“Después
de escribir varias novelas de corte histórico, “La saga de los longevos”, “Los
hijos de Adán”, “Pasaje a Tahití”, “Los señores del tiempo”, la experiencia en
este oficio me ha enseñado que al narrar novela histórica hay un momento en que
la trama literaria siempre se separa, por necesidades narrativas, de los hechos
y las fechas históricas. Todas las licencias creativas han sido tomadas de
manera consciente al servicio siempre de la libertad que impone la ficción. He
cambiado las fechas de acontecimientos como la muerte de Felipa de Tolosa, Luy
el Gordo, la madre de Eleanor o el nacimiento de Suger. Todos ellos eran
personajes históricos tan interesantes que prioricé siempre el <<¿qué
pasará si?>> frente a una realidad menos sugerente. Pala la elección de
los nombres de los personajes me he guiado siempre por mi propio criterio. He
podido elegir entre sus variantes francesa, occitana, inglesa o española. De
modo que Luy podía ser también Luis, Louis o Loys, así como tuve la posibilidad
de optar entre Aelith, Alix o Aelis”.
Las palabras son de Eva García Sáinz de Urturi, la flamante ganadora del premio Planeta correspondiente al año pasado, 2020, con su última novela, “Aquitania”, una inmersión en la Edad Media francesa, y no sólo francesa, desde el punto de vista de la intrigo y de la novela negra, pero en la que, como no podía ser de otra forma, pesa más, a pesar de todo, el relato puramente histórico. Como sucede también con otra gran obra maestra del género, “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, a la que esta novela quiere también rendir un sentido tributo, según palabras de la propia autora, la escritora vitoriana sacrifica unos hechos concretos, cuya importancia es sólo relativa, algunas fechas sobre todo, en beneficio de la trama, pero también, en beneficio del propio mensaje histórico de Eleanor, la gran, y en parte desconocida, Leonor de Aquitania. De esta manera, las palabras con las que la autora cierra el relato, a modo de nota explicativa, y que hemos recogido más arriba, inciden también en el mismo mensaje que vengo defendiendo en diversas entradas de este blog: toda novela histórica debe narrar hechos que sucedieron en el pasado, o que bien pudieron haber sucedido de la manera en que lo cuenta el autor.
¿Cuál es el mensaje que Sáinz de
Urturi nos quiere dar en su última novela? Es el mensaje de una mujer
extraordinaria, poderosa como pocas mujeres lo habían sido antes que ella, ni
en Francia ni en en el resto de los reinos europeos. Una mujer que tuvo que
aprender a sobrevivir en un mundo complicado para cualquier mujer, aunque fuera
de la aristocracia; y también, complicado para muchos hombres, como el propio
Luis VII de Francia. Leonor, duquesa de Aquitania y de Guyena, condesa de
Gascuña, y reina consorte consecutivamente de Francia y de Inglaterra, por los
matrimonios sucesivos que contrajo con Luis VII y Enrique II. Un mensaje
feminista (a Leonor se le considera a menudo como la primera feminista de la
historia), pero de un feminismo entendido en el sentido más puro de la palabra,
no este feminismo desvirtuado, demasiado politizado, en el que el término ha
devenido en los últimos tiempos; un feminismo en el que la relación entre
hombres y mujeres no se basa en el enfrentamiento entre los dos sexos, sino en
el respeto mutuo, en el entendimiento entre los seres humanos.
“Leonor de Aquitania echó pulsos de
poder a la misma Iglesia de Roma”. “Leonor de Aquitania frenó a los tiranos y
fue una estadista a la altura de Churchill”. “Antepuso sus vasallos y el reino
a sus propios sentimientos”. Son palabras también de la autora, entresacados de algunas de
las múltiples entrevistas que se le han hecho a raíz de la publicación de su
exitosa novela sobre la dama de Aquitania, y reflejan a la perfección la
personalidad histórica de este personaje singular. Ese es el verdadero mensaje
del relato, un relato que, como decimos, refleja perfectamente la historia
verdadera que hay detrás de un personaje tan enigmático, tan poliédrico, como
Leonor de Aquitania. A modo de ejemplo, podemos decir que es cierto,
rigurosamente histórico, aunque pueda parecernos extraño, que el padre de
Leonor, Guilhem, el poderoso duque Guillermo X de Aquitania, más poderoso
incluso que el propio rey de Francia, o al menos más rico que él, falleció en
Santiago de Compostela, hasta donde había llegado en peregrinación con el fin
de hacerse perdonar los múltiples pecados que su posición de poder le había
obligado a cometer a lo largo de su vida. Sí, murió allí, fulminado al pie del
altar mientras el obispo de Santiago, Diego Gelmírez, leía el oficio de la
Pasión. Él es don Gaiferos de Mormaltán, del que hablan los romances y las
leyendas que su oscura muerte fue creando a lo largo de todo el Camino de
Santiago.
