sábado, 28 de diciembre de 2024

LA DESCENDENCIA CUBANA DE LA FAMILIA SANTA COLOMA

 Cuando escribí mi biografía sobre el general Federico Santa Coloma pude hacer un acercamiento a la genealogía de esta familia conquense, cuyas raíces en nuestra provincia se remontan, al menos, hasta los años finales del siglo XVII, cuando Jerónimo Santa Coloma, quien en ese momento era viudo de una tal María Carrascosa, contraía matrimonio, en 1693, en la localidad de El Pedernoso, con Clara López Gallego. Asentado el matrimonio en este pueblo manchego, y viudo aquél de nuevo en 1701, ese mismo año volvía a casarse por tercera vez, ahora con Catalina Calero. De estos dos últimos matrimonios -no nos consta que de su primer matrimonio, con María Carrascosa, Jerónimo Santa Coloma hubiera llegado a tener hijos-, nacería una abundante descendencia que, por razones familiares, iría extendiéndose en los años siguientes por muchos pueblos de la provincia, con diferentes ramas en un árbol genealógico que paulatinamente se fue complicando. Hay que tener en cuenta que muchos de los varones de la familia estuvieron ligados profesionalmente a la medicina rural, como sangradores o cirujanos, y, como era normal en aquella época, también al sacerdocio.

En este sentido, tiene especial importancia la descendencia surgida a partir se su tercer matrimonio, con Catalina Calero, pues de su anterior matrimonio con Clara López Gallego apenas nos consta el nacimiento de un hijo, llamado también Jerónimo, en 1696, en el mismo pueblo de El Pedernoso. Más extensa es la familia que nuestro primer protagonista tuvo con su tercera esposa, cuyo nombre completo nos consta ya a partir de la combinación de las diferentes partidas bautismales de los sucesivos hijos que tuvieron: María Catalina Calero Romero. De este matrimonio nacieron siete hijos,  todos ellos, también, en el mismo pueblo manchego: Jerónimo (otro, lo que hace suponer que en ese momento, 1702, ya había fallecido su hermanastro), Juan Narciso (1703), Blas Manuel (1706), Lorenzo (1708), Francisco Javier (1712), otro Francisco Javier (17l7, y también aquí debemos suponer el fallecimiento de su hermano homónimo, antes de haber cumplido los cinco años de edad) y Alfonso (1722).

A partir de este momento, el árbol genealógico de la familia Santa Coloma se vuelve mucho más tupido, destacando, con ramas que nacen, sobre todo, de tres de los hijos de Jerónimo Santa Coloma: Blas Manuel, el segundo Francisco Javier y Alfonso. De sus hermanos, salvo de Juan Narciso, quien se ordenó de Corona y Grados en 1719  -no sabemos si llegó a terminar una carrera eclesiástica, pues no he podido hallar su ordenación definitiva como presbítero, culminando así su carrera como sacerdote-, nada más he podido saber.

Más sabemos sobre la descendencia que tuvieron los otros tres hermanos citados. De Blas Manuel descendería, entre otros, el futuro general Federico Santa Coloma, y sobre él, y sobre otros miembros de su familia más directa, ya hemos hablado en otras entradas anteriores de este blog (ver “Eusebio Santa Coloma, un soldado conquense en Filipinas”, 26 de mayo de 2016; y “Perseguido por los dos bandos en la Guerra Civil: Manuel Santa Coloma Lafuente”, 12 de mayo de 2023). Del menor de todos ellos, Alfonso Santa Coloma, Vicente Santa Coloma, al que también hemos dedicado  aquí el espacio correspondiente (ver “Vicente Santa Coloma, moderado héroe de la Primera Guerra Carlista”, 19 de junio de 2016; y “El regimiento provincial de Cuenca y el pronunciamiento de Narváez”, 13 de abril de 2018). A nivel particular, quiero citar aquí, también, a un nieto de este Vicente Santa Coloma, Florencio Royuela Santa Coloma, vínculo que me une a mí también con esta familia (ver “17 de julio de 1936: una historia familiar”, 17 de julio de 2016).

Después de tantos años investigando a la familia, una casualidad ha hecho que vuelva a retomar este asunto de la genealogía familiar de este linaje, los Santa Coloma, del cual desciende también, como ya sabemos, una de las figuras más importantes de la cultura conquense de la centuria pasada, el poeta Federico Muelas. Y es que recientemente, el pasado 17 de noviembre, recibí un correo electrónico desde Cuba. Lo remitía Alejandro Rodríguez González, un cubano residente en La Habana, que decía ser descendiente de esta familia a través de una de las nietas de Blas Manuel, Ángela Santa Coloma, y me solicitaba más información sobre el linaje. El correo consiguió que volviera a interesarme por mi antigua investigación, y retomar lo que ya sabía sobre ella: que era hija de Luis Tomás Santa Coloma, quien había nacido en 1736 en el pueblo conquense de Pinarejo, a donde le había llevado la profesión de su padre, también cirujano rural, donde había contraído matrimonio con María Aragón; que era la segunda de seis hermanos, uno de los cuales, Juan Antonio, de oficio sangrador, fue el abuelo de Eusebio Santa Coloma, el padre del futuro general Federico Santa Coloma, gobernador militar que sería de Málaga y de Gerona; que había nacido en el pueblo de Valdecolmenas de Abajo; que había contraído matrimonio con Félix Sotoca Hidalgo, natural de Cuenca, quien ejercía en ese momento como cirujano del tribunal de la Santa Inquisición; y que unos años después, en 1821, cuando se realiza el nuevo padrón vecinal en  la capital de la diócesis, se declaraba viuda, de sesenta y un años de edad,  de estado pobre, y que vivía sola con una hija de once años.

¿De qué manera puede vincularse a esta Ángela Santa Coloma con su descendencia cubana? El asunto me pareció tan interesante para seguir avanzando en el conocimiento de esta familia conquense, que a partir de ese momento, inicie con mi interlocutor una cierta relación, a través siempre del correo electrónico, cuyas conclusiones presento en este momento a los lectores. Habíamos dejado a Ángela Santa Coloma en Cuenca, viviendo sola en la parroquia de Santa María con una de sus hijas, sin duda la más pequeña, Victoriana, que en realidad había nacido en 1808, y, según su propia declaración, era de estado pobre. Pero Victoriana no había sido la única hija que había tenido el matrimonio formado por Félix Sotoca y Ángela Santa Coloma, pues antes de ello habían nacido también cinco hijos más: Benigno (1794), Gregorio (1800), María Isidra (1802), Eladia (1804) y Bonifacio Antonio (1806). Todos ellos habían nacido ya en la capital conquense, y al menos dos de ellos, Gregorio y Antonio, eran también cirujanos; en el Archivo Histórico Nacional se conservan los expedientes de ingreso de Benigno y de Gregorio Sotoca Hidalgo de Santa Coloma en el Real colegio de Cirugía y de Medicina de San Carlos, de Madrid, que incluyen las respectivas partidas de bautismo y la información de limpieza de sangre, que era obligatoria para su ingreso en dicha institución. Ángela, por otra parte, fallecería en la capital conquense, en 1833.

