El 6 de septiembre de 1522,la “Victoria”, una
nao de alto bordo, preparada para la navegación oceánica, una de las mayores
naves de su tiempo, de veintidós metros de eslora y siete metros y medio de
manga, llegaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). A bordo, bajo el
mando del marino guipuzcoano Juan Sebastián Elcano, viajaban dieciocho hombres,
los únicos que habían logrado regresar de la expedición que, formada por un
total de 239 marinos y cinco naves, habían formado la armada que, al mando de
Fernando de Magallanes, había sido enviada con el fin de encontrar una nueva
ruta en el camino de las especias, y que en realidad supuso la circunnavegación
del globo terráqueo por primera vez. Antes de ello, el 6 de mayo de 1521, había
llegado a Sevilla otra de las naves que habían partido con aquella armada, la
“San Antonio”, pero ello no contaba, porque la tripulación de esa nave se había
amotinado, y después, perdida la estela de la armada cuando ésta se encontraba
tocando tierras americanas, abandonando al resto de la expedición cuando ésta
se encontraba ya en la parte sur de la actual Argentina. Y algunos días después
de la llegada de la “Victoria” a tierras peninsulares, el 8 de septiembre,
aquellos dieciocho hombres que habían logrado sobrevivir a la expedición
desembarcaron por fin en el puerto de Sevilla, frente al Arenal del
Guadalquivir.
La gesta de la primera circunnavegación de la
tierra, demostrando de esta forma la redondez de la tierra, viene siendo
celebrada desde hace ya algunos meses, desde agosto del año 2017, fecha en la
que se conmemoraba el quinto centenario de la partida de la flota desde el
mismo puerto sevillano, por los dos países ibéricos, que de alguna manera se
reparten lo meritorio de la gesta. Pero
esta celebración no ha venido exenta de cierta dosis de polémica, como el
lector de este blog ha podido comprobar al examinar uno de los dosieres que
forman parte de la sección de “Noticias Históricas”, que está dedicado a esta
gesta. Hay que recordar, en este sentido, que el capitán general de la flota, quien
había tenido la idea y el que desde un primer momento fue nombrado capitán
general de la flota, Magallanes, era portugués, como también eran portugueses
una parte importante de los hombres que la componían. Pero también, que se
trataba de una empresa plenamente española, una apuesta pública de la corona de
Castilla, y que el propio Magallanes, que antes de haber probado suerte en la
corte de Carlos I había sido rechazado por el rey de Portugal, había sido
incluso tratado en su país de origen como un auténtico traidor a la patria.
Más allá de esta polémica historiográfica, la empresa de la circunnavegación también está siendo conmemorada, en un país y en el otro, con la publicación de una gran cantidad de libros nuevos: ensayos históricos, monografías, actas de congresos, y también novelas, como las dos que quiero comentar en esta nueva entrada. Hablo todavía de novelas, que no de novelas históricas, porque, tal y como se verá a lo largo del texto, no todas las novelas que se ambientan en un momento del pasado pueden considerarse como una novela histórica, en toda la extensión que el término tiene. Precisamente eso, la diferencia entre una novela histórica y una novela meramente ambientada en el pasado, es lo que quiero demostrar ahora. Se trata de “La travesía final”, de Julio Calvo Poyato, y “Nadie lo sabe”, de Tony Gratacós. Ambas tienen una cosa en común: las dos se aprovechan, a la hora de trazar los argumentos de sus respectivos relatos, del desconocimiento existente sobre una etapa de la vida de Elcano, la que va desde el 8 de septiembre de 1522, fecha de la llegada de la “Victoria” a Sevilla, después de terminada la gesta de la circunnavegación, hasta el 24 de julio de 1525, cuando el marino partió de nuevo del puerto de La Coruña, como segundo al mando de la nueva expedición de García Jofre de Loaisa, con el fin de colonizar las islas Molucas, que habían sido descubiertas durante el primer viaje, expedición que, por otra parte, terminaría por causar la muerte del propio Elcano, por escorbuto, en agosto de 1526.
Más allá de algunas licencias históricas
tomadas por el autor, interesantes para la trama de la novela pero que en nada
importante contradicen a la historia real de Juan Sebastián Elcano, ni de las
dos expediciones reales en busca de un nuevo camino en la ruta de las especias,
la novela del escritor cordobés Calvo Poyato, que además de novelista es doctor
en Historia Moderna, y se nota -en su bibliografía figuran, además de excelentes
novelas, algunas monografías históricas, especialmente sobre Cabra, su pueblo
natal, y sobre el resto de la provincia de Córdoba-, es la continuación de “La
ruta infinita”, novela en la que narra la propia gesta de Magallanes y Elcano,
y por la que ganó, en 2019, el premio de novela histórica Ciudad de Cartagena.
