En los últimos meses han
visto la luz dos nuevos libros, que son resultado de las respectivas
investigaciones realizadas por sendos historiadores, doctores ambos en historia
contemporánea, que cuentan ya, los dos, con una destacada bibliografía sobre
esos años tan complejos de la primera mitad del siglo pasado, marcados por la
violencia y el apogeo de políticas extremas, y en muchos casos populistas, como
fueron el fascismo y el comunismo; años marcados, sobre todo, en el ámbito
nacional, por la Guerra Civil española, y en el ámbito internacional, por la
Segunda Guerra Mundial. Dos autores que, como decimos, han dedicado buena parte
de su trayectoria científica e intelectual, a esta etapa de nuestra historia,
muchas veces olvidada, y casi siempre mal entendida. Se trata de los doctores
Ángel Luis López Villaverde y Ana Belén Rodríguez Patiño.
Ana Belén Rodríguez Patiño dedicó su tesis doctoral, precisamente, al desarrollo de la Guerra Civil en la provincia de Cuenca, un territorio, por otra parte y como es bien sabido, que se mantuvo durante todo el tiempo que duró el conflicto en la retaguardia republicana. Y es que, cuando estudiamos un tema tan apasionante, y apasionado, como es la Guerra Civil, al igual que sucede siempre con cualquier otro conflicto bélico, tendemos muchas veces a hablar sólo de las grandes batallas, de las operaciones militares, y a olvidarnos de la importancia que la retaguardia puede tener también en el desarrollo de la guerra. Aquella primera tesis fue resumida por la autora, y ampliada a un mismo tiempo, con dos pequeños libros, titulados respectivamente “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). Del 18 de julio a la Columna del Rosal” y “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). De la pugna ideológica a la revolución”; y más tarde, en colaboración con Rafael de la Rosa Rico, y su impresionante colección fotográfica sobre nuestra ciudad, un nuevo volumen, bajo el título de “Represión y Guerra Civil en Cuenca. Nuevos testimonios u fotografías”. En este nuevo estudio sobre la Guerra Civil en nuestra provincia, se ha decidido a profundizar en un tema que hasta ahora se hallaba completamente inédito: la llamada Quinta Columna, y su realidad en el territorio conquense, como factor de importancia en la definitiva liberación de nuestra ciudad por las tropas nacionales.
Antes de entrar a
analizar el libro en sí mismo, conviene tener claro qué es lo que se entiende
realmente cuando hablamos de la quinta columna, un término que a veces es
empleado de una forma diferente a lo que significó cuando fue acuñado, en plena
Guerra Civil. De esta forma, si echamos mano de la Wikipedia, podemos leer lo
siguiente: “Es una expresión para designar, en una situación de
confrontación bélica, a un sector de la población, que mantiene ciertas
lealtades (reales o percibidas) hacia el bando enemigo, debido a motivos
religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Tal característica hace que se
vea a la quinta columna, como un conjunto de personas potencialmente desleales
a la comunidad en la que viven, y susceptibles de colaborar de distintas formas
con el enemigo.”
En realidad, la
invención de la expresión se atribuye al general Emilio Mola, uno de los
principales líderes del ejército sublevado, quien la pronunció, según la teoría
mayoritaria entre los historiadores, en el transcurso de una alocución
radiofónica, cuando se refería al avance de las tropas nacionales sobre Madrid.
Así, al referirse a las cuatro columnas militares que, bajo su mando, avanzaban
en ese momento, otoño de 1936, sobre la capital de España, desde Toledo,
Sigüenza, la propia sierra madrileña y la carretera de Extremadura, era
necesaria también la existencia de una “quinta columna” que, formada también
por militares, pero principalmente por civiles, y con el fin de socavar la
resistencia republicana, trabajara desde dentro de la ciudad, creando una
estado de opinión favorable a los sublevados. La frase de Mola, o según otros
autores inventada por otro de los generales nacionales, José Enrique Varela,
tuvo tanto éxito, que a partir de ese mismo momento se popularizó tanto entre
ambos ejércitos, y en los medios de comunicación, que desde entonces, y sobre
todo desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido utilizada en todos los conflictos
bélicos que se fueron desencadenando repetidamente en los años siguientes, y
sigue siendo utilizada en el actual conflicto de Ucrania, e3n este caso para
referirse a la población rusa de la región del Donbás.
