jueves, 26 de mayo de 2016

Eusebio Santa Coloma: un soldado conquense en Filipinas


Algunas veces, el fantasma de la historia sobrevuela por encima de los personajes que han dejado su huella en el tiempo, y lo hace a demasiada velocidad, dejando en el devenir de la memoria apenas una sombra tenue que, con el paso del tiempo, termina por desaparecer del todo, o casi del todo, borrándose de la memoria colectiva. Cuando eso sucede, la labor del historiador es recuperar esa sombra y volver a darle forma, ejercer de arqueólogo y, con la piqueta que proporcionan los documentos, recuperar los recuerdos del pasado y volver a darles vida eternamente en el universo del presente. Éste es el caso de Eusebio Santa Coloma, un militar conquense que desarrolló su carrera profesional en el lejano archipiélago filipino; un soldado que, como otros muchos soldados de su generación, y de otras generaciones anteriores y posteriores, sirvieron a la patria en terrenos lejanos y difíciles, y lo hicieron con honor, defendiendo la bandera de España contra los enemigos; en su caso, los tagalos y los moros.

            Eusebio Santa Coloma nació en Cuenca el 5 de marzo de 1823, y fue bautizado en la desaparecida parroquia de San Vicente al día siguiente. Hijo de una familia dedicada principalmente a la medicina en sus diversas facetas (su padre y su abuelo eran sangradores de profesión, y otros familiares suyos fueron cirujanos y médicos rurales), muy pronto él y sus tres hermanas quedarían huérfanos, por lo que los cuatro quedaron entonces a cargo de diversos familiares. Este hecho pesaría quizá en su conducta algunos años más tarde, cuando, después de haber servido como quinto y haberlo hecho casi en exclusiva en Barcelona, donde participó con su unidad en uno de los hechos que terminarían por derrocar al regente Espartero, se decidiría a iniciar una carrera militar de forma profesional, decisión ésta que le permitió, por otra parte su ascenso a sargento segundo, pasando de esta forma a ocupar por primera vez un espacio en la escala de los suboficiales.

          

       Así, el 2 de noviembre de 1845 se marchaba a Cádiz, con el fin de embarcarse allí con rumbo a Filipinas. Y una vez en la colonia, su primer destino sería la ciudad de Manila, la capital de la colonia, ciudad donde volvió a ascender en 1850, ahora a sargento primero. Entre 1850 y 1852 estuvo destinado en las colecciones de tabaco, las grandes plantaciones que se extendían por el norte de la isla de Luzón y que en aquella época debían contar siempre con la protección de unidades militares destacadas, con el fin de evitar que fueran quemadas y esquilmadas por los irredentos igorrotes. Y después de haber ascendido a alférez por antigüedad, lo que le permitiría ostentar dos años más tarde la comisión de abanderado de su regimiento, pasaría en los años 1854 y 1855 a estar destinado en el distrito de Benguet, también en la isla de Luzón, desde el que sería enviado al año siguiente a Cavite, al sur de Manila, ciudad aquélla que se haría famosa en 1898 por la cruel derrota de los españoles contra el ejército norteamericano, hecho que supondría el principio del fin de la colonia.

En 1858 salió por primera vez de Luzón, con destino de Mindanao, la segunda isla en importancia del archipiélago después de la propia Luzón, donde empezaría a ejercer labores de Estado Mayor, lo que en la actualidad se conoce como Plana Mayor, del ejército español en Filipinas. En efecto, allí sería designado secretario de la comandancia militar de la isla, destino de gran importancia en la lucha contra la piratería de los moros, que así eran conocidos los corsarios musulmanes que en aquel momento asolaban “los mares del sur”, alrededor de la propia isla de Mindanao y del próximo archipiélago de Joló, en la ruta hacia Sumatra, Malasia e Indonesia. Y en 1860, ascendido ya a teniente el año anterior y de regreso otra vez a Luzón, era nombrado comandante militar de Río Saltan, en la provincia de La Isabela, en la zona nororiental de la isla. Desde su puesto como jefe militar dirigió diversas acciones de guerra, destacando entre ellas una salida al territorio de La Llaga, en la provincia de Cagayán, al frente de una columna de cincuenta hombres, que se saldó con la muerte de algunos de sus subordinados.




Fue por estas mismas fechas cuando se produjeron algunos sucesos de relevancia que tenían que ver con su vida íntima. En efecto, en su hoja de servicios consta un escrito de su puño y letra fechado en 1860, en la que se recoge una solicitud dirigida a la reina Isabel II, en la que le solicitaba su perdón por haber contraído matrimonio sin su permiso con Valentina Limpo, tal y como era preceptivo para todos los militares españoles a lo largo del siglo XIX. Hay algunos detalles oscuros en esta relación, como el hecho de que el matrimonio se hubiera celebrado casi en la intimidad en la iglesia de los padres recoletos de Cavite en octubre de 1857, presidida por el padre capellán de su regimiento, y sobre todo, que para entonces ya habían nacido cuatro de los siete hijos del matrimonio: Clara, en 1849; Federico, en 1850; Nicolás, en 1853, y  María Dolores, que lo hizo ese mismo año 1857. Después, el matrimonio aún tendría tres hijos más: Julián, en 1858; María Paz, en 1862, y Josefa, en 1864.