En este momento, es en María Isidra en quien debemos prestar toda nuestra atención. Como decimos, había nacido en Cuenca en 1802, y fue bautizada al día siguiente en la parroquia de San Miguel, a la que la familia estaba vinculada por razones de domicilio. En mi investigación anterior sobre la familia le perdí la vista. Sin embargo, y aunque desconocemos los motivos que le movieron a ello, ahora la encontramos en Madrid, en la década de los años treinta del siglo XIX, donde contrajo matrimonio, en 1837, con un abogado cubano, Ramón Francisco Valdés, que había llegado a la península poco tiempo antes. Y es precisamente este matrimonio, que tuvo tres hijos, la vinculación de la familia Santa Coloma con la isla del Caribe, a la que poco tiempo después, hacia 1840, regresaría el matrimonio, donde llegaría a culminar una brillante carrera dedicada al derecho y a la política. Para entonces, habían nacido ya dos hijos del matrimonio: María Dolores, en  Madrid el 8 de julio de 1838, siendo bautizada el día 20 de ese mismo mes en la parroquia de San Sebastián, en Atocha, y Ramón Joaquín, del que desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, y que es el vínculo directo de la familia con mi interlocutor. Ya asentados en La Habana, nacería también un tercer hijo del matrimonio, Emilio Valdés Sotoca, el 14 de abril de 1842. En el Archivo Histórico Nacional de Madrid también se conserva el expediente personal como delineante en la Dirección de Administración Local de Cuba.

Y llegados a este punto del relato, algo más es lo que debemos decir sobre la personalidad de este Ramón Francisco Valdés, que por casualidad o por amor se vinculó a la familia conquense Santa Coloma, llevando el apellido a esta isla caribeña. Éste había nacido en La Habana en 1810 -era, por lo tanto, ocho años más joven que su esposa-, donde estudió en el Real Seminario de San Carlos, y antes de cumplir la edad reglamentaria para ello, pues sólo tenía entonces quince años, se graduó en la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de la capital cubana, donde también se doctoró en Leyes, y de donde sería más tarde profesor, llegando a ocupar diferentes cátedras. Hacia 1835, poco antes de su traslado a la península, trabajó como redactor en el “Diario de Gobierno”, y desempeñó diversos cargos en la Sociedad Económica de Amigos del País de su ciudad natal. Fue en 1836 cuando se trasladó a Madrid, en cuyos círculos de poder pudo integrarse, perteneciendo además a diversas organizaciones políticas. En ese momento llegó a ser propuesto como diputado a Cortes, aunque finalmente no pudo ser elegido, motivo por el que quizá, desengañado de su actividad política en la capital del país, regresó a Cuba, hacia el año 1840. Con el matrimonio también regresó una de las hermanas de Isidra, Eladia Santa Coloma, quien estaba casada con el arquitecto Gervasio Palacio, con el que tuvo, que se sepa, un único hijo, José Joaquín Palacio Sotoca, quien a su vez contrajo matrimonio con la hija mayor del matrimonio Valdés-Sotoca, María Dolores.

La familia permaneció en La Habana hasta 1845, cuando Ramón Francisco, siempre acompañado de su esposa, María Isidra Sotoca Santa Coloma, y sus tres hijos, se trasladó a la ciudad de México, donde fue secretario del gobierno y magistrado de la Corte Suprema, alcanzando un gran prestigio en el plano jurídico. En el año 1854 había sido elegido cónsul general de México en Estados Unidos. Sin embargo, el estallido, en el estado de Guerrero, de la revolución de Ayutla, que llevó consigo el exilio del dictador Antonio López de Santa Anna, frustraría su nombramiento. Muy probablemente, ese hecho provocó su definitivo regreso a su ciudad natal, donde colaboró con publicaciones como “Cuba Literaria” y “La Experiencia” y donde fue también director del Ateneo Cubano. En 1856 sus “Elementos de declamación” fueron premiados con medalla de oro por el Liceo de La Habana. En 1858, por Real Decreto, fue nombrado caballero de la orden de Carlos III Falleció en la capital cubana en 1866, cuando sólo contaba cincuenta y seis años de edad.

Ramón Francisco Valdés publicó diversas obras de jurisprudencia: “Examen crítico-filosófico sobre algunos puntos de jurisprudencia española” (1839),  “Aforismos de jurisprudencia criminal española” (1843), “Diccionario de jurisprudencia criminal mexicana” (1850), “Tratado sobre los derechos de los hijos naturales” (1851), “Manual del criminalista” (1855), “Proyecto de una sociedad anónima para la formación del Liceo de La Habana” (1857), “Instituta criminal teórico-práctica” (1859), “Diccionario de legislación y jurisprudencia criminal” (1859), y “Manual del procurador” (1862). También es autor de un “Compendio de la historia antigua de la isla de Cuba”, compuesto en forma de diálogo, para su estudio en las escuelas, y en el campo de la biografía, “Noticia biográfica del Sr. D. Juan Ignacio Rendón y Dorsuna, del Consejo de S. M., su ministro honorario de la Real Audiencia de la Isla de Cuba”, publicado en Madrid, en 1839, y también editó las obras completas del médico cubano Tomás Romay, considerado el primer higienista cubano, e iniciador de la ciencia médica en la isla. Finalmente, en el campo de la literatura, es también autor de diversos dramas teatrales, escritos algunos de ellos en verso: “El doncel” (1838), “Cora” (1839), “Ginebra” (1839), “Leonor o el pirata” (1841), “Doña Sol” (1852), “Enrico” (1856) y “Querer más de la cuenta” (1865). En 1858 se le había prohibido la representación de su drama “Ivanhoe o la judía”.

Como ya se ha dicho, Ramón Francisco Valdés falleció en La Habana en 1866. Cuatro años antes, en 1862, había fallecido su esposa, María Isidra Sotoca Santa Coloma, seis años después, por otra parte, de que lo hubiera hecho su hermana, Eladia. Su estirpe había logrado que este apellido conquense hubiera cruzado el Océano Atlántico, a partir de los tres hijos que tuvo el matrimonio: María Dolores (Madrid, 1838 – La Habana, 1892), Ramón Joaquín (Madrid, 1839 o 1840 – La Habana, 1890) y Emilio (La Habana, 1842 – La Habana, 1904). Y no debemos olvidar, tampoco, la contribución a la causa que había tenido también Eladia, a partir del hijo que ella había tenido con Gervasio Palacio. Viuda  de éste, y aunque en alguna genealogía en internet he visto modificado su nombre como Eulalia, erróneamente, Eladia Sotoca Hidalgo Santa Coloma daría un paso en el ennoblecimiento del apellido, al contraer matrimonio por segunda vez, en 1853, con Ambrosio María Rendón Sarmiento y Zuazo, hijo de la primera marquesa de Rendón, María de las Nieves Zuazo y Rodríguez de Medina – la reina Isabel II le había otorgado el título en 1843, y algunos años más tarde, en 1869, le sucedería en el cargo- y de Juan Ignacio Rendón Sarmiento de Dorsuna, el abogado venezolano, al que Ramón Francisco Valdés le había dedicado una biografía. Éste último había nacido en Cumaná, en el estado de Sucre, ciudad en la que habían vivido todos sus Antepasados desde que la segunda mitad del siglo XVI, cuando se estableció en ella el capitán Garci Pérez Rendón Sarmiento, quien había nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz), y era descendiente, a su vez, de  Garci Pérez Rendón de Burgos, caballero de la banda y héroe de la batalla de Algeciras en 1291. No obstante, Eladia fallecería, como se ha dicho, poco tiempo después, antes de que se esposo hubiera heredado el título de marqués, y sin haber llegado a tener descendencia de este segundo matrimonio.










