El final de la Primera Guerra Carlista había elevado al
poder al general Baldomero Espartero, principal líder de los liberales en el
conflicto, expulsando de la regencia a la reina madre, María Cristina de
Borbón, una vez había sido descubierto su matrimonio morganático con el
taranconero Fernando Muñoz, su joven guardia de corps. Sin embargo, la política
extremadamente progresista del nuevo regente no gustó a muchos, ni en el
ejército ni en el conjunto de la sociedad, y apenas tres años más tarde, en el
verano de 1843, todo estaba ya preparado para un nuevo pronunciamiento militar
y civil, esta vez de carácter moderado, que estaba liderado por el granadino
Ramón María de Narváez. No es éste el lugar más adecuado para intentar
describir, en toda su complejidad, la sucesión de los acontecimientos que
permitieron el acceso al poder de los moderados y la declaración de la mayoría
de edad de Isabel II, que puso fin al período de regencia. A manera de resumen,
sí podemos decir que, después de una serie de intentos que se sucedieron
durante todo el trienio (O’Donnell en 1841, la revuelta de las Bullangas catalanas
en 1842), Narváez iniciaría en 1843 un nuevo pronunciamiento contra el regente
en Valencia, que muy pronto se extendería por otras regiones de España, principalmente
en Cataluña, Galicia y, sobre todo, Andalucía. Una de las primeras ciudades en
pronunciarse fue Málaga, el 24 de mayo, y muy poco tiempo después lo hicieron
también Granada, Almería y Algeciras. Sevilla no lo hizo hasta el 11 de junio,
pero para entonces, todo el país era ya un clamor contra el regente, que en
estos tres años se había convertido para muchos en un verdadero tirano.
La ciudad
de Cuenca también fue una de las ciudades que se pronunciaron contra Espartero,
aunque también lo hizo relativamente tarde, el 14 de junio, pocos días después
de que se levantara Sevilla. En efecto, ese mismo día, algunos de los
prohombres de la ciudad se hicieron con el poder y se levantaron contra
Espartero, creando la llamada Junta Superior de la Provincia de Cuenca, que
enseguida se declaró seguidora de Narváez, suprimiendo temporalmente la
Diputación Provincial y destituyendo al jefe político de la misma, Matías
Guerra. Éste, en vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos,
escapó de la ciudad antes de poder ser detenido. El acta de constitución de la
junta, tal y como en su día fue transcrita por José Luis Muñoz, refleja
claramente el sentir político de una parte importante de la población conquense
en aquellos instantes inciertos:
“En la M.N. y M.L. ciudad de Cuenca, a
catorce de junio de mil ochocientos cuarenta y tres, siendo como las cuatro de
la tarde se notó movimiento en la capital de resultas del toque de generala que
hacían los tambores de la Milicia Nacional, recorriendo las calles, en cuyo
motivo principió a reunirse aquellos y otros muchos ciudadanos, atraídos por
sus compromisos, lo cual, notado desde los primeros momentos por el Sr.
Alcalde, dispuso instantáneamente la convocación del Ayuntamiento en sus salas
consistoriales, y de las personas que por la mañana habían asistido a la
reunión acordada por el señor Gefe [sic] político, y otras varias más que el Ayuntamiento creyó podrían
contribuir a la conservación y mantenimiento del orden y seguridad de los
habitantes de esta población, las que se presentaron concurriendo más o menos
presto, según fue llegando a su noticia esta novedad. Así constituido el
Ayuntamiento y demás individuos de que queda hecha mención, se presentó el
segundo comandante de la Milicia Nacional de Infantería, D. Rafael Nestares,
acompañado de varios oficiales e individuos de las demás clases de ella, y
manifestó iban en comisión de la misma para hacer presente los deseos de que
estaba animada para secundar las miras de sus compañeros de armas en diferentes
puntos de la península, como las capitales de Cataluña, Valencia y otras
partes, de que se tenía noticia por los papeles públicos y cartas particulares,
ocurriendo a la salvación de la Patria, de la Constitución y de la Reina,
pronunciándose franca y libremente, y ofreciéndose a derramar hasta la última
gota de su sangre por tan caros objetivos, sin lo cual no quedarían satisfechos
los deseos de la benemérita milicia ciudadana, que ya se hallaba reunida en la
plaza, y los deseos de otras muchas personas comprometidas por la causa de la
libertad, asegurando al mismo tiempo que sólo esos principios eran de los que
estaban poseídos, y que respondían a todo trance que la tranquilidad pública y
el reposo de los ciudadanos no serían alterados bajo ningún concepto, las leyes
acatadas y las autoridades respetadas, pues que su noble y espontáneo
pronunciamiento no llevaba otro fin que el que ya va manifestado.