Dicho esto, ¿se puede
hablar, realmente, de una quinta columna en la ciudad y en la provincia de
Cuenca, durante los años de la Guerra Civil? Y en el caso de que sea así,
¿Quién o quiénes formaban esa quinta columna, cuando es un hecho suficientemente
conocido, que la supresión de los elementos favorables al bando sublevado,
religiosos y creyentes, y políticos de derecha, sobre todo, por parte del
gobierno republicano, fue brutal en toda la provincia de Cuenca durante los
primeros meses de la guerra? La autora lo tiene bastante claro: esa quinta
columna, por supuesto, y como sucedió en todas las ciudades que seguían estando
del lado republicano, también existió en nuestra ciudad; y no sólo eso: su
actividad, realizada, por supuesto, de manera clandestina, a escondidas de las
autoridades, fue vital hasta el mismo momento de la liberación, que se llevó a
cabo pocos días antes de la toma definitiva de Madrid, el día 1 de abril de
1939. Y uno de los elementos más significativos de esa quinta columna, además
de la actividad realizada por algunos de los miembros de la Iglesia, fue,
también en Cuenca, el partido de Falange, especialmente desarrollado desde el
primer momento de su fundación, en algunos de los pueblos de la Manchuela, como
Quintanar del Rey.
Es cierto que en el
verano de 1936, durante las primeras semanas de la guerra, tal y como ya se ha
dicho, la represión republicana había sido brutal, y que fueron asesinados
muchos de los máximos dirigentes provinciales del partido, al mismo tiempo que
se ejercía también ese misma represión contra algunos elementos de la Iglesia,
desde seglares católicos hasta el propio obispo de la diócesis. Sin embargo, en
los meses siguientes, pasada ya la plena ebullición represiva de los primeros
días, la propia Falange pudo reorganizarse, como sucedió también en otras
ciudades de España, pasando a organizar algunos trabajos soterrados en contra
de las instituciones republicanas, desde hacer proselitismo en favor de los
sublevados, hasta organizar huidas en favor de aquellos que, perseguidos por
las autoridades, corrían grave riesgo de ser detenidos.
A esas actividades
antigubernamentales no eran ajenas tampoco las mujeres, algunas de las cuales
se encontraban todavía en una edad casi adolescente, organizadas en Cuenca,
como en otros puntos, alrededor de la Sección Femenina. La doctora Rodríguez
Patiño ha dado nombre a alguna de aquellas mujeres valientes, que no dudaron en
arriesgar su vida en defensa de sus ideales -no entro aquí a juzgar esos
ideales, porque lo que realmente nos interesa es el hecho de que lo hicieron- ,
mujeres muy jóvenes algunas de ellas, de entre quince y diecisiete años, que
durante la guerra habían seguido los pasos de otras mujeres, como la madrileña
María Luisa Martínez-Kleiser, la hija del conocido escritor Luis Martínez
Kleiser, y que era a su vez la esposa de otro derechista conquense reconocido,
el abogado Cayo Conversa Muñoz, hijo, a su vez, del antiguo alcalde de Cuenca
de la época primorriverista, Cayo Faustino Conversa Martínez, y él mismo, en
1930, nombrado presidente de la Diputación Provincial de Cuenca. Mujeres que,
todas ellas, después, en la posguerra, cuando la provincia y el país se vieran
por fin sacudidas por el aire reconfortante de una paz ganada tras la victoria,
serían reconocidas por el conjunto de la sociedad conquense.
Pero si hay un nombre
que ejemplifica por sí mismo la actividad de la quinta columna en la ciudad de
Cuenca, líder en la arriesgada tarea de sacar de la provincia a los elementos
perseguidos por el gobierno republicano y llevarles hasta un lugar seguro, al
otro lado de las líneas del frente, ese fue, sin duda alguna, José4 Roibal
Pérez, un mecánico que era el padre del quien después se convertiría en el
reconocido pintor conquense Luis Roibal. Él mismo terminaría pagando aquella
actividad con su propia vida, tal y como recoge, a partir de los testimonios de
su hijo, la doctora Ana Belén Rodríguez Patiño:
“José Roibal contactó
con sus amistades para escapar hasta Teruel. Lo intentó en una etapa muy temprana,
en los primeros meses de 1937, lo que demuestra la existencia de expediciones
hacia el bando contrario desde que acabara el conflictivo 1936. Y también evidencia el acercamiento con la
Falange Clandestina de Madrid. Quizá no fuera él sólo quien organizara la
quinta columna, pero no cabe duda de su importancia en ella. Con todos estos
datos, la policía republicana optó por esperar y ver hasta dónde podían extraer
mayor información de Roibal y otros falangistas escondidos. Le permitieron mover
los hilos para conseguir un coche que le facilitara la huida, pero alguien dio
el aviso de su fuga. Y así, en la noche del 12 de abril, una vez subido en ese
coche, al lado de una supuesta persona de confianza llegada desde la capital, y
de quien José Roibal tenía referencias o conocía directamente, iniciaron el
camino hasta la zona nacional. Pasada la población de La Melgosa, a poco más de
50 km. de la capital, cuando llevaban una hora de camino y estaban lejos de
núcleos rurales, el coche se detuvo, y Roibal fue sacado al exterior y abatido
a balas.”
