viernes, 11 de octubre de 2019

El otro crimen de Cuenca


No se trata del error judicial que provocó en dos pequeños pueblos de la Mancha conquense un rencor que ha costado muchos años superar, y en dos familias la indiferencia y el olvido de una amistad que había durado muchos años. Tampoco el humor negro y mal entendido con el que un conquense de San Clemente, Luis Esteso, entretuvo a todo el país la durante la primera mitad del siglo. Se trata de otro crimen más importante, aquél que Alicio Garcitoral retrata con nostalgia en su hermosa y desconocida novela, aquel que una parte de la sociedad cometió, y sigue cometiendo todavía, con una ciudad y una provincia pobres: la ciudad y la provincia de Cuenca.

Alicio Garcitoral había nacido en Gijón en 1902. Durante su juventud militó en el Partido Republicano Radical Socialista, y allí comenzó su carrera política, una carrera que desembocaría a la llegada de la república en su nombramiento como gobernador civil de Cuenca, en agosto de 1931. El dolor que le produjo la falta de apoyo por parte de las autoridades locales e incluso de la propia República, le obligó a presentar la dimisión a principios del afio siguiente. A pesar de la corta duración de la estancia en Cuenca del político y escritor asturiano, ésta significó una parte importante de su vida, y los sentimientos que la ciudad y la provincia fueron provocándole, fueron descritos y reflejados en una novela, titulada de esta forma, “El Crimen de Cuenca”, que fue publicada en el mismo afio de 1932.

Auguste Valdés, personaje principal de la novela, no es más que el mismo Alicio Garcitoral, y las impresiones que va recibiendo a su llegada a su nuevo cargo político, son las mismas impresiones que el propio autor debió recibir a su llegada as Cuenca. Desde la primera página del libre, desde su entrevista con del obispo de la diócesis, se aprecia el deseo del nuevo gobernador de que el progreso que la República, también nueva, debía traer consigo derrotara para siempre los abusos de les caciques y de un tradicionalismo mal entendido. Sin embargo, pronto comprende la dificultad de lograrlo. En la provincia, el poder lo siguen ostentando los ricos, y los ricos no están dispuestos a dejar que ello cambie.

El nuevo gobernador no se deja impresionar por les caciques, pero tampoco por aquellos que, cansados de la pobreza cuando la pobreza no es mas que para los que han nacido sin nada, intentan el cambio de una manera demasiado rápida y a cualquier precio, incluso al de la sangre y al de la muerte. Él sabe que la llegada de la democracia debe hacerse de una manera estudiada, sin que su establecimiento provoque traumas que más tarde serían difíciles de superar. De la novela se desprende un pensamiento intermedio entre ambos extremismos: la virtud siempre está en el centro; los extremes terminan por juntarse en un círculo que no tiene salida.

Pero Valdés se encuentra en una ciudad pequeña que al mismo tiempo es la capital de una provincia casi despoblada, sin apenas amigos. Necesita, para llevar a cabo su labor de progreso, un apoyo que no recibe. En su contra no tiene solo a los y caciques, que no quieren perder los privilegios que sus antepasados, no siempre de una manera legal y clara, han conseguido. También tiene a los Ayuntamientos, sometidos a la presión que los caciques ejercen; y tiene también .a la misma República, una Republica demasiado débil, que no sabe hacer frente al poder de los Ayuntamientos. Ello fue una de las causas de que la Republica nunca llegara a consolidarse, y fue causa, a la postre, del estallido de la Guerra Civil.

Escribe Garcitoral lo siguiente de Cuenca: "La ciudad se divide en dos, a primera vista. Pero no se divide en dos. Son, propiamente, dos ciudades. La de arriba es el pasado, la historia, la leyenda, la grandeza y también -¿cómo no- la barbarie. Es ciudad alta, castillo roquero, atalaya, santuario. La otra ciudad, la baja, la llana, es el presente y el porvenir. Con toda la prosa del presente y todo el ensueño engañoso del porvenir. La República significa el triunfo de la ciudad baja sobre la alta, el predominio -por fin- del presente sobre el pasado".

Pero falló la República, y con ella falló también el porvenir de la ciudad. Y otra vez es el pasado el que se mira desde la ciudad alta. desde la acrópolis, en el espejo del Júcar.