Conocí
personalmente a Antonio Pérez Henares, “Chani”, hace algunos años, durante un encuentro que el
autor tuvo con sus lectores en Huete, en el marco de una de esas ferias de
libro que anualmente celebra la Diputación Provincial de Cuenca en fechas
primaverales, y con motivo de la publicación de una de sus novelas, “El rey
pequeño”, que tuve también la ocasión de comentar posteriormente en una de las
entradas de este blog (ver “Crónica del rey pequeño”, 12 de agosto de 2016). La
ocasión que se me daba entonces de participar en este evento era interesante
para mí por dos motivos: por el autor de la novela que iba a ser comentada, uno
de los escritores españoles a los que yo más admiro, por la calidad de sus
novelas y por la sinceridad y moderación que siempre ha manifestado, tanto en
sus artículos de prensa como en los debates y las tertulias televisivas en las
que ha participado; y por la personalidad del protagonista de la novela,
nuestro rey Alfonso VIII, uno de los reyes más importantes de la Castilla
medieval, no ya por el hecho de que fue él quien conquistó definitivamente la
ciudad de Cuenca para Castilla y para el cristianismo, sino también, sobre todo
por ello, porque fue el protagonista principal de la victoria que las huestes
cristianas obtuvieron el 1212 en Las Navas de Tolosa. La importancia de esta
batalla, que fue saldada con la victoria de Alfonso VIII y del resto de reyes
cristianos de la península, ya ha sido puesta de manifiesto muchas veces, y en
concreto, y por lo que a este blog se refiere, en otra de las entradas (ver “Alfonso
VIII y la batalla de Las Navas de Tolosa,”,
15 de julio de 2018).
En
esta ocasión, mi intención es la de comentar la última novela del escritor
guadalajareño, “Tierra vieja”. Un libro que, a pesar de sus diferencias, se
puede considerar como el cierre perfecto a la saga que inició el autor, hace ya
varios años, con la novela “La tierra de Alvar González”, y que continuaría
después con “El rey pequeño”, conformando de esta manera lo que podemos
considerar como una “trilogía medieval”. Porque si en la primera novelaba la
epopeya de estas tierras castellano-manchegas, a caballo entre las provincias
de Guadalajara y de Cuenca, en la época de Alvar Fáñez de Minaya -o mejor dicho,
como afirma el autor, Minaya Alvar Fáñez, “Mi hermano” Alvar Fáñez, porque así
le llamaba el propio Cid campeador, y hasta la reina doña Urraca-, y si en la
segunda hacía lo propio con la epopeya del rey Alfonso, el “rey pequeño” porque
lo era, porque todavía era un niño cuando accedió al trono, marcados sus
primeros años de reinado por la regencia y por las luchas civiles entre los
Castro y los Lara, las dos familias más poderosas del reino en aquellos años
tan complicados, lo que ahora nos novela Pérez Henares es la epopeya de vivir
en la frontera para todos aquellos que, como dice el autor, no tienen nombres,
no son reyes, ni obispos, ni grandes señores. La epopeya de aquellos hombres y
mujeres que repoblaban las tierras que eran conquistadas a los sarracenos.
Humildes trabajadores de la tierra, que no eran poderosos, pero sin los cuales
hubiera resultado imposible la epopeya de la Reconquista.
Algunos
de los protagonistas de esta última novela habían aparecido ya en “El Rey
pequeño”, y entre ellos conviene destacar la figura de Pedro Gómez de Atienza, aquel
niño recuero que había ayudado al rey Alfonso a escapar en Atienza, cuando
estaba a punto de ser hecho prisionero por las tropas leonesas. Pedro Gómez,
que a su vez era nieto de aquel Pedro el Pardo, a quien el mismo Alvar Fáñez
había premiado con su amistad en la primera gesta de la trilogía. Ahora,
convertido en una persona importante, por su cercanía al propio rey, pero
también por su propia personalidad, es respetado por el resto de los
personajes, y sobre él es sobre quien va a gravitar todo el engranaje de la
repoblación en esta parte de la frontera.