¿Qué se puede decir de todo ello? Desde luego, todo parece indicar que de lo que se trata realmente es de legalizar algo que en principio no fue más que una unión de hecho, ilegal según la legislación de la época, con el fin de asegurar para su mujer y para sus descendientes ciertos derechos económicos que de otra manera nunca podrían llegar a tener. En la misma partida bautismal de ella encontramos quizá la clave a todo ello. Valentina, que había nacido en Manila en 1822, es definida claramente desde el punto de vista del grupo social al que pertenece: “mestiza de sangley”. ¿Qué significa exactamente este término? La palabra proviene del término “sengli”, que en lengua hokkien, uno de los dialectos chinos más hablados, dominante en la zona de Guandsong y de Taiwan, significa “negocio”. Hay que tener en cuenta que en las Filipinas del siglo XIX había una abundante inmigración que procedía de aquellas zonas y principalmente se dedicaba a los negocios. Así, los chinos que vivían en Filipinas eran conocidos con el término “sengli” o “sangley”, y un “mestizo de sangley”, como la esposa de Santa Coloma, era un mestizo que compartía sangre china y filipina.

En diciembre de 1866, Eusebio Santa Coloma renunciaba a la jefatura de la comandancia militar de Río Saltan. En su decisión debió pesar el fallecimiento reciente de su esposa, que se había producido aquel mismo mes, y quizá estuviera ya madurando también en él su deseo de regresar a su tierra natal, a la que no había vuelto desde hacía veinte años. Y en efecto, en junio del año siguiente era autorizada su renuncia, al mismo tiempo que era ascendido a capitán, con destino otra vez en Manila. Pero aquélla era una decisión transitoria, mientras se determinaba su traslado a la metrópoli, y apenas tres meses más tarde, en septiembre, iniciaba con seis de sus hijos el largo viaje de regreso a España. El mayor de los varones, Federico, que ya había iniciado su propia carrera militar en la colonia, debía quedarse en el archipiélago hasta completar, al menos, los seis años de servicio en el ejército ultramarino, tal y como era obligatorio para los militares que quisieran conservar en la metrópoli el mismo grado y empleo que ya ostentaban en el ejército colonial.  Durante el viaje de regreso, y mientras la familia hacía escala en el puerto italiano de Génova, el capitán del barco que les traía de regreso había intentado estafarle, por lo que tuvo que hacer uso de toda su decisión, y quizá también de la fuerza, para evitarlo.

Después de haber desembarcado en Barcelona la familia se trasladó por fin a Cuenca, donde Eusebio había sido destinado, en el regimiento provincial de la reserva, y donde se instalaron por fin en la casa familiar de la calle Alonso de Ojeda. Allí obtendría en 1867 el grado de comandante, y allí permanecería durante prácticamente todo el tiempo que le quedaba de servicio en el ejército, excepto un breve período de tiempo en que estuvo destinado en el regimiento provincial de Toledo. Y allí tendría que hacer frente también, en el mes de octubre de 1873, a la invasión carlista que las tropas del brigadier José Santés realizaron contra la ciudad del Júcar. Entregada la ciudad debido a la enorme diferencia de fuerzas existente entre los invasores y los defensores, Eusebio Santa Coloma logró escapar de la misma al frente de un grupo de guardias civiles y de voluntarios de la libertad, logrando de esta forma salvar armamento y municiones, tal y como se destaca en su hoja de servicios.

Fue éste su último servicio profesional a España. En enero de 1874, Santa Coloma solicitaba su baja en el ejército, siéndole en ese momento autorizado su retiro a Madrid. Sin embargo, algún tiempo después debió regresar a Cuenca, donde fallecería en el mes de marzo de 1883, a consecuencia de una hemorragia de estómago provocada por la gastritis crónica que padecía desde algunos años antes. Sin duda, las muy deficientes condiciones sanitarias a las que se vio sometido durante su estancia en Filipinas, unido a las duras condiciones climatológicas del archipiélago, debieron alterar enormemente sus condiciones de salud. Hay que tener en cuenta que muchos de los militares españoles que sirvieron en las colonias, y especialmente en Filipinas, nunca lograron regresar a la metrópoli, siendo más numerosas entre ellos las bajas por enfermedad que las provocadas por heridas de guerra, tal y como recogen los especialistas en la materia. Y los que lograron hacerlo, como el propio Eusebio Santa Coloma, lo hicieron en unas condiciones deplorables de salud.