La semana pasada hablábamos del pronunciamiento moderado
contra el regente-dictador Baldomero Espartero en Cuenca, que se produjo el 14
de junio de 1843, hecho que se enmarca, por otra parte, en un proceso general
vivido en todo el país en la primavera de ese año, proceso que supondría en el
comienzo de ese verano, por otra parte, la proclamación de Isabel II como reina
de España con todos sus poderes, sin la intermediación de un regente que pudiera
coartar su libertad de gobierno, más allá de un Consejo de Ministros, al menos
en teoría, supuestamente elegido por el pueblo o una parte de él. Destacábamos,
sobre todo, el pronunciamiento conquense entendido dentro de ese marco general.
En esta nueva entrega, sin embargo, analizaremos los sucesos acaecidos en
Cuenca durante aquellos días revueltos, desde el propio pronunciamiento hasta
que las tropas de Espartero se vieron obligadas a abandonar la ciudad,
derrotadas a pesar de que no llegaron a disparar un solo tiro.
Así, la
semana pasada veíamos como el 14 de junio, el Regimiento Provincial de Cuenca,
o lo que de la unidad había quedado en la ciudad del Júcar, movilizada una
parte de ella precisamente para acabar con la revuelta moderada en tierras andaluzas,
había movido a un grupo de ciudadanos a pronunciarse contra el regente, antiguo
héroe de la guerra carlista, obligando al pleno del ayuntamiento a reunirse
aquella tarde con el fin de nombrar una junta de gobierno que capitalizara el
movimiento político y militar. Los
miembros que formaban aquella junta ya son conocidos a partir de la entrega
anterior, pero creo conveniente insistir un poco más en el recorrido personal y
profesional de dos de esos junteros, los que protagonizaban sin duda, bien desde
la propia ciudad o bien desde la lejanía, en base a su propio prestigio
alcanzado en los años previos, toda la revuelta. Y es que no queda claro en
absoluto si ambos se encontraban en ese momento en Cuenca, o si estaban en
realidad fuera de la ciudad.
En
efecto, no sé hasta que punto Fermín Caballero se encontraba precisamente en Cuenca
en el momento del levantamiento, pues hay que tener en cuenta que, desde mucho
tiempo antes, brillaba profesional y políticamente en la villa y corte
madrileña; sea como sea, su prestigio, ya por entonces, habría volcado los
intereses en favor de los pronunciados. Nacido en el pueblo alcarreño de
Barajas de Melo, en el seno de una familia de modestos labradores, habiendo
realizado sus primeros estudios eclesiásticos en el seminario conquense, aunque
muy pronto los abandonaría para estudiar en Madrid, la carrera de Derecho. Sin
embargo, su verdadera vocación era la Geografía, llegando incluso a ejercer
durante algún tiempo como profesor interino de Geografía y Cronología en la
Universidad Central de Madrid, puesto para el que había sido nombrado después
de haber realizado, en 1822, un importante plano topográfico de la capital de
España, que llegó a ser la admiración de muchos profesionales. Paralelamente,
inició también una actividad política, en el partido liberal, que le llevaría a
tener que abandonar el país durante el reinado de Fernando VII, y a formar
parte de diversas comisiones, después del fallecimiento de éste. Y en el campo
del periodismo, dirigió en los años treinta el periódico profesional El Boletín del Comercio, y más tarde,
también, “l Eco del Comercio, que en
aquel momento era el periódico más leído de todo el país. Su participación en
el pronunciamiento conquense, al menos de nombre, y como uno de los miembros de
la junta, hace pensar que en el momento del levantamiento, a pesar del
liberalismo que le caracterizó en todo momento, todavía no participaba de esa
postura progresista por la que también es conocido.