Pero
de alguna manera, “Tierra Vieja” también conecta con la tetralogía prehistórica
de Antonio Pérez Henares, la serie que empezó a hacerle famoso en el mundo de
las letras, y que está formada por las novelas “Nublares”, “El hijo de la garza”,
“El último cazador” y “La mirada del lobo”. Y es que, a pesar de los muchos
años que separan las dos sagas, el espacio geográfico en el que se desarrollan
es el mismo: las mismas alcarrias de Guadalajara y del noroeste de Cuenca. En
este sentido, la cueva de Nublares, que sirve de cobijo tanto para Ojo Largo y
el resto de los miembros de su clan como para el hijo del Manquillo o el resto
de los habitantes de Bujalaro, cuando sienten el peligro y se ven en la
necesidad de esconder el ganado, es clarividente. Como tampoco parece que sea
una casualidad el apodo de la Garza, la hija del Maula, que no deja de ser un
trasunto de una de las principales protagonistas de la tetralogía prehistórica.
“Tierra
vieja” es la historia de todos aquellos que no tienen nombre, o, mejor dicho,
de todos aquellos que no cuentan con un apellido glorioso que pueda acompañar a
su nombre de pila. Son aquellos que sólo cuentan con un adjetivo que pueda
darles una característica a los ojos de los otros -el Rubio, el Mozo, el Alto,
…-, o una profesión que les diferencie de los demás -el Molinero, el Herrero,
el Escudero…-, o un lugar de procedencia, que quizá abandonaron para siempre
cuando aún eran niños -El Atienza, el Úbeda, el Bujalaro, …-. Es la epopeya de
todos aquellos que, huyendo de un pasado doloroso, a veces inconfesable,
escapando de la esclavitud que suponía en las tierras del norte el trabajo de
la gleba, o el tener que servir a un señor que a veces tenía incluso derecho de
pernada, buscaban en la frontera la libertad que podía ofrecerles un fuero y
unas pocas yuntas de tierra propia. Es también, y el autor así lo ha reconocido
cada vez que ha tenido oportunidad de hacerlo, la novela que le debía a su
padre y a todo un pueblo. Por ello, creo que no hay mejor definición para
explicar lo que es “Tierra vieja”, que el mensaje que aparece en la contraportada
del libro:
“Se
han contado los relatos de los reyes, de los nobles, de las batallas y de los
grandes guerreros, pero quienes repoblaron la tierra yerma fueron hombres y
mujeres que, con una mano en la estiba del arado y la otra en una lanza, arriesgaron
sus vidas por repoblar las tierras perdidas. Entonces, cuando una peligrosa
tropa acechaba -y junto a ella la muerte- ellos dibujaron las fronteras que hoy
heredamos. En esta novela de prosa evocadora y exhaustivo rigor histórico,
Antonio Pérez Henares nos traslada, a golpe entre el siglo XII y el XIII, a las
fronteras de la Extremadura castellana por las sierras, las alcarrias, el Tajo
y el Guadiana. A través de sus personajes -cristianos y musulmanes, campesinos
y pastores, señores y caballeros-, nos muestra la historia de los que sembraban
y segaban, de los que levantaron ermitas e hicieron brotar pasiones, amistades,
rencores, pueblos y vivencias. Aquellos que dieron humanidad a la tierra y se
convirtieron en la semilla de nuestra nación. Esto es Tierra Vieja, y ellos,
sus héroes.”
