jueves, 26 de mayo de 2022

La Cuenca de ayer: la calle Calderón de la Barca

 


ste texto fue presentado por su autor como trabajo de campo en el curso “Fuentes orales y su aplicación para la historia y la antropología”, celebrado en cuenca en junio de 1997, y organizado en colaboración por la Universidad de Castilla-La Mancha y la Asociación de amigos del Archivo histórico Provincial de Cuenca. Puede ser esclarecedor para contribuir a los estudios realizados sobre la historia y la sociología conquenses, aunque sea de manera muy limitada tanto en el tema como en el tiempo. De ahí que sea interesante su publicación íntegra.

La intención de este trabajo ha sido la de investigar en la vida corriente de una zona concreta de Cuenca, la calle Calderón de la Barca, en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, principalmente en la década de los años cuarenta, y de su zona de influencia. Como límites geográficos nos hemos marcado, por un lado, los dos extremos de la calle, en las plazas llamadas actualmente de la constitución –antiguamente, de Cánovas-, y de la Trinidad, y por otro lado, la actual calle Carrillo de Albornoz, tradicionalmente llamado por los conquenses Callejón de Juan Sáiz –más popularmente, incluso, callejón de Benítez-, y el paraje conocido como Puente de Palo, ocupado hasta tiempos recientes por huertas que se asomaban al río Huécar. Se trata de un espacio geográfico bastante interesante en el periodo cronológico que nos ocupa –incluso en la actualidad, al menos en parte, a pesar del tiempo transcurrido, por formar parte al mismo tiempo del urbanismo central de Cuenca- debemos tener en cuenta a este respecto que la calle citada es contigua a la de Carretería, y por lo tanto comparte con ella alguna de sus características más destacadas, como su eminente dedicación comercial-, y por otra parte el espacio rústico, representado en las ya citadas huertas del Puente de Palo, donde la vida que se hacía todavía en esos años cuarenta tiene más que ver con lo rural que con lo urbano.

La técnica empleada ha sido la entrevista. A este respecto debemos decir que el número de entrevistas realizadas, tan sólo una, no parece suficiente, y desde luego, no lo sería en el caso de haber realizado cualquier otro tipo de trabajo. Soy consciente de que los problemas que presenta el trabajo con fuentes orales –subjetividad, olvido,...- se multiplican cuando el número de entrevistas en tan escaso. Sin embargo, este sesgo se corrige en parte por ser esta zona de la ciudad bien conocida por quien realiza el trabajo, quien se ha criado y sigue viviendo en la actualidad en la calle estudiada, y sobre todo por las propias características personales de la informante: María cañas Román, nacida en el barrio en 1932 –contaba por lo tanto ocho años al inicio del periodo estudiado, y doce a su término-. Por lo tanto, es claro el interés que dicha persona siempre ha mostrado hacia su barrio, lo que permite que la merma de recuerdos no hay sido en este caso demasiado abundante. Además, al no tratarse de un trabajo especialmente polémico en lo que a la ideología se refiere, el sesgo de la subjetividad, dentro de la veracidad que en cualquier tipo de trabajo se le puede dar a este término, tampoco existe.

Finalmente, decir que la entrevista ha sido de carácter abierto, esto es, se ha permitido que el propio informante fuera el que se expresara libremente, sin interrumpir demasiado su discurso, salvo en aquellos momentos en los que ésta parecía perderse demasiado en una historia de vida que podía, en ocasiones, ser ajeno al objeto de estudio. En estos casos, hemos intentado reconducir su relato a todo aquello que sí pudiera interesarnos, esto es, a lo referente a la propia calle Calderón de la Barca en su niñez. Para ello nos hemos centrado en tres puntos concretos: 1.- La vida en la calle. 2.- La economía: el comercio como sentimiento de barrio. 3.- El entorno de la calle: las huertas del. Puente de Palo.

