domingo, 5 de agosto de 2018

La traición del Sahara


En los años setenta del siglo pasado, con una década de retraso respecto al proceso de descolonización universal que dio pie al nacimiento de un número importante de países en los continentes asiático y africano, España entregó el Sahara. Desde entonces, esta zona desértica que linda con el océano Atlántico se ha convertido, quizá junto a Palestina y el Kurdistán, en uno de los territorios más olvidados por la historia, y también por la política internacional. Sin duda, España es en buena parte responsable de ese olvido, al no cumplir con su promesa de descolonizarlo pacíficamente en beneficio de su propia independencia, poniendo el territorio en manos, de alguna manera, de su vecino marroquí; o al menos, permitiendo que el gobierno alauita lo ocupara, en espera de una determinación internacional por parte de la Organización de Naciones Unidas que nunca llegaría.

Sin embargo, ¿podía haberse actuado de otro modo en el proceso de descolonización? Para poder tener una respuesta en perspectiva, debemos tener en cuenta la situación política internacional en que se vivía entonces, con el mundo inmerso en una guerra fría entre oriente y occidente. Desde luego, visto con perspectiva histórica, se puede afirmar rotundamente que una actuación diferente por parte del gobierno español sería, cuando menos, complicado, y con toda probabilidad, imposible. La carta de la independencia la jugaba en aquel momento el Frente Polisario, y el Frente Polisario tenía a su vez el apoyo de Argelia, un país que estaba en aquel momento enfrentado con Marruecos y tenía, a su vez, el apoyo de la Unión Soviética. Desde algunos años antes, Marruecos no había tenido más remedio que echarse en manos de Estados Unidos con el fin de poder defenderse del rival argelino, y Estados Unidos, a su vez, no podía permitir tampoco la existencia de una gran Argelia que llegara incluso hasta el Atlántico.

En aquel momento, como ahora, España esta inmersa en un juego de intereses en política internacional, en el que la parte del león la jugaban entonces Estados Unidos y la Unión Soviética, con Europa como poco más que un convidado de piedra relativamente poderoso. Y ni Estados Unidos, ni Francia por la parte europea, podía permitir un Sahara demasiado influido por Argelia. José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de historia contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos, y especialista en historia del mundo actual y en terrorismo en perspectiva histórica, lo ha descrito acertadamente en su libro más reciente, Agonía, traición, huida. El final del Sahara español: “Los gobiernos de Marruecos y de España trataron de que Washington se implicara en la resolución de la crisis. Como se ha dicho, el gobierno marroquí fue el que más se esforzó para conseguir el respaldo norteamericano a su política para el Sahara. Y con éxito. No porque la administración norteamericana desease perjudicar a la política interior o a la exterior española, o a ambas.  Simplemente porque Washington nunca quiso que naciera un nuevo Estado como consecuencia de la descolonización del Sahara atlántico y, una vez que España anunció que se retiraba de allí, Kissinger y en general la diplomacia norteamericana interpretaron que la mejor solución era que Marruecos se apoderase del territorio. Los norteamericanos no hicieron esfuerzo alguno para disuadir a Hassán II de su propósito anexionista”.

Esto en lo que respecta al interés norteamericano en el Sahara. Y con respecto a Francia, el principal interesado europeo en esta parte del continente africano afirma también lo siguiente el autor del libro citado: “Otro actor importante en la crisis del Sahara fue Francia. El gobierno de París movió su diplomacia para respaldar a Marruecos y para defender sus propios intereses en la zona. Los gobiernos franceses siempre han sido contrarios a un Sahara independiente, pues entendían, y entienden, que un Estado saharaui mantendría relaciones de dependencia con España, o con Argelia. Por lo ya dicho, y en previsión de una desestabilización del Magreb, o de su control por la URSS, los franceses apostaron por fortalecer a Marruecos. No disponemos de datos sobre si esta política se coordinó con la de Estados Unidos para la zona, pero creemos que cada uno defendió sus intereses de forma autónoma.”

Así pues, el gobierno español no podría haber mantenido su promesa de permitir el autogobierno del territorio saharaui. Ni Francia, ni por supuesto Estados Unidos, se lo hubiera permitido nunca. Algunos miembros del gobierno, y también de la jefatura del ejército, se dio pronto cuenta de ello. Un caso bastante esclarecedor es el del futuro vicepresidente del gobierno durante la presidencia de Adolfo Suárez, el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, que había trabajado en los servicios de información del Alto Estado Mayor del Ejército, y que en aquel momento desempeñaba el cargo de comandante general de Ceuta. En una carta dirigida el 21 de agosto de 1975 a quien entonces era presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, y que recoge el propio José Luis Rodríguez en la monografía citada, le hacía partícipe de sus opiniones personales: “Me atengo una vez más a mi postura pro marroquí expuesta a lo largo de más de un año en cuantas ocasiones he podido; sin que esto signifique ser un loby, ni que no ponga a España por encima de todo. Los cantos de sirena de Argelia han tocado a personas y organismos españoles. Soy totalmente antiargelino… No me sirve el argumento de que no nos podemos fiar de las promesas de Hassán; ¡ni de nadie, incluida USAS, en política exterior! Y menos de cualquier país árabe.”