El duque Guillermo, poco antes de morir, había acordado con el rey de Francia que su hija Leonor, la que estaba destinada a heredar sus territorios a falta de un hijo varón (el hermano de Leonor había fallecido algunos años antes), debía casarse con el delfín, el hijo del monarca, a pesar de la declarada enemistad que mantenían los dos aristócratas franceses. La causalidad hizo que el viejo rey comilón (era llamado el Gordo entre sus súbditos y, después, también, entre los historiadores) no sobreviviera demasiado tiempo a su ilustre enemigo, de manera que los novios apenas tardaron unos pocos días en convertirse en los nuevos reyes de Francia. La escritora vasca convierte esa casualidad en dos secuencias sucesivas de una misma trama de poder, pero eso no importa demasiado para comprender la verdadera historia que se esconde detrás de la trama novelesca: “Las mujeres mojaban los chupetes de los bebés no deseados con la flor venenosa de las adelfas”, dice también la autora en otra de las entrevistas. Los manuales sobre venenos y tóxicos han sido habituales desde hace mucho tiempo, y en ellos ha bebido también la autora de “Aquitania” cuando se ha documentado para escribir la novela, porque esos manuales pueden ser tan interesantes y provechosos como las crónicas medievales o los sesudos ensayos de los más afamados especialistas en el tema; o los manuales para ser leídos por personas sometidas a la carga de gobernar un reino o un extenso ducado, al estilo de “El príncipe” de Maquiavelo o “El arte de la prudencia” de Baltasar Gracián, utilizados por la autora para crear el, esta vez sí, inventado, “Manual de vida de los duques de Aquitania”. Los principios para el buen gobierno en el siglo XII no son muy diferentes que debían seguir a los gobernantes de los siglos XVI y XVII.
El simbolismo también forma parte de
la novela, y lo hace desde dos emblemas que de alguna manera siempre han ido
parejas a la historia de Aquitania: la mantícora y el trisquel. La mantícora es
uno de los animales mitológicos más desconocidos. La Wikipedia, un tanto
superficialmente, la define de la siguiente manera: “La mantícora es una
criatura mitológica, un tipo de quimera con cabeza humana (frecuentemente con
cuernos), el cuerpo rojo, en ocasiones de un león, y la cola de un dragón o
escorpión, capaz de disparar espinas venenosas para incapacitar o para matar a sus
presas. Dependiendo del relato mitológico, su tamaño varía desde el de un león
hasta el de un caballo, y su descripción puede incluir o no la presencia de
alas y coraza.” Y termina diciendo: “En la Edad Media, la mantícora se
convirtió en el símbolo de la tiranía, la opresión, la envidia y, finalmente,
la encarnación del mal.” Por su parte, el trisquel, triskele o triskelion,
que de las tres maneras puede verse escrito, es un símbolo de origen celta, que
consiste en tres espirales unidas entre sí, a modo de simetría rotacional. En
ocasiones, las tres espirales se pueden sustituir por tres eses (en realidad,
la S no deja de ser una espiral), y de esta forma nace el lema aquitano, tantas
veces recordado en la novela, “sólo se seguir”, o tres piernas humanas dobladas
por la rótula, y de esta forma aparece todavía en la bandera y el escudo de la
isla de Man, a medio camino entre Inglaterra e Irlanda. Es un símbolo muchas
veces repetido en el arte antiguo, en los petroglifos celtas y en una gran
cantidad de objetos arqueológicos, como la llamada “copa de la abubilla” (en
este caso formado por tres alas unidas en su centro), hallado en el yacimiento
arqueológico de Numancia, que se conserva en el Museo Numantino de Soria.
Representa la evolución, el crecimiento, y sobre todo, el equilibrio entre
cuerpo, mente y espíritu, los tres pies, o las tres espirales, que conforman la
totalidad de cualquier ser humano. A mi modo de ver, el trisquel representa la
leyenda blanca de Leonor de Aquitania, y la mantícora su leyenda negra, que
también la tiene.