 

1.- La vida en la calle Calderón de la Barca

Nuestra informante no duda en afirmar, desde el primer momento, que la vida en este barrio de la ciudad, como en todo el complejo urbanístico de cuenca, era mejor, más sencilla que en la actualidad. Recuerda con emoción, lo que se aprecia en los gestos de las manos, en una risa abierta cada vez que nos cuenta alguna anécdota del momento, o incluso un chiste que entonces se contaba, que en los años cuarenta apenas pasaban coches por la calle. Incluso recuerda como en ambas aceras de la calle había plantados dos árboles que, unidos mediante una cuerda que atravesaba toda la vía, les permitía a los chicos jugar con absoluta tranquilidad. Respecto a los coches, todavía le asombra, a pesar de estar ya acostumbrada a verlo, como ahora siempre se encuentra aparcados “diez o doce coches” en la pequeña plaza donde ella ha vivido desde hace muchos años, García Álvarez de Albornoz –siempre ha sido el callejón de Juan Saiz, recuerda ella, nombre que ahora conserva sólo una pequeña parte del espacio, y más íntimamente, Callejón de Benítez, cuyo nombre tomaba de la farmacia, hoy inexistente, que había en el lugar en donde arrancaba la subida a dicha plaza-. Recuerda como entonces, cuando aún era una niña, la pequeña plaza era un espacio completamente abierto para el juego.

Sin duda, como decimos, para María Cañas, la vida en la calle calderón de la barca de los años cuarenta era más tranquila. A pesar de que en esta calle siempre ha habido bares, hoy la zona a la que hacemos referencia se ha visto perjudicada por la instalación en una de las calles del entorno, la conocida desde siempre como Calle Nueva –hoy, doctor Benítez-, de numerosos bares de copas, que para ella inquietan la convivencia. La situación es sólo un reflejo de la sociedad moderna, pero se agrava demasiado en la noche del Viernes Santo, cuando mucha gente viene de fuera de la ciudad para participar en una noche “diferente”.

Aunque el propósito era en realidad estudiar un poco cómo era la vida en esta zona durante los años cuarenta, a la informante se le escapan, casi sin querer, algunos recuerdos de la guerra. El hecho adquiere importancia cuando sabemos que en la parte más elevada de la calle, bajo el Hospital de Santiago, edificio emblemático de la zona, se hallaba uno de los más importantes refugios antiaéreos de la ciudad. Recuerda como cada vez que sonaban las alarmas, muchos habitantes del barrio dejaban todo lo que estaban haciendo y se metían con presura, a través de la entrada que tuvieran más a mano, en ese refugio. Recuerda también como enfrente de su casa ha existido hasta hace poco tiempo una cueva, no demasiado grande, pero sí lo suficiente como para permitir, a ella y a su familia, cobijarse en su interior de la posible caída de las bombas. El hecho se debía a un cierto miedo, latente en toda la familia, a que las bombas cayeran cerca del refugio y taparan sus entradas, imposibilitando con ello la salida a la población refugiada en él.

Aquella tranquilidad –la informante no alude para nada al hambre de la posguerra, lo que no quiere decir que en esta zona de cuenca no existiera, sino más bien que la memoria es, desde luego, selectiva- sólo se veía roto algunas veces para los contrabandistas, los estraperlistas, cuando sentían de cerca el peligro de ser descubiertos por la Guardia Civil; en esos momentos hacían todo lo posible para evitarlo, incluso tirar sus mercancías al Huécar, que bañaba las ya citadas huertas del Puente de Palo, que entonces “todavía llevaba agua”, a pesar de que cuando ello ocurría la corriente se las podía llevar, provocándoles en esos casos pérdidas de importancia.

Otro momento que también recuerda muy bien fue cuando se desbordó el Huécar, lo que afectó sobre todo a la calle del Agua –último lado del triángulo que cierran la de calderón de la barca y el propio río, y que deja en su interior las tantas veces citadas huertas del Puente de Palo-. Pero también a la propia calle estudiada y, sobre todo, a las propias huertas que hasta hace poco se hallaban a su espalda. Recuerda como, después de haber llovido abundantemente, vio venir desde el río una gran masa de agua sin control. El Puente de la Trinidad, cuyo único ojo era entonces mucho más pequeño que el actual, hizo efecto de presa, no dejando que el agua alcanzara con claridad el Júcar. El Huécar se desbordó, y el agua llegó a cubrir casi toda la calle, destruyendo lo que iba encontrando a su paso.

