viernes, 22 de noviembre de 2024

UNA MONEDA DE CUENCA A SUBASTA



En algunas ocasiones anteriores ya he escrito en este mismo blog, sobre el Real Ingenio de Agua de Cuenca, la nueva casa de moneda que Felipe IV ordenó instalar en la ribera del Júcar, y sobre las monedas que fueron acuñadas tanto en dicho ingenio como en la antigua ceca, que, como es sabido, se hallaba en el solar que para ello habían cedido los marqueses de Cañete (ver "La ceca de Cuenca a través de sus monedas", 23 de noviembre de 2017; y "La casa de la moneda de Cuenca", 13 de octubre). Por otra parte, una de las motivaciones de este blog es el de hacerme eco de los nuevos descubrimientos que la investigación histórica va poniendo sobre la mesa, y que, en muchas ocasiones, tarda demasiado en llegar al gran público. Es cierto que para esas novedades, tanto sobre historia de Cuenca como sobre otros campos del estudio histórico, ya está el apartado que he llamado "Novedades históricas", pero hay ocasiones, como ésta, en que la novedad es demasiado importante -al menos a mi juicio-, como para que pueda aparecer, con grandes titulares, en las portadas de los medios. Eso es lo que sucede con la próxima subasta de una pieza de ocho escudos, única, que salió de la casa de la moneda conquense. La subasta se va a celebrar entre los próximos días 9 y 10 de diciembre de 2024, en la prestigiosa sala de subastas Numismática Genevensis, que, como su propio nombre indica, está asentada en la ciudad suiza de Ginebra (ver, para quien esté interesado, su página web: https://www.ngsa.ch/.

Podría intentar acercar al lector la moneda en cuestión con mis propias palabras. Sin embargo, creo que nunca podría hacerlo con la claridad que Adolfo Ruiz Calleja, uno de los más grandes divulgadores numismáticos que podemos seguir en las redes, lo hace en uno de sus vídeos. Por ello, he preferido hacerme eco de dicho vídeo, en el que narra la historia de cuatro monedas, todas ellas de ocho escudos, que son las piezas más destacadas de cuantas se van a subastar en la misma sesión. En concreto, y para quien no desee escuchar todo el video, hay que decir que el divulgador palentino dedica a nuestra pieza conquense la última parte del video, desde el minuto 22 y 16 segundos, hasta el final. 

Éste es el video en cuestión: 







jueves, 31 de octubre de 2024

LA GUERRA DE GAZA SEGÚN LA VERSIÓN DE HAMÁS

 No decimos nada nuevo si afirmamos que hoy en día, en pleno siglo XXI, uno de los principales focos de tensión en la geopolítica internacional, más allá de la guerra de Ucrania, generada por el deseo de Rusia de volver a resucitar algo similar al antiguo imperio soviético perdido con la Perestroika, en su antiguo territorio de influencia, o, en otro orden de cosas, el constante conflicto entre la República Popular China y Estados Unidos por el dominio económico de todo el planeta, procede del área de Oriente Medio. La tensión entre palestinos e israelíes en lo que un día fue Tierra Santa; la proliferación del terrorismo de carácter islamista, en los países árabes y también en el mundo occidental; o el propio debate entre oriente y occidente, entre democracias liberales y dictaduras teocráticas, está en el germen de todo ese conflicto, que ha venido a desmentir en las últimas décadas, ya lo he dicho en este mismo blog en repetidas ocasiones, al politólogo norteamericano Francis Fukuyama y su teoría del “final de la Historia”.

Comprender el origen de esos focos de tensión, por otra parte, resulta complicado para todos los que no somos expertos en el tema, entre la multitud de artículos periodísticos publicados y los debates de televisión, hasta el punto de que muchas veces nos resulta difícil identificar a los verdaderos expertos de aquellos que sólo repiten, de manera más o menos acertada, lo que otros han dicho otros. Y es que, entre tantos supuestos expertos y otros que verdaderamente sí lo son, muchas veces nos resulta complicado saber quién tiene la razón en un conflicto internacional, si es que, de verdad, es uno el que tiene toda o casi toda la razón, que casi nunca es así. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, puede parecer sencillo poder deducir que Rusia es el país invasor, mientras Ucrania ha sido el país invadido. Pero, ¿qué ocurre en el caso de la franja de Gaza y, más allá de ello, en la posterior extensión del conflicto a Libano, Hizbolá e incluso Irán?