El Podcast de Clio: LA DESCENDENCIA CUBANA DE LA FAMILIA SANTA COLOMA

jueves, 19 de diciembre de 2024

DOS CUADROS CONQUENSES DEL PINTOR ALEMÁN LUDWIG RÖSCH

Desde que el pintor flamenco Anton Van den Wyngaerde realizara sus dos famosas vistas de Cuenca, y sus diversos bocetos preparatorios, que se conservan en la Biblioteca Nacional de Austria, en Viena, en el Museo Alberto y Victoria de Londres, en la Nueva Pinacoteca de Munich, y en la colección Stirling-Maxwell de Glasgow, y que de manera tan concienzuda han sido estudiados por el profesor Pedro Miguel Ibáñez, muchas han sido las representaciones pictóricas que se han realizado del paisaje de nuestra ciudad. En este sentido, podríamos definir al siglo XIX como la edad de oro de la pintura paisajística española, y eso mismo podríamos decir en lo que se refiere al paisaje conquense en particular. Así, muchos de los grandes paisajistas españoles de la centuria, como Aureliano de Beruete, Eduardo Rosales, José Royo, Joaquín Sorolla, José Gutiérrez-Solana, y algunos otros, pasaron en un momento u otro de su vida algún tiempo en nuestra ciudad, y aprovecharon su estancia para realizar algunas interesantes vistas que, sin embargo, son apenas conocidas para el gran público.

Entre estas obras decimonónicas podríamos destacar un óleo, ya publicado en diversos óleos, que, titulado “El puente de Cuenca”, realizó en 1825 el militar y pintor alemán Carl Wilhelm von Heideck, y que se conserva también en la Pinacoteca Nueva de la capital bávara. En el cuadro, que se inscribe dentro del más puro folklorismo hispanista romántico que es propio de la mirada de los viajeros que visitaron nuestro país, procedentes desde el otro lado de los Pirineos, se representa una vista del viejo puente de San Pablo, con la también tradicional imagen de la trasera de la catedral, como la proa de un barco, en la parte izquierda del cuadro, y una vista de la hoz del Huécar, que se vislumbra entre los arcos del puente, destacando, en el arco de la derecha, el convento homónimo. Por debajo del puente se nos muestran tres hombres armados, uno de ellos a caballo, que conversan amigablemente con un grupo de mujeres que se protegen del sol bajo un toldo realizado con telas. El cuadro sirvió de base, también, para un grabado posterior que fue realizado por Hearood, publicado en Leipzig por A.H. Payne. Y es que, también, son dignos de mención algunos grabados que fueron publicadas en la prensa decimonónica o, sobre todo, en algunas publicaciones especializadas de la época, realizadas por algunos de los mejores grabadores, como Camilo Alabern, Francisco Carbonell o Joseph Pascó.

Entre esas representaciones, por supuesto, pueden ser también considerada la obra de una infinitud de pintores conquenses, como la de Víctor de la Vega, Oscar Pinar o Alfonso Cabañas, por citar sólo a tres de nuestros artistas ya fallecidos -nombrar a todos los pintores conquenses que han pintado el paisaje de Cuenca sería imposible, y además corro el riesgo de dejarme alguno de los más importantes-, o las realizadas por aquellos que conforman la que, oficiosamente, ha venido a llamarse Escuela de Cuenca, a partir de la creación, por parte de Fernando Zóbel y de Gustavo Torner, del Museo de Arte Abstracto, en las Casas Colgadas. Y también, aunque se trate de un arte diferente, la multitud de fotografías que, sobre todo desde los primeros años del siglo pasado, fueron realizadas por los pioneros conquenses del arte fotográfico, como José María Zomeño Huerta y su sobrino, Ricardo Zomeño Cobo, entre otros. Desde entonces, muchos han sido, también, los que han dejado plasmada sobre las placas de vidrio o el celuloide de los rollos de película, o, en la actualidad, sobre el chip de una tarjeta de memoria, los últimos ciento cincuenta años de la historia de Cuenca.

Sin embargo, no se trata aquí de realizar una pequeña historia de la pintura de tema conquense realizada en estos dos últimos siglos, sino de resaltar dos cuadros, hasta ahora desconocidos, que representan sendas vistas de nuestra ciudad en los años finales del siglo XIX; cuadros  que descubrí por casualidad a partir de una publicación inglesa, “The Studio Magazine” de principios de siglo. Se trata, ésta, de una revista ilustrada de bellas artes y artes decorativas, que fue fundada en 1893 por charles Holme, un conocido comerciante inglés de lana y seda que había viajado mucho por toda Europa, llegando a visitar también otros destinos más lejanos, Estados Unidos y Japón. La revista fue publicada hasta 1964, cuando fue absorbida por otra publicación similar, “Studio International”, y que durante ese periodo ejerció una gran influencia sobre diferentes movimientos artísticos, como el Art Nouveau y Arts and Crafts. Aunque en algún lugar he podido leer el año 1910 como el de su publicación, el amplio arco temporal que conforma la vida activa de la revista, y las condiciones en las que se produjo el descubrimiento, unas simples hojas separadas del conjunto de la revista, a las que tuve acceso por un conocido portal de venta por internet, hacer imposible comprobar la veracidad de esta datación.

En su conjunto, las hojas conforman un pequeño artículo cuyo anónimo autor responde a las iniciales A. S. L publicado en esta revista, en el que, junto a un texto sobre el pintor Ludwig Rósch, se reproducen un total de siete obras de este acuarelista alemán que representan, junto a las dos obras “conquenses”, una vista de la catedral de Sevilla, con la Giralda al fondo, y cuatro vistas más, en las que se representan la ciudad italiana de Asís. En el artículo, bastante corto como se ha dicho, puede leerse lo siguiente:

“UN PINTOR AUSTRIACO DE ACUARELAS: LUDWIG RÖSCH. Ludwig Rösch, cuya obra como pintor de acuarelas se presenta ahora a los lectores de The Studio, es nativo de Viena. El hijo de un artista, recibió su primera instrucción en el arte de su padre, y más tarde estudió en la Kunstgewerbe Schule y la Academia Imperial de Viena. Su carrera posterior ha estado marcada por las vicisitudes que rayan en lo romántico. Durante veinte años estuvo ausente de Viena, visitando primero un país y luego otro, y a menudo pasando serias dificultades. Cuando vivió en Edimburgo, las cosas le fueron tan mal que estuvo a punto de incorporarse a un buque mercante, con la intención de pagar trabajando su pasaje a la India, con el fin de que pudiera estudiar su arquitectura antigua. Pero la venta oportuna de unos pocos cuadros fue el medio para dirigir en su lugar sus pasos a España. Allí pasó siete años, en el curso de los cuales visitó muchas ciudades, cuyas glorias arquitectónicas constituyeron el objeto de una serie muy numerosa de dibujos ejecutados por él. En España, donde primero soportó muchas privaciones, su obra llegó a ser muy apreciada. El Estado adquirió algunos de sus dibujos, y se le otorgó una medalla de oro. Francia, Suiza, Alemania e Italia fueron a su vez visitadas y su antigua arquitectura explorada por Herr Rösch, pero en ninguna parte fue igualada la fascinación que sobre él ejercieron las viejas ciudades de España. Sus años de vagabundeo llegaron a su final, y el artista Herr Rösch ha regresado  a Viena para establecerse, y se ha convertido en miembro de la Secesión".