Si
Caballero era el más prestigioso líder del pronunciamiento conquense, al menos
fuera de las fronteras propiamente provinciales, en lo que a la parte civil del
mismo se refiere, lo mismo podríamos decir, desde el punto de vista militar, de
José Filiberto Portillo. De origen también conquense a pesar de haber nacido en
Valencia en 1810 (ya hemos indicado sus orígenes familiares en Villanueva de la
Jara y Pozorrubio de Santiago), inició su carrera militar en los años previos
al fallecimiento de Fernando VII. Entre 1831 y 1833 permaneció destinado, como subteniente
de milicias, en el Regimiento Provincial de Toledo, estando acantonado con un
unidad, sucesivamente, en Seo de Urgel (Lérida), Badajoz y Cádiz, desde donde
pasó, todavía en la misma unidad, a las sierras de la cordillera Bética, entre
Sevilla y Granada, persiguiendo a contrabandistas y bandoleros. A partir de
1835, iniciada ya la Primera Guerra Carlista, se le concedió el empleo
subteniente de infantería, y fue trasladado a Sigüenza (Guadalajara). Ascendido
a capitán, y trasladado al primer batallón del Regimiento de la Reina
Gobernadora, inició ahora una carrera meteórica que le llevó, como coronel, a
la jefatura del Regimiento de Mallorca, y a hacerse cargo del gobierno militar
de Castellón de la Plana y Morella, así como a la obtención de tres cruces de
la Orden Militar de San Fernando.
Dicho
esto, la semana pasada dejábamos a la junta de gobierno conquense, presidida
por el comandante general de la provincia, Nicolás López, pronunciándose en
Cuenca a favor del régimen moderado propuesto por Ramón María de Narváez.
Reunidos en el ayuntamiento de la ciudad, pasaron los miembros de la junta
inmediatamente a ocupar la Diputación Provincial, quedando de esta forma
suprimidas todas sus funciones, al tiempo que destituían también al jefe
político de la provincia, Matías Guerra. Ese mismo día, la junta había dirigido
al conjunto de la población conquense el mensaje siguiente:
“Conquenses: La Junta de Gobierno
que acabáis de nombrar, deseando corresponder a la confianza que le habéis
depositado, y creyendo comprender las necesidades de la Nación, ha adoptado el
programa siguiente: Trono de Isabel II, Constitución de 1837, Independencia del
Gobierno actual de Madrid, Ministerio López. Éstas son, conciudadanos, las
opiniones de vuestra Junta, porque las ha creído únicas salvadoras de la
Nación, en la azarosa crisis que cruza. La Junta, al tiempo que os manifiesta
sus convicciones, contando con vuestro patriotismo, lealtad y prudencia, os
asegura que seguirá el orden inalterable con que vuestra cordura ha hecho este
pronunciamiento, y que está en la firme voluntad de sostener la situación
presente hasta verter la última gota de sangre. Viva la Constitución. El país
se salva, y salva a la Reina.”[1]
Durante
los siguientes días, la junta iría tomando medidas importantes, de cara a
asegurar sus posiciones contra el regente. Una de esa medidas fue la de
sustituir en la presidencia de la misma a Nicolás López, quien a partir de ese
momento pasaría exclusivamente a dirigir los asuntos militares del
levantamiento, en unión, sin duda, con el ya mencionado José Filiberto
Portillo. Fue nombrado para sustituirle otro de los miembros de la junta,
Andrés Burriel de Montemayor, al tiempo que Bernardo Losada, intendente
delegado de Hacienda en la provincia, sustituía como Jefe político al depuesto
Matías Guerra. Y durante esos primeros días del levantamiento se sucedieron
nuevas proclamas al pueblo de Cuenca, con el fin de mantenerlo unido ante la
esperada respuesta de Espartero. Ejemplo de esas proclamas es ésta, fechada en
la capital de la provincia el 16 de junio, dos días después del levantamiento:
“Ampliamente consignados nuestros principios
políticos, consignados también los principios de Gobierno, sólo resta a la
Junta asegurar a las demás provincias que será firme en su marcha, y que no
retrocerá ni un punto en la posición imponente que ha tomado: a vosotros,
conquenses, que con tan elevada misión nos honrasteis, os aseguramos que con la
misma firmeza que hasta ahora se ha conducido esta Junta, con la misma seguirá,
que el orden público será inalterable. Descansad sin temor, y con la
satisfacción de que los Ayuntamientos de los pueblos de esta leal provincia,
secundan el noble pronunciamiento, y están dispuestos a sostener a esta Junta.