Según un cuento tradicional hindú, que ha sido recogido por algunos escritores europeos, entre otros el historiador, economista y politólogo escocés James Mill, existía una vez, en una ciudad de la vecina Afganistán, una ciudad lejana en la que todos, absolutamente todos sus habitantes, estaban ciegos. Un día, les llegó la noticia de que iba a llegar a la ciudad un elefante, y tuvieron curiosidad por saber cómo eran los elefantes, pues nunca los habían visto. Por ello, cuando llegó el paquidermo a la ciudad, ellos enviaron una comisión de tres mensajeros para que se encontraran con él y pudieran saber cómo eran a través del sentido del tacto. Cuando el primer mensajero se acercó al elefante tocó su trompa, y el hombre pensó que éste era un gusano enorme que se mantenía enhiesto, en posición vertical. Cuando el segundo mensajero llegó al elefante tocó una de sus piernas, y el hombre llegó a la conclusión de que éste era como una columna. Y cuando llegó al animal el tercer mensajero, tocó una de sus orejas, y el hombre creyó que el nuevo animal que habían conocido era similar a un abanico. La conclusión, la moraleja del cuento, es bastante clara: en ocasiones, cuando nos acercamos a una realidad, no existe una verdad total y absoluta, sino que ésta es, realmente, una suma de verdades parciales. Y más, como es el caso, cuando se trata de complicados asuntos de geopolítica contemporánea.

Por ello, para intentar conocer al elefante en su totalidad y no sólo una parte del elefante, es por lo que me atrevo a comentar el libro del politólogo jordano Tareq Baconi, “Hamás. Auge y pacificación de la resistencia palestina”, que en realidad es una reedición de un libro anterior de este mismo autor, que ha vuelto a ser publicado a raíz de las acciones del pasado mes de octubre, en las que un numeroso grupo de terroristas de Hamás atacó desde los túneles de la franja de Gaza varias ciudades del sur de Israel, provocando en su ataque varios miles de asesinatos y un número superior a los doscientos secuestros. Este texto es en un intento de acercar al lector el problema palestino desde el punto de vista del grupo terroristas, al que, por cierto, dista mucho de definir como un grupo terrorista, que lo es, al menos, desde el punto de vista occidental, dando prioridad a su posicionamiento como un grupo político, que es mayoritario dentro de Gaza.

Antes de nada, y para que no haya dudas entre los lectores, quiero dejar clara cuál es mi postura en el conflicto, una postura que, por otra parte, ya he clara antes en alguna otra entrada del blog (ver “Un libro para entender el conflicto judeo-palestino: Israel, la tierra más disputada, de Joan B. Culla y Adriá Fortet”, 22 de mayo de 2024). Sin embargo, ningún conflicto, éste tampoco, es dual entre buenos y malos, entre blancos y negros, y conviene ser analizado desde todas sus perspectivas, también desde el punto de vista del contrario, para poder llegar a comprenderlo en todos sus términos. Y por ello, y dejando de lado ahora la posición israelí en el conflicto, ya analizada en el libro de Culla y Fortet, quiero analizar ahora el conflicto desde el punto de vista del combatiente palestino, y que el libro de Baconi, escrito a partir de la propia documentación generada por Hamás, y por diversas entrevistas realizadas por el autor a algunos de sus dirigente, es una buena forma de hacerlo.

Dicho todo ello, hay que tener en cuenta que no se puede identificar, en puridad, al grupo Hamás con el pueblo palestino, tal y como también reconoce el propio autor del libro. Por este motivo, también hay que diferenciar las diferentes maneras de vivir el conflicto con Israel por los diversos grupúsculos palestinos, asentados tanto en la propia franja de Gaza como en Cisjordania o en otros países de la zona, y también, y es algo que muchas veces se nos olvida, desde el de los palestinos asentados en el propio territorio de Israel o en la misma Jerusalén Este. Y es que, en los últimos años, desde Cisjordania, más afín a la propia Autoridad Palestina, los palestinos han sido bastante más comprensivos cuando, desde Israel, se ha intentado hacer una política relativamente pacificadora, mientras que en Gaza, más afín con Hamás y con otros grupos violentos, la política ha sido diametralmente opuesta, y eso es algo que también reconoce el autor del ensayo.

