jueves, 28 de septiembre de 2023

El Barroco conquense en la ciudad media. Una nueva entrega de Cuenca, Ciudad barroca


Una de las grandes referencias bibliográficas que, en el mundo de la historia del arte, han visto la luz en los últimos años, es el proyecto “Cuenca, ciudad barroca”, del catedrático de escuela universitaria de la Universidad de Castilla la Mancha, Pedro Miguel Ibáñez Martínez, ha venido desarrollando, con el apoyo del Consorcio Ciudad de Cuenca y el servicio de publicaciones de la propia universidad regional. En este sentido, en los años anteriores ya habían sido publicados dos volúmenes, “La Plaza Mayor y su entorno arquitectónico”, en 2018, y “La cumbre urbana, de las Carmelitas Descalzas a la Casa del Corregidor”, en 2021, a cada una de las cuales ya le dediqué en su momento una entrada en este mismo blog )ver “La Plaza Mayor de Cuenca y su estructura barroca”, 3 de agosto de 2020; y “Del edificio de las religiosas carmelitas a la Casa del Corregidor. Segunda entrega de Pedro Miguel Ibáñez sobre el barroco en Cuenca”, 20 de diciembre de 2022). Recientemente, el autor ha publicado la tercera entrega de su magna obra, titulada “Las vertientes y el llano, de los Descalzos a San Antón”, en el cual, como se anuncia desde el mismo título, se estudian los diferentes edificios barrocos que se alzaron tanto en las vertientes de ambas hoces (franciscanos descalzos, ermita de la Virgen de las Angustias, convento de San Pablo, iglesias de San Miguel, de la Santa Cruz y del Salvador y oratorio de San Felipe Neri; en lo que a la arquitectura civil respecta, la Casa del Corregidor, por razones técnicas y de oportunidad, ya había sido estudiado en el tomo anterior), como en la Cuenca nueva (convento de las concepcionistas, hospital de Santiago e iglesia de la Virgen de la Luz, incluyendo también en esta parte llena el edificio del Pósito, más allá de las escaleras que, en la calle del Agua, las separan de ésta.No hac e falta decir que muchos de estos edificios ya habían sido construidos en épocas anteriores, aunque la renovación estructural realizada durante el Barroco fue muy importante.

            Las motivaciones que le han llevado a este autor a realizar tan magna obra las ha repetido en cada uno de los tomos publicados; baste, en este sentido, recogen alguno de esos motivos, tal y como él mismo lo refiere en la introducción a este tercer volumen: “Desde el último tercio del siglo XVIII, y hasta bien adentrados en el siglo XX, predominan determinados mitos negativos para la substancia patrimonial de Cuenca, luego mantenidos y acrecentados con olvido de las aportaciones efectuadas por la moderna historia del arte. El caso del Barroco es paradigmático al respecto.  El resultado, todavía hoy, es un flujo de visitantes hacia escasos y puntuales objetivos dentro del mapa urbano, la catedral y algún museo, y el desconocimiento y falta de valoración del resto del centro histórico. Todo ello se ha visto acrecentado por la inexistencia durante muchos años de un debate riguroso sobre los tratamientos de restauración, puesta de valor y rehabilitación debidos a dicho patrimonio, con riesgo de la pérdida o mistificación de los caracteres históricos que le son propio. En nuestro criterio, deben tratarse todos estos aspectos no aislados, sino como parte de una totalidad. La educación de la mirada resulta imprescindible en dos direcciones complementarias, para que el público llegue a apreciar en su justo valor el acervo arquitectónico que la ciudad poseed, y para que ese legado reciba los cuidados de protección y valoración que merece”

