En los años setenta del siglo
pasado, con una década de retraso respecto al proceso de descolonización
universal que dio pie al nacimiento de un número importante de países en los
continentes asiático y africano, España entregó el Sahara. Desde entonces, esta
zona desértica que linda con el océano Atlántico se ha convertido, quizá junto
a Palestina y el Kurdistán, en uno de los territorios más olvidados por la
historia, y también por la política internacional. Sin duda, España es en buena
parte responsable de ese olvido, al no cumplir con su promesa de descolonizarlo
pacíficamente en beneficio de su propia independencia, poniendo el territorio
en manos, de alguna manera, de su vecino marroquí; o al menos, permitiendo que
el gobierno alauita lo ocupara, en espera de una determinación internacional
por parte de la Organización de Naciones Unidas que nunca llegaría.
Sin embargo, ¿podía haberse
actuado de otro modo en el proceso de descolonización? Para poder tener una
respuesta en perspectiva, debemos tener en cuenta la situación política
internacional en que se vivía entonces, con el mundo inmerso en una guerra fría
entre oriente y occidente. Desde luego, visto con perspectiva histórica, se
puede afirmar rotundamente que una actuación diferente por parte del gobierno
español sería, cuando menos, complicado, y con toda probabilidad, imposible. La
carta de la independencia la jugaba en aquel momento el Frente Polisario, y el
Frente Polisario tenía a su vez el apoyo de Argelia, un país que estaba en
aquel momento enfrentado con Marruecos y tenía, a su vez, el apoyo de la Unión
Soviética. Desde algunos años antes, Marruecos no había tenido más remedio que
echarse en manos de Estados Unidos con el fin de poder defenderse del rival
argelino, y Estados Unidos, a su vez, no podía permitir tampoco la existencia
de una gran Argelia que llegara incluso hasta el Atlántico.
En aquel momento, como ahora,
España esta inmersa en un juego de intereses en política internacional, en el
que la parte del león la jugaban entonces Estados Unidos y la Unión Soviética,
con Europa como poco más que un convidado de piedra relativamente poderoso. Y
ni Estados Unidos, ni Francia por la parte europea, podía permitir un Sahara
demasiado influido por Argelia. José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de
historia contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos, y especialista en
historia del mundo actual y en terrorismo en perspectiva histórica, lo ha
descrito acertadamente en su libro más reciente, Agonía, traición, huida. El final del Sahara español: “Los gobiernos de Marruecos y de España
trataron de que Washington se implicara en la resolución de la crisis. Como se
ha dicho, el gobierno marroquí fue el que más se esforzó para conseguir el
respaldo norteamericano a su política para el Sahara. Y con éxito. No porque la
administración norteamericana desease perjudicar a la política interior o a la
exterior española, o a ambas.
Simplemente porque Washington nunca quiso que naciera un nuevo Estado
como consecuencia de la descolonización del Sahara atlántico y, una vez que
España anunció que se retiraba de allí, Kissinger y en general la diplomacia
norteamericana interpretaron que la mejor solución era que Marruecos se
apoderase del territorio. Los norteamericanos no hicieron esfuerzo alguno para
disuadir a Hassán II de su propósito anexionista”.
Esto en lo que respecta al
interés norteamericano en el Sahara. Y con respecto a Francia, el principal
interesado europeo en esta parte del continente africano afirma también lo
siguiente el autor del libro citado: “Otro
actor importante en la crisis del Sahara fue Francia. El gobierno de París
movió su diplomacia para respaldar a Marruecos y para defender sus propios
intereses en la zona. Los gobiernos franceses siempre han sido contrarios a un
Sahara independiente, pues entendían, y entienden, que un Estado saharaui
mantendría relaciones de dependencia con España, o con Argelia. Por lo ya
dicho, y en previsión de una desestabilización del Magreb, o de su control por
la URSS, los franceses apostaron por fortalecer a Marruecos. No disponemos de
datos sobre si esta política se coordinó con la de Estados Unidos para la zona,
pero creemos que cada uno defendió sus intereses de forma autónoma.”
Así pues, el gobierno español
no podría haber mantenido su promesa de permitir el autogobierno del territorio
saharaui. Ni Francia, ni por supuesto Estados Unidos, se lo hubiera permitido
nunca. Algunos miembros del gobierno, y también de la jefatura del ejército, se
dio pronto cuenta de ello. Un caso bastante esclarecedor es el del futuro
vicepresidente del gobierno durante la presidencia de Adolfo Suárez, el
teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, que había trabajado en los servicios
de información del Alto Estado Mayor del Ejército, y que en aquel momento
desempeñaba el cargo de comandante general de Ceuta. En una carta dirigida el
21 de agosto de 1975 a quien entonces era presidente del gobierno, Carlos Arias
Navarro, y que recoge el propio José Luis Rodríguez en la monografía citada, le
hacía partícipe de sus opiniones personales: “Me atengo una vez más a mi postura pro marroquí expuesta a lo largo de
más de un año en cuantas ocasiones he podido; sin que esto signifique ser un
loby, ni que no ponga a España por encima de todo. Los cantos de sirena de
Argelia han tocado a personas y organismos españoles. Soy totalmente
antiargelino… No me sirve el argumento de que no nos podemos fiar de las
promesas de Hassán; ¡ni de nadie, incluida USAS, en política exterior! Y menos
de cualquier país árabe.”