Se trata, ésta que comentamos aquí, de una novela histórica, desde luego, pero
también, de una novela multigénero, tal y como se llama actualmente, en la que,
junto a la historia del marino vasco, podemos encontrar también una novela de
intriga, al estilo de las mejores novelas de espionaje, y con ciertas dosis,
también, de novela rosa: porque junto a los asuntos de estado entre dos reinos
vecinos, Portugal y Castilla -la gesta del descubrimiento y colonización del
nuevo mundo fue, como sabemos, una gesta castellana, más que española-, también
podemos encontrar los asuntos amorosos, íntimos, del propio Elcano, al lado de
las dos mujeres de su vida, María Hernández y María de Vidaurreta.
Pero la trama de la novela es una trama
plenamente histórica, y en ella se puede seguir la lucha de intereses que ambos
países, España y Portugal, tenían en ese momento en torno a la ruta de las especias:
esa misma ruta que había sido descubierta por la expedición de Magallanes y
Elcano, y que había terminado, en un principio, con el monopolio del país
vecino en el comercio internacional de este producto, cuyo valor había ido
creciendo paulatinamente a lo largo de la Edad Media por su interés como condimento
culinario. Una trama que gira en torno a una simple pregunta: ¿A qué lado, en
cuál de los dos hemisferios en los que los nuevos territorios descubiertos y
por descubrir, se encontraban esas nuevas tierras, las Molucas, que habían sido
descubiertas en la expedición de los dos marinos ibéricos? Si el territorio
quedaba en el contra meridiano español, la nueva ruta descubierta por los
expedicionarios iba a resultar una importante fuente de ingresos para la corona
española, que vería como en muy poco tiempo sus arcas se iban a ver repletas
gracias al comercio de las especias importadas de allí, aunque todavía quedaba
por resolver el problema del camino de regreso sin atravesar esas tierras que
pertenecían al rey de Portugal, y que formaban parte de la ruta tradicional, la
que seguían los marinos portugueses. Si, por el contrario, las Molucas se
encontraban en territorio portugués, resultaba que la expedición había
resultado un fracaso. Ese juego de intereses se puede ver con claridad en el
diálogo que mantienen el propio Elcano y Reinel, el topógrafo portugués que,
como el propio Magallanes, se encuentra al servicio de España.
Pero la novela habla también de otros asuntos
que están relacionados también con ese nuevo mundo que en ese momento está
naciendo a un lado y otro del Atlántico. Porque al otro lado de ese enorme océano
está surgiendo un nuevo mundo, sí; un mundo que, por primera vez, se está
incorporando a la historia y a los nuevos avances técnicos y científicos, que
van a dejar de lado aquel otro mundo poblado de tribus, centenares de tribus
diferentes entre sí, muchas veces enfrentadas, pero también a este lado del
Atlántico se está desarrollando un nuevo mundo, que dejará de lado las
costumbres propias de la Edad Media. Y junto a algunos referentes a la vida más
íntima, más personal, del protagonista, Juan Sebastián Elcano, la novela de
Calvo Poyato, abunda en muchos aspectos de alta política, muchas veces olvidados
cuando examinamos la gesta de la circunnavegación sin tener en cuenta la etapa
histórica en la que ésta se produjo: los intereses económicos y las de la fugaz
Casa de Contratación de la Especiería en La Coruña; el conflicto de intereses
personal entre todos aquellos que tenían algún poder de decisión en la carrera
de las especies, que puso como capitán de la nueva expedición a un inexperto
Jofre de Loaisa, por delante del propio Elcano; el papel jugado en la
expedición, y después de ella, por el cronista italiano Antonio Pigaffeta, del
que se conoce incluso un vieje a Portugal con el fin de entrevistarse con el
propio rey Juan III en Lisboa -¿qué intereses oscuros esconde ese viaje al país
vecino?-; el asunto del casamiento del emperador, Carlos V, Carlos I de España,
y el debate suscitado entre aquellos que defendían su matrimonio con María
Tudor, la hija de Enrique VIII de Inglaterra, y los partidarios de que el joven
emperador se casara con Isabel de Avis, la hermana de Juan III de Portugal, y
lo que ello podría significar para las relaciones entre ambos países ahora, cuando
estaba en el foco del conflicto el asunto de la carrera en la ruta de las
especias; …
Muy diferente es el libro de Tony Gratacós, aunque éste, en realidad, no trata directamente de Elcano, por más que utiliza la atracción que el personaje ejerce en este momento, cuando se gesta está tan de moda por la celebración del quinto centenario. En realidad, el verdadero interés de la trama está puesto en la tripulación, o en una parte de ella, de ese otro barco, el “San Antonio”, que había regresado a la península antes de tiempo, después de que ésta se hubiera amotinado, abandonando al resto de la armada cuan do ésta había encontrado, por fin, el paso del estrecho entre ambos continentes, o al menos, y esto es uno de los elementos principales de la trama, cuando la expedición estaba a punto de alcanzar ese paso. Y especialmente, la relación existente entre los sucesivos capitanes de la nao: Juan de Cartagena, el primero de ellos, abandonado por el propio Magallanes en tierras inhóspitas como castigo por no haber sabido mantener la disciplina a bordo de la nave; Álvaro de Mesquita, primo del propio Magallanes y puesto en el mando de la nave por él, una vez castigado Cartagena; y Esteban Gómez, el cabecilla de la rebelión que había provocado el abandono de la escuadra. Y con ello, también, una vez más, las relaciones entre los marinos portugueses y los españoles, no siempre buenas, a lo largo de toda la expedición.