Más allá de lo que aparece publicado en la revista inglesa, no es mucho lo que he podido encontrar sobre la vida y la obra de este pintor austriaco. Nació el 10 de enero de 1865, y su padre fue Matthias Rösch, un conocido decorador y pintor, famoso en su época por sus bodegones. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Viena, y entre 1882 y 1887 en la Academia de Bellas Artes de la famosa ciudad del Danubio, donde fue alumno, entre otros, de Christian Griepenkerl y Eduard Peithner von Lichtenfels. En efecto, vivió algún tiempo en Inglaterra, Francia y España, donde permaneció entre 1887 y 1894. De España pasó a otros países, terminando esa etapa viajera de su vida en Suiza, donde permaneció entre 1898 y 1907. Ese año, finalmente, se trasladó definitivamente a su país natal, perteneciendo a los movimientos artísticos de la Secesión y el Durerdbund. Fue galardonado con diferentes premios, como la medalla de oro Füger, la medalla de oro de la Asociación Alberto Durero, el premio de la ciudad de Viena en 1927, y el Premio del Estado de Austria un año más tarde. Falleció el 30 de marzo de 1936. Además de acuarelista, fue un excelente dibujante, trabajando el carboncillo, la témpera y la litografía. Una de sus obras más conocidas es “El púlpito del peregrino de la catedral de San Esteban”, que puede verse en el Kunsthistorisches Museum de Viena, en el que se representa el famoso púlpito gótico de  Niclaes Gerhaert van Leyden

Para comprender mejor su obra, tenemos que hacer una referencia a ese término con el que termina el artículo publicado en “The Studio”: la Secesión. Se trata, éste, de un movimiento artístico que surgió a finales del siglo XIX, caracterizado por la ruptura con las tradiciones artísticas establecidas y la búsqueda de un arte nuevo y moderno. Este movimiento se desarrolló principalmente en Europa Central, especialmente en capitales como Viena, Múnich y Berlín. El movimiento secesionista se identifica en parte con el modernismo, y fue impulsado por artistas que querían crear un arte libre de las restricciones de las instituciones oficiales. Uno de los ejemplos más conocidos es la Secesión de Viena (Wiener Sezession, que fue fundada en 1897 por Gustav Klimt y por otros artistas de la época, que buscaban una renovación del arte, y se oponían a las normas académicas más tradicionales. Más allá de la pintura o de la escultura, la Secesión influyó en diversas disciplinas artísticas, como la arquitectura o el diseño, y se caracterizó por su enfoque en la simplicidad, la geometría y la integración de todas las artes.


La primera de las dos obras que aparecen publicadas en la revista, la única de todo el conjunto que ofrece un formato horizontal, recibe el título de “Entrada a una iglesia monástica”, y representa, a todas luces, y a pesar de las diferencias que podemos encontrar respecto a la imagen actual, la entrada a la iglesia del convento de franciscanos descalzos, la que se halla junto a la ermita de la Virgen de las Angustias. Aunque no se puede ver en el cuadro la cruz de la leyenda, que es tan característica suya, y aunque algunos de los detalles que aparecen en la fachada del edificio presentan importantes diferencias con su imagen actual, la escalera de losas que aparece en primer plano y, sobre todo, el muro de piedra que la cierra, a modo de pasamanos, es bastante clarificador. Es sabido que esta portada, que responde a la antiguo iglesia conventual, actualmente en manos privadas, como todo el edificio, ha sufrido varias modificaciones a lo largo del siglo XX, incluidas también algunas retiradas temporales de la famosa cruz, con el fin de realizar algunas restauraciones.

El otro cuadro conquense del pintor alemán aparece titulado en el artículo como “Viejo puente en Cuenca”, y es bastante más reconocible. Se trata de una vista poco convencional del antiguo puente de San Pablo, el que fuera realizado en piedra en el siglo XVI, entre 1533 y 1589, tomada desde el lado del convento de San Pablo. En él se pueden apreciar algunos de sus arcos, y a la derecha, un primer plano de la hoz, dominada por un grupo de árboles difíciles de identificar a simple vista, pero que no cabe duda de que se tratan de chopos, al ser éste el árbol que todavía domina en el paisaje actual de la hoz. Al fondo, dominando por encima de la que fue llamada Cuesta de Tarros, aunque ya casi nadie reconoce ese nombre, la trasera de la catedral, dominada, a su vez, por la desaparecida Torre del Giraldo.  

Ninguno de los cuadros reproducidos en el artículo está fechado, aunque para el caso de las dos acuarelas conquenses, no cabe duda, debieron ser pintadas entre 1887 y 1894. No  sólo por los detalles paisajísticos que aparecen en ellos, principalmente el que representa al puente de San Pablo. Hay que tener en cuenta que fue entre esas fechas cuando el artista permaneció en España, visitando, como se ha dicho, diferentes ciudades del país. Por otra parte, el punto de la toma que Rösch utiliza a la hora de trazar la obra impide que se peda apreciar con claridad si en el momento de pintar el puente, éste había sufrido ya la ruina de uno de sus arcos, lo que habría podido recortar más el arco temporal en el que se hizo la obra. Hay que tener en cuenta, en este sentido, que el primer colapso de uno de sus arcos, el segundo empezando a contar por el lado de la catedral, se produjo en 1888, el año siguiente de su llegada a España, y que el hundimiento definitivo y controlado del conjunto de la obra se llevaría a cabo en 1895, un año después de la marcha del pintor alemán. 











 

lunes, 9 de diciembre de 2024

UN ESTUDIO DE LA FRONTERA NORTE EN NUEVO MÉXICO

 Acabo de terminar la lectura de un libro que, pese a que trata de diversos aspectos relacionados con el descubrimiento y la “colonización” española de la frontera norte del imperio, la que ocupan algunos de los territorios que conforman los Estados Unidos de Norteaméríca, porque, al contrario de lo que muchos piensan, la supuesta colonización española del continente americano no terminó en el río Bravo, o grande, aquél que marcha hoy la frontera entre este país y los Estados Unidos Mexicanos, ha traído a mi memoria, de nuevo, algunos asuntos que han saltado a los medios de comunicación en los últimos meses: la polémica suscitada entre el músico Nacho Cano y una de las becarias que participan en su último éxito, el musical “Malinche”; la toma de posesión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbau, fiel discípula de su compañero de partido, Andrés Pérez Obrador, y su negativa a permitir que el rey Felipe VI representara a España en dicho acto, por supuestos agravios cometidos por el monarca español contra su país, al negarse a pedir perdón por los crímenes cometidos por los españoles durante la conquista y colonización de su país; las críticas del presidente de Colombia, Gustavo Petro, cuando el mismo protagonista, nuestro rey, se negó a levantarse ante el paso protocolario de la espada de Bolívar… El libro en cuestión se titula “La frontera norte. El nacimiento del Far West español”, y su autor es Francisco García Campa.

