Gómez Carrillo de Mendoza y la Capilla de Caballeros
Cuando en
la segunda mitad del siglo XV se decidió ampliar la catedral de Cuenca por el
lado de la cabecera, rodeando el ábside antiguo con una girola que permitiera deambular
por detrás del nuevo altar mayor desde una nave a la otra, no hubo más remedio
que destruir las capillas que hasta entonces se encontraban en los ábsides
laterales. Acabada a la obra, por lo tanto, se tuvo que buscar un nuevo
emplazamiento para esas capillas de patronato particular, algunas de las cuales
pertenecían a las familias más importantes de la sociedad conquense. Una de
esas capillas era la que venía rigiendo la familia Albornoz al menos desde los
años intermedios del siglo XIV, pues aparece ya documentada en el testamento
del propio cardenal Gil de Albornoz, tal y cómo recogen tanto Mateo López, en
sus Memorias históricas del obispado de
Cuenca, como Jesús Bermejo, en su magno estudio sobre la catedral, que
publico en 1976.
Existe también otra referencia de archivo,
que también recoge el propio Jesús Bermejo, referente a una fundación anterior
de la capilla, que se remontaría, como mínimo, a los años del padre del
cardenal, don García Álvarez de Albornoz. Según estas referencias, existían ya
en el siglo XIV, adscritas a ella, menos cinco capellanías, fundadas por el
propio García Álvarez de Albornoz, por su esposa, Teresa de Luna, y por el
hijo, el propio cardenal, a las que se añadirían ya en los años siguientes las
fundadas por otros familiares, y que fueron recogidas en sendas ordenaciones de
capellanías, que se hicieron a lo largo del siglo XV, durante el tiempo de los
prelados Juan Cabeza de Vaca (1390-1403)
y Lope de Barrientos (1440-1469).
Tal y
como se ha dicho, la capilla se encontraba antiguamente en uno de los ábsides
de la catedral vieja, que tuvieron que ser derribados al trazar la nueva girola,
por lo que en el mes de noviembre de 1517 se reunía el cabildo diocesano en
pleno, con el fin de determinar las condiciones por las que se debía realizar
la nueva capilla. Ésta se hallaba frente a la capilla mayor, donde en aquel tiempo
se encontraba también el coro, en el lado del Evangelio, y justo en el arranque
por ese lado de dicha girola. Para entonces, a la vieja capilla ya se le
llamaba Capilla de los Caballeros. Precisamente, uno de los canónigos que
estaban presentes en aquella reunión era Gómez Carrillo de Albornoz, hermano de
padre de Luis Carrillo de Albornoz, quién era en ese momento cabeza del linaje,
y titular por ello de aquel espacio sagrado. Dice así le documento en cuestión:
“Paresció presente el magnifico señor Luis
Carrillo de Albornoz, señor de la casa de Albornoz e de las viñas de Torralba e
Beteta, e alcalde mayor de los fijosdalgo de Castilla, e dixo a los dicho
señores que bien sabían como él tenía la dicha Iglesia de Cuenca una capilla
muy antigua que le dicen la Capilla de los Cavalleros, en que está sepultado el
señor Pedro Carrillo de Albornoz, sus progenitor padre, e Sta. gloria aya, e
otros muchos caballeros de su linaje, e que al tiempo que hicieron el trascoro
de la dicha Iglesia derribaron mucha parte de la dicha capilla, que no dexaron
sino el sitio della. Por ende que les rogava a los dicho señores Provisor e
canónigos y cabª le mandasen cerrar como antiguamente estaba puesto que era
justo, e sus antepasados la dotaron bien e dieron muchas cosas a la dicha
iglesia. E los dicho señores pidieron por md. al dicho señor Luis Carrillo que
se fuese a ori misa, e que platicarían en ello. E salido el dicho señor Luis Carrillo,
los dicho señores votaron e platicaron en ello como lo tienen de costumbre. E
todos los dicho señores, así el dicho señor Provisor el nombre del prelado como
administrador de la obra y fábrica de la dicha Iglesia, e los dichos señores canónigos
e cavildo se resolvieron e determinaron, justas las causas que ee dicho señor
Luis Carrillo de Albornoz faga cerrar la dicha su capilla libremente cómo a su
merced paresciera e bien visto le fuere.”