Sáinz de Urturi ha afirmado que sobre esta singular mujer podía haber escrito muchas novelas, y eso es cierto. Ha elegido la Leonor reina de Francia, como podía haber elegido también cualquier otra etapa de la vida de nuestro protagonista, y aunque se muestra reservada cuando le preguntan si va a volver sobre ella en el futuro, es deseable que lo haga. Que vuelta a escribir sobre la Leonor reina de Inglaterra, otra etapa de su vida tan interesante y enigmática como la primera; tanto que no dudo en ponerse al frente de sus hijos, e incluso a buscar otra vez la alianza con su antiguo esposo, Luis VII, para hacerle la guerra al nuevo esposo, Enrique II de Inglaterra; la madre de figuras tan apasionantes como Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Y que escriba, también, sobre esa tercera Leonor, tan misteriosa como las otras dos: la que permaneció bajo arresto, encerrada por el rey, primero en Chinon y más tarde en Salisbury. Y aún una cuarta, la que se extiende desde su liberación, en 1189, una vez fallecido su segundo marido, y su muerte, en 1204, en la abadía de Fontevrault. Cuatro años antes de morir, con casi ochenta años de edad pero manteniendo todavía una fortaleza impresionante, aún tuvo arrestos para viajar hasta Castilla para escoger, por sí misma, entre sus nietas castellanas, las hijas de Alfonso VIII y de su propia hija, Leonor, una esposa para el futuro rey de Francia, el hijo de Felipe Augusto. Blanca, la elegida, se convertiría de esta forma en la esposa del futuro Luis VIII de Francia y, con el tiempo, también, la madre del futuro Luis IX, San Luis de Francia.
En efecto, la figura la Leonor no da
sólo para una novela, sino para una saga, una hermosa y apasionante trilogía,
ahora que tan de moda se han puesto éstas en la novela histórica; una trilogía
sobre una de las mujeres más apasionantes y todavía desconocidas de la Edad
Media europea. Y para los conquenses, además, Leonor de Aquitania es la madre
de nuestra homónima reina de Castilla, la esposa de nuestro admirado Alfonso
VIII, el mismo que logró en 1177 la conquista definitiva de la ciudad para los
cristianos. Y como su madre había hecho antes, cuando acompañó a su esposo en
la Segunda Cruzada, la hija también acompañaría al rey castellano, cuando éste,
todavía un joven apasionado en el amor y en la guerra, se aprestó a conquistar
la ciudad del Júcar para convertirla, durante un tiempo, en la nueva perla de
su reino, y sólo cuando las tropas se aprestaban ya a cercar la ciudad para dar
la batalla definitiva, se resignó a esperar la victoria de su esposo en la
cercana ciudad de Huete.
Después, cuando la victoria fue un
hecho, Leonor Plantagenet, la nueva Leonor de Aquitania, siguió copiando a su
madre. A la imagen de Fontevrault, donde fueron enterrados los miembros de su
linaje, mandó edificar en Burgos el monasterio de Santa María la Real de las
Huelgas, para que fueran enterrados allí los dos esposos reales, y donde también
serían enterrados después otros miembros de su familia, entre ellos algunos
reyes de Castilla. Y a imagen de San Denis y de otras grandes catedrales de
Francia y de Inglaterra, mandó construir, así mismo, la catedral de Cuenca. Sí,
es cierto, ambas construcciones son, al menos oficialmente, creaciones de su
esposo, Alfonso VIII, aunque no cabe duda de que la influencia de la reina en
ambas pesó enormemente en la decisión y en la configuración definitiva de construir
los dos edificios.
Por todo ello, durante la lectura del
relato me ha emocionado enormemente el pasaje en el que la todavía reina de
Francia pone en las manos del abad Suger el dinero necesario para reconstruir
la basílica de Saint Denis, que habría de convertirse así en el primer templo
gótico. Desde allí, en las cercanías de París, el nuevo estilo se extendería
rápidamente por todo el continente, gracias, en buena parte, a la actividad
constructora que los descendientes de Leonor fueron desarrollando en las diversas
cortes europeas. También en Castilla, donde la otra Leonor, la hija, la
nuestra, tuvo un papel tan destacado como olvidado. Por ello, leyendo ese
pasaje entre Leonor y Suger, no pude olvidar el hecho, desconocido por la mayor
parte de los conquenses, de que fue también su hija, llamada como ella, la que
permitió que nuestra catedral, cuyas obras se iniciaron poco tiempo después de la
conquista, terminara por convertirse en el primer templo gótico que fue
levantado en todo el reino de Castilla.
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