No
se puede entender la historia de España en estos últimos cincuenta años si
obviamos el terror de una organización criminal como fue Euzkadi ta Askatasuna
(ETA), por más que durante estos últimos años, desde el supuesto rendimiento de
los criminales, es un tema que parece estar ya olvidado por parte de las nuevas
generaciones. Y es que, si bien es cierto que la lacra del terrorismo fue un
hecho común en muchos países de Europa (el IRA en el Reino Unido, las Brigadas
Rojas en Italia, Acción Directa en Francia, la Fracción del Ejército Rojo en
Alemania,…) e incluso fuera del continente (Weather Men en Estados Unidos, el
Ejército Rojo en Japón, el Frente Polisario en Marruecos, la OLP en Israel, los
Jemeres Rojos en el sudeste asiático,…) a partir de los años setenta, dos son
los aspectos en los que éste tiene en nuestro país unas características
especiales: por una parte, la gran cantidad de agrupaciones y grupúsculos
terroristas que tiñeron de sangre y miedo al conjunto de la población, tanto
desde el punto de vista ideológico (desde los movimientos de ultraderecha como
el PENS o los Guerrilleros de Cristo Rey. hasta los de ultraizquierda, como el
FRAP, el GRAPO, pasando por los movimientos simplemente antiterroristas que en
realidad supusieron un terrorismo de Estado: el GAL) como desde el nacionalista
(ETA en el País Vasco, Terra Lliure en Cataluña, El Exército Guerrilheiro do
Povo Galego Ceive en Galicia, o El Movimiento por la Autodeterminación e
Independencia del Archipiélago Canario); por otra parte, la duración en el
tiempo de esta lacra, monopolizada en este sentido por la propia ETA, algo que
sólo encuentra paralelismos, en todo caso, con el IRA irlandés o con la OLP
palestina.
Es precisamente este hecho, la
sangrienta realidad que significó en la España del último franquismo, de la
transición, incluso de buena parte de nuestra democracia ya plenamente
consolidada, la que ha venido a poner de manifiesto el libro que voy a
comentar: “Historia de un desafío”, del coronel Manuel Sánchez Corbi y la cabo
Manuela Simón. Un libro que, desde luego, no es uno más, no puede serlo, en esa
larga relación de textos que hacen referencia a esa larga guerra sangrienta,
interna, que el grupo terrorista mantuvo con el Estado durante medio siglo. No,
porque es un libro que está escrito por dos guardias civiles, dos de esas
personas que se han pasado media vida, si no más tiempo, luchando contra el
terror y el miedo, viendo caer día sí y día también a centenares de sus
compañeros, cuyo único delito había sido el de trabajar incesantemente para que
el conjunto de los españoles pudiera vivir mejor.
Es éste un libro duro, difícil de
leer, y no por su complejidad, que no la tiene, sino por la forma en la que
está escrito, como un extenso informe en el que salen a la luz infinidad de
datos, infinidad de nombres de asesinos y de víctimas, y una parte importante
de esas víctimas son los propios guardias civiles. Por otra parte, no trata los
asuntos con equidistancia, porque no es un libro de un historiador. Por eso, y
porque uno no puede ser equidistante, porque el hecho mismo de serlo
conllevaría el tener que caer en el mismo error en el que durante todo este
tiempo ha estado cayendo tanto el nacionalismo vasco supuestamente demócrata,
como la extrema izquierda más radical; en este sentido, sólo el secuestro de
Ortega Lara, y sobre todo la muerte de Miguel Ángel Blanco, hicieron que
durante un breve tiempo, después olvidado, prácticamente toda la sociedad,
incluso también una parte de los propios nacionalistas, comprendieran en realidad
cuál era el verdadero sentido de ETA. No; no se trata de un libro de medias
tintas, porque nadie puede permanecer tampoco a medio camino cuando habla, por
ejemplo, del holocausto nazi: no se puede ser equidistante entre los etarras y
sus víctimas, de la manera que tampoco se puede ser equidistante entre el
nazismo, o el estalinismo, y sus víctimas. Es, desde luego, un libro
partidista, hermosamente partidista diría yo, porque en la lucha entre el
Estado democrático y el terror de las bombas y de los disparos a quemarropa,
todos, absolutamente todos, debemos estar de parte del primero. Lo contrario
sería contribuir a la derrota de nuestra propia sociedad.