Antes de
proseguir con la descripción y las circunstancias propias de la construcción de
la capilla, considero conveniente realizar un pequeño acercamiento a las
figuras históricas mencionadas en el documento. Pedro Carrillo de Albornoz en
hijo de cierto Gómez Carrillo de Albornoz, conocido en la historiografía como
“El Feo” para diferenciarlo de otros familiares del mismo nombre y apellido, y
nieto de Alvar Carrillo de Albornoz (quién, por su parte, era el heredero de la
casa de Albornoz, cómo nieto que era de Urraca Álvarez de Albornoz, hija a su
vez de Alvar García de Albornoz, “el Joven”, y sobrino, por lo tanto, del
cardenal). Su madre era Teresa de Toledo, hija del primer conde de Alba de
Tormes, Hernán Álvarez de Toledo. Alcalde de los hijosdalgo de Castilla, como lo
fueron también otros miembros de su familia, su padre se había convertido en el
heredero legal del linaje, a pesar de su origen segundón, después de haber
matado con sus propias manos a su hermano, Juan de Albornoz, en un oscuro
suceso relacionado con los malos tratos que esté le daba a la madre de ambos , “arrastrándola
por los pelos”, tal y como figura en las crónicas. A su muerte, fue su hijo
Pedro quien heredó los señoríos de Ocentejo, Beteta y Torralba, y estuvo casado
con Mencía de Mendoza, hija de Iñigo López de Mendoza, primer marqués de
Santillana, el famoso autor de las coplas, y hermana de Diego Hurtado de
Mendoza y de la Vega, primer duque del Infantado, y de Íñigo López de Mendoza
Figueroa, primer conde de Tendilla.
Cuando
falleció, heredó todos sus títulos hijo primogénito, Luis Carrillo de Albornoz,
quien era el que ostentaba el patronato sobre la capilla en 1517. Éste, igual
que su padre y también su abuelo, fue alcalde de los hijosdalgo de Castilla. En
el año 1520, cuando estalló en Castilla la revolución de los comuneros contra
Carlos I, Luis Carrillo fue el líder de los comuneros conquenses, aunque al
poco tiempo se pasaría el bando del futuro emperador, de manera que Cuenca dejó
de ser también una de las ciudades que permanecían levantadas contra éste, ya
desde algunos meses antes ya de la batalla de Villalar. Son difíciles de
precisar los motivos de aquel cambio de bando del noble conquense, aunque más
allá de leyendas absurdas, hay que ver en el hecho la triste realidad en la que
el movimiento se encontraba en el mes de febrero de 1521, “herido de muerte por las divisiones internas entre los moderados y los
revolucionarios”, en palabras de uno de los principales estudiosos del
movimiento, el hispanista Joseph Pérez. A su muerte, acaecida a mediados de la centuria,
sin haber podido tener descendencia masculina, le sucedió en el título su hija
primogénita, Mencía Carrillo de Albornoz y Barrientos, esposa de Gutiérrez de Crdenas,
señor de Colmenar, quién era hijo del duque de Maqueda. Otra de sus hijas; Juana
Carrillo de Albornoz, emparentó a su vez por matrimonio con Fernando Carrillo
de Mendoza, Conde de Priego.
Pero la
labor real de la reconstrucción de la capilla la llevo a cabo su hermanastro,
Gómez Carrillo de Albornoz, canónigo de la catedral, además de protonotario y
tesorero mayor del propio cabildo, quien fundo cuatro capellanías más que sumar
a las tres que había fundado su hermano, además de la dotación de un sacristán
para la capilla. Este Gómez Carrillo de Albornoz en realidad hijo ilegitimo de
Pedro Carrillo de Albornoz, pero ello no fue obstáculo para impedirle el
disfrute de un gran ascendente sobre la sociedad conquense de la época, aunque su
origen oscuro no le hubiera permitido otra cosa que dedicarse el servicio de la
Iglesia. A pesar de ese origen ilegítimo, acudió al Colegio de los Españoles de
Bolonia, que había fundado el cardenal Gil de Albornoz, al que llegó el 30 de
abril de 1486, y en donde permanecería está 1498, después de haber disfrutado de
diferentes cargos en el centro: rector, consiliario, consiliario médico y
visitador extraordinario.
Después
de unos años de conflictos personales por las autoridades del centro (1490-1494),
volvería a destacar con autoridad en el mismo. En 1498, el Papa Alejandro VI
encargó a Bernardino de Carvajal, cardenal protector del colegio, la tarea de reformar
sus estatutos. A su vez, Carvajal responsabilizó de esta misión a Gómez
Carrillo. Éste, como visitador extraordinario, gozaba de poderes especiales
para reformar los estatutos y castigar cuándo fue la necesario (“tam in capite
quim in membris”). La reforma fue confirmada por Bernardino el Carvajal 31 de
julio de 1498. Nada más sabemos de su estancia en Italia. En los primeros años
del siglo XVI regresó a Cuenca, portando consigo un ara consagrada, de pórfido,
que hizo colocar en el altar de la piedad. El 15 de abril del año siguiente tomó
posesión de su canonjía de la catedral de Cuenca, incorporándose con plenos
derechos a la familia, pese a su condición de bastardo.