En vista de ello, el Ayuntamiento
y todos los concurrentes, deseosos de que no hubiese el menor pretesto [sic]
ni motivo que pudiese comprometer en lo
más mínimo la suerte de este leal vecindario, al igual de que convencido de que
el objeto de las ansias de la Milicia y Patriotas, era el de entender justo y
generoso por tratarse de mantener ilesa la Constitución del país, el Trono de
la Reina doña Isabel II y las libertades patrias, que tantos esfuerzos y
sacrificios ha costado a la Nación, oída asimismo la opinión de los ciudadanos
presentes, estimó debía acceder a la propuesta significada por la Milicia para
aquietar los ánimos, y que resultase el menor disgusto ni perjuicio a la
población; que en él tenía depositada su confianza, y por cuyo bienestar se
había desvelado, y debía desvelar más en tan críticas circunstancias. Y pasando
a conferenciar sobre el modo de llebar [sic]
a efecto estas miras de común acuerdo, y esplorada [sic]
la voluntad de la Milicia de ambas armas,
así como la de los ciudadanos enunciados, se dispuso como de urgente necesidad
la formación de una Junta de gobierno, compuesta de individuos de todas las
clases, y poniéndolo en ejecución, por unanimidad recayó el nombramiento de
vocales en los señores D. Nicolás López, Comandante general de la provincia
para presidente, D. Andrés Burriel de Montemayor, D. Cecilio María Bruse, D.
Galo Peñalver, D. Luis Piñango, D. Miguel del Castillo, D. Rafael Nestares, D.
Manuel López Santaella, D. Fermín Caballero, D. José Filiberto Portillo y D.
Amalio Ayllón, lo que produjo el apetecido fin de calmar la efervescencia de
los ánimos, cambiándose en general regocijo y vivas a los elegidos, retirándose
del consistorio todos los concurrentes en medio del mayor orden, vitoreando a
la Reina, la Constitución y la libertad. Quedaron en ellos que de dichos
Señores nombrados estaban a la sazón en este local para la instalación de la
Junta, y poder proveer a las necesidades que ocurrieren según la situación, sin
que se experimentase otra novedad en la población, continuando en la mayor
calma y serenidad, dedicándose sus habitantes a sus ordinarias ocupaciones y
negocios.”[1]
Antes de
continuar con el desarrollo de los acontecimientos, conviene dar algunos datos
biográficos sobre las personas que constituían aquella junta, en la que estaban
representados elementos procedentes de la política, la milicia, e incluso la religión.
De la religión procedía Manuel López Santaella, un joven sacerdote sevillano
que desde algunos años antes formaba parte del cabildo catedralicio como
arcediano de Huete. Había sido anteriormente diputado por Sevilla, pero la
regencia de Espartero le obligó a abandonar la capital madrileña y regresar a
su cargo en la catedral conquense, donde en el momento del pronunciamiento
dirigía el cabildo catedralicio. Y después de la victoria de los moderados
sería elegido senador por la provincia de Cuenca, llegando a ocupar
posteriormente los cargos de senador vitalicio y Comisario de la Santa Cruzada.
Por su
parte, Andrés Burriel de Montemayor era hijo de Pedro Andrés Burriel López, un
experimentado jurista de Buenache de Alarcón, que había llegado a ser, entre
1786 y 1789, regente de la Real Audiencia de Cataluña; por otra parte, éste era
además hermano de dos conocidos jesuitas, Andrés Marcos y Pedro Burriel, que
habían destacado respectivamente en el campo de la arqueología y la teología.
También procedente de la política, pero desde un punto de vista más local, era
Luis del Castillo, quien descendía de una de las más importantes familias
conquenses, que a lo largo de la centuria anterior había dado varios regidores
al Ayuntamiento de la ciudad. Y como lo sería más tarde Cecilio María Bruse,
que en aquellos años intermedios del siglo XIX iniciaba su carrera política,
una carrera que le auparía en la primera mitad de los años sesenta al cargo de
alcalde de la ciudad. Finalmente, en lo que a los junteros procedentes del
estamento civil se refiere, sin duda uno de los más importantes elementos de
ésta era Fermín Caballero Morgaéz: también oriundo de la provincia, de Barajas
de Melo, era ya entonces un político de éxito en la capital madrileña,
impulsado a ésta por su profesión como geógrafo y topógrafo y por su dedicación
al periodismo. Autor de importantes trabajos en el campo de la topografía,
dirigió varios periódicos que eran editados en la capital, llegando a ser
alcalde de Madrid, e incluso ministro de la Gobernación, precisamente después
de la victoria moderada contra Espartero.
