jueves, 23 de abril de 2020

Un libro sobre la masacre de Katyn (Polonia) durante la Segunda Guerra Mundial


A caballo entre los años 1942 y 1943, fueron descubiertos en la región de Smolarensk, una pequeña ciudad rusa situada a orillas del río Dnieper, no lejos de la frontera con la actual Bielorrusia, y a poco menos de unos cuatrocientos kilómetros al suroeste de Moscú, unos restos humanos que, por su magnitud, cambiarían sin duda el transcurso de la historia. En efecto, a finales del primero de los años citados, un campesino de la zona alertó a los dirigentes de Todt, una organización que dependía del Ministerio de Armamento de la Alemania nazi que se dedicaba a la construcción de infraestructuras civiles y militares en las zonas ocupadas, que en esos momentos estaban realizando obras de mejora en la carretera para facilitar el paso de las tropas nazis, sobre la existencia de unas tumbas comunes en un bosque cercano. Desde algún tiempo antes, y de manera paulatina, los lobos y la lluvia habían ido desenterrando algunos restos que a primera vista parecían humanos. Conducidos hasta el bosque de Katyn, cercano a la ciudad, por aquel campesino, un grupo de soldados, que estaban al mando de Rudolf-Christoph von Gersdorff, un capitán de la Wehrmacht que después intentaría asesinar al propio Hitler, encontraron allí una gran cruz de abedul, colocada allí por los habitantes de la zona algún tiempo antes, en vista de los restos encontrados, y decenas de huesos que todavía asomaban a ras del suelo, huesos que, efectivamente,fueron identificados, como restos humanos. Y una vez excavada la zona, al menos en parte, se pudo identificar una gran fosa común, en la que habían sido enterrados centenares, o miles, de cuerpos humanos.
¿Quiénes eran las personas que habían sido enterradas en aquel enorme túmulo? ¿Quién o quiénes los habían asesinado, porque sin duda se trataba de un crimen de enormes dimensiones, y los habían enterrado después en aquel lugar oculto? Enseguida se inició una investigación, en la que intervino la Cruz Roja internacional, que determinó dos cosas importantes: que los restos encontrados pertenecían en su inmensa mayoría a varones (con el tiempo se demostraría que entre los cuerpos sólo había una mujer, Janina Lewandowska, una joven aviadora del ejército polaco, y que los autores de la masacre habían sido los miembros del NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, una especie de policía secreta rusa, que durante toda la Segunda Guerra Mundial manejó todo el espionaje del Politburó soviético, tanto externo como interno. Así lo indicó tanto el gobierno nazi como la propia comisión internacional de expertos que había sido invitada a analizar los restos encontrados.
Sin embargo, aquella comisión de expertos contaba con un serio problema: estaba fuertemente politizada en favor de la ideología nazi, bien de manera voluntaria o, e algunos casos, a la fuerza. Y junto a ese problema interno, existía también otro problema de origen externo: los soviéticos, por aquel entonces, eran ya aliados de guerra de los ingreses y de los norteamericanos. El descubrimiento de las fosas comunes, porque la de Katyn fue sólo el principio, ya había provocado la ruptura de relaciones entre la Unión Soviética y el gobierno polaco en el exilio que, liderado por Wladislaw Rackiewicz, se encontraba en Londres (una de las primeras cosas que pudieron constatar los desenterradores era que los cadáveres correspondían a militares y ciudadanos polacos), y podría provocar la ruptura también de las relaciones en el bloque militar aliado. Por ese motivo, al gobierno de Stalin no le costó demasiado trabajo convencer a los aliados de su versión: los verdaderos culpables de la tragedia de Katyn, y también de las de Jarkov y Katinin, otros lugares cercanos donde también se fueron encontrado fosas similares, habían sido los propios nazis, en su avance hacia Stalingrado y el occidente ruso, en el curso de la Operación Barbarroja.
La versión soviética no se sostenía. Los cuerpos habían aparecido vestidos con abrigos, lo que demostraba que la masacre se había producido durante el inverno o la primavera de 1941 y los alemanes no pasaron por la zona hasta el verano de 1941, en el marco de la Operación Barbarroja. Por otra parte, los abrigos de los fallecidos mostraban un estado de conservación bastante bueno, lo que demostraba, por su parte, que aquellos hombres no podían haber permanecido como prisioneros durante varios meses, tal y como pretendían demostrar los soviéticos, lo que además estaba en consonancia con la versión que retrotraía el crimen a los primeros meses del conflicto bélico, es decir, a los momentos de la invasión rusa obre Polonia. Por otra parte, según los primeros informes, los fallecidos habían sido asesinados con un tiro en la nuca, y algunos de los cuerpos presentaban puñaladas que habían sido realizadas con bayonetas cuadradas, un tipo de bayonetas que sólo disponía el ejército ruso y el NKVD.