Han pasado más de cuarenta años
desde entonces. Ahora, el asunto pasa desapercibido para una gran parte de la
opinión pública, sobre todo para aquellas generaciones más jóvenes, que no
llegaron a vivir directamente la huida española del Sahara. Gutiérrez Mellado
tenía una gran parte de razón en aquella carta remitida al presidente del
gobierno, en la que afirmaba también que el rey de Marruecos, Hassán II, se
mantendría agradecido al gobierno español si entregaba el Sahara a su país,
fortaleciéndole de esta forma respecto a sus enemigos políticos, que también,
como en la vecina Argelia, se habían echado en manos de la izquierda. Y también
lo tuvo con la advertencia realizada en aquella carta. Desde entonces, las
relaciones entre los dos reinos, a un lado y otro del estrecho, han sido
opuestas, desde la amistad al enfrentamiento; unas relaciones en las que la
escalada de tensión que provocó en 2002 la invasión marroquí del prácticamente
desconocido islote Perejil, poco importante en definitiva a pesar de todo, fue
uno de los momentos más conflictivos.
El 6 de noviembre de 1975, la
“marcha verde”, organizada por el rey alauita como forma de presión contra el
gobierno español, cruzaba la frontera entre Marruecos y el Sáhara. El 14 de
noviembre se firmaba en Madrid un acuerdo tripartito entre España, Marruecos y
Mauritania, según el cual se partiría la colonia española, entregándose ésta a
los dos países africanos. El 20 de noviembre, el mismo día en que Franco
fallecía oficialmente en el madrileño Hospital de la Paz, el Boletín Oficial
del Estado publicaba la Ley de Descolonización del Sáhara, y a los pocos días
empezaron a llegar al territorio las primeras autoridades marroquíes y
mauritanas, con el fin de empezar a hacerse cargo de su administración.
Mientras tanto, las primeras unidades del ejército español que hasta entonces
se habían hecho cargo de su defensa, lo empezaron a abandonar, siguiendo
órdenes políticas. A partir del 11 de diciembre, tropas de las Fuerzas Armadas Reales,
el ejército marroquí, fueron sustituyendo paulatinamente a los soldados
españoles. El proceso de sustitución de la administración española por la
marroquí fue paulatino, hasta el 12 de enero de 1976, la actual Dajla, dos
buques de la Armada española, que transportaban a las últimas tropas que habían
permanecido en la ya entregada colonia; el día anterior, se había arriado por
última vez la bandera española en el campamento.
El ambiente, sobre todo entre
los militares, fue lúgubre. Sentían la sensación de haber sido traicionados por
el poder político. El profesor Rodríguez Jiménez se hace eco en una parte de su
libro de las sensaciones vividas en un momento similar por Josep Cornellá, un
soldado de reemplazo catalán que, por sus estudios de medicina, tuvo que
ejercer su labor asistencial entre la población civil y militar de la colonia
durante los últimos meses de la colonia, cuando, el 2 de diciembre de 1975, fue
abandonado a los marroquíes el campamento militar de Daora, donde el militar de
más alta graduación mandó destruir todo lo que pudieran antes de proceder a la
entre a los marroquíes. Esta actuación de los soldados españoles no fue la
tónica general de la entrega, pero aquí, los militares quisieron expresar de
alguna forma su queja por comportamiento de su gobierno. El soldado Cornellá
dejó por escrito sus propias sensaciones:
“El
capitán ha dado la orden de destrozar la base militar. Sólo han quedado en pie
las paredes. Se ha hecho una hoguera con todos los muebles que no servían.
Todos los cristales y sanitarios han sido rotos. La tropa ha liberado las
tensiones acumuladas durante tantos meses. Sobre las cuatro y media de la
tarde, los coches han arrancado los motores. Finalmente, se ha arriado la
bandera por última vez, con la solemnidad permitida: formación de las
compañías, presentación de las armas y toque de cornetín. Bajaba la bandera en
medio del humo de las hogueras y de una sensación apocalíptica. Después, la
patrulla de comandos y los coches de radio. Los seguía la segunda patrulla, cuatro
camiones de material, y la tercera patrulla.