno es débil, como entonces lo era el gobierno de España, es cuando más se necesita un estado fuerte para hacer frente a todos los ataques que puede sufrir. Pilar Urbano ha demostrado que durante aquel doloroso 23 de febrero, ya lejano, el rey don Juan Carlos se mostró como un poder firme, capaz de hacer frente al levantamiento y parar el ruido de sables. Es más: ha demostrado que si en aquel momento el monarca hubiera dudado lo más mínimo y se hubiera puesto del lado de los militares golpistas, hubiera arrastrado con él a la mayor parte del ejército, un ejército que en aquel momento confiaba más en el rey que en la propia Constitución. ¿Habría sucedido lo mismo si en aquel momento el jefe del Estado hubiera sido un político, como lo era, y desde luego que debía serlo, el jefe del gobierno?

Yo creo, con el gran maestro de los historiadores, que en los tiempos que corren en España sólo se puede ser monárquico, aunque uno no lo sea de corazón, como no lo era tampoco don Claudio. En los tiempos actuales el gobierno es más débil que nunca, al menos desde que se cerró ese periodo de la historia que ha sido conocido como la Transición. Hay más corrupción que nunca, corrupción que afecta prácticamente a todos los partidos. La apuesta del separatismo catalán alcanza ahora su punto más álgido, similar sólo a cuando, durante la Segunda República, Luis Companys y otros nacionalistas catalanes proclamaron el estado catalán; aquello acabó con los políticos separatistas juzgados y condenados por rebelión, y encerrados en los penales de Puerto de Santa María y de Cartagena. Y la extrema izquierda, de inspiración totalitaria, que ya ha conseguido el poder en algunas de las grandes ciudades, donde desprotege a su propia policía en el enfrentamiento con los anti-sistema, amenaza con desestabilizar todavía más el país con medidas y propuestas que son propias de los países de raíz estalinista.

Por otra parte, hay países en los que por sus características o por su población la forma de gobierno más apropiada es la República. Como en Estados Unidos, que es una república federal constitucional desde su nacimiento en 1776 y apenas ha sufrido en estos dos siglos y medio alguna crisis política de carácter interno más allá de la Guerra de Secesión, entre 1861 y 1865. La historia nos demuestra, sin embargo, que en España quizá sea necesario un jefe de Estado fuerte, que sea ajeno al sistema de turnismo que es propio del juego político. Durante la Primera República, nacida del periodo revolucionario que a la postre se pudo ver que no sería tan glorioso como se pensaba en 1868, en apenas un año se tuvieron cuatro presidentes de la república y cinco gobiernos diferentes. Durante la Segunda República, que nació de unas elecciones que en realidad eran municipales, y que por lo tanto no debían haber supuesto realmente un cambio radical en la forma de estado, se sucedieron también un número excesivo de gobiernos diferentes, dieciséis si se cuentan también los que se sucedieron durante la Guerra Civil. Es cierto que la inestabilidad gubernamental es una enfermedad crónica en gran parte de nuestra edad contemporánea, pero desde luego durante los períodos republicanos, esa inestabilidad alcanzó las cotas más altas de la historia.



[1] Pilar Urbano. Con la venia… yo indagué el 23F.  Barcelona. –Argos Vergara. 1982. P. 287.