El asesinato de José
Roibal no paralizó totalmente a la quinta columna conquense, como lo demuestra
la actividad que, en el bandeo republicano, tuvo también, hasta el mismo final
de la guerra, el Servicio de Investigación Militar. Y es que, como es lógico
suponer, los gobiernos local y provincial no se quedaron parados ante la
actividad quintacolumnista de los individuos favorables al bando de los
sublevados, como no lo hizo tampoco el gobierno republicano del país, que por
decreto del 6 de agosto de 1937, del Ministerio de Defensa, creaba el citado
Servicio de Investigación Militar -el temido SIM-, que en Cuenca estableció sus
oficinas centrales en una casa de la que entonces se llamaba calle del General
Lasso -hoy calle de San Juan-, y que además contaba con varios edificios
carcelarios, como los del Seminario Conciliar y el convento de carmelitas
descalzas, ambas propiedades de la Iglesia que habían sido expropiadas al
principio de la guerra, o la llamada Casilla de San José, a la entrada de la
carretera de Valencia, tristemente desaparecida hace algunos años en aras de
una nueva urbanización de la zona que, sin embargo, podía haber respetado un
edificio tan singular para la historia de Cuenca. En estos edificios fueron
encarcelados, muchas veces sin juicio previo, multitud de elementos
derechistas, y de ellos fueron sacados después, casi siempre de noche y en
ausencia de testigos, para recibir un último “paseíllo”, que siempre terminaba,
irremediablemente, con una ración de plomo en el pecho o en la cabeza.
El segundo de los libros
que quiero comentar en esta entrada, es el último trabajo del doctor Ángel Luis
López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus
conquense: “En la guerra como en el amor. Emociones e historia de un voluntario
de la División Azul y banalización de la cruzada contra el bolchevismo”. En la
línea de esa microhistoria que caracteriza a otros estudios previos de este
historiador, y que hizo especialmente popular la tan comentada obra del
historiador italiano Carlo Ginzburg, abanderado de la Nouvelle Hostorie, la
tercera generación de la llamada Escuela de los Anales”, “El queso y los
gusanos”, López Villaverde profundiza en uno de esos voluntarios conquenses que,
formando lo que vino a llamarse la División Azul -en realidad, la División
Española de Voluntarios, que ese es realmente su nombre oficial-, que,
incorporada a la Wehrmatch, a ese ejército alemán que en su momento se
consideraba prácticamente imbatible, como los ejércitos napoleónicos cine años
antes, y enviados con él al frente ruso, quería, tal y como aparece en su
ideario, y titula uno de los capítulos del libro, erradicar el comunismo,
convertir fieles, y salvar a España”. Ángel Rico Escudero, el protagonista
de la obra, fue uno más de los centenares de divisionarios conquenses -aunque
no había nacido en nuestra provincia, de donde, sin embargo, su familia sí era
oriunda, Ángel Rico era un vecino más de nuestra ciudad en el momento de su
alistamiento, porque a Cuenca había regresado, con el resto de la familia,
cuando se produjo el fallecimiento de su padre-. Uno más, como tantos otros,
pero a través de sus vicisitudes, primero en los campos de entrenamiento
alemanes y más tarde, ya en campaña, se puede seguir, al menos en padre, las
vicisitudes generales por las que todos ellos tuvieron que pasar en los años de
la Segunda Guerra Mundial.
El punto de partida de este libro es una colección de postales que por casualidad, fueron halladas por el cineasta conquense Juan Ramón Fernández Serrano -Juanra Fernández-, también profesor, como el autor del libro, en la Universidad de Castilla-La Mancha. Las postales habían sido remitidas desde Alemania, desde el propio frente, y también, las últimas de ellas, desde el hospital en el que había sido ingresado el protagonista, con el fin de curarse de sus heridas, y tenían como única destinataria a la novia del soldado, Conchita Rubio, con la que después terminaría por casarse. La intención del autor, en un primer momento, fue la de convertir aquellas postales en el guion de un documental que tratara la realidad de los divisionarios. Sin embargo, López Villaverde se dio cuenta desde un primer momento, de las claras posibilidades historiográficas que tenía en la mano, y en base a una importante documentación, procedente de diferentes archivos conquenses y foráneos -el Archivo Histórico Provincial de Cuenca y el Archivo Histórico Militar de Ávila, principalmente-, de la prensa local -Ofensiva- y nacional -ABC-, y de algunas fuentes orales -las proporcionadas por uno de los hijos de la pareja, José Manuel Rico Rubio-, ha logrado trazar la peripecia vital del protagonista, desde los años de su movilización e incorporación a filas, primero durante la Guerra Civil y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial, hasta los años posteriores a su repatriación, que se produjo algunos meses antes que la repatriación general del conjunto de los divisionarios, debido a una herida de guerra que si no fue lo suficientemente grave para ser declarado mutilado de guerra, si lo fue para poder abandonar, antes de tiempo, las trincheras rusas y el frente de guerra.