Así, Hamás se ha caracterizado históricamente por su selección a la hora de realizar atentados terroristas de carácter masivo, muchas veces con decenas de muertos y, a veces, centenares de heridos. Muchos de esos atentados eran realizados, además, en momentos muy críticos, cada vez que se iniciaba un proceso de paz, y con el fin de intentar descarrilar el proceso. Por otra parte, un error de concepto de Hamás, y en ocasiones también del propio Baconi, es pensar que únicamente los palestinos tienen derecho a ocupar el territorio en conflicto. No se trata de intentar identificar aquí las claves que se hallan en el origen del conflicto entre judíos y palestinos -algo que tampoco intenta el politólogo jordano, y que sí se hacía en el libro de Fortet y Culla-. Sin embargo, sí se hace alusión en el texto al famoso lema de Hamás: Palestina, del río al mar. Un lema que tanto ha sido repetido también por gran parte de la izquierda europea, sobre todo española, sin llegar a comprender en toda su importancia lo que las palabras significan realmente: la desaparición completa y absoluta del estado de Israel, y su sustitución por un nuevo estado palestino que abarcará todo el territorio en conflicto.

Por todo ello, y más allá de intentar comprender la posición palestina, no resulta extraño que, ya en 1997, Estados Unidos incluyera a Hamás en la lista de organizaciones terroristas, y de forma paralela con otras organizaciones similares, como la más peligrosa Hizbolá, por su capacidad de armamento, que opera principalmente desde el sur del vecino país del Libano. Y también, como es sabido, de forma paralela al paulatino reconocimiento de la Autoridad Palestina como verdadero y único interlocutor del pueblo palestino. Por ello, también, y a pesar de la crudeza de los sucesos del 7 de octubre, en los que un grupo de guerrilleros de Hamás cruzaron la frontera de Gaza para invadir territorio israelí,  provocando entre la población civil  un total de mil cuatrocientos asesinatos, además de varios miles más de heridos, y unos doscientos diecisiete judíos secuestrados, muchos de ellos fallecidos posteriormente, la violenta respuesta del gobierno de Israel fue dirigida, al menos en un primer momento, sólo contra la franja de Gaza, dominada por los propios terroristas de Hamás, que no dudan es utilizar a los civiles palestinos en su propio beneficio, usándolos, incluso, como escudos humanos, y dejando libre de ataques, sobre todo en un primer momento, al territorio de Cisjordania.

Y es en parte por este mismo motivo también, por el que el propio Israel, la única democracia existente en la zona, como ya es conocido, cuenta con algunos aliados también entre algunos países árabes del entorno, como Jordania, tal y como puso de manifiesto el ataque posterior de Irán contra Israel, con misiles y drones, el pasado mes de abril. En este sentido, si el escudo defensivo de Israel, la llamada Cúpula de Hierro, actuó de manera positiva, impidiendo que el grueso de los misiles y de drones alcanzara los objetivos israelíes desde el país de los ayatolás, posibilitando que apenas se produjera sola víctima, y además un palestino que fue alcanzado por los restos de un misil que anteriormente había sido destruido, la propia Jordania ayudó a Israel a repeler el ataque mediante la decisiva actuación de sus fuerzas aéreas.



lunes, 21 de octubre de 2024

UN NUEVO LIBRO SOBRE DOCUMENTACIÓN HISTÓRICA: EL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN FRANCISCA DE CUENCA

No es muy usual que un escritor vea publicados, en el breve plazo de unas pocas semanas, hasta tres libros, y más cuando se trata de un tipo de lectura que no cuenta con un número demasiado elevado de posibles lectores, como es el caso de la recuperación de documentos históricos. Esto es lo que le ha pasado a la protagonista de esta entrada, que no es otra que la investigadora María de la Almudena Serrano Mota, licenciada en Geografía e Historia y, al mismo tiempo, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca desde hace ya algunos años. En otra entrada anterior ya hablábamos de sus dos libros anteriores, que aparecieron en el breve lapso de unos pocos días (ver “Dos libros de Almudena Serrano Mota sobre la historia del Archivo Histórico Provincial de Cuenca y sobre la Real Casa de Santiago de Uclés”, 19 de julio de 2024). En esta ocasión, voy a comentar su última monografía, que tanta relación guarda con los otros dos textos citados, hasta el punto de que ha sido publicado, también, por la misma institución investigadora que había sacado a la luz a la otros dos, la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. En esta ocasión, la responsable de nuestro archivo ha venido también a divulgar una parte de la documentación que se conserva en el mismo, en esta ocasión la relativa al monasterio de la Concepción Francisca  de Cuenca, las populares “monjitas” del convento de la Inmaculada Concepción de la Puerta de Valencia, correspondientes al arco temporal comprendido entre los años 1498 y 1886.

