En algunas entradas anteriores ya
he comentado alguna vez otros libros que tienen interés para la historia de
Cuenca. Es el momento ahora de tratar dos monografías de reciente publicación,
muy diferentes entre sí en cuanto a su propia concepción historiográfica y en
cuanto a las circunstancias en las que fueron escritas, y también en lo
referente a su redacción, pero tienen en común algo que no carece de interés:
la importancia de ambos textos trascienden de la propia temática conquense de
los personajes, de manera que sus respectivos autores ponen de manifiesto la
importancia que estos tuvieron para el devenir de Castilla y de España en los
tiempos en los que a ambos les había tocado vivir. El primero de ellos está
dedicado a la figura del rey Alfonso VIII de Castilla, el rey bueno o el rey
noble, y a él le voy a dedicar esta primera entrada, dejando el segundo de los
textos, que tiene como protagonista a Julián Romero, uno de los héroes de los
tercios, para la semana que viene.
Se trata este libro, en realidad,
de una edición reciente de un texto que fue escrito en 1624, hace ya casi
cuatro siglos, por el sacerdote conquense Baltasar Porreño, cura de Huete,
Sacedón y Córcoles. Su título, Historia
del santo rey don Alonso el Bueno, Alfonso VIII, es paradigmático del interés
real de su autor a la hora de redactar el texto, que no era otro que poner su
granito de arena para conseguir la canonización del rey castellano, una
propuesta que finalmente saldría derrotada en beneficio de los defensores de la
canonización de su nieto, el rey Fernando III de Castilla. Una edición, por
otra parte, que acaba de editar la Diputación Provincial de Cuenca. Se trata,
como no podía ser de otra forma, de un libro que adolece de un espíritu
positivista, muy propio de la época en la que fue escrito. Por otra parte, el
autor no era realmente un historiador, en el sentido más académico de la
palabra; sería incluso un anacronismo pretenderlo. Sin embargo, no fue ésta su
única inmersión en la historiografía, pues a lo largo de su vida dejó escritos
cerca de cuarenta textos, de muy diferente temática, pero entre los que abundan
los referidos a asuntos históricos, muchos de los cuales ni siquiera llegaron a
verse publicados en vida del autor.
Está claro que la figura de
Alfonso VIII es muy importante para la historia de Cuenca, como brillante
conquistador a los moros de la capital y también, directamente o mediante
algunos de sus caballeros más destacados, de algunas de las poblaciones más
importantes de su zona de influencia, es decir, de aquellos territorios que
ahora o en el pasado han formado parte de la diócesis conquenses; pero también,
como repoblador de todos esos territorios, tomados para siempre en beneficio de
la cristiandad. Sin embargo, a los conquenses muchas veces se nos olvida la
importancia que este monarca tuvo también para el devenir global de la
reconquista, y también para la historia del arte. Empezando por esta rama del
conocimiento, su matrimonio con Leonor de Plantagenet, la hija de Leonor de
Aquitania, y hermana por lo tanto del rey Ricardo I de Inglaterra, el famoso
cruzado Ricardo “Corazón de León”, sería fundamental para que el gótico, el
nuevo estilo artístico procedente de Europa, pudiera introducirse también en el
reino de Castilla.
La madre de la reina había sido
duquesa de Aquitania y de Guyena, y condesa de Gascuña, y fue después
sucesivamente, por derecho de matrimonio, reina de Francia, entre 1137 y 1152,
y de Inglaterra, entre 1154 y 1189, debido a sus matrimonios sucesivos con Luis
VII y Enrique II. Fue una de las mujeres más poderosas de su época, y también
de las más activas en lo que se refiere a la cultura. Su corte se llenó de
artistas y de trovadores, y cuando su yerno Alfonso VIII conquistó Cuenca y
decidió dotarla con una sede episcopal, su hija homónima, la esposa del
monarca, que se había criado en aquel mismo ambiente cultural, tuvo un papel
decisivo en la fábrica del edificio catedralicio, a través de una multitud de
canteros y alarifes que, de la mano de la reina, habían llegado a Castilla,
procedente de aquellas tierras del norte de Francia. De esta forma, la catedral
de Cuenca, junto con la de Sigüenza, en la que también participaron los reyes
de Castilla como comitentes, y más tarde el monasterio de Las Huelgas de
Burgos, también fundación de Alfonso, que a su muerte se convertiría en su
panteón regio, han sido consideradas como las más importantes puertas de
entrada del gótico en el reino castellano.