A través de este
conquense, de origen y de adopción, el doctor López Villaverde logra responder
algunas preguntas sobre una institución tan polémica, denostada por unos y
alabada por otros, como es ésta de la División Azul. Preguntas tan importantes
como si el grueso de sus miembros fueron realmente voluntarios, o si en
realidad eran otras las motivaciones que les movieron a alistarse a filas y
marchar a un frente y a un territorio, que en realidad les eran ajenos.
Preguntas relativas al verdadero papel que los españoles jugaron en la
represión contra los soldados rusos que habían sido tomados prisioneros, o
contra el conjunto del pueblo ruso, principalmente los judíos, como miembros de
un ejército, el alemán, que sería condenado en Nuremberg por graves delitos de
crímenes de guerra -bien es verdad que en cualquier guerra, al final, sólo son
juzgados por este tipo de delitos los ejércitos vencidos, y que los crímenes de
guerra cometidos por los vencedores siempre quedan impunes-. Preguntas como
cuál fue verdaderamente la acogida que los voluntarios, una vez repatriados,
tuvieron entre el conjunto de la sociedad española. La labor del historiador es
hacerse preguntas respecto del pasado para, con el rigor científico que es
lógico suponerle, y con una honradez intelectual y profesional, encontrar las
respuestas a todas esas preguntas, a partir de las diferentes fuentes
consultadas.
Un tema, a priori,
contrapuesto, éste de la guerra y el amor, pero que muchas veces ha ido en
consonancia. A este respecto, el propio López Villaverde ha escrito lo siguiente:
“Aceptar el reto de reconstruir la historia particular de un divisionario a
partir de las huellas que dejó la correspondencia a su prometida, una veintena
de tarjetas postales, y de alrededor de una cincuentena de fotografías, en su
viaje, estancia y regreso del frente ruso, resulta especialmente atractivo para
quien se ha interesado en anteriores trabajos por una perspectiva micro y los
enfoques desde abajo. Aunque no es fácil, se trata de narrar el viaje emocional
de una experiencia bélica donde las percepciones y sentimientos tienen más
protagonismo que los aspectos militares. Unas percepciones que se van significando
entre la salida y el regreso, y que forman parte de una memoria histórica
contrapuesta a la democrática. El punto de partida era cómo explicar unas
declaraciones de amor mientras se viajaba a miles de kilómetros de casa para
invadir un país de la mano de la mayor maquinaria de guerra del momento, para
culminar la obra iniciada durante la Guerra Civil, matar comunistas para salvar
una civilización como la cristiana. A lo largo de esta investigación, las
percepciones de Ángel Rico se han puesto en diálogo con las de otros
divisionarios. Uno de ellos, Dionisio Ridruejo, falangista pronazi, llegó a
escribir bellos sonetos mientras se preparaba para el combate. También entre
los brigadistas internacionales hubo poetas, como Edwin Rolfe. Y es que la
poesía, como otras manifestaciones artísticas, han bebido de las guerras desde
el principio de los tiempos.”
El lector debe perdonar
la larga cita que acabo de transcribir, que por otra parte resume a la
perfección una realidad que muchas veces ha sido olvidada. Una realidad que se
remonta, como dice el autor del libro, al origen de toda la literatura -ver, si
no, ejemplos tan clarificadores como la Iliada de Homero, o la Eneida de
Virgilio-, que tan importante ha sido siempre en la tradición literaria
española -desde el Cantar del Mio Cid hasta los hermosos poetas de Francisco de
Aldana-, y que está también presente en la literatura actual, incluso entre los
poetas más pacifistas. Recordemos, si no, los mágicos versos de Miguel
Hernández, que fueron escritos en prisión: “ Tristes guerras / si no es amor
la empresa. / Tristes, tristes. // Tristes armas / si no son las palabras. //
Tristes, tristes. // Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes,
tristes.
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