Anoche se ha recibido un manifiesto de S.A., el duque de la Victoria[2], dirigido a la Nación. Ningún motivo de
satisfacción o temor encontramos en el referido manifiesto, pero de él ya se
tiene por el público conocimiento, pues se repartieron los pocos ejemplares que
vinieron. Valor y firmeza. Viva la Constitución. Viva Isabel II. Viva la unión.
La Constitución, la Reina y el país se salvaron.”
Y
mientras en la ciudad, la junta seguía con los preparativos en favor del
liberalismo moderado, desde Pozorrubio, pueblo del que procedía su familia
materna, también el propio Portillo realizaba su propio manifiesto a los
conquenses, en el mismo sentido que los otros miembros de ésta. Su estancia en
el pueblo manchego en ese preciso momento, fuera por lo tanto de la ciudad
pronunciada, resulta una incógnita para los historiadores. Sin embargo, su
estancia al menos dentro de la provincia, junto a la presencia del segundo
jefe, Rafael Nestares, dentro de la ciudad, demuestra que la unidad que él
dirigía no había sido movilizada en su totalidad. El manifiesto del militar
intentaba así mismo inflamar el valor de sus paisanos:
“Habitantes de la provincia de Cuenca:
Despreciada la voluntad del país en el seno de su representación por el mal
aconsejado Gefe [sic] del Estado, la
Patria en masa se levanta pidiendo que esa voluntad sea respetada, por quien
nada fuera sin ella; cunde el movimiento por todos los confines de la gran
Nación, y en cada provincia, en cada pueblo, álzase poderosa la bandera de la
Liberad, y el corazón de cada español se inflama en ardimiento en presencia de
sus brillantes colores. Fuera mengua que otras provincias lucharan, y ociosos
vosotros mantuvieseis la cerviz doblada al yugo: ¡qué el ejemplo de la
granadina gente, el de la indomable Cataluña, el de la fiera Valencia os
aliente!... Compatriotas, ¡a las armas! Suene el grito santo de la Libertad, y
vuestro acento espante a esos bandidos o traidores que, comprometiendo al Gefe
del Estado, se han propuesto convertir a España en su privado patrimonio,
mancillando vuestro claro nombre y entregando su independencia y nacionalidad a
la avaricia y tiranía de extrangeros [sic] pueblos. Compatriotas, mi destino me conduce a combatir de nuevo por mi
Reina y por mi Patria, y cuando mi voz os llegue, o estaré peleando a la cabeza
de bravos y leales batallones, o la victoria habrá ya coronado mi ardimiento,
pero aunque separado de vosotros, si la guerra cunde y la planta de los tiranos
hollase nuestro suelo, yo acudiré a vuestra defensa, y o juntos caeremos, o
triunfaremos juntos.”
Nos
hacemos una pregunta. ¿Dónde se encontraba Portillo los días siguientes a la
proclamación de la revuelta? ¿Habría acudido, a partir de ese momento, en
dirección a Sevilla, donde, recordamos, se encontraba una parte de la unidad,
con el fin de que ésta abandonara el cerco de la capital bética, y marchara
hacia Granada para unirse a las tropas sublevadas? Para entonces, la junta
conquense había llamado a los licenciados del ejército a luchar con ellos por
la libertad de la patria, al tiempo que les ofrecía una paga generosa por su
participación en el conflicto. Mientras tanto, el antiguo jefe político de la
provincia, Matías Guerra, que se había hecho fuerte en la comarca de Huete,
iniciaba en contra-ataque, amenazando con dirigir un pequeño ejército contra la
capital, lo que obligó a la junta a preparar precipitadamente las defensas. El
conjunto de la provincia fue un clamor de armas durante toda la segunda
quincena de junio y los primeros días del mes siguiente. El 6 de julio se
sublevaba contra el regente la guarnición de Cañete, y a éste les seguirían, en
los días posteriores, las de Moya y Beteta.