Según se puede leer en  muchos lugares, el monasterio de la Inmaculada Concepción de Cuenca fue fundado en 1504 por Álvar Pérez de Montemayor, canónigo que era en ese momento de la catedral primada de Toledo, pero que era oriundo de Cuenca, a una de cuyas principales familias pertenecía. En la ciudad del Júcar se había fundado apenas unos años antes,  en 1484, el primer convento de esta nueva orden, en el llamado Palacio de Galiana, por doña Beatriz de Silva. Ésta había sido dama portuguesa que había sido  de la reina Isabel de Portugal, esposa del rey Juan II, en cuya compañía había llegado a Castilla en la década de los años cuarenta. Para la fundación contó primero con la ayuda de Isabel la Católica, y más tarde con la del papa, Inocencio VIII, quien reconoció la creación de la nueva orden  en 1489. De esta forma, el convento conquense se convirtió en la segunda fundación concepcionista, y a ella le seguirían algunas fundaciones más, en ocasiones por la propia influencia del monasterio conquense, tanto dentro la propia diócesis (Villarejo de Fuentes, Belmonte, Priego, Moya,) como fuera de ella.

Pero cabría hacernos una pregunta, relacionada con la propia fundación del monasterio. ¿Cuál es la fecha que se debe utilizar como fundación de una casa de estas características, la de la creación de todos los elementos precisos para la vida en la comunidad, o la del momento en la que se produce esa efectiva vida en comunidad de las monjas? En este sentido, y para el caso concreto de las monjas concepcionistas de Cuenca,  el primer documento que habla de la creación del monasterio está fechado ya el 24 de septiembre de 1498: se trata de la “licencia y consentimiento para la fundación del monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca, otorgada por fray Juan de Tolosa, vicario provincial de la vicaria observante de Castilla”, de los franciscanos. Sin embargo, la fecha tomada oficialmente como fundación del convento, 1504, se corresponde con la terminación de las obras en el nuevo monasterio, de cuya fábrica nos ha llegado la sencilla y hermosa portada, obra de Pedro de Alviz -que, por cierto, ha debido ser restaurada en cestos días por la restauradora Mar Brox, después del absurdo atentado sufrido este verano, cuando un loco provocó en el interior del templo un incendio que pudo haber causado daños mucho más importantes . El mismo año en el que están datadas la llegada de las primeras monjas a la comunidad, y la aprobación definitiva de ésta, por parte del pontífice español Alejandro VI -Rodrigo de Borja, o Borgia-.

A este respecto, podemos leer en la contraportada del libro lo siguiente: “El 24 de septiembre de 1498 se puso por escrito, en Toledo, la decisión de fundar en Cuenca.. . Álvar Pérez de Montemayor, canónigo de la iglesia toledana, fue el fundador y primer patrono. En 1504 se obtuvo la autorización papal y, rápidamente, se facilitó el espacio en el que se ubicaría el convento, lugar donde estuvo la ermita de la Santísima Trinidad. El fundador otorgó bienes dotales de diferente tipo y, además, retuvo en el patronazgo la facultad de poder nombrar y presentar ocho religiosas sin dote, hecho que ocasionó numerosos pleitos entre las monjas y los patronos durante el siglo XVII y XVIII, por las adversas circunstancias económicas, en que se vieron envueltas las religiosas, como consecuencia de la crisis económica generalizada.”

