martes, 2 de marzo de 2021

“Aquitania”: El impensable poder de la mantícora

 

            “Después de escribir varias novelas de corte histórico, “La saga de los longevos”, “Los hijos de Adán”, “Pasaje a Tahití”, “Los señores del tiempo”, la experiencia en este oficio me ha enseñado que al narrar novela histórica hay un momento en que la trama literaria siempre se separa, por necesidades narrativas, de los hechos y las fechas históricas. Todas las licencias creativas han sido tomadas de manera consciente al servicio siempre de la libertad que impone la ficción. He cambiado las fechas de acontecimientos como la muerte de Felipa de Tolosa, Luy el Gordo, la madre de Eleanor o el nacimiento de Suger. Todos ellos eran personajes históricos tan interesantes que prioricé siempre el <<¿qué pasará si?>> frente a una realidad menos sugerente. Pala la elección de los nombres de los personajes me he guiado siempre por mi propio criterio. He podido elegir entre sus variantes francesa, occitana, inglesa o española. De modo que Luy podía ser también Luis, Louis o Loys, así como tuve la posibilidad de optar entre Aelith, Alix o Aelis”.

Las palabras son de Eva García Sáinz de Urturi, la flamante ganadora del premio Planeta correspondiente al año pasado, 2020, con su última novela, “Aquitania”, una inmersión en la Edad Media francesa, y no sólo francesa, desde el punto de vista de la intrigo y de la novela negra, pero en la que, como no podía ser de otra forma, pesa más, a pesar de todo, el relato puramente histórico. Como sucede también con otra gran obra maestra del género, “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, a la que esta novela quiere también rendir un sentido tributo, según palabras de la propia autora, la escritora vitoriana sacrifica unos hechos concretos, cuya importancia es sólo relativa, algunas fechas sobre todo, en beneficio de la trama, pero también, en beneficio del propio mensaje histórico de Eleanor, la gran, y en parte desconocida, Leonor de Aquitania. De esta manera, las palabras con las que la autora cierra el relato, a modo de nota explicativa, y que hemos recogido más arriba, inciden también en el mismo mensaje que vengo defendiendo en diversas entradas de este blog: toda novela histórica debe narrar hechos que sucedieron en el pasado, o que bien pudieron haber sucedido de la manera en que lo cuenta el autor.

¿Cuál es el mensaje que Sáinz de Urturi nos quiere dar en su última novela? Es el mensaje de una mujer extraordinaria, poderosa como pocas mujeres lo habían sido antes que ella, ni en Francia ni en en el resto de los reinos europeos. Una mujer que tuvo que aprender a sobrevivir en un mundo complicado para cualquier mujer, aunque fuera de la aristocracia; y también, complicado para muchos hombres, como el propio Luis VII de Francia. Leonor, duquesa de Aquitania y de Guyena, condesa de Gascuña, y reina consorte consecutivamente de Francia y de Inglaterra, por los matrimonios sucesivos que contrajo con Luis VII y Enrique II. Un mensaje feminista (a Leonor se le considera a menudo como la primera feminista de la historia), pero de un feminismo entendido en el sentido más puro de la palabra, no este feminismo desvirtuado, demasiado politizado, en el que el término ha devenido en los últimos tiempos; un feminismo en el que la relación entre hombres y mujeres no se basa en el enfrentamiento entre los dos sexos, sino en el respeto mutuo, en el entendimiento entre los seres humanos.

“Leonor de Aquitania echó pulsos de poder a la misma Iglesia de Roma”. “Leonor de Aquitania frenó a los tiranos y fue una estadista a la altura de Churchill”. “Antepuso sus vasallos y el reino a sus propios sentimientos”. Son palabras también de la autora, entresacados de algunas de las múltiples entrevistas que se le han hecho a raíz de la publicación de su exitosa novela sobre la dama de Aquitania, y reflejan a la perfección la personalidad histórica de este personaje singular. Ese es el verdadero mensaje del relato, un relato que, como decimos, refleja perfectamente la historia verdadera que hay detrás de un personaje tan enigmático, tan poliédrico, como Leonor de Aquitania. A modo de ejemplo, podemos decir que es cierto, rigurosamente histórico, aunque pueda parecernos extraño, que el padre de Leonor, Guilhem, el poderoso duque Guillermo X de Aquitania, más poderoso incluso que el propio rey de Francia, o al menos más rico que él, falleció en Santiago de Compostela, hasta donde había llegado en peregrinación con el fin de hacerse perdonar los múltiples pecados que su posición de poder le había obligado a cometer a lo largo de su vida. Sí, murió allí, fulminado al pie del altar mientras el obispo de Santiago, Diego Gelmírez, leía el oficio de la Pasión. Él es don Gaiferos de Mormaltán, del que hablan los romances y las leyendas que su oscura muerte fue creando a lo largo de todo el Camino de Santiago.