Primero cayó la tapia del Gallo, fábrica de harinas que se encontraba al principio de la Calle del Agua, y que daba nombre, y aún lo da, a las escaleras que desde allí atraviesan el puente sobre el propio río, y dan acceso a la parte antigua de la ciudad. Después también tuvo muchos problemas la tapia del colegio de las Josefinas, que entonces se hallaban en la misma calle. La informante recuerda todavía como el agua se llenó de objetos que habían sido arrastrados por la corriente: mesas, sillas, y hasta animales muertos. Y recuerdo sobre todo como las caballerías tenían ya el agua hasta la altura del lomo.


 

2.- El comercio en la calle Calderón de la Barca

Un poco para comprobar su capacidad memorística, y también un poco con el fin de estudiar de qué manera el comercio pudo influir en la zona referenciada –debemos tener en cuenta que se trata de una calle muy cercana al centro comercial de la ciudad-, le pedimos que realizara un esfuerzo mental importante e intentara recordar que comercios existían en ambas aceras de la calle en los años de su niñez. El trabajo fue bastante positivo; la respuesta fue la siguiente:

-Desde la plaza de Cánovas hasta la Trinidad, en la acera de la izquierda, nos encontramos los comercios siguiente: Narciso Díaz (tejidos), Cuchillería Yajeya, colegio Español, Refrey (máquinas de coser), zapatos Rubio (sólo almacén), confecciones vera, la Oficina de Información y Turismo, Pastelería Arrazola, Taberna el Gol, Farmacia Benítez, Droguería Benítez, Ultramarinos cantó, Taberna La Viña de Oro, carpintería de Isaac. A partir de aquí comienza el amplio casría que era de la familia Huerta, con algunos locales comerciales que, sobre todo, fueron abiertos pocos años después del periodo estudiado, aunque quizá, no lo puede asegurar la informante con precisión, ya estuvo abierto en este mismo lugar, en los años cuarenta, la sastrería Ramos.

-En el mismo sentido, pero ahora en la acera de la derecha, tenemos: Farmacia Escribano, Mercería Magino, La Parisién (confección), el quiosco de la Eufrasia, el castillo de las Medias (mercería), un estando, Las Cuadreras (marcos para imágenes de santos), Jiménez (comestibles), una tienda de lanas), Fotos Pascual, Peluquería Bayo, Olivares, la oficina de correos, la fiscalía de tasas, otra peluquería, un zapatero remendón, y la sastrería Belinchón.

De esta breve descripción estadística, y en conformidad con toda la información obtenida de la entrevista, pueden deducirse algunas cosas:

• Prácticamente la totalidad de estos comercios son de carácter pequeño, familiar, pero a pesar de ello tienen un gran interés social, porque dan vida al barrio. Tanto es así que, como vemos, en algunas ocasiones la informante no recuerda el nombre comercial del mismo, hecho que sin duda a que lo importante no era en sí mismo el nombre del comercio, sino la relación que se establecía entre el comerciante y los habitantes del barrio –“vete a las lanas a por una madeja negra”; ve al zapatero y dale esto”-.

• Por esa misma relación personal, el trato no era el usual de comerciante a cliente, sino el de dos personas que se conocen “de toda la vida”. La informante cuenta, acerca de esto, que si algún cliente se olvidaba en alguno de estos comercios las vueltas del importe pagado, el dueño del comercio no dudaba en entregárselo en cuanto tuviera la oportunidad de hacerlo. Este hecho, muy raro de encontrar en los tiempos actuales a juicio de la entrevistada, era en los años cuarenta norma de conducta, y refleja en cierto sentido esa relación cercana entre ambos.