En
efecto “Tierra vieja” es la historia de una forma de vida diferente, en la frontera,
entre el cayado y la lanza o la ballesta, entre la paz de los surcos de tierra
y la sementera y el mido a las algaras de los enemigos, en esas tierras, entre
Cuenca y Guadalajara, que hoy se llama la sierra de Altomira, y que entonces
era llamada la Sierra de En medio, porque precisamente, estaba en el medio
entre las tierras de los árabes y las tierras de los cristianos. Una sierra que,
durante mucho tiempo, durante siglo y medio, una etapa crucial para la historia
de España, estaba separando dos culturas, dos civilizaciones, diferentes. Hasta
que llegó la conquista de Cuenca, en 1177, y se llevó la frontera un poco más
al sur, a las estribaciones de las llanuras manchegas, que eran algo más difíciles
de defender para los mahometanos. Por ello, a partir de este momento, la
frontera empezó a alejarse de las alcarrias, aunque todavía, de vez en cuando,
sobre todo a partir de la derrota de Alarcos, el miedo a vivir en la frontera
volvía a atenazar a los que allí vivían cada vez que escuchaban acercarse los
cascos de los caballos al galope. Así, hasta la victoria en Las Navas de
Tolosa, que llevaría definitivamente la frontera hasta más allá de
Despeñaperros.
-Esta
es una novela histórica, desde luego, pero es también la novela iniciática de
un pueblo, Bujalaro, el pueblo natal del autor, pero que podría ser también
cualquier otro pueblo de Guadalajara, o de Cuenca, o de Castilla-La Manca, o
incluso de cualquier lugar de España. Porque la manera de cultivas la tierra y
de trabajar en el campo era la misma, en aquellos años de frontera, en todos
los lugares de la península, y lo siguió siendo, a través de los siglos, hasta
mucho tiempo después, hasta mediados del siglo pasado, cuando la
industrialización del campo, con sus tractores con aire acondicionado y sus
grandes cosechadoras, vinieron a alejar a los hombres del campo y a vaciar
nuestros pueblos. Ya lo hemos dicho: el libro es un homenaje, una especie de
tributo que el autor ha querido hacer a su padre, el último hombre que, según
sus propias palabras, había seguido trabajando en Bujalaro de la misma manera
en que lo habían hecho sus antepasados, de la misma forma en que lo hicieron,
en los años de la frontera, el Maula, que se había quedado en el pueblo cuando los
demás lo habían abandonado, conquistado por los cristianos, o el Julián y el
Valentín, los dos hermanos que vinieron hasta aquí, huyendo de un pasado inconfesable
en las tierras septentrionales de la provincia de León.
El
libro parece que termina con la victoria cristiana en Las Navas de Tolosa, y
podría ser así, porque, ya lo hemos dicho, es entonces cuando la frontera se
aleja con carácter definitivo. Es ahora cuando los habitantes de la frontera, por
fin, pueden vivir más tranquilos, lejos ya de las algaras de los musulmanes, en
busca de riquezas o de esclavos. Sin embargo, dos hechos posteriores y
sucesivos pondrán colofón al texto. Primero, la muerte de Alfonso VIII y de su
esposa, Leonor Plantagenet, con sólo unos días de diferencia, que colocó en el
trono de Castilla un nuevo “rey pequeño” y devolvió a Castilla la inestabilidad
en la que había vivido en los primeros años de su reinado. Otra vez el reino
estaba sumido en una regencia, y otra vez las principales familias de Castilla,
Los Lara y los Haro -Los Castro hacia ya mucho tiempo que habían caído en desgracia,
por culpa de sus propias traiciones, que les habían colocado primero al lado
del rey de León, y más tarde, incluso, del propio sultán almohade. Después, la
muerte del propio rey Enrique, en un trágico y estúpido accidente, pondría las
cosas más difíciles para la regente, la infanta Berenguela, y para los
intereses de su hijo, el ya coronado rey Fernando III. Sin embargo, la
inteligencia de la infanta logró llevar las cosas a su cauce, en beneficio del
propio reino de Castilla, logrando que no sólo fueran los castellanos, sino
también los propios leoneses, los que coronaran a su hijo como rey, logrando,
de esta manera, la unión definitiva de Castilla y de León.