        El duque Guillermo, poco antes de morir, había acordado con el rey de Francia que su hija Leonor, la que estaba destinada a heredar sus territorios a falta de un hijo varón (el hermano de Leonor había fallecido algunos años antes), debía casarse con el delfín, el hijo del monarca, a pesar de la declarada enemistad que mantenían los dos aristócratas franceses. La causalidad hizo que el viejo rey comilón (era llamado el Gordo entre sus súbditos y, después, también, entre los historiadores) no sobreviviera demasiado tiempo a su ilustre enemigo, de manera que los novios apenas tardaron unos pocos días en convertirse en los nuevos reyes de Francia. La escritora vasca convierte esa casualidad en dos secuencias sucesivas de una misma trama de poder, pero eso no importa demasiado para comprender la verdadera historia que se esconde detrás de la trama novelesca: “Las mujeres mojaban los chupetes de los bebés no deseados con la flor venenosa de las adelfas”, dice también la autora en otra de las entrevistas. Los manuales sobre venenos y tóxicos han sido habituales desde hace mucho tiempo, y en ellos ha bebido también la autora de “Aquitania”  cuando se ha documentado para escribir la novela, porque esos manuales pueden ser tan interesantes y provechosos como las crónicas medievales o los sesudos ensayos de los más afamados especialistas en el tema; o los manuales para ser leídos por personas sometidas a la carga de gobernar un reino o un extenso ducado, al estilo de “El príncipe” de Maquiavelo o “El arte de la prudencia” de Baltasar Gracián, utilizados por la autora para crear el, esta vez sí, inventado, “Manual de vida de los duques de Aquitania”. Los principios para el buen gobierno en el siglo XII no son muy diferentes que debían seguir a los gobernantes de los siglos XVI y XVII.

El simbolismo también forma parte de la novela, y lo hace desde dos emblemas que de alguna manera siempre han ido parejas a la historia de Aquitania: la mantícora y el trisquel. La mantícora es uno de los animales mitológicos más desconocidos. La Wikipedia, un tanto superficialmente, la define de la siguiente manera: “La mantícora es una criatura mitológica, un tipo de quimera con cabeza humana (frecuentemente con cuernos), el cuerpo rojo, en ocasiones de un león, y la cola de un dragón o escorpión, capaz de disparar espinas venenosas para incapacitar o para matar a sus presas. Dependiendo del relato mitológico, su tamaño varía desde el de un león hasta el de un caballo, y su descripción puede incluir o no la presencia de alas y coraza.” Y termina diciendo: “En la Edad Media, la mantícora se convirtió en el símbolo de la tiranía, la opresión, la envidia y, finalmente, la encarnación del mal.” Por su parte, el trisquel, triskele o triskelion, que de las tres maneras puede verse escrito, es un símbolo de origen celta, que consiste en tres espirales unidas entre sí, a modo de simetría rotacional. En ocasiones, las tres espirales se pueden sustituir por tres eses (en realidad, la S no deja de ser una espiral), y de esta forma nace el lema aquitano, tantas veces recordado en la novela, “sólo se seguir”, o tres piernas humanas dobladas por la rótula, y de esta forma aparece todavía en la bandera y el escudo de la isla de Man, a medio camino entre Inglaterra e Irlanda. Es un símbolo muchas veces repetido en el arte antiguo, en los petroglifos celtas y en una gran cantidad de objetos arqueológicos, como la llamada “copa de la abubilla” (en este caso formado por tres alas unidas en su centro), hallado en el yacimiento arqueológico de Numancia, que se conserva en el Museo Numantino de Soria. Representa la evolución, el crecimiento, y sobre todo, el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu, los tres pies, o las tres espirales, que conforman la totalidad de cualquier ser humano. A mi modo de ver, el trisquel representa la leyenda blanca de Leonor de Aquitania, y la mantícora su leyenda negra, que también la tiene.