    Quizá sea éste el verdadero valor que tiene el conocimiento de la historia: mirar hacia el presente con un verdadero sentido crítico, sin dejarnos influir por los intereses personales de aquellos políticos que, en lugar de trabajar por el beneficio futuro de los estados que están bajo su gobierno, sólo pretenden, en realidad, su propio beneficio. En este sentido, sólo hay que recordar algunos mantras que, basados en diferentes aspectos de esa leyenda negra que ha venido a manchar el honor de nuestro país desde hace ya mucho tiempo, no por haber sido tantas veces repetidos llegará nunca a convertirse en una realidad. Puede ser que nuestros antepasados, aquellos que marcharon al continente americano, cometieran algunas barbaridades, pero, en todo caso, no más que las que cometieron aquellos colonos que procedían del resto de los países europeos -los franceses que llegaron a Haití o a la Luisiana; los ingleses que llegaron en el Mayflower, o sus descendientes, aquellos cowboys que trasladaron la frontera americana hasta el Pacífico, masacrando a los indios que, en grandes cantidades, habían logrado sobrevivir a la colonización de los españoles-. Y en todo caso, la intención de los gobernantes españoles siempre fue la de convertir a los indios en súbditos del rey de España. No colonos, con los mismos derechos y deberes que tenían los habitantes de la península. Es verdad que no todos los encomenderos se comportaron con ellos como era debido, pero muchos de los que no lo hicieron fueron sometidos a duros castigos, incluso la muerte, por parte de los representantes del gobierno de España en los virreinatos.

La lectura de este texto ha traído a mi memoria, también, otro texto que publiqué hace ya algún tiempo, al hilo de otras lecturas, y que vero necesario traer de nuevo a los lectores. Pero antes de hacerlo, reo conveniente analizar, siquiera superficialmente, algunas de estas polémicas. Sobre la polémica entre Nacho Cano y su becaria, muy poco es lo que tengo que decir, más allá de que el musical es, verdaderamente, un canto a la labor realizada por los españoles en México, una labor realizada a través del mestizaje, del que la propia protagonista, Malinche, es un buen ejemplo; quizá sea eso, precisamente, lo que ha puesto al cantante a los pies de los caballos de una parte de la izquierda española. Más interés suscita las polémicas relacionadas con Petro, Pérez Obrador y Sheinbaum, aunque no es éste el lugar más adecuado para desarrollarlo.

Está claro que en este tema de la hispanización de los nuevos territorios descubiertos se hicieron algunas cosas mal, como en toda labor humana, pero logró llevar la civilización a unos territorios que vivían aún en la prehistoria; de esta forma, América consiguió avanzar en el largo camino del desarrollo, en muy poco tiempo, lo que a Europa le había costado varios siglos hacerlo. Y por otra parte, el mito del indio bueno que, precisamente por no conocer la civilización, vive todavía en una situación idílica de felicidad no corrompida, es sólo eso, un mito que ha sido desarrollado a partir del siglo XIX, sin ningún rigor histórico. Que se lo digan, si no, a todos aquellos indios pertenecientes a todas aquellas tribus (traxcaltecas, chancas, caxamarcas,…), que en el momento de la conquista americana vivían oprimidos por los poderosos imperios mexica (azteca) e inca, en condiciones de pura esclavitud, sufriendo, incluso, sacrificios humanos, en los que también estaban incluidos actos de canibalismo.

            Muchas veces se ha dicho que la leyenda negra contra España fue un invento de los países de la Europa septentrional, con el fin, precisamente, de ocultar a Europa sus propios defectos, y que después, a partir del siglo XIX, principalmente durante toda la centuria siguiente, fue aprovechado por muchos gobernantes hispanoamericanos para tapar, a su vez, sus propios errores de gobierno, la realidad de que muchos de ellos se convirtieron en estados fallidos por un motivo u otro. Todo ello es cierto. Una parte de esa leyenda negra está formada por simples exageraciones de hechos que, probablemente negativos en sí mismos, pero otra parte, quizá más importante, está basada también en simples mentiras; y en todo caso, los crímenes aducidos por la leyenda son comunes a todos los países europeos: la Inquisición, que nació antes en el centro de Europa, y especialmente en los estados pontificios, como demuestra la devastación que se llevó por delante en el sureste francés, ya en el siglo XII, más de trescientos años antes de que apareciera por España, a miles de cátaros y albigenses; la destrucción de las culturas aborígenes, que acabó con millones de personas en todos los continentes. Qué decir, por ejemplo, del reino belga de Leopoldo II, que durante la segunda mitad del siglo XIX mantuvo sometido a las diferentes tribus de su colonia en el Congo, a la que gobernó con mano de hierro, explotando de forma privada sus grandes plantaciones de caucho, aislando a los indígenas en dolorosos campos de trabajo, y provocando entre ellos, varios millones de muertos.

            En Norteamérica, en las zonas que no estaban sometidas a la influencia de España, sino que dependían de Francia o de Inglaterra, las tribus nativas fueron sometidas al exterminio, hasta el punto de que aún en los tiempos actuales, en pleno siglo XXI, la mayoría de los indios que han logrado subsistir, lo hacen en absurdas reservas, con leyes diferentes a las del resto de ciudadanos norteamericanos. Los apaches y los comanches, tribus que habitaban durante el siglo XVIII los actuales estados de Nuevo México, Texas o Arizona cuando esos territorios todavía eran españoles, pudieron sobrevivir a la colonización de nuestro país, alternando algunos periodos de guerra contra el virreinato de Nueva España, de cuya gobernación dependían, con etapas pacíficas de colaboración mutua. Sólo a partir del siglo XIX, ocupado ya el territorio, primero, por un México independiente, y más tarde por los Estados Unidos de Norteamérica, se produjo la desaparición, casi completa, de estas dos etnias. Todavía en 1900 vivían en estos territorios, en situación de libertad, diecisiete mil apaches (se calcula que su número, en pleno siglo XVIII, era de varias centenas de miles). En 1928, cuando el gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles, declaró oficialmente extinta la etnia en todo su territorio, los tres mil apaches que aún vivían en Estados Unidos fueron sometidos y encerrados en reservas, instaladas en los estados de Arizona, Nuevo México y Oklahoma, como la Reserva India Apache Mescalero, la más antigua, que había sido ya establecida en las cercanías de Ford Stanton en 1873, por el presidente Ulysses S. Grant.


Por otra parte, la historia de los países norteamericanos de los dos últimos siglos, desde que las antiguas colonias fueron logrando progresivamente la independencia respecto de España, nos demuestra también la realidad de aquella segunda afirmación. Una historia en la que abundan las guerras entre los diferentes países, a instancias de unos gobernadores que nunca, o casi nunca, legislaron en favor de sus ciudadanos, sino de ellos mismos, y de dolorosas dictaduras, de una ideología o de otra.  Dictaduras de derecha, como las de Augusto Pinochet en Chile, o la de Jorge Rafael Videla y de los otros generales en Argentina, y dictaduras de izquierdas, como las que todavía gobiernan en países como Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, por citar sólo algunas de las que han gobernado en el continente en los últimos años. Y gobernantes caracterizados por el más puro populismo. Estados fallidos todos ellos, desde el punto de vista de la justicia más elemental, sumidos en la opresión, en la violencia, a los que el desarrollo y la civilización apenas les toca, y cuando lo hace, es gracias a la cooperación internacional, algo que caracteriza a la geopolítica moderna.

