lunes, 18 de junio de 2018

El calentamiento global: una visión histórica del problema


            “La topografía que actualmente delimita Estambul y su periferia surgió en torno al año 5500 a.C. en medio del memorable fragor de una conmoción de la corteza terrestre llamada a determinar el carácter y la subsiguiente trayectoria vital de la ciudad. Tras el espectacular aumento del nivel del mar debido a la fusión de grandes casquetes glaciares, las aguas del mar penetraron tierra adentro, creando a su paso el estrecho del Bósforo. El mar Negro quedó totalmente transformado, ya que dejó de ser un lago interior y poco profundo de agua dulce para convertirse en un recurso marítimo al venir los mariscos de agua salada a sustituir a los existentes con anterioridad. Puede que el nivel de las aguas del lago primitivo creciera nada menos que 72 metros en tal solo 300 días. El Cuerno de Oro adquirió así la condición de estuario y quedó dotado de varios puertos naturales, alimentados por dos corrientes conocidas como las Aguas Dulces de Europa: Kydaris y Barbyzes. En la creación de este nuevo mundo fueron muchos los seres que perdieron la vida, ya que actualmente están aflorando del fondo del mar Negro diferentes signos de habitaciones humanas, así como edificios sumergidos y maderos labrados. Hay quien estima que en menos de un año se precipitaron más de 41.500 hectómetros cúbicos sobre la plataforma terrestre, inundando una superficie superior a los 1.500 kilómetros cuadrados. El acontecimiento destruyó el mundo conocido, pero posibilitó el surgimient0 de una ciudad de primer orden.”[1]
Las palabras son de la historiadora británica Bettany Hugnes, y han sido extraídas de su magnífica monografía sobre la ciudad turca de Estambul, nacida a caballo de dos mundos y de dos continentes. Deben ser sacadas a colación cuando hablamos del controvertido tema del cambio climático: el hombre, con su afán desmedido por un progreso y el desarrollo no sostenible, es el único culpable de ese aumento desmedido de la temperatura global del planeta, mediante la acumulación en la atmósfera de gases de efecto invernadero. Pese a que la teoría no ha sido demostrada todavía de manera científica, los defensores de la misma vienen, de un tiempo a esta parte, aumentando de forma exponencial, conforme aumenta también la propia temperatura del planeta, hasta el punto de que los escépticos, negacionistas de la supuesta teoría, son tratados muchas veces como unos locos, sesgados por su propio interés, y hasta hay una corriente de opinión que pide declarar el negacionismo  poco menos que un crimen contra la humanidad, como demostró el político inglés Nick Griffin, líder del British National Front, quien en el año 2015 advirtió de una iniciativa en el Parlamento Europeo para penalizar la negación del cambio climático.
Desde luego, el cambio climático existe. Negar la evidencia no puede llegar a ninguna parte. En los últimos años se viene produciendo un progresivo aumento de la temperatura en la corteza terrestre, aumento que provoca el deshielo de los casquetes polares, lo que a su vez incide en que aumente el nivel del mar. Y negar la importancia que el proceso puede tener en el futuro sobre los ecosistemas más débiles, también es negar lo evidente. Hace unos ocho mil años, cuando se abrió el estrecho del Bósforo, separando un poco más los continentes asiático y europeo, y transformando el lago interior de agua dulce que hasta entonces había sido el mar Negro en un nuevo mar de agua salada, desaparecieron multitud de animales y de plantas, que tenían allí su frágil ecosistema. Eso es algo que, sin duda, podría suceder de continuar el actual aumento de la temperatura terrestre.
Otra cosa es llegar a pensar que el hombre pueda ser el único responsable de la actual situación, pensar que el ser humano es tan importante que puede ser capaz de derrotar él sólo a la naturaleza, que ésta no sea capaz de regenerarse a sí misma, adaptándose a las nuevas circunstancias. Hace unos ocho mil años, cuando se abrió el estrecho del Bósforo, la presión del hombre sobre la naturaleza no era tan asfixiante como lo es en la actualidad, y sin embargo, el aumento de la temperatura también fue un hecho entonces, como también lo ha sido en repetidas ocasiones, de manera intermitente desde hace casi un millón de años, en los diferentes periodos interglaciares que se fueron sucediendo durante la era cuaternaria. ¿Cómo interpretar aquellas variaciones de la temperatura del globo, cuando no existían todavía ni el humo de las Fábricas y de los coches, ni los gases producidos por los aerosoles del hombre moderno? Se dice que aquello sucedió hace mucho tiempo, y se buscan unas posibles causas difíciles de poder ser demostradas para explicar un hecho que contradice la teoría oficial del cambio climático, pero lo cierto es que también la historia y los registros arqueológicos inciden en el tema.
Se ha llamado “periodo cálido medieval”, u “óptico climático”, a una época histórica que se inició hacia el siglo X, y que afectó especialmente a toda la zona norte del océano Atlántico, pero también a otras regiones del planeta. Es algo que los paleoclimatólogos han venido observando a partir del estudio de los bloques de hielo, algunos depósitos lacustres y, sobre todo, la dimensión de los anillos de los árboles. Cuando Groenlandia fue descubierta en el año 986 por grupos de exploradores vikingos y normandos procedentes de Islandia, le dieron precisamente este nombre, Gronland, que en su idioma significa “tierra verde”, lo que nos da una idea cercana del paisaje que entonces presentaba la isla, hoy convertida en una extensa llanura de hielo casi permanente.
La situación cambió a partir del siglo XIV, en la última etapa de la Edad Media, cuando las temperaturas empezaron a descender apresuradamente, hasta alcanzar niveles mucho más fríos y gélidos que en la actualidad, en lo que ha venido a llamarse “pequeña edad del hielo”, periodo que se extendería aproximadamente a los años intermedios del siglo XIX. Durante este periodo, por otra parte, se alcanzaron tres mínimos históricos, hacia los años 1650, 1770 y 1850, que incidieron sobremanera en las cosechas en todo el continente europeo y también en Norteamérica. Desde entonces, se ha venido observando un calentamiento global en el conjunto del planeta que, es cierto, viene siendo mucho más acuciante en los últimos años, pero que no tiene al hombre como su único causante.
Los historiadores han buscado las causas de estos cambios climáticos, además de en los propios sistemas de interacción entre la atmósfera y los océanos, y en la variabilidad natural del clima. Así, para la pequeña edad del hielo han podido observar una clara disminución de la actividad solar, así como también un aumento inusitado de la actividad volcánica, algo que no puede pasar desapercibido para el lector actual, en un año en el que se ha producido un inverno más frío de lo normal, dentro de ese calentamiento global en el que nos hallamos sumidos, un año en el que se han producido erupciones importantes tanto en Hawai como en Guatemala. ¿Simple casualidad, o confirmación de una idea?
No trato en esta entrada de buscar causas y motivaciones de un proceso que no es tan nuevo como parece, sino de constatar históricamente que la idea del cambio climática es algo que se ha venido repitiendo a través de los tiempos. Pero si el hombre no es el único causante de que la temperatura del planeta haya venido creciendo en los últimos años, también es cierto que algo ha debido de influir en ello. Y si el proceso es en origen algo ajeno a él, como creo, también es verdad que desde todos los gobiernos, y a la mayor brevedad posible, se deben tomar las medidas necesarias para evitar que se abreve todavía más un problema que, sin lugar a dudas, influirá, más pronto que tarde, sobre el propio ser humano, hasta límites probablemente catastróficos.



[1] HUGHES, BETTANY, Estambul, la ciudad de los tres nombres, Crítica, Barcelona, 2018.