Han pasado más de cuarenta años desde entonces. Ahora, el asunto pasa desapercibido para una gran parte de la opinión pública, sobre todo para aquellas generaciones más jóvenes, que no llegaron a vivir directamente la huida española del Sahara. Gutiérrez Mellado tenía una gran parte de razón en aquella carta remitida al presidente del gobierno, en la que afirmaba también que el rey de Marruecos, Hassán II, se mantendría agradecido al gobierno español si entregaba el Sahara a su país, fortaleciéndole de esta forma respecto a sus enemigos políticos, que también, como en la vecina Argelia, se habían echado en manos de la izquierda. Y también lo tuvo con la advertencia realizada en aquella carta. Desde entonces, las relaciones entre los dos reinos, a un lado y otro del estrecho, han sido opuestas, desde la amistad al enfrentamiento; unas relaciones en las que la escalada de tensión que provocó en 2002 la invasión marroquí del prácticamente desconocido islote Perejil, poco importante en definitiva a pesar de todo, fue uno de los momentos más conflictivos.
El 6 de noviembre de 1975, la “marcha verde”, organizada por el rey alauita como forma de presión contra el gobierno español, cruzaba la frontera entre Marruecos y el Sáhara. El 14 de noviembre se firmaba en Madrid un acuerdo tripartito entre España, Marruecos y Mauritania, según el cual se partiría la colonia española, entregándose ésta a los dos países africanos. El 20 de noviembre, el mismo día en que Franco fallecía oficialmente en el madrileño Hospital de la Paz, el Boletín Oficial del Estado publicaba la Ley de Descolonización del Sáhara, y a los pocos días empezaron a llegar al territorio las primeras autoridades marroquíes y mauritanas, con el fin de empezar a hacerse cargo de su administración. Mientras tanto, las primeras unidades del ejército español que hasta entonces se habían hecho cargo de su defensa, lo empezaron a abandonar, siguiendo órdenes políticas. A partir del 11 de diciembre, tropas de las Fuerzas Armadas Reales, el ejército marroquí, fueron sustituyendo paulatinamente a los soldados españoles. El proceso de sustitución de la administración española por la marroquí fue paulatino, hasta el 12 de enero de 1976, la actual Dajla, dos buques de la Armada española, que transportaban a las últimas tropas que habían permanecido en la ya entregada colonia; el día anterior, se había arriado por última vez la bandera española en el campamento.

El ambiente, sobre todo entre los militares, fue lúgubre. Sentían la sensación de haber sido traicionados por el poder político. El profesor Rodríguez Jiménez se hace eco en una parte de su libro de las sensaciones vividas en un momento similar por Josep Cornellá, un soldado de reemplazo catalán que, por sus estudios de medicina, tuvo que ejercer su labor asistencial entre la población civil y militar de la colonia durante los últimos meses de la colonia, cuando, el 2 de diciembre de 1975, fue abandonado a los marroquíes el campamento militar de Daora, donde el militar de más alta graduación mandó destruir todo lo que pudieran antes de proceder a la entre a los marroquíes. Esta actuación de los soldados españoles no fue la tónica general de la entrega, pero aquí, los militares quisieron expresar de alguna forma su queja por comportamiento de su gobierno. El soldado Cornellá dejó por escrito sus propias sensaciones:

 “El capitán ha dado la orden de destrozar la base militar. Sólo han quedado en pie las paredes. Se ha hecho una hoguera con todos los muebles que no servían. Todos los cristales y sanitarios han sido rotos. La tropa ha liberado las tensiones acumuladas durante tantos meses. Sobre las cuatro y media de la tarde, los coches han arrancado los motores. Finalmente, se ha arriado la bandera por última vez, con la solemnidad permitida: formación de las compañías, presentación de las armas y toque de cornetín. Bajaba la bandera en medio del humo de las hogueras y de una sensación apocalíptica. Después, la patrulla de comandos y los coches de radio. Los seguía la segunda patrulla, cuatro camiones de material, y la tercera patrulla.