Uno
de los más ilustres hijos de nuestra ciudad, el cardenal Gil de Albornoz,
falleció en Viterbó (Italia), el 23 de agosto de 1367, es decir, hace ahora
exactamente seiscientos cincuenta años, y la fecha, una vez más, ha pasado
prácticamente desapercibida en la ciudad en la que le vio nacer. Por ello,
quiero poner mi humilde granito de arena para evitar el olvido, y lo hago desde
un punto de vista menos conocido del personaje: su faceta como señor natural de
algunos de los pueblos de la serranía conquense. Otras perspectivas del
religioso conquense son mejor conocidas, como la de su papel como
reconquistador de los territorios papales en los años lejanos del cisma de
occidente, o como fundador del colegio de San Clemente de los Españoles en
Bolonia, una de las más antiguas universidades de Europa, en el cual
estudiaron, en los años siguientes, un número importante de conquenses. Entre
los pueblos de su señorío figura el de Uña, y a este pueblo serrano, y a los
sucesivos señores que fueron sus propietarios a partir del cardenal, vamos a
destacar los párrafos siguientes. En aquellos lejanos tiempos de la Edad Media,
Uña era un pueblo que acababa de nacer. Su antigüedad se remota probablemente a
los tiempos de la repoblación cristiana que sucedieron a la conquista de Cuenca
por las tropas de Alfonso VIII en 1177, y la etimología de su nombre, según
afirma Heliodoro Cordente en su libro “Cuenca medieval”, proviene de la palabra
“hoz” Entonces Uña era un pueblo, como ahora, enclavado dentro de una hoz, en
el corazón de la serranía, y aunque en aquel tiempo sería de muy difícil
acceso, a menudo vería la presencia muy cercana de sus casas de los llamados “caballeros
de la sierra”, cuya misión era la de vigilar los montes cercanos a Cuenca.
En uno de los párrafos del
testamento del cardenal Gil de Albornoz podemos leer lo siguiente: “Item lego a
mi sobrino Gómez García, hijo del sobredicho Álvaro García, las aldeas
infraescritas: es, a saber, El Hoyo de Concha, Cañizares, Uña, Aldegüela y Valdemeca,
con todos sus pastos y ríos, lagunas y molinos; casas y prados, viñas y huertas
y demás posesiones, bienes muebles e inmuebles n que yo sucedí a mis padres, y
en cuantos he comprado y mejorado después en los dichos lugares y sus términos.” Este documento nos revela una verdad
histórica tan probada ya como también olvidada, y es que la familia de los
albornoz, una de las más ilustres de la Cuenca medieval, poseía jurisdicción
señorial sobre Uña y sobre todo su término. Lo que ya no está claro es cuando
comenzó dicha jurisdicción. Aunque es seguro también que ya el padre del
cardenal, García Álvarez de Albornoz, fue también señor de Uña, y que cuando él
murió se lo traspasó a su hijo el cardenal, no sabemos si la antigüedad de
dicho señorío es así mismo anterior a él, y en caso afirmativo, cuántos señores
hubo antes que don García.
García
Álvarez de Albornoz había nacido en Cuenca a mediados del siglo XIII, y
descendía del caballero de origen borgoñón y navarro, Gómez García de Aza, señor
de Aza, Ayllón y Roa, alférez de Alfonso VIII y uno de los caballeros que a sus
órdenes tomaron parte junto a él en la conquista de la ciudad de Cuenca, siendo
recompensado por este motivo con el señorío de Albornoz. Su hijo, Fernán Gómez
de Albornoz, fundó el linaje homónimo, al unir al apellido el nombre de la
villa de la que era propietario, y a él le sucedieron en el señorío (y
seguramente, por lo tanto, también en el señorío de Uña) los caballeros Pedro
Fernández y Fernán Pérez de Albornoz.