Sobre esta profusa documentación, sobre la relativa a la primera fundación del convento, entre la que destaca el testamento del fundador, en el que figura, entre otros asuntos de interés, la decisión de hacerse enterrar en la capilla mayor de la iglesia conventual, frente al altar, en un sepulcro que fue realizado por el entallador flamenco Diego de Flandes, en 1512, y que desapareció en el transcurso de las obras realizadas en el siglo XVIII por José Martín de Aldehuela -realizado en alabastro, según parece, contaba con la imagen yacente del propio fundador, acompañado por un paje-, es de lo que trata este libro. Y también,  sobre el resto de los documentos que formaban parte del propio archivo de la institución, custodiados actualmente por la propia Almudena Serrano en la institución que ella dirige. Documentos relacionados con las heredades y apeos que fueron conformando el importante patrimonio que tenía la comunidad, un patrimonio que, a pesar de todo, y debido a la fuerte crisis en la que estaba sumida la ciudad, como el resto del viejo reino de Castilla, no impedía que las monjas pasaran también por ciertos momentos de penuria, que también se reflejan en toda esa documentación.

Son interesantes, también, los documentos relativos a la presentación de nuevas monjas por parte de los patronos, un patronazgo que en 1572 pasó a manos de la familia Cañamares, por medio, primero de Alonso González Teruel de Cañamares, quien, en ese momento, era a su vez canónigo del cabildo conquense. Este había sucedido en el patronazgo por el fallecimiento de Juan Pérez de Teruel Montemayor. Es sabido que, en la alta sociedad conquense de entresiglos, los apellidos Montemayor y Teruel se confunden en una misma familia, en un posible intento, quizá, de ocultar entre sus miembros una descendencia de judíos conversos que, en realidad, fue bastante usual entre las más importantes familias conquenses de la época. No es casualidad, por ello, que en el escudo heráldico del fundador, que todavía se conserva en una de las fachadas del edificio, aparezca la imagen de un toro pasante.

Es de especial interés, por otra parte, toda la documentación relativa al siglo XIX, una etapa difícil, como es sabido, para cualquier comunidad de este tipo, en tanto en cuanto tuvieron que pasar las monjas por diferentes vicisitudes relacionadas con la implantación en el país del sistema liberal, y por las políticas desamortizadoras que afectaron a todos los bienes eclesiásticos. De esta forma, en mayo de 1836, las monjas se vieron obligadas a realizar una serie de inventarios de los bienes que poseía la comunidad, en el que figuraban un buen número de fincas, tanto en la capital como en varios pueblos de la diócesis, los bienes muebles e inmuebles que poseían las monjas, incluidas obras de arte, y también todo tipo de riquezas en juros y créditos contra el Estado. Documentación que ha llegado hasta nosotros, y que se conserva también entre los fondos del Archivo Histórico Provincial.

Y aunque la documentación conservada, como ya he dicho, llega sólo hasta los últimos años del siglo XIX, la autora del libro recoge también algunos testimonios orales relacionados con los años de la Guerra Civil y la primera posguerra;. Un interesante capítulo de la historia de este convento, uno de los más antiguos de Cuenca, que, a modo de epílogo, nos hace reflexionar en la necesidad que tiene el historiador, como depositario que es del pasado, a través de los documentos que hasta nosotros nos han llegado -y que no siempre son documentos escritos-,  de alejarse de las presiones que recibe -quizá, más potentes que nunca, aunque parece una contradicción en un sistema democrático como éste en el que nos encontramos, al menos en teoría-, por parte del conjunto de la sociedad y, sobre todo, de todos los espectros del caleidoscopio político actual.


Para escuchar esta entrada en tipo podcast, pinchar en el siguiente enlace:

MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN FRANCISCA DE CUENCA 

viernes, 27 de septiembre de 2024

“HISTORIAS DE LA HISTORIA”. UNA COLECCIÓN DE RELATOS LITERARIOS SOBRE LA HISTORIA DE ESPAÑA

 En varias entradas anteriores ya he comentado lo que para mí significa la novela histórica, y cuál es el interés que este género literario tiene para acercarnos al estudio de la propia Historia. En este sentido, quiero recordar lo qué dije hace muy poco tiempo, en la entrada que dediqué a la última novela de Antonio Pérez Henares, “El juglar”:  “En entradas anteriores de este mismo blog ya comentábamos qué es lo que entendemos por novela histórica, que no es ya la completa historicidad de todos los hechos narrados, sino la connivencia absoluta de esos hechos, sobre todo de aquellos que no son conocidos en todos sus detalles, con la propia historia; que esos hechos, si no sucedieron como el autor lo describe, bien pudieron haber sucedido así. Y es que, si la tarea del historiador es la de narrar la historia tal y como sucedió, sin ninguna concesión para la imaginación del autor, la del novelista, y la del novelista histórico en concreto, es la de acercarnos a nuestro pasado de una manera literaria, con el apoyo de un argumento sólido y de unos diálogos bien trazados. Pero en la novela histórica, al contrario de lo que sucede en la novela fantástica, ni el argumento ni los diálogos nunca pueden estar en contraposición con la historia.”