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, aprovechando la celebración del quinto centenario de la conquista de México, volvió a criticar el papel jugado por nuestro país en el descubrimiento y la colonización del continente norteamericano, y lo ha vuelto a hacer en estos días, durante la celebración del día de la Hispanidad. Mientras tanto, su país, desde hace muchos años, sigue sumido en un caos judicial, que ni él ni sus antecesores han sido capaces de solucionar: la muerte violenta de miles de mujeres, precedidas muchas veces de desaparición, unido al asesinato de jueces, policías, periodistas, de todo aquél que se haya decidido a investigar los hechos. Sólo durante el pasado año, 2020, se produjeron en el país centroamericano casi cuatro mil muertes violentas de mujeres, hechos que en la mayoría de los casos, ni siquiera fueron investigados por las autoridades. Un informe de Amnistía Internacional afirma lo siguiente: “Las investigaciones sobre feminicidios precedidos de desaparición, realizadas por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), presentan graves deficiencias por la inacción y negligencia de las autoridades, lo que ha llevado a la pérdida de evidencias, a que no se examinen todas las líneas de investigación y a que no se aplique correctamente la perspectiva de género. Esas insuficiencias obstaculizan el proceso judicial y aumentan las probabilidades de que los casos queden impunes.” Y todo esto se hace con la connivencia del propio Estado, un estado fallido, que está actualmente gobernado por uno de los gobernantes más populistas de toda Hispanoamérica, y que no duda en ocultar sus ineptitudes extendiendo un manto de niebla y de mentiras sobre la país, España, que logró hacer de México un país moderno.

Lo peor de la leyenda negra sobre la historia de España es el hecho de que, casi desde su nacimiento, pero sobre todo en los dos últimos siglos, viene siendo palmeada y defendida por muchos españoles, que se creen a pies juntillas todo lo que les cuentan, ignorantes de nuestra historia real; una historia que, con sus luces y sombras, viene siendo ignorada repetidamente por nuestros propios gobernantes. Afortunadamente, en los últimos años están saliendo a la luz decenas de libros que tratan de luchar contra esa leyenda negra, libros en los que, sin olvidar tampoco esas sombras que también sobrevuelan nuestra historia real, tratan de explicarnos sus verdaderas dimensiones. Libros como el de María Elvira Roca Barea (“Imperiofobia y leyenda negra”) o el de Borja Cardelús (“América hispánica”), pero también libros procedentes desde el otro lado del océano Atlántico, como el titulado “Madre patria”, del que es autor el politólogo argentino, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Marcelo Gullo. Son sólo unos pocos ejemplos; la bibliografía sobre el tema es abundante, precisamente ahora, cuando desde muchos lugares del mundo, no sólo en España, se viene realizando una revisión de nuestra historia. Una revisión, por otra parte, a la que es ajena, en realidad, la propia historia que se pretende revisar, una revisión que no se hace desde la historiografía, sino de políticos, y de seguidores de esos políticos, que en realidad nada, o muy poco, saben de historia. Como he dicho, el problema no es sólo de España. En Portugal hay quien pretende que pueda ser desmontado algo tan “ecuménico”, desde el punto de vista de la cultura, como es el Monumento de los Descubrimientos, que se alza a las afueras de Lisboa, en el barrio de Belém. Poco importa que el monumento fuera encargado por el régimen del dictador Antonio de Oliveira Salazar, lo que probablemente aducen sus enemigos para pretender su desaparición, sino lo que éste representa para la historia de Portugal y de Europa.

Los defensores de la leyenda negra, los de fuera y los de dentro de España, desconocen la realidad de lo que significa el descubrimiento y la conquista del continente americano. Desconocen, u olvidan de forma premeditada, a labor realizada por los misioneros españoles, que aprendieron las lenguas aborígenes con el fin de facilitar la evangelización, y que después publicaron diccionarios y estudios de aquellos idiomas, en las múltiples imprentas que se fueron instalando en aquellos territorios, mucho tiempo antes de que pudieran establecerse en los territorios que estaban dominados por ingleses y franceses; gracias a ello, las lenguas de los indios lograron pervivir a través de los tiempos. Desconocen que desde la península, los propios reyes legislaron a favor de los indios, algo que no se hizo tampoco en las colonias de otros países europeos. Desconocen que aquellas leyes prohibían entre ellos la esclavitud, a pesar de que algunos encomenderos las ignorasen, enfrentándose, muchas veces, a duros castigos; en todas las sociedades hay personas que cumplen las leyes y otras que no las cumplen. Ignoran que desde muy pronto, en el nuevo continente se fueron creando hospitales, en los que se curaban las enfermedades que sufrían los colonos, pero también las que sufrían los indios, e importantes centros de enseñanza, a los que también podían asistir los indígenas con los mismos derechos que los españoles. Ignoran que a finales del siglo XVI, cuando en todo el territorio inglés apenas existían tres universidades, ninguna de ellas en el territorio de sus colonias (ni siquiera en Estados Unidos), y muy pocas más en el resto del continente europeo más allá de los Pirineos, en todo el territorio español existían ya más de veinte centros de este tipo, muchas de ellas en el propio continente americano, y que muchas de esas universidades contaban, ya para entonces, con algunos catedráticos y profesores que eran de procedencia indígena.

Nuestro desconocimiento de la realidad de la conquista de América está en consonancia con un desconocimiento general de nuestra historia. ¿Quién ha oído hablar alguna vez, por ejemplo, de cierto Juan de Sessa, conocido también como Juan Latino, quien, a pesar del color negro de su piel, pudo llegar a ser, en pleno siglo XVI, profesor y catedrático en la universidad de Granada? Nacido hacia el año 1516 en algún lugar de Etiopía, fue trasladado, todavía niño, a España, vendido como esclavo junto a su madre, y adquirido por el cuarto conde de Cabra, Luis Fernández de Córdoba y Zúñiga, y su esposa, Elvira Fernández de Córdoba, segunda duquesa de Sessa, e hija del gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, de cuyo título adoptó su apellido. Fue asignado por sus dueños a la compañía de Gonzalo, uno de sus hijos, futuro gobernador de Milán y alcalde de Castell de Ferro, con el que compartía aproximadamente su misma edad, de quien terminaría por hacerse gran amigo, después de que fuera manumitido por él, en 1538. Acompañó a éste durante sus estudios en la universidad de Granada, logrando seguir las asignaturas desde fuera de las aulas, convirtiéndose de esta forma, en el primer liberto negro que pudo titularse en una universidad europea, obteniendo en 1546 el título de bachiller en Filosofía. Más tarde, en 1556, obtuvo también la licenciatura, y a finales de ese mismo año, ya como profesor, obtuvo la cátedra de Gramática y Lengua Latina. Escribió varias obras, entre ellas la “Austriada”, una composición métrica en hexámetros latinos sobre la estancia en Granada de don Juan de Austria, y otra sobre la victoria de las tropas aliadas en el golfo de Lepanto. Fallecido entre los años 1594 y 1597, poco tiempo después de su retirada de la docencia, fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de la ciudad de la Alhambra.