• Los sectores de actividad son muy variado, predominando en cualquier caso todo lo relativo a la confección textil en sus muy diversas facetas: mercerías, sastrerías, o los propios comercios dedicados a la venta de telas. Después destacan los comercios de comestibles y alimentación, peluquerías y tabernas. En algunos casos se puede observar una cierta continuidad entre los años cuarenta y los noventa, siendo el caso más llamativo la cuchillería Yajeya, que no sólo existe todavía, sino que además ocupa el mismo local que entonces.

• Junto a estos comercial fueron también instalados algunos servicios, oficiales o no: Colegio Español, Información y turismo, correos, y la fiscalía de tasas.

 

3.- El entorno de la calle: las huertas del Puente de Palo

Sin duda por su carácter rústico hasta hace muy poco tiempo, la zona que más ha cambiado desde los años cuarenta hasta la actualidad des precisamente este entorno de huertas, de las cuales todas han desaparecido; sólo queda del periodo tratado algunas casas viejas que se encuentran en la bajada desde la calle Calderón de la Barca.

Se accedía a esta zona por estrechas callejas, una situada en el centro de la zona, frente a las escaleras de acceso al Hospital de Santiago –hoy, calle José Martín de Aldehuela-, y la otra al final de la calle, junto al Puente de la trinidad –la entrada desde la calle doctor Galíndez ha sido abierta muy recientemente, al proceder a la construcción de la zona de nuevos edificios impersonales- . en el primero de los accesos citados, que daba directamente al Puente de palo propiamente dicho, se hallaba entonces una pequeña carpintería, hoy totalmente desaparecida, y que se constituía en la única actividad económica de esta parte de la zona estudiada diferente al sector primario. Por la segunda se accedía a la también desaparecida Fuente de la Doncella.

Como decimos, se trataba de un sector dedicado completamente a la agricultura, en concreto a la huerta, aunque también había un espacio dedicado a chopera. El río, que corría entonces más cerca de la calle calderón de la Barca, o de sus espaldas –su caudal fue desviado hacia la muralla cuando se canalizó con el fin de evitar nuevas inundaciones-, que entonces llevaba más agua que en la actualidad, regaba estas huertas poco antes de desembocar, al otro lado del Puente de la Ttrinidad, en el Júcar. Si el Callejón de Juan Sáiz, o incluso la propia calle Calderón de la Barca, era un espacio abierto en el que los chicos del barrio podían jugar, más lo eran todavía, desde luego, los pocos espacios libres que las huertas dejaban. En estos espacios abiertos se han celebrado, hasta hace poco tiempo, las hogueras del 2 de mayo, víspera de la Santa Cruz, o cuando se acercaba la semana santa, las célebres “procesiones infantiles, elementos aglutinadores hasta hace muy poco tiempo –en realidad, también en la actualidad) de los chicos conquenses.

Como decimos, la zona está cerrada, junto a las viejas murallas medievales, por las calles del Agua y calderón de la Barca, dejando dentro de ella el propio río Huécar. Por lo que respecta a las construcciones, edificios modernos de mármol –uno de ellos incluso con ascensor panorámico- han sustituido a los antiguas casas de huerta. En la parte contraria, apoyadas en la muralla, se conservan todavía los dos edifici8os principales, desigualmente restaurados, y dedicados hoy a fines diferentes a los que tuvieron en su momento: el antiguo instituto, trasladado a finales de la década, y el viejo palacio de la Audiencia (hoy Conservatorio de Música).

 

4.- Conclusiones

Como vemos, se trata de uno de los espacios urbanos conquenses que más se ha visto transformado por el paso de los años, a pesar de que la observación de algunas fotografías de la época pudieran indicarnos lo contrario. Sin embargo, la presencia continuada de comercios, en algunos casos con rótulos idénticos a los actuales, el mantenimiento –sobre todo en algunas partes de la calle; en otras, por desgracia, los modelos de los nuevos edificios se han modificado demasiado, desvirtuando en cierta medida esa arquitectura decimonónica que le ha dado carácter especial a esta zona del ensanche-, hace pensar quizá, si hacemos el esfuerzo de eliminar del paisaje los coches que atraviesan la calle, que el tiempo no ha hecho demasiada mella en ella.



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