Esto mismo vale también para comentar el libro que traigo a relucir en esta ocasión, que no es en sí mismo una novela, sino una serie de relatos cortos, en los que cada uno de ellos nos acerca a una página concreta de la historia de España. Es, además, otro libro en el que, de nuevo, el propio Antonio Pérez Henares es partícipe, como autor de uno de esos relatos, y como uno de los principales coordinadores del libro. Y es, sobre todo, una de las últimas aportaciones que la Asociación Escritores con la Historia ha realizado para la cultura y la sociedad de nuestro país, una asociación de la que el propio escritor alcarreño es fundador y primer presidente de la misma.

Un vistazo a la página web de la asociación Escritores con la Historia (http://www.escritoresconlahistoria.es/) nos puede dar una idea aproximada de cuáles son sus intereses, entre los que figura el de trabajar en pro de un mejor conocimiento de nuestra historia, que pasa, entre otras cosas, porque los españoles nos podamos quitar, por fin, el complejo en el que nos ha sumido tantos años de leyenda negra, una leyenda negra que, por otra parte, en la actualidad, está más presente entre los propios españoles, sobre todo entre los más jóvenes, que fuera de nuestro país, y que está muy relacionado, por otra parte, con el olvido creciente que del estudio de la Historia, y de las Humanidades en general, se ha ido teniendo en los años recientes, y que se ha ido manifestando de manera creciente desde un tiempo a esta parte.

Por todo ello, es necesario que la asociación Escritores con la Historia se vaya haciendo presente en el conjunto de nuestra sociedad, y en ello es en lo que están trabajando un grupo de escritores más o menos conocidos en el actual mundo editorial, pero que todos ellos tienen en común un amplio currículum en lo que se refiere a la novela histórica; y también, algún pintor bastante reconocido, como es el caso de Augusto Ferrer Dalmau, el conocido “pintor de batallas del siglo XXI”. En este sentido, no hay más que citar a quienes forman parte de su actual junta directiva, y que está formada por el propio Antonio Pérez Henares como presidente, Isabel San Sebastián como vicepresidente, Emilio Lara como secretario y María Vila como vicesecretaria, a los que habría que añadir, en la figura de vocales, los escritores siguientes: Juan Eslava Galán, Santiago Posteguillo, Almudena de Arteaga, Luz Gabás y Jaime Sierra.

Una visita a su página web, ya citada, nos da también idea de cuál es la amplia actividad que los miembros de la asociación realizan, a lo largo y a lo ancho de todo el país, con el fin de divulgar nuestra verdadera historia patria, más allá de esa leyenda negra que se inventaron otros países, pero también de la leyenda rosa que forma parte de ese espíritu nacionalista mal entendido, que también existe. No es éste el lugar más adecuado para relacionar aquí esa actividad, porque mi único interés es recomendar al lector del blog un libro, de muy entretenida lectura por otra parte, con el cual el lector podrá acercarse a algunas páginas, más o menos olvidadas de nuestro pasado. Pero sí quiero antes de pasar a hablar del propio libro, porque considero muy necesario hablar de ello, la redacción de un manifiesto contra el último proyecto de reforma curricular de Enseñanza Secundaria, que fue aprobado por el Gobierno hace sólo unos meses, y que, según el propio documento, “supone enviar a la Historia a la guillotina”, un proyecto que es, en realidad, una vuelta de tuerca más en ese deseo de los políticos de hacer de la Historia una herramienta más de sus propios intereses.