Pero
detrás del pronunciamiento conquense, ya lo hemos visto, se hallaba el
regimiento provincial de milicias, y por lo tanto, eran los militares los que
tenían que jugar un papel importante en la junta. Militar era su presidente,
Nicolás López, quien en el momento del pronunciamiento era el comandante
general de la provincia, y militar era también, y segundo jefe del regimiento,
la persona que había puesto voz a los pronunciados en el propio pleno
municipal, Rafael Nestares. También procedente de la propia milicia nacional,
aunque quizá para entonces ya estuviera retirado del servicio activo, era Luis
Piñango, quien ya en 1823, veinte años antes, como teniente del regimiento provincial,
había protagonizado, junto al comandante José Albornoz, disputadas correrías
por los territorios manchegos contra las partidas absolutistas, en defensa del
régimen liberal del trienio.
Sin
embargo, el verdadero impulsor del levantamiento quizá sería el coronel José
Filiberto Portillo Fernández de Velasco, quien, a pesar de su juventud, mandaba
el regimiento provincial de Cuenca en aquel momento. Aunque éste había nacido
en Valencia en 1810, descendía de dos importantes familias manchegas, pues era hijo
de José Portillo Clemente de Aróstegui y de Ana María Fernández de Velasco. Si
bien la madre descendía de una importante familia de Pozorrubio de Santiago, el
padre, José Portillo, caballero de la orden de Santiago, era hijo a su ver de
Francisco Antonio Portillo de Escandón y de Catalina Clemente de Aróstegui y
Salonarde; ambos, como sabemos, eran descendientes de sendas familias
nobiliarias de Villanueva de la Jara. En su juventud había iniciado sus
estudios militares en la elitista arma de ingenieros, pero los tuvo que
abandonar muy pronto, al haber fallecido su padre, incorporándose al cuerpo de
milicias provinciales, y fogueándose en la Primera Guerra Carlista. Hizo una
carrera meteórica, y en 1942 ya estaba al mando del regimiento provincial de León,
siendo trasladado al principios del año siguiente al de Cuenca. El mismo año
del pronunciamiento de Narváez iniciaría su carrera política, siendo nombrado
primero gobernador de Málaga, y algún tiempo después llegaría a alcanzar la
jefatura del Estado Mayor del ejército. Por este motivo se vio obligado a
abandonar la unidad conquense, en la que fue sustituido por el coronel Santiago
Álvarez Novoa.
En este
sentido, no hay que olvidar el papel desempeñado por su unidad, el regimiento
provincial de Cuenca, en todo el pronunciamiento moderado. Y es que el 1 de
junio, apenas unos días antes del pronunciamiento moderado en la ciudad del
Júcar, la unidad, o al menos una parte de ésta, había recibido del propio
Espartero la orden de incorporarse al ejército de Andalucía, que estaba al
mando del general Juan Van Halen, con el fin de ayudar a sofocar la revuelta en
el sur del país. La presencia de la plana mayor del regimiento todavía en la
ciudad el día 14 hace pensar que sólo había sido movilizado alguna de sus compañías,
y no la unidad al completo, pero lo cierto es que esa movilización ha sido
confirmada tanto por cierta escritura de poder notarial redactada por uno de
los soldados de la unidad, Santos Abarca
[2],
como por el hoja de servicios del sargento primero Vicente Santa Coloma, del
que posteriormente se hablará más detenidamente
[3].
El caso
es que la unidad nunca llegaría a participar activamente en la ofensiva contra
los sublevados. Por el contrario, el propio regimiento, que por entonces se
encontraba reforzando las tropas esparteristas que cercaban Sevilla, que, como
sabemos, también se había pronunciado contra el regente, abandonó el cerco y se
adhirió también al pronunciamiento, dirigiéndose hacia Granada, otra de las ciudades
que también se había sublevado. Poco tiempo después, la bandera del regimiento
ya ondeaba en la ciudad nazarí, llevada hasta allí, personalmente, por el
propio sargento Vicente Santa Coloma, y todos los oficiales y los suboficiales
de la unidad que habían participado en este hecho, fueron ascendidos al grado o
el empleo inmediatamente superior al que tuvieran en esos momento; Santa
Coloma, que había tomado parte activa en el hecho, según consta en su hoja de
servicios, fue ascendido, a la vez, al grado y empleo de subteniente, aunque en
los años siguientes tuvo que pleitear para conseguir que se le reconociera ese
doble ascenso, que en el caso de sus compañeros había sido sencillo. La
proximidad de las fechas entre el pronunciamiento conquense, el 14 de junio, en
la que había desempeñado un lugar importante la parte del regimiento que había
permanecido en la ciudad, y la del propio regimiento, en tierras andaluzas, el
20 de junio, nos hace pensar que aquello no era una casualidad, y que existía
una cierta comunicación entre la plana mayor de la unidad y la compañía o
compañías que habían sido movilizadas.