Su larga
estancia en la península italiana, inmersa ya por aquel entonces en el más puro
estilo renacentista, influyó sin duda en la manera en la que debería de hacerse
la vieja capilla familiar. Ese nuevo estilo se puede apreciar ya desde su misma
entrada, de estilo plateresco clasicista, en la que cobran una fuerza especial
los motivos alegóricos, como se puede apreciar sobre todo en el esqueleto,
símbolo de la muerte, que la corona, y la expresiva locución latina que figura
sobre el dintel: DEVICTIS MIITIBUS MORS TRIUMPHAT. La portada es, cómo se ha
dicho, adintelada, con un frontón triangular que abarca toda la anchura del vano
y las pilastras que las flanquean, y dos medallones, en los que se representa a
San Pedro y San Pablo, flanqueados a su vez con el escudo la familia Carrillo
de Albornoz, que está sostenido por dos ángeles. La obra fue realizada por
escultor Antonio Flórez. Y también es renacentista la magnífica reja que cierra
la capilla por el lado de la epístola, obra del rejero de origen francés
Esteban Lemosín, una delicada pieza de orfebrería en hierro, formada por dos
cuerpos con montante y cenefas. Destaca el enorme medallón qué hay sobre la
puerta de entrada a la capilla de este lado, en el que se representa el
misterio de la Anunciación.
La
decoración interior de la capilla es también renacentista, lo que contrasta con
la sobria arquitectura de sus bóvedas, todavía góticas cómo corresponde a la propia
girola, en la que el recinto de los Albornoz se encuentra inserto. Destaca de
toda esta decoración los soberbios sepulcros que se hallan junto a una de sus
paredes, en el lado de la epístola, y qué corresponden a los entrenamientos de
García Álvarez de Albornoz y Alvar García de Albornoz, el padre y el hermano
del cardenal Gil de Albornoz, y que, salvando el decorado arquitectónico en el
que se enmarcan, formado por sendos arcos conopiales de clara influencia tardogótica,
no se corresponden artísticamente con la época en la que vivieron ambos
caballeros, sino con esta otra en la que se reformó la capilla. Ambos sepulcros
contrastan bellamente con el todavía goticista enterramiento de la madre del
cardenal, Teresa de Luna, que es sin duda el único elemento original que el
refundador la capilla dejó en ésta.
Pero lo más
claramente renacentista de toda la capilla es la pintura de sus tres altares,
que son obra del pintor manchego Fernando Yáñez de la Almedina. Las dos pinturas
laterales son La adoración de los Reyes
y El entierro de Cristo, conocido
también este último cómo La piedad (se
trata del mismo en el que el tesorero depositó el ara de pórfido que se había
traído desde Italia). Y en el altar mayor se encuentra también un impresionante
retablo, digno de admiración, en cuyo lienzo central se representa La Crucifixión, con Cristo entre los dos
ladrones. Sobre el autor, hay que decir que este ha sido considerado como uno
de los principales introductores en España de las fórmulas propias del cuatrochento
italiano, que había aprendido el propio Leonardo da Vinci, con lo que pudo
haber colaborado incluso en la desaparecida Batalla
de Anghieri, y también, según algunos autores, de Rafael. Aunque después de
su regreso Italia, el artista había estado trabajando antes en Valencia, con Hernando
de los Llanos, no sería extraño que el canónigo Carrillo de Albornoz pudiera
haberlo conocido en la propia península italiana, y qué sería este hecho el que
le hubiera movido al sacerdote a reclamarle, entre 1525 1531, a la ciudad del
Turia, donde entonces encontraba, para que pudiera terminar la decoración
pictórica de su capilla. En este sentido, otros críticos también ven en la obra
del manchego ciertas reminiscencias del pintor italiano Filippino Lippi, lo que
nos lleva a pensar una estancia del manchego no sólo en Florencia, sino también
en Roma.
En el
siglo XVIII, el patronato de la capilla pertenecía a los marqueses de Ariza, a
cuya familia pertenecía el obispo para Antonio Palafox, por lo que éste también
fue enterrado a su muerte en el interior de la capilla. Y en la actualidad,
dicho patronato corresponde a los duques del Infantado.
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