Y hablando de derrota, quiero hacer
también una última apreciación respecto a quiénes fueron realmente los que
lograron vencer a los terroristas; ésta, la teoría de una ETA derrotada, es la
que prima en la actualidad, a pesar de que los terroristas nunca han pedido
perdón a sus víctimas, y a pesar, de que algunos de ellos se asoman hoy a las
instituciones, e incluso se atreven a dar lecciones de democracia. ¿Qué derrota
es esa, cuándo ni siquiera somos capaces de conseguir que los terroristas
terminen de cumplir las penas a las que han sido condenados? Pero si en
realidad ha habido una derrota de ETA, ésta no se ha producido por los
políticos, desde luego, ni por los de uno ni por los de otro lado. Quien de
verdad consiguió derrotar a los pistoleros, a esos cobardes que ponían las
bombas y huían del lugar antes de que éstas explotaran, fue el conjunto de la
sociedad española. Pero, sobre todo, los derrotó la Guardia Civil, su principal
víctima como grupo en los años del terror. Cada guardia que caía en una
emboscada era un paso más hacia la victoria definitiva, como también lo era
cada terrorista que era detenido por los agentes de la Benemérita.
Sólo de esta forma, dando su vida
por España y por la democracia, pudo la Guardia Civil pasar de ser una policía
más, sin apenas experiencia en este tipo de delitos, para convertirse en uno de
los cuerpos mejor preparados de todo el mundo para luchar contra el terrorismo.
La experiencia conseguida a base de sangre y de muchas lágrimas, es la que ha
permitido que la Guardia Civil sea en la actualidad un cuerpo modélico, uno de
los mejor preparados actualmente para combatir ese otro terrorismo de nuevo
cuño, el terrorismo islamista, que desde hace algún tiempo vuelve a regar de
sangre las ciudades de los cinco continentes. Y en realidad, no sólo contra el
terrorismo, sino también en otros aspectos diferentes: los delitos cibernéticos
y los relacionados con las nuevas tecnologías, la vigilancia de las mafias
internacionales y de todo tipo de asociaciones delictivas, las formas de actuar
en combinación con las policías de otros países para hacer frente a
delincuentes internacionales, son aspectos que la Guardia Civil ha podido
desarrollar a partir de un severo aprendizaje en su lucha contra el terror.
Para terminar, quiero hacer también
una breve referencia a los autores del libro. El coronel Manuel Sánchez Corbi
fue uno de esos oficiales de la Guardia Civil que combatió a la ETA desde el
honor de vestir el verde uniforme de los guardias, como todos los protagonistas
de su libro, y llegó a tener un papel importante en la liberación del
funcionario de prisiones José Ortega Lara. Después, con la “derrota” del
terrorismo etarra, dirigió la UCO (Unidad Central Operativa), en la que siguió
desempeñando un papel importante para la sociedad, participando en operaciones
de búsqueda como las de Diana Quer o Gabriel Cruz. Junto al periodista Gonzalo
Araluce y al mediático Lorenzo Silva, autor de hermosas novelas protagonizadas
por dos agentes de la UCO, el sargento Vila y la cabo Chamorro, ha escrito
también otro libro sobre el tema: “Sangre, sudor y paz: la Guardia Civil contra
ETA”, Por su parte, la cabo Manuela Simón también conoce desde dentro la
historia que se relata en el libro. Perteneciente a la primera promoción de
mujeres dentro de la Guardia Civil, en la que ingresó en 1988, fue seleccionada
ya desde su permanencia en la academia de Baeza para incorporarse a la USE, la
Unidad de Servicios Especiales, desde la que pasó poco tiempo después al Grupo
de Apoyo Operativo, la vanguardia de la inteligencia antiterrorista en el seno
de la Guardia Civil, habiendo participado en la desarticulación de varios
comandos de ETA, tanto en España como en Francia.
Dos agentes, a la par que autores,
que saben de lo que hablan en el libro, porque vivieron de primera mano el horror
que supuso ETA durante tantos años. Y por nuestra parte, agradecer siempre a
esos hombres y mujeres de verde todos sus sufrimientos, conocer cómo fue su
lucha, puede ser la mejor forma de conseguir que la lacra del terrorismo sea
sólo eso, un recuerdo terrible, de que la sociedad en la que vivimos pueda por
fin afirmar rotundamente, no sólo a media voz, como ahora, que por fin hemos
conseguido derrotarlo.