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El podcast de Clio: LA LEYENDA NEGRA. UNA HISTORIA DE LA FRONTERA NORTE Y EL FAR WEST ESPAÑOL

martes, 3 de diciembre de 2024

EL ROMÁNICO EN LA HOYA DEL INFANTADO

 Para comprender mejor cómo se desarrolla el arete románico en este territorio, que se ha venido a llamar la Hoya del Infantado, y que ocupa todo el noreste de la provincia de Cuenca, en el límite entre las tierras alcarreñas y la sierra, y una parte del sur de la provincia vecina de Guadalajara, las tierras que conforman la cuenca del río Escabas, afluente del Tajo, hay que tener en cuenta las circunstancias en las que se produjo la repoblación del territorio en la Edad Media, una vez reconquistado a los árabes. En este sentido, y al contrario de lo que vimos en sesiones anteriores de este programa (ver “Un viaje al Románico en el Campichuelo conquense”, 27 de noviembre de 2023; y “Un nuevo acercamiento a la arquitectura románica en la provincia de Cuenca”, 12 de mayo de 2024), al acercarnos a los pueblos del Campichuelo, cuya repoblación siempre estuvo unida a la reconquista de la ciudad de Cuenca, en 1177, lo que determinó la plasmación, en sus iglesias rurales, de un románico ya tardío, en el que los elementos propios del estilo se van a combinar con otros elementos más propios del nuevo estilo gótico que ya entonces se estaba empezando a utilizar en la fábrica de la nueva catedral que se estaba construyendo en la ciudad, la conquista cristiana de esta comarca del Infantado se había producido ya casi un siglo antes, lo que va a determinar la elaboración, en las fábricas de las iglesias que entonces se estaban construyendo, de un románico más puro, en el que podemos encontrar la influencia del románico que ya se estaba utilizando en la provincia de Guadalajara. No quiere ello decir que aquí no existan elementos góticos, como el arco apuntado, pero suelen responder a fases más tardías de reconstrucción de los edificios primitivos.

Hay que decir, antes de nada, que este territorio, que después sería conocido como la comarca del Infantado, había sido poblado ya en tiempos muy antiguos, como ha venido a demostrar la existencia de importantes yacimientos arqueológicos. También se asentaron aquí los romanos, y en este sentido hay que remarcar la existencia, muy cerca de aquí, de una de las tres ciudades importantes que los romanos establecieron en la actual provincia de Cuenca: Ercávica. La misma ciudad que todavía siguió siendo sede episcopal en tiempos visigodos, y que después, bajo los árabes, y al amparo de la familia bereber de los Dhi-l-Nun, que aquí se establecieron, provenientes del actual Túnez, se convertiría en la capital de una de las koras o provincias dependientes del califato de Córdoba, la de Santaberiya. Y también cerca de aquí, en Almonacid de Zorita, ya en tierras de Guadalajara, el rey visigodo Leovigildo creó una nueva capital, al la cual, en honor a su hijo, le dio el nombre de Recópolis. 

Con el derrumbamiento del califato omeya de Córdoba, el territorio pasó a formar parte de la taifa de Toledo, que precisamente había quedado en poder de la misma familia de los Dhi-l-Nun, y a ella quedó vinculada hasta el mismo momento de la conquista de su capital por parte del monarca Alfonso VI. En este momento, la comarca se convirtió en un territorio de frontera, sometido a las crónicas razias protagonizadas tanto por cristianos y musulmanes, adentrándose así al otro lado de la frontera en acciones de rapiña, y sólo se consiguió estabilizar gracias a la figura de Alvar Fáñez, el supuesto sobrino del Cid. A nivel administrativo, fue primero incorporado al llamado Común y Tierra de Zorita, y más tarde, durante el reinado de Alfonso VII (1126-1157), a la demarcación de Huete, pasando también a incorporarse, en términos eclesiásticos, al obispado de Sigüenza. Y es que la sierra de Altomira, que cruza la comarca de norte a sur, fue llamada durante la Edad Media la Sierra de Enmedio, precisamente porque estaba en el medio entre las tierras de los cristianos y las de los musulmanes.

La conquista de Cuenca por Alfonso VIII, en 1177, alejó por fin la frontera hacia el este, y luego las de Alarcón, en el sur de la provincia, y Alcaraz, en la de Albacete, también hacia el sur. En términos otra vez eclesiásticos, el territorio pasó a depender del nuevo obispado de Cuenca, mientras que en el político volvía otra vez, temporalmente, a ser señorío real. Así permaneció hasta el año 1252, cuando el rey Alfonso X “el Sabio” creó un extenso señorío, del que formaba parte este mismo territorio, junto a otros pueblos de la provincia de Guadalajara, que lo donó a una de sus amantes, doña Mayor Guillén de Guzmán, la madre de su hija Beatriz. A ella pasó después el señorío, y más tarde fue la hija de ésta, doña Blanca, quien la vendió al infante don Juan Manuel; es en este momento cuando el territorio empezó a ser conocido, por razones obvias, como la comarca del Infantado.

Años más tarde, el infante don Pedro vendió el señorío a Micer Gómez de Albornoz, miembro de una de las familias más importantes de la nobleza conquense, sobrino del famoso cardenal Gil de Albornoz, y más tarde pasó a poder de Álvaro de Luna, a quien se lo había vendido María de Albornoz, la nieta del propio Gómez de Albornoz, y desposeído el hijo de éste de ese gran señorío por el rey Enrique IV, una vez caído en desgracia, éste se lo entregará definitivamente a Diego Hurtado de Mendoza, hijo del famoso marqués de Santillana, a quien los Reyes Católicos le concederían, pocos años después, el título de primer duque del Infantado.

La primera de las iglesias que vamos a visitar es la de Alcantud. Aunque hemos dicho que el territorio del Infantado ya había iniciado su repoblación antes de la conquista de Cuenca, y que el románico en  este territorio es mucho más puro que el del Campichuelo, la iglesia de Alcantud es un claro ejemplo de alternancia entre esa fábrica primitiva y una fábrica posterior, en el que también aparecen algunos elementos más propios del gótico, que conserva una portada ligeramente apuntada, que corresponde a una fase posterior del edificio, ya en la segunda mitad del siglo XIII, cuando ya se habían iniciado las obras en la catedral conquense. Su conservación es deficiente, pues fue descubierta en 1995, durante unas obras de restauración de la iglesia, bajo una gruesa capa de cemento0, por lo que no hubo más remedio que someterla a una importante restauración, como se puede apreciar a simple vista. Se caracteriza por la existencia de tres arquivoltas apuntadas, apoyadas sobre columnas que presentan, como principal elemento decorativo, tallas vegetales. También es interesante la estrecha ventana saetera que se muestra sobre la portada, también en la espadaña, bajo el triple hueco de las campanas.

Por lo que se refiere al interior, tanto la cabecera como la propia nave fueron reformadas en el siglo XVI, recreciéndose en altura y en anchura, por lo que no responde ya al estilo románico. De esta misma época es también la portada sur y la sacristía, y en este caso, ni siquiera la pila bautismal es románica.

Los restos románicos de esta iglesia de Salmeroncillos de Arriba también son escasos, y más después de que, en la década de los años ochenta del siglo pasado, se produjo el hundimiento de su elemento más característico, su ábside. También la espadaña, muy restaurada en tiempos recientes, es ajena en todo al estilo del románico. Con respecto al interior, aunque responde al trazado original, apenas tiene elementos significativos.  Así las cosas, lo más destacado, en lo que a nosotros nos interesa, es la pila bautismal, compuesta por un pie cilíndrico y un vaso semiesférico, decorado con una sucesión de gallones dispuestos en una leve diagonal. La pila de Salmeroncillos tiene una clara influencia de las pilas bautismales de las iglesias de Alcocer y Salmerón, en la provincia de Guadalajara, y de la pila de la iglesia conquense de Albendea.

