martes, 26 de febrero de 2019

SOBRE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO CONQUENSE


Se está desarrollando estos días em Cuenca, en la Sala Iberia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, una interesante exposición sobre arquitectura y patrimonio, puesta en escena, una vez más, por los arquitectos del grupo Cuenca [in]accesible: Yanira Huertas. Carmen Mota, Fernando Olmedilla e Ignacio Vignolo. Sí, los mismos arquitectos que diseñaron, hace algunos meses, un hermoso proyecto de accesibilidad para la parte alta de Cuenca, un proyecto que, al menos de momento, la ciudad ha vuelto a perder por culpa de la política, olvidándose, una vez más, de subirse al vagón de la accesibilidad y del desarrollo.
              En esta ocasión, la propuesta de los cuatro arquitectos es una mirada hacia el pasado, sí, pero sin olvidarse nunca del futuro. Es una mirada al pasado, representado en la arquitectura modernista, una arquitectura que en Cuenca se está perdiendo. Pero una mirada con un proyecto de futuro, intentando evitar en todo momento que la destrucción de todo ese patrimonio modernista pueda ser completamente irremediable. Porque Cuenca tuvo, también, como otras ciudades españolas, un patrimonio modernista, modesto si se quiere, pero personal, como personales fueron también las propuestas realizadas durante el primer cuarto del siglo XX por sus dos arquitectos más destacados: Fernando Alcántara y Elicio González Mateo.
              Muchos de aquellos edificios se han ido perdiendo en las últimas décadas, sustituidos en el centro de la ciudad por modernas construcciones, cómodas pero impersonales, de ladrillo, cemento y mármol. Otras de esas construcciones todavía pueden salvarse, pero están en peligro de muerte, ahogadas por esas construcciones, en Carretería, José Cobo o la calle Cervantes. Un ejemplo es el recoleto quisco del parque de San Julián, testigo durante muchas décadas de la cultura conquense. La calle Colón o Calderón de la Barca murieron hace ya algunos años por culpa de las piquetas, por más que ésta última hay intentado, en algunos de esos edificios, mantener un estilo semiantiguo que, sin embargo, se desvanece por el empleo de nuevos materiales y la elevación sobredimensionada de las alturas.
              Salvar esa parte de la ciudad es lo que se proponen estos cuatro arquitectos con propuestas como la que ahora podemos contemplar. El llamado Edificio Catalina, construido en 1925 por el ya citado Elicio González, es paradigmático en este sentido. Levantado en la calle José Cobo, incorpora en su fachada, salvada ahora de la destrucción por la iniciativa particular, todas las características constructivas de la persona que lo trazó: arquerías en su parte superior, balconajes que se asoman a la calle, más allá de la propia línea de la fachada, adornos con azulejos cerámicos,… Todas las características que son propias de la arquitectura conquense en un tiempo determinado de su existencia, y que están a punto de perderse para siempre, si nadie lo remedia.
              Una idea sobrevuela sobre toda la exposición: la llamada teoría de los cristales rotos. La teoría fue propuesta en 1982 por James Q. Wilson y George L. Kelling en la revista norteamericana The Atlantic Monthly, en base a un experimento anterior que había sido realizado por el psicólogo Philip Zimbardo. El experimento consistió en dejar abandonado un coche, sin matrícula y con las puertas abiertas, en dos barrios muy diferentes entre sí, el Bronx en Nueva York y Palo Alto en California. Un barrio deprimido y habitado principalmente por personas con pocos recursos y elevados niveles de delincuencia, el primero, y uno de los principales barrios de todo el estado atlántico, el segundo, habitado por personas de un nivel social y económico bastante elevado. El resultado era el de prever: mientras en el Bronx el coche había quedado en muy pocos días desvalijado por completo, en Palo Alto permaneció durante muchos días inalterado; nadie lo había tocado. Sin embargo, la situación en este último barrio cambió por completo cuando el propio Zimbardo inició con un martillo la destrucción del vehículo; a los pocos días, éste quedó tan destrozado como que el que el psicólogo había abandonado en el Bronx.
              ¿De qué manera se puede aplicar la teoría de los cristales rotos a la arquitectura y al patrimonio conquense? La respuesta, desde luego, es bastante clara, y paralela con otras aplicaciones que la teoría ha tenido en muy diferentes campos, entre ellos, en el de la criminología. En 1996, el propio Kelling publicó con Catherine Coles el libro Arreglando ventanas rotas. En el texto, los autores defienden que, para eliminar o disminuir el vandalismo en las ciudades, es indispensable mantener los entornos urbanos en condiciones óptimas de habitabilidad. Y ello pasa, sin duda por la adecuada restauración y mantenimiento de sus edificios. También, y sobre todo, cuando estos forman parte de la historia de una ciudad.  

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