No obstante, la guerra seguía su curso, y con la guerra bélica, también una guerra de propaganda entre los nazis y los soviéticos a cargo del asunto Katyn. Para el conjunto de los aliados, era conveniente creer en la versión de la culpabilidad nazi, porque de esta manera se evitaba que pudieran romperse las relaciones con sus aliados orientales. Por ello, en los juicios que se celebraron en la ciudad alemana de Nuremberg una vez acabada la guerra se determinó la culpabilidad de los alemanes, parece ser que apoyada esta teoría incluso en la presión ejercida desde la Casa Blanca, con el propio presidente Fanklin D. Roosevelt a la cabeza. Por su parte, la KGB soviética, heredera de la antigua NKVD, ya había empezado entonces a silenciar de alguna manera, a los posibles testigos que pudieran dar fe de la culpabilidad comunista en la masacre, incluyendo a veces el asesinato. Muchos años después, llegando incluso hasta los años ochenta, seguirían tomando represalias también contra algunos de los miembros de la comisión de expertos que habían analizado los cuerpos poco tiempo después de su descubrimiento.
Las cosas empezaron a cambiar a partir de los años cincuenta, a raíz sobre todo del nuevo curso que estaba tomando la guerra fría entre soviéticos y norteamericanos, y también a raíz de la escalada de tensión que había provocado tanto la guerra civil china como la guerra de Corea. A partir de este momento, Estados Unidos ya no tenía necesidad de mantener la versión soviética sobre la masacre de Katyn; dejaron así de blanquear los crímenes que los comunistas habían cometido durante la Segunda Guerra Mundial, no sólo estos de Katyn,y la teoría de la culpabilidad rusa cobró muchos enteros en todo el mundo. Por su parte, desde la Unión Soviética no se quedaron callados: se inició entonces, otra vez, una nueva ofensiva en defensa de la teoría de la culpabilidad alemana, con el fin de contrarrestar las presiones que en sentido contrario se estaban dando desde el otro lado del telón de acero. Y mientras tanto en Polonia, principalmente durante los años ochenta, existió una fuerte tensión respecto a este asunto, entre los defensores de las dos versiones. Mientras que el gobierno comunista de Wojciech Jaruzelski, como no podía ser de otra forma, defendía la teoría de la culpabilidad alemana, la oposición, representada sobre todo por el sindicato Solidarnosc (Solidaridad) de Lech Walesa, y en parte también por el propio papa Juan Pablo II, nacido polaco, como es sabido, con el nombre de Karol Wojtyla, defendía la culpabilidad del estado soviético en la matanza.
Así, durante las últimas décadas del siglo pasado, mientras en occidente todo el mundo estaba ya convencido de que los asesinos habían sido los comunistas soviéticos, la ofensiva del gobierno de Mijail Gorbachov, seguía apuntando en la dirección opuesta; reconocer la culpabilidad en el crimen del gobierno de Stalin, y del propio Stalin, del cual el político ruso era directo heredero, era como reconocer en parte su propia culpabilidad. Todo cambió a partir del acceso al poder de su sucesor, Boris Yeltsin, quien haría más visible la “perestroika”, la apertura que había iniciado ya el propio Gorbachov. Él pudo acceder también a la documentación que demostraba la culpabilidad del gobierno de Stalin que se encontraba bien custodiada en Moscú (sus antecesores también habían accedido a ella, pero lo habían callado), y no sólo eso: también hizo público el contenido de una parte de esa documentación, y reconoció, también públicamente, la culpabilidad de su país en la matanza, pidiendo además perdón en nombre de su país al gobierno polaco de Aleksander Kwaśniewski. La suerte estaba echada ya para Katyn y para las otras fosas comunes de militares polacos en Rusia, por más que el gobierno neocomunista de Vladímir Putin pretenda reinvertir otra vez la historia: los verdaderos culpables del crimen  fueron los dirigentes del NKVD en la zona, pero también los altos dirigentes del gobierno soviético, con Iosif Stalin y Lavrenti Beria a la cabeza, quienes, si no ordenaron directamente los asesinatos, que es casi seguro que sí lo hicieron, al menos los conocían, y no hicieron nada para impedirlos.