No
quiero cerrar esta entrada sin hacer alguna referencia al protagonismo que
Cuenca, ciudad y provincia, también tiene en la última novela de Chani. Y lo
tiene no sólo por la propia conquista de la ciudad por parte de Alfonso VIII,
la primera que el rey, ya no tan pequeño, pudo obtener en su carrera, y en cuyo
cerco, más allá de leyendas y de falsos cronicones (respecto a las mentiras que
se han escrito sobre la conquista de Cuenca, y que todavía se tienen por
verdades, ver en este blog “Desmitificando la historia. La verdadera conquista
de Cuenca por Alfonso VIII”, 9 de mayo de 2019) se produjo la muerte del propio
hayo del rey, don Nuño Pérez de Lara, en1177, cuando éste acudió a proteger al
monarca cuando un grupo de sarracenos llegó hasta su campamento con el fin de
asesinarle. Después, en la batalla de Alarcos, y sobre todo en la de Las Navas,
tendrían un papel destacado las mesnadas concejiles de Cuenca y de Huete, e
incluso las de Alarcón, algún tiempo después, serían las que lograrían la
conquista de la entonces pequeña población de Al Basit, Albacete,
convirtiéndola durante algún tiempo en aldea dependiente de su alfoz. Incluso
alguno de los personajes inventados por el autor, alguno de los llamados Siete
Lanzas, protagonistas de importantes batallas y de pequeñas algaras por tierras
de moros, seria originario también de una de las aldeas del alfoz de Huete,
Jabalera.
También
hay que destacar el papel jugado por alguna de las familias más poderosas del
reino en la conquista de Cuenca, y en concreto, por su alférez, Diego López de
Haro, cuyos servicios fueron premiados por el monarca entregándole un extenso
territorio en la Mancha conquense, concretamente en esa comarca que todavía se sigue
llamando de Haro, que él mismo gobernó desde su hoy olvidado castillo,
necesitado de una restauración urgente si no queremos perder una parte de
nuestra historia. Después, tras la muerte del rey, y en el escenario de la
guerra civil que asoló Castilla durante la minoría de edad de Enrique I, destacaría
la figura de Alvar Núñez de Lara, el hijo del mismo Nuño Pérez e Lara que había
salvad la vida del propio Alfonso VIII a costa de la suya, y que había cambiado
sus servicios a Castilla por otros nuevos, en beneficio del rey Alfonso IX de
León. Éste, adentrado en tierras conquenses, logró tomar los casillos de Alarcón
y de Cañete, aunque una vez derrotado por Fernando III, y obligado a entregar
los extensos territorios de los que se había apoderado, ingresó en la orden de
Santiago, en cuyo monasterio de Uclés sería enterrado después de su muerte,
acaecida en 1218 en Castrejón (Palencia), según el arzobispo Ximénez de Rada, o
en Toro (Zamora), según la Crónica General.
El
propio Antonio Pérez Henares, durante la presentación de la novela que se llevó
a cabo en Cuenca hace algunas semanas, puso el dedo en la llaga sobre la
importancia que en los últimos tiempos está teniendo la novela histórica. En
efecto, de todas las novelas que se publican actualmente en España, y son
muchas, el treinta por ciento son novelas históricas, siendo, con mucha diferencia,
el género literario que más éxito está teniendo en la actualidad, seguido, a
mucha distancia, por la novela negra. Definitivamente, a la mayor parte de las
personas les gusta la historia, porque la historia es una parte de nosotros
mismos. Lo que no nos gusta es que los políticos, o incluso los propios
historiadores, nos quieran modificar nuestra propia historia en beneficio de
una ideología determinada. Por ello, el propio Pérez Henares, junto a otros
grandes novelistas que también han escrito novelas históricas -Santiago Posteguillo,
Isabel San Sebastián, Juan Eslava Galán,
Javier Sierra, Almudena de Arteaga, Luz Gabás, Julio Calvo Poyato, Carmen Posadas,
…- o pintores como Augusto Ferrer Dalmau, el “pintor de batallas”, como ha sido
definido, fundaron la asociación Escritores con la Historia. Considero interesante
finalizar esta entrada haciendo referencia a esta asociación, y la mejor manera
de hacerlo es añadiendo un enlace, en el que el lector puede acceder al texto
completo del manifiesto firmado por todos los miembros de la asociación:
http://www.escritoresconlahistoria.es/escritores-con-nuestra-historia/
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