Gratacós no es historiador, sino licenciado
en periodismo y realizador de cine, y eso, quizá, también se nota en su relato.
Porque, más allá de las divergencias existentes en los nombres propios de
algunos de sus protagonistas ficticios, no existentes todavía a principios del siglo
XVI; más allá de la utilización poco adecuada de algunos términos –escriba por
escribano o notario, por ejemplo, o incluso el empleo de la palabra letrado
como sinónimo de esta profesión, olvidando que un letrado, en la época en la
que se desarrolla la novela igual que en la actualidad, hace referencia, más
bien, a un abogado que a un siempre escribano-; más allá de algunas
incongruencias en el trato entre
personas de diferentes clases sociales; más allá, incluso, de algunos errores
lexicográficos de bulto, como el uso de proveído en lugar de provisto; “Nadie
lo sabe” cuenta también con importantes errores históricos, que afectan
directamente al conocimiento histórico que hoy en día se tiene de este hecho,
por más carácter que el autor se haya inspirado a la hora de escribir la novela,
según sus propias palabras, en alguna monografía sobre el propio Fernando de
Magallanes.
Podemos relacionar aquí algunos de esos
errores históricos, aunque tampoco quiero hacer una relación completa de los
mismos. Así, el autor demuestra un desconocimiento total del funcionamiento de
algunas instituciones propias de la época, como la propia Casa de la Especiería.
De la misma forma, desconoce la vegetación propia de la época, y en concreto
todo lo relacionado al cultivo del girasol, una planta procedente de América
que, si bien es cierto que empezó a ser cultivada en Europa a lo largo del
siglo XVI, todavía a principios de la tercera década de la centuria podía ser
utilizada como mera planta ornamental, con el único fin de hacer ramos con sus
flores. Todavía en 1533, cuando Fernando Pizarro se enfrentó al imperio inca,
le sorprendió encontrarse con esta planta, venerada por sus enemigos. Y por
otra parte, el autor también parece ignorar que el propio Esteban Gómez, el
último capitán de la “San Antonio”, el líder de la revuelta que provocó la
huida de la nave, y al que, en efecto, le sería encomendada una nueva
expedición en busca de un nuevo paso hacia el Océano Pacífico, esta vez por América
del Norte, en septiembre de 1524, era realmente un marino portugués, país en el
que había nacido, como Estevao Gomes, en 1484.
Otro caso de fatal incongruencia histórica es
todo lo relacionado con la defenestración de Juan de Cartagena, que si es cierto
que tuvo que ver con un asunto relacionado con las relaciones sodomíticas entre
dos miembros de la tripulación, no castigadas en un primer momento por el
propio Cartagena, se produjeron realmente de forma muy diferente a como se
relatan en la novela. En efecto, dos de los marinos de la “San Antonio” había
sido descubiertos en pleno acto de sodomía, pero los dos habían sido perdonados
por el capitán Cartagena a pesar de que este hecho estaba prohibido en alta
mar, y castigado con la pena de puerto. Enterado de ello Magallanes, los dos
marinos fueron en el acto condenados a muerte, y el hecho le sirvió de pretexto
al portugués para castigar al propio Cartagena, el segundo en el mando de la
expedición, cuya fuerte personalidad había provocado una fuerte atracción entre
los marineros españoles, mucho más fuerte que la del propio capitán general.
Sin embargo, el autor transforma este relato, convirtiendo a uno de los
marineros en el grumete Juan de Arratia, uno de los dieciocho que pudieran
regresar a la península, sodomizado contra su voluntad por el maestre de la
nave. Además, el castigo de Magallanes contra el culpable, y contra el propio
Cartagena, se convertía en un asunto de interés particular del portugués, no
sólo por la influencia que el capitán de la nave tenía ya con el resto de la
flota, sino porque el propio Magallanes se había convertido ya en un fiel
protector personal del joven grumete, al que, incluso, le estaba enseñando a
leer.
Resumiendo, la diferencia que existe entre
una novela y otra, la de Calvo Poyato y la de Gratacós, es la que hay entre una
novela histórica, con todas sus características, la primera, con una simple
novela de época, la segunda. Bien escrita también esta última, es cierto, en lo
que se refiere a la intriga de la trama. Las dos son dignas de ser leídas, pero
el lector debe tener en cuenta esa diferencia a la hora de enfrentarse a su lectura,
a la hora, en fin, de intentar comprender lo que hay detrás de la trama. Y a la
historicidad de la primera, además, contribuye también algo que deberían tener
en cuenta aquellos que quieran enfrentarse a cualquier trama histórica con el
fin de convertirla un una novela: el índice onomástico, en el que aparecen
claramente diferenciados los personajes que son realmente históricos, de
aquellos otros que no lo son.
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