La masacre de militares y civiles polacos en los bosques cercanos a Smolarensk fue de dimensiones enormes. En Katyn fueron desenterrados más de cuatro mil cuerpos humanos, entre militares y otros miembros de la élite intelectual polaca; en Jarkov fueron alrededor también de cuatro mil los muertos; en Katinin, más se seis mil. Sin embargo, los historiadores han demostrado que los asesinatos en la región de Smolarensk era sólo la punta de iceberg, una parte de los miles de prisioneros de guerra  y prisioneros comunes, que fueron asesinados por el NKVD, por orden directa del propio Beria, entre los meses de abril y mayo de 1940, procedentes de los campos de Ostashkov, Kozielsk, Starobielsk, y otros lugares situados actualmente en los países de Bielorrusia y Ucrania; una matanza a la que apenas pudieron escapar menos de cuatrocientos de esos prisioneros, que se encontraban en aquellos momentos en dichos campos de concentración. Desde allí fueron conducidos por ferrocarril a Katyn y a los otros lugares en los que después serían hallados, asesinados con un tiro en la nuca y enterrados bajo una fina capa de tierra. No serían los únicos crímenes soviéticos en la zona. Algún tiempo antes, entre 1936 y 1938, el régimen estalinista había mandado asesinar allí también a unos diez mil funcionarios soviéticos disidentes. El crimen de Katyn contra los polacos se había producido poco tiempo después de que el ejército ruso invadiera el territorio polaco, como uno de los puntos del pacto Ribbentrop-Mólotov, por el que el país iba a ser repartido por las dos potencias vecinas, la Alemania de Hitler y la Unión Soviética.
Todo esto es lo que cuenta el periodista alemán Thomas Urban en este libro, “La matanza de Katyn”, que ha sido publicado en España bajo el sello La Esfera de los Libros. Miembro de una familia prusiana oriunda de Silesia, que fue exiliada de allí y enviada después de la Segunda Guerra Mundial, como otras muchas familias de origen germano, a la nueva República Democrática Alemana, después de que la provincia hubiera quedado bajo soberanía polaca, sus padres huyeron a la República Federal Alemana cuando él tenía quince años, estableciéndose entonces en Bergheim, no lejos de Colonia. En autor de diferentes obras sobre la Europa del este, ensayos científicos y libros de divulgación, que le han convertido en uno de los máximos especialistas en la historia reciente sobre todo en este tema, y especialmente en el conflicto entre Rusia y Ucrania, una guerra que todavía sigue provocando centenares de muertos incluso en la actualidad.
El libro, como decimos, repasa toda la historia de Katyn y del resto de túmulos colectivos de ciudadanos polacos que se hallan cerca de la ciudad de Smolarensk, aquellas tumbas en las que desapareció buena parte de la élite polaca, militar, política y social, del periodo de entreguerras, desde los propios asesinatos hasta el actual conflicto ruso-polaco, provocado primero por el reconocimiento de la culpabilidad rusa por parte de Yeltsin, y después, sobre todo, por la marcha atrás en este sentido dada por Putin. También repasa, aunque ligeramente, el extraño accidente de aviación del Tupolev TU-154 de las fuerzas aéreas polacas, que se produjo el 10 de abril de 2010 en la base aérea de la propia ciudad de Smolarensk, y que provocó la muerte de todas las personas que se encontraban a bordo., un total de ochenta y nueve pasajeros y siete tripulantes. Entre los fallecidos en el accidente se encontraban el propio presidente de la república polaca, Lech Kaczynski, y su esposa, y el último presidente del gobierno polaco en el exilio, Ryszard Kaczorowski, así como diferentes personalidades políticas, militares y religiosas de Polonia (hasta ocho de los principales generales del ejército polaco, dos obispos, varios diputados del Sejm, el Parlamento, y también del Senado, entre ellos). También, el último de los supervivientes de los campos de concentración que todavía quedaba con vida. Todos ellos se dirigían, precisamente,  a los actos oficiales que se iban a celebrar para conmemorar el setenta aniversario de la masacre. Aunque la investigación oficial determinó que el accidente se había producido por la desobediencia del piloto a la torre de control del aeropuerto militar de Smolensk, que negaba la posibilidad  del aterrizaje por la meteorología adversa en la que en ese momento se encontraba la zona, una espesa niebla que reducía la visibilidad a unos quinientos metros de distancia, durante algún tiempo llegó a pensarse en Polonia que el accidente, quizá, pudiera haber sido provocado.