En este
momento, el levantamiento moderado , sin embargo, había dejado ya de ser un
proceso puramente local, o incluso provincial, escapando de sus límites para
pasar a hacerse un problema nacional. A primeros de junio, el jefe de la
guarnición militar de Beteta, Leandro Parreño, enviaba a la junta un informe,
en el que le anunciaba que en los días anteriores había podido contener a una
columna progresista que, al mando del coronel Arenas, estaba formada por dos
mil infantes y ciento cincuenta caballos; esas tropas formaban parte de la
brigada que Espartero había enviado para disolver el pronunciamiento conquense.
La situación en la que se encontraba la provincia en ese momento era
complicada, tal y como se informaría algún tiempo después, con cierto retraso,
el 13 de julio, cuando ya todo había acabado, en el Boletín Oficial de la
Provincia:
“Desde el 28 de junio se hallaba el general
Iriarte en esta provincia con dos escuadrones de caballería y unos cien
infantes, y desde Huete, donde se hallaba establecido, hacía las amenazas que
le permitía su situación, y los únicos daños que podía, el detener el correo hasta
de particulares, y pedir raciones de todos los pueblos inmediatos, una o dos
leguas de esta ciudad. Tales ardides se habían mirado con indiferencia, pues la
Junta, perfectamente servida por sus confidentes, que los tiene hasta muy
inmediatos al general, sabía cuanto éste
meditaba y disponía. A pesar de esto, seguían las cosas su natural curso, y aún
parecía no haberse verificado tal pronunciamiento, por la tranquilidad y
sosiego de que todos disfrutábamos. En medio de esta calma se supo el
levantamiento del sitio de Teruel, y que la división Enna, sin artillería,
venía a unirse al general Iriarte, con ánimo de hostilizar a esta capital, y ya
desde este momento se empezó a sentir la decisión con que sus leales habitantes
han abrazado la causa de la libertad, contra la tiranía y la usurpación.
Al propio tiempo que estas
noticias se recibían, supo la Junta que Espartero, empeñado en llevar adelante
sus planes, había determinado posesionarse de esta ciudad, para operar desde
ella y su provincia, con todas sus fuerzas reunidas, ya sobre Aragón, Valencia
o Castilla, o tomar las determinaciones que exigiesen las circunstancias.
Cuando estas novedades se recibieron, no se contaba en Cuenca mas que con su
escasa aunque decidida milicia nacional, y unos cuantos movilizados de los
pueblos, pues la poca tropa de que la Junta disponía, estaba ocupada en
guarnecer los fuertes de Cañete, Moya, la Cañada [del Hoyo] y Beteta, a cuyo abrigo se protegía, como
se ha verificado, el alzamiento en masa de todos estos partidos que se hallan
en el mejor sentido, y dispuestos a sostener la causa de la capital. Ya en
medio de estas contrariedades principió a conocerse el interés y decisión con
que la ciudad ha tomado la causa que defiende, y la Junta se penetró de que
podía contar con las simpatías y ciega obediencia de la masa universal de la
población, desde este momento comenzaron a tomarse serias y meditadas medidas
de defensa. Se ordenó se acopiasen víveres en la ciudad, que se reparasen las fortificaciones,
y se hiciese un alistamiento general de cuantos pudiesen tomar las armas, desde
16 a 40 años. Estas determinaciones, que en otro tiempo hubiesen sido
criticadas, y aún miradas con disgusto, se recibieron con general aceptación, y
todos corrían a alistarse, o a ofrecer sus víveres, tomando sus precauciones de
defensa con el mayor júbilo y alegría.