Por falta
de espacio, no podemos desarrollar tampoco el curso de los acontecimientos que
siguieron en la capital conquense al pronunciamiento contra Espartero en los
días siguientes, hasta el 10 de julio, cuando las tropas que había enviado el
regente para sofocarlo, que habían cercado la ciudad pero que no se habían
atrevido a tomarla, abandonaron la ciudad del Júcar y emprendieron la retirada,
en dirección hacia Albacete (esto se desarrollará más detenidamente en la
entrega de la próxima semana). Otras regiones españolas necesitaban del recurso
de estas tropas, entre ellas la propia capital sevillana, donde Van Halen no
había conseguido derrotar a los insurgentes. Por este motivo, fue el propio
Espartero quien se dirigió hacia allí, ordenando bombardearla sin miramientos
con la población civil. Sin embargo, la ciudad del Guadalquivir resistió el
feroz ataque progresista hasta el punto de que el dictador, derrotado
finalmente, no tuvo más remedio que emprender la retirada hacia El Puerto de
Santa María (Cádiz), lugar desde el que, a través de Gibraltar, inició el 30 de
julio el exilio en Inglaterra. Unos días antes, los moderados habían derrotado
también a los progresistas en Torrejón de Ardoz (Madrid), iniciando de esta
manera una nueva etapa de la historia de España.
El 23 de
julio se había nombrado en Madrid un nuevo gobierno interino de carácter
moderado, bajo la presidencia de Joaquín María López, en el que figuraban dos
ministros conquenses: Mateo Miguel Ayllón, de Hacienda, y el citado Fermín
Caballero, de Gobernación. El papel desempeñado por ambos en el pronunciamiento
fue, como hemos visto, importante, uno de ellos como miembro directo de la
Junta constituida a tal efecto, Caballero, y el otro, Ayllón, a través de uno
de sus familiares directos: Amalio Ayllón. Aquel gobierno duró apenas unos
meses, pues el 8 de noviembre se declaró la mayoría de edad de Isabel II,
siendo proclamada dos días después, en
una sesión solemne de las Cortes. Finalmente, el 20 de ese mismo mes se
nombraba un nuevo gobierno, también de carácter moderado, bajo la presidencia
de Salustiano Olózaga. Pero antes de que eso ocurriera, el 14 de septiembre, el
todavía presidente, José María López, y el todavía ministro de Gobernación,
Fermín Caballero, estampaban su firma en el decreto por el que se le otorgaba a
la ciudad de Cuenca, en recompensa por su heroico comportamiento durante el
pronunciamiento contra Espartero, un nuevo título más que añadir a los que ya
había obtenido a lo largo de los siglos, el de Impertérrita:
“En consideración al mérito que en el último
alzamiento ha contraído la ciudad de Cuenca, resistiendo sin un soldado los
esfuerzos de las divisiones Enna y Triarte, y manteniéndose decidida a la vista
del cuartel general del exregente, sin reparar en sacrificios ni compromisos
por sostener la causa de la Nación, el Gobierno provisional ha decretado lo
siguiente en nombre de S.M. la Reina doña Isabel II:
Artículo único: La ciudad de
Cuenca añadirá a sus antiguos títulos del muy noble y muy leal, el de
IMPERTÉRRITA.
Dado en Madrid, a catorce de
septiembre de mil ochocientos cuarenta y tres = Joaquín María López,
presidente. El Ministro de la Gobernación de la Península, Fermín Caballero.”
[1] Muñoz, José Luis, “El día
que Cuenca quedó impertérrita”, en Olcades,
tomo 3, 1981, pp. 277-285.
[2] Archivo Histórico
Provincial de Cuenca. Sección Notarial (P-1628). Manuel Pedraza (1842-1843).
Exp. 1. Ff. 519-519v.
[3][3]
Ministerio de Defensa. Archivo General Militar de Segovia. Personal. Sección
Primera. Legajo S-1556. Expediente del
subteniente Vicente Santa Coloma Molina. Para profundizar más en el papel desempeñado
por este militar conquense en el pronunciamiento, ver: Recuenco Pérez, Julián, El león de Melilla. Federico Santa Coloma:
un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo, Cuenca,
Diputación Provincial, 2018, pp. 92-116.