La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Zarza, en Salmeroncillos de Abajo, responde sobre todo al estilo barroco. Sin embargo, una mirada detallada a algunos de sus elementos nos permite vislumbrar algunos elementos medievales. Así, todavía en el muro norte de la iglesia se puede ver, fosilizada en el conjunto de la nave, los cuatro tramos que conforman su fábrica medieval, separados por sendos contrafuertes, y la primitiva cornisa, apoyada en veintiún sencillos canecillos. Esta parte de la fábrica responde a la construcción de finales del siglo XII y principios del siglo XIII. También es románica la pila bautismal, realizada en piedra arenisca, aunque se encuentra muy desgastada y recompuesta con cemento, en la que destaca, como único adorno, la moldura de su embocadura.

En Albendea se encuentra la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Aunque tapado en parte por la propia sacristía, destaca visiblemente en el exterior el ábside románico, con testero en semicírculo, horadado con una pequeña ventana saetera con vano en arco de medio punto, que se puede atribuir al estilo cisterciense, llamado también estilo de transición entre el románico y el gótico. Por lo que se refiere al interior, el románico se puede apreciar aún en su nave central, que responde a la primera etapa de su fábrica, y sobre todo, en el tramo contigo al presbiterio. Esta parte del edificio responde a una fecha próxima al cambio de siglo, es decir, hacia el año 1200. Sin embargo, y en lo que responde al interior, la iglesia fue ampliada en altura y en anchura, primero entre los siglos XV y XVI, y otra vez en pleno siglo XVIII. También es románica la pila bautismal.

En este mismo pueblo también debemos visitar la llamada Ermita de Llanes, aunque en su origen, este edificio se trata, en realidad, de un antiguo mausoleo romano, y formó parte de una villa bajoimperial. A lo largo de la Edad Media, el edificio fue sometido a importantes modificaciones, con el fin de convertirlo en la iglesia parroquial de un pequeño poblado llamado de Llanes que, sin embargo, no tardó demasiado tiempo en quedar despoblado. Así, resulta difícil diferenciar su fábrica romana de su fábrica posterior.

De la iglesia de Arandilla del Arroyo destaca, en lo que a nosotros nos interesa, es decir, en su fábrica románica, las dos portadas de arenisca, de carácter rústico. Por lo demás, apenas queda nada del periodo románico, más allá de su pila bautismal, situada bajo el sotocoro de la iglesia. La taza de la pila está adornada con gallones verticales, adornados con flores de seis pétalos y cruces patadas.

Aunque situada en la provincia vecina de Guadalajara, la visita  a la iglesia de Millana es también interesante para comprender mejor el románico de esta comarca del Infantado, de la que también formó parte, como una de las localidades más importantes del señorío; y también, porque, al igual que otros pueblos del sur de la provincia de Guadalajara, Millana también estuvo incorporada a la diócesis conquense hasta el siglo XIX. Del exterior destaca su torre, emparentada con la de Valdeolivas, y también, como ella, formada por tres cuerpos superpuestos, y también de planta cuadrada. Cuenta con una línea de impostas que separan el segundo y el tercer cuerpo, y la apertura de cuatro vanos, uno en cada cara de la torre, rematados con arcos de medio punto.


Por lo que respecta al cuerpo de la iglesia, en lo que al románico se refiere, destaca la portada, también de medio punto, en la que también ces bastante clara la influencia del estilo cisterciense. Consta ésta de seis arquivoltas, apoyadas sobre columnas con ábaco y bocel. Los capiteles de éstas se muestran adornadas con un bestiario alegórico en el que se reflejan algunos animales mitológicos que representan las fuerzas del mal. Y sobre la portada, también es interesante la cornisa, que se apoya sobre una serie de canecillos y metopas, adornados con elementos vegetales y geométricos, que responden, en su conjunto, a una clara influencia del monasterio de Santo Domingo de Silos.

En el interior, el románico de la iglesia de Millana se encuentra muy escondido bajo el disfraz de una posterior fábrica datada en el siglo XVI, por lo que apenas perviven elementos destacables de su construcción medieval.

Finalmente, es muy probable que sea la iglesia de Valdeolivas el más importante templo románico de toda la provincia de Cuenca, y puede ser fechada, también, en los últimas años del siglo XII o los primeros de la centuria siguiente. A nivel exterior destaca su torre de campanas, emparentada con las torres de Salmerón y Alcocer. De plata cuadrada y cuatro cuerpos, consta de seis vanos a cada lado, pareados dos a dos en los tres cuerpos superiores, rematados con arcos levemente apuntados, que se apoyan sobre capiteles adornados con punta de diamante. La riqueza ornamental va creciendo conforme la torre se va elevando en altura.

Por lo que respecta al cuerpo de la iglesia, y a pesar de las modificaciones posteriores que sufrió, destaca el ábside, fabricado en sillería de piedra, y dividida en cuatro paños, circundados por una hilera de canecillos de factura geométrica, y elevados por encima de la portada principal, del siglo XIII. Ésta está formada por cuatro arquivoltas, y muestra ciertas concomitancias con la portada interior que conecta, en el cercano monasterio de Monsalud, en Córcoles, la iglesia del monasterio con el claustro. Este monasterio ha sido destacado como uno de los máximos ejemplos del estilo cisterciense.

En lo que respecta al interior, la iglesia contaba primitivamente con una nave única, y cabecera semicircular, claramente visible. La nave consta de tres tramos, separadas entre sí por arcos apuntados, que se suceden a lo largo de la bóveda de cañón. Los arcos se apoyan sobre sencillas columnas, que en el arco triunfal, que da acceso al presbiterio, responde también al estilo cisterciense. En lo que respecta al testero del ábside, se aprecian unos vanos adornados con puntas de diamante, que se corresponden con las respectivas ventanas del exterior.

También son de destacar las pinturas románicas, fechadas también hacia los años finales del siglo XIII, que fueron descubiertas al inicio de la Guerra Civil, al ser derribado y destruido el altar que las había tapado durante varios siglos. En el centro destaca la representación del Pantocrátor, Cristo en majestad, que quiere representar la soberanía divina. A los lados el Tetramorfos, la representación de los cuatro evangelistas, aunque en la actualidad sólo se conserva una parte de esta representación, en la que representan a Marcos y a Lucas. En la cúspide, el Espíritu Santo, y rodeándolo todo, el colegio apostólico, en dos grupos de seis figuras, formando todo una impresionante rep0resentación de carácter piramidal.








A partir de esta entrada, y siempre que yo lo considere conveniente con el fin de enriquecer la información aportada por el documento principal de la entrada, voy a incorporar un podcast, generado por inteligencia artificial, en el que dos interlocutores, a partir de la información aportada por el propio texto de la entrada, complementado con otras informaciones que la IA pueda encontrar en la web, conversarán sobre el tema tratado en el cuerpo de la entrada. Podemos considerar que los dos interlocutores pueden ser la propia Clio, musa de la Historia, y Platón, el más grande de los filósofos clásicos, o la propia IA.

El Podcast de Clio: EL ROMÁNICO EN LA HOYA DEL INFANTADO