García
Álvarez de Albornoz era hijo de Fernán Pérez, y contrajo matrimonio con Teresa
de Luna, mujer de familia aragonesa y muy influyente también en la corte, por
ser hermana de Jimeno de Luna, arzobispo de Zaragoza. Murió en el año 1323, y
está enterrado en la catedral de Cuenca, en la capilla de los Caballeros. En su
sepulcro hay una inscripción que dice así: “Aquí yace Garcí Álvarez de
Albornoz, que Dios perdone, hijo de Fernán Pérez y nieto de don Álvaro; fue
buen caballero y de buena vida, y sirvió bien los señores que ovo, y ayudó bien
a sus amigos, y túvose siempre con Dios en todos sus fechos, y Dios fízole
muchas mercedes, fízole una en muchos fechos de peligro en que se halló, acertó
que nunca fue vencido, y finó diez y ocho días de Septiembre era de MCCCLXVI
annos.
A
su muerte, como ya hemos visto, le sucedió en la titularidad de todos sus
señoríos, incluido el de Uña, su hijo Gil de Albornoz, el más ilustre de todos
sus señores, que nació también en Cuenca, probablemente entre los años 1290 y
1295. Fue arzobispo de Toledo y primado de España, bajo el reinado de Alfonso
X, y estuvo presente en la batalla de El Salado como comisario apostólico y
legado papal. Fue nombrado cardenal por el Papa de Aviñón, Clemente VI, y
capitán general de todos sus ejércitos. Reconquistó para él los Estados
Pontificios, y lo sentó de nuevo en Roma. Fue elegido él después Papa, pero
nunca llegó a serlo al haber renunciado al cargo por decisión personal.
Ya
hemos visto en el testamento de don Gil que a su muerte le sucedió en el
señorío su sobrino Gómez García. Este Gómez García no era otro que el también
conocido Micer (señor) Gómez García de Albornoz, hijo de su hermano Álvaro
García de Albornoz, también enterrado en la capilla de los Caballeros, junto a
sus padres. También había nacido en la capital de la provincia, como los dos
señores anteriores, a principios del siglo XIV. Llevado a Italia como
lugarteniente de su tío, fue nombrado por él capitán de los ejércitos papales y
gobernador de Bolonia, ciudad a la que defendió de los ataques de Bernabé
Visconti, señor de Milán entre 1349 y 1385. Se casó con Constanza Manuel, hija
de Sancho Manuel, señor de Carcelén, que a su vez era hijo bastardo del infante
don Juan Manuel. En 1375 regresó a España, pero de nuevo en la península itálica,
fue nombrado senador y vicario general de la Iglesia. Murió en Ascoli, capital
de la región italiana de las Marcas, luchando al frente del ejército papal, del
que era capitán. Aunque en su testamento ordenó que se le diera sepultura a su
cuerpo en la ciudad en la que había nacido, yace enterrado en el monasterio de
las monjas de Santa Clara, en Alcocer (Guadalajara).
El
siguiente señor de Uña fue su hijo, Juan de Albornoz, que se había casado con
Constanza de Castilla, prima del rey Juan I, del que, siguiendo la tradición de
su familia, fue copero mayor. Pero su carácter difícil de obligó a contraer
gran cantidad de deudas, y con él empezó la decadencia de la familia Albornoz y
de las tierras de sus antepasados. Murió el 28 de octubre de 1389 en Fuente del
Maestre (Badajoz), sin haber llegado a tener descendencia varonil, lo que
contribuyó a aumentar la decadencia del señorío Albornoz. Tuvo sólo dos hijas,
María y Beatriz, aunque ésta última nació después de la muerte de su padre. Le
sucedió la mayor, pero pronto se vio obligada a entregárselo a su hermana
Beatriz, quien se casó con Diego Hurtado de Mendoza, segundo señor de Cañete,
montero mayor y consejero del rey Juan II, guarda mayor de Cuenca y alcalde de
su castillo. De este primer matrimonio sólo tuvo un hijo, Luis Hurtado de
Albornoz, que murió joven. Se casó por segunda vez con Teresa de Guzmán, y tuvo
como hijo primogénito, que heredó todo lo suyo, a Juan Hurtado de Mendoza, a
quien el rey Juan II le dio el título de marqués de Cañete. Por este motivo,
todavía en el siglo XIX, los marqueses de Cañete tenían en Uña iortantes
posesiones, entre ellas la propia laguna que se extiende junto al pueblo, entre
éste y las pétreas moles que se conocen como el Rincón.
Gaceta Conquense, del 27 de junio al 3 de julio de 1987