Así las cosas, y queriendo la
Junta asegurar el triunfo economizando la sangre de este leal vecindario,
despachó varios extraordinarios, ganando horas, al general Narváez y otros puntos,
para recibir prontos y oportunos socorros, a fin de desbaratar los planes de
los enemigos.”
En efecto, el 8 de julio ambos
ejércitos esparteristas, el de Enna y el de Iriarte, marchaban juntos sobre la
capital de la provincia, en vista de lo cual, veinte hombres a caballo salieron
esa misma mañana de la ciudad, dirigiéndose a los pueblos próximos de Nohales,
Chillarón y Noheda, con el fin de reconocer la magnitud de las tropas enemigas.
Mientras tanto, también marchaban hacia Cuenca las tropas del Regimiento
Provincial de Cuenca, al mando de Portillo, reintegrada ya toda la unidad
después de haber participado al menos una parte de ella en los sucesos de
Granada; a éste se le habían unido también dos batallones más. Las dos brigadas
esparteristas habían establecido su campamento general en las proximidades de
la ciudad, en el caserío de La Estrella, donde permanecieron apenas unos días,
sin llegar a disparar un solo tiro, y permitiendo incluso la entrada en la
capital de una pequeña tropa procedente de Beteta.
El día 9,
uno de los oficiales de Iriarte, Antonio Luis Nogueras, entraba en la ciudad
con el fin de parlamentar con los pronunciados, intentando de esta forma que
los sublevados se rindieran, pero en vista de su fracaso, las tropas que
mantenían el cerco se limitaron a hacer una especie de parada militar a la
vista de los defensores, con el fin de mostrarles el poderío de sus armas. Al
día siguiente, contra todo pronóstico, las tropas de Espartero iniciaron la
retirada en dirección a Balazote, en la provincia de Albacete, bien porque
conocían la llegada del regimiento conquense, bien porque esas fuerzas eran
necesarias para hacer frente a la sublevación moderada en Sevilla, donde Van
Halen tampoco había podido tomar la ciudad en todo este tiempo.
Como
premio a los desvelos de los ciudadanos conquenses, ya lo hemos dicho, el nuevo
gobierno moderado que fue nombrado después de la derrota de Espartero le dio a
la ciudad el título de Impertérrita. Éste estaba integrado por dos ministros
conquenses, Mateo Miguel Ayllón y Fermín Caballero. Por su parte, el jefe del
Regimiento Provincial, el coronel José Filiberto Portillo, sería ascendido
inmediatamente a brigadier de caballería, con antigüedad de 30 de junio de
1843, habiendo sido nombrado al mismo tiempo gobernador de Málaga. Después, por
Real Decreto de fecha 3 de diciembre de ese mismo año, sería nombrado ministro
de Marina, Comercio y Gobernación de
Ultramar, después de haber sido, otra vez, diputado por Cuenca, como lo había
sido ya antes del pronunciamiento, y también inspector general del cuerpo de
Carabineros. Algún tiempo más tarde, después de su cese como ministro, Isabel
II le concedería el título de conde de Campo Arcís, y en 1846 sería ascendido a
mariscal de campo. Sin embargo, los últimos años de su vida fueron complicados:
después de haber abandonado el país y haberse trasladado a la ciudad francesa
de Burdeos, sería internado allí en un hospital para dementes, donde permanecía
aún en la década de los años setenta. Falleció en 1892.
[1] Volvemos a seguir un
trabajo anterior del periodista José Luis Muñoz, publicado hace ya más casi
cuarenta años en la revista Olcades: “El día que Cuenca quedó impertérrita”, en
Olcades, tomo 3, 1981, pp. 277-285.
[2] El propio Baldomero
Espartero, regente de España.
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