Sáinz de Urturi ha afirmado que sobre esta singular mujer podía haber escrito muchas novelas, y eso es cierto. Ha elegido la Leonor reina de Francia, como podía haber elegido también cualquier otra etapa de la vida de nuestro protagonista, y aunque se muestra reservada cuando le preguntan si va a volver sobre ella en el futuro, es deseable que lo haga. Que vuelta a escribir sobre la Leonor reina de Inglaterra, otra etapa de su vida tan interesante y enigmática como la primera; tanto que no dudo en ponerse al frente de sus hijos, e incluso a buscar otra vez la alianza con su antiguo esposo, Luis VII, para hacerle la guerra al nuevo esposo, Enrique II de Inglaterra; la madre de figuras tan apasionantes como Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Y que escriba, también, sobre esa tercera Leonor, tan misteriosa como las otras dos: la que permaneció bajo arresto, encerrada por el rey, primero en Chinon y más tarde en Salisbury. Y aún una cuarta, la que se extiende desde su liberación, en 1189, una vez fallecido su segundo marido, y su muerte, en 1204, en la abadía de Fontevrault. Cuatro años antes de morir, con casi ochenta años de edad pero manteniendo todavía una fortaleza impresionante, aún tuvo arrestos para viajar hasta Castilla para escoger, por sí misma, entre sus nietas castellanas, las hijas de Alfonso VIII y de su propia hija, Leonor, una esposa para el futuro rey de Francia, el hijo de Felipe Augusto. Blanca, la elegida, se convertiría de esta forma en la esposa del futuro Luis VIII de Francia y, con el tiempo, también, la madre del futuro Luis IX, San Luis de Francia.

En efecto, la figura la Leonor no da sólo para una novela, sino para una saga, una hermosa y apasionante trilogía, ahora que tan de moda se han puesto éstas en la novela histórica; una trilogía sobre una de las mujeres más apasionantes y todavía desconocidas de la Edad Media europea. Y para los conquenses, además, Leonor de Aquitania es la madre de nuestra homónima reina de Castilla, la esposa de nuestro admirado Alfonso VIII, el mismo que logró en 1177 la conquista definitiva de la ciudad para los cristianos. Y como su madre había hecho antes, cuando acompañó a su esposo en la Segunda Cruzada, la hija también acompañaría al rey castellano, cuando éste, todavía un joven apasionado en el amor y en la guerra, se aprestó a conquistar la ciudad del Júcar para convertirla, durante un tiempo, en la nueva perla de su reino, y sólo cuando las tropas se aprestaban ya a cercar la ciudad para dar la batalla definitiva, se resignó a esperar la victoria de su esposo en la cercana ciudad de Huete.

Después, cuando la victoria fue un hecho, Leonor Plantagenet, la nueva Leonor de Aquitania, siguió copiando a su madre. A la imagen de Fontevrault, donde fueron enterrados los miembros de su linaje, mandó edificar en Burgos el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, para que fueran enterrados allí los dos esposos reales, y donde también serían enterrados después otros miembros de su familia, entre ellos algunos reyes de Castilla. Y a imagen de San Denis y de otras grandes catedrales de Francia y de Inglaterra, mandó construir, así mismo, la catedral de Cuenca. Sí, es cierto, ambas construcciones son, al menos oficialmente, creaciones de su esposo, Alfonso VIII, aunque no cabe duda de que la influencia de la reina en ambas pesó enormemente en la decisión y en la configuración definitiva de construir los dos edificios.

Por todo ello, durante la lectura del relato me ha emocionado enormemente el pasaje en el que la todavía reina de Francia pone en las manos del abad Suger el dinero necesario para reconstruir la basílica de Saint Denis, que habría de convertirse así en el primer templo gótico. Desde allí, en las cercanías de París, el nuevo estilo se extendería rápidamente por todo el continente, gracias, en buena parte, a la actividad constructora que los descendientes de Leonor fueron desarrollando en las diversas cortes europeas. También en Castilla, donde la otra Leonor, la hija, la nuestra, tuvo un papel tan destacado como olvidado. Por ello, leyendo ese pasaje entre Leonor y Suger, no pude olvidar el hecho, desconocido por la mayor parte de los conquenses, de que fue también su hija, llamada como ella, la que permitió que nuestra catedral, cuyas obras se iniciaron poco tiempo después de la conquista, terminara por convertirse en el primer templo gótico que fue levantado en todo el reino de Castilla.



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