Pero si hay un hecho histórico
que a partir de este momento va a marcar el discurrir histórico de Castilla y
del conjunto de la península ibérica, incluso el de toda Europa, es la batalla
de las Navas de Tolosa, de la cual, precisamente en estos días, se cumplen 806
años. Miguel Salas Parrilla, que es el autor del estudio crítico que precede a
la edición del texto de Porreño, es consciente de la importancia que tuvo en su
época esta victoria definitiva sobre las tropas almohades de Muhammad al-Nasir,
el Miramamolín de las crónicas cristianas, una importancia que debe ser tenida
en cuenta sobre todo ahora, en estos tiempos en los que el fundamentalismo
islámico amenaza con llevar a Europa el mismo terror continuado que, salvando
las distancias cronológicas, estaba representado entonces, a caballo entre los
siglos XII y XIII, por estos guerreros llegados desde el norte de África. En
efecto, no es una exageración comparar a los almohades con los actuales
guerreros de ISIS o del Daesh. Al-Nasir fue uno de los príncipes musulmanes que
con más ahínco promulgo en la Edad Media la yihad o guerra santa, como así lo
han certificado multitud de historiadores, y también otros escritores como
Antonio Pérez Henares o Arturo Pérez Reverte, autores que, sin ser
historiadores, cumplen con sus textos el papel, también importante de la
divulgación histórica.
En este sentido podemos recoger
las palabras de Jesús María Ruiz Vidondo:
“Una de las creencias fundamentales de los islamistas radicales de hoy en día
consiste en creer que España debe ser parte de su futuro califato: ser de nuevo
Al Andalus. Y es que nuestro país en uno de los pocos lugares en los que los
musulmanes han retrocedido y han sido derrotados, tras una época de
expansionismo. Pues bien: el momento que los historiadores consideran como el
fin del ímpetu expansionista musulmán en la península, y el principio del fin
de su presencia en España, es esta batalla de las Navas de Tolosa.” La cita
procede de la página web del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), y el lector
interesado puede acceder al texto completo, a través de uno de los enlaces de
este blog, que puede encontrar en la sección NOTICIAS HISTÓRICAS. El Grupo de
Estudios Estratégicos, por otra parte, es una asociación privada radicada en
Madrid que, entre otros fines, tiene el de elaborar informes técnicos
relacionados con la seguridad y la defensa.
Y ese fue precisamente el mérito
de nuestro protagonista: repelen el ataque de los fundamentalistas islámicos de
aquella época, los almohades, hacerlos retroceder de nuevo hacia el otro lado
del Estrecho de Gibraltar, abriendo por fin las puertas de Andalucía al avance
cristiano. Para ello, solicitó del papa
Inocencio III la consideración de cruzada para la campaña que estaba
preparando, una cruzada a la que se incorporaron los reyes cristianos de la
península ibérica, y también otros grupos de guerreros procedentes del resto de
Europa, principalmente de aquellas tierras que estaban sometidas a la familia
de la reina. Este espíritu de cruzada fue lo que motivó que muchos siglos
después, alentados por el ejemplo de Francia, que ya tenía entre sus monarcas a
un rey santo, San Luis o Luis IX (nieto de Alfonso, por cierto), los españoles
quisieran convertirlo en santo. Sin embargo, el concejo y el obispado de
Sevilla tuvieron más fuerza que las homónimas instituciones conquenses,
logrando la canonización de su propio rey conquistador, Fernando III. De esta
forma, se olvidó para siempre el asunto, y de esta forma, si bien Alfonso el
Noble no llegaría nunca a ser canonizado, sí es quizá el único monarca que
cuenta con dos nietos que sí lo fueron después de haber ocupado sendos tronos
reales.
Los musulmanes se equivocan
pensando que las tierras de Al Andalus deben ser suyas, que forman parte de su
califato. Es cierto que algún tiempo los habitantes de la península rezaron a
Alá, pero lo hicieron sólo por derecho de conquista. Cuando los cristianos, por
las armas, los rechazaron al otro lado del mar, lo único que hicieron en
realidad fue recuperar lo que por historia, por tradición y por derecho, había
sido cristiano. Y eso es algo que, en gran parte, se lo debemos a Alfonso el
Bueno, Alfonso el Noble, Alfonso VIII de Castilla, y a su gran victoria, en
compañía de los otros reyes cristianos (Pedro II de Aragón, Sancho VII de
Navarra y Alfonso II de Portugal; Alfonso IX de León prefirió seguir haciendo
la guerra a sus correligionarios de Castilla a apoyar la cruzada contra los
musulmanes) en las Navas de Tolosa, provincia de Jaén, el 16 de julio de 1212.
Batalla de las Navas de Tolosa
Francisco de Paula Van Halen
Palacio del Senado. Madrid