            Una consecuencia de ese desinterés por el resto de nuestros monumentos por parte incluso de muchos conquenses, más allá de la propia catedral (es increíble, incluso, la cantidad de conquenses que ni siquiera la conocen), es el profundo desconocimiento que se tiene de esa arquitectura, especialmente la arquitectura barroca. Y es que el siglo XVIII, en lo que a la arquitectura barroca se refiere, parece quedar limitado a la figura del genial arquitecto turolense José Martín de Aldehuela, al que se le atribuye la práctica totalidad de cuantos edificios, religiosos y civiles se edificaron en nuestra ciudad a lo largo de la centuria, incluso de algunos que ya habían sido construidos a finales de la anterior, en detrimento de otros arquitectos también interesantes, con fray Vicente Sevila, a la cabeza. En este sentido, la obra del profesor Ibáñez sirve para asentar definitivamente la autoría del arquitecto de la orden de los mínimos, uno de los grandes desconocidos por el público conquense, en algunos de nuestros mejores monumentos, por comparación con algunas obras documentadas suyas, como el seminario de San Julián y la iglesia de la Santa Cruz, sin menoscabar el gran valor artístico que también tienen las obras que sí son suyas: la terminación (sólo la terminación, del oratorio de San Felipe, las iglesias de San Antón y del hospital de Santiago, la capilla del la Virgen del rosario en el convento de San Pablo,…)

            Y es que, sin obviar el papel determinante que José Martín tuvo para la arquitectura conquense del siglo XVIII, antes de su etapa final en la diócesis de Málaga, de la que también he hablado en otra entrada (ver “Por tierras de Jaén y Málaga, siguiendo los paseos de Andrés de Vandelvira y José Martín de Aldehuela”, 31 de enero de 2023), hay que destacar también la figura histórica de otros arquitectos que también trabajaron durante el siglo XVIII en nuestra ciudad, como son los casos de Felipe Bernardo Mateo o el propio Vicente Sevila. Precisamente, el oratorio de San Felipe, una de las obras más importantes del Barroco conquense, sería el nexo común entre estos tres arquitectos destacados, y mientras Mateo sería el autor de la tantas veces mal llamada cripta, que en realidad es el oratorio parvo o la iglesia de la Divina Pastora, necesitada de una rehabilitación que pudiera convertirla en otro de los monumentos a visitar, los otros dos arquitectos, a juicio del autor del texto, serían los autores de la iglesia alta, Sevila para la arquitectura propiamente dicha, y Juan Martín para el entramado decorativo. Y es que para el profesor Ibáñez, ya lo hemos dicho, el de Aldehuela no vino, en realidad, para realizar la obra de los hermanos Carvajal en su conjunto, sino para terminarla. La obra de Sevila, precisamente, dio un cambio a partir de este momento, convirtiéndose en una arquitectura mucho más decorada en los interiores, al estilo de la del maestro turolense, aunque sin llegar a esos aspectos casi borrominescos que caracterizan a éste.

            Otro capítulo a destacar es el que el autor dedica a la iglesia del Salvador, o de San Salvador, como es denominada en toda la documentación, al menos hasta bien entrado el siglo XIX. Especialmente interesante es la ampliación que en el siglo XVII se realizó en la capilla de la Soledad, también llamada del Santo Entierro. Y es que no debemos olvidar tampoco el purismo barroco que se llevó a cabo en el siglo XVII, en el que destacaron arquitectos como el carmelita fray Alberto de la Madre de Dios o José Arroyo, autor de la capilla de la Virgen del Sagrario, en la girola de la catedral conquense, y también de las obras realizadas en esta otra capilla de la iglesia del Salvador. José de Arroyo, por otra parte, es el arquitecto que trasladó a Cuenca ese barroco puro, sencillo, que en ese momento se estaba realizando en Madrid, con autores como Francisco Bautista, Lorenzo de San Nicolás, Manuel del Olmo, o el propio Pedro de la Torre, un arquitecto conquense muy desconocido para sus paisanos del siglo XXI, al que prometo dedicar en las próximas fechas una entrada de este blog.

            Un libro, en definitiva, que debe leer todo conquense que quiera conocer más sobre nuestro patrimonio. Un patrimonio, por otra parte, mucho más rico de lo que los propios conquenses piensan, y desconocido hasta el punto de que toda la señalética instalada por el Ayuntamiento para dar a conocer los monumentos a los turistas que nos visitan, como aseguró el propio autor en la presentación del libro, y reconoció así mismo el concejal de cultura, adolece de errores y de inexactitudes. En aquella ocasión se nos prometió corregirlo en fechas próximas, pero todavía no ha llegado el día de que ello se lleve a cabo.

Oratorio Parvo o iglesia de la Divina Pastora, mal llamada cripta de San Felipe.