Porque sólo de esta forma, mediante esa falsa concepción de la historia como una herramienta política, se puede entender la absurda polémica diplomática que en los últimos días, otra vez, ha vuelto a enfrentar a dos países hermanos, México y España. Más allá de la ignorancia mostrada por la nueva presidenta del país hispanoamericano, Claudia Sheinbaum, que ni siquiera ha sabido situar en su momento histórico real el origen de Tenochtitlan, que según ella debió se debió producir, poco más o menos, en la misma época en la que sus antepasados de independizaban de España, la reclamación de su antecesor, Andrés López Obrador, para que el rey de España le pidiera disculpas por las supuestas faltas contraídas por España durante la etapa del virreinato, que no de una supuesta e inexistente colonización de los territorios americanos, era, en sí misma, absurda. Por eso, por ser algo absurdo y falto de sentido, aquella carta no tuvo respuesta por parte de nuestro monarca. Y por ello, por ser absurda, el hecho de que ella no le haya invitado a su toma de posesión es, también, tan absurdo y falto de sentido como la propia misiva. Es cierto que el debate entre los defensores de la actuación del gobierno, que en este caso se han colocado del lado el sentido común y han cerrado filas al lado del monarca, y los defienden la postura de la izquierda más extrema, esa misma izquierda que también forma parte del gobierno, bebe en parte esa leyenda negra, que históricamente ha venido alimentando las posturas antiespañolas, de fuera y de dentro del país.

Muchas son las preguntas que podríamos hacer tanto a Claudia Sheinbaum como a Andrés López Obrador, o también a cualquiera de esos políticos de esa izquierda extrema que, lejos de conocer la historia de su país, compran sin problemas la versión de los que no conocen, no ya la historia de España, sino la del propio país mexicano. ¿Saben ellos quienes eran los aztecas? ¿Saben que los aztecas ofrecían sacrificios humanos a sus dioses, sacrificios que siempre terminaban con el consumo antropófago de sus víctimas? ¿Saben que la conquista del imperio azteca por parte de los españoles no hubiera sido posible sin la ayuda de esas otros pueblos centroamericanos, víctimas de los aztecas, que vieron a Hernán Cortés y a sus hombres como sus verdaderos libertadores? ¿Saben que Hernán Cortés tuvo con Malinche, una mujer del pueblo nahua, que habitaba Mesoamérica antes incluso de la llegada de los aztecas, y que había estado a punto de ser sacrificada por estos, al menos un hijo, al que le dio su apellido, al que legitimó y envío a la corte del emperador Carlos? ¿Saben de la existencia del testamento de la reina Isabel, en el que se protegían a los indios? ¿Saben de la existencia de las leyes de Burgos, dictadas ya en 1512 por el rey Fernando de Aragón, en las que, entre otras cosas, se abolía la esclavitud indígena? ¿Saben que al finalizar el siglo XVI existían ya, en las más importantes ciudades del continente americano, cerca de diez universidades, que llegaron a ser hasta treinta y tres en el momento de la independencia, y una gran cantidad de hospitales, a los que, por cierto, podían asistir tanto ndígenas como españoles? ¿Cuántas existían en ese momento en las antiguas colonias inglesas o francesas? Es cierto que algunos conquistadores y encomenderos no se comportaron tal y como marcaban las leyes, pero eso es algo que siempre ha pasado, sin necesidad de responsabilizar de ello a los gobiernos actuales?

Pero seguimos con las preguntas, porque ambos presidentes mexicanos han responsabilizado a España del atraso en el que, todavía, doscientos años más tarde, viven los países americanos respecto de Europa. ¿Es responsable España de que gran parte del continente, a pesar de su riqueza, se haya gobernado, muchas veces a lo largo de la historia, por políticos corruptos, que han dirigido a sus respectivos países como si fuera un cortijo personal? ¿Saben los señores López Obrador y Sheinbaum que a principios del siglo XIX, cuando España abandonó su país, mucho más extenso de lo que lo es en la actualidad, existían aún en él grandes núcleos de población formados por los antiguos indios apaches? ¿Saben que ya en el siglo XIX, cuando parte de su país fue tomada por los Estados Unidos, desparecieron todos esos núcleos, y que en la actualidad, los pocos indígenas que perviven en ese país lo hacen, casi siempre, dentro dd reservas? ¿Saben que el presidente Thomas Jefferson, uno de padres de la patria norteamericana, tuvo varios hijos con una de sus esclavas, y que no manumitió nunca ni a ella ni a los hijos? ¿Por qué, en doscientos años de historia, sólo ha habido un presidente de origen indígena, Benito Juárez, quien era de origen zapoteca? ¿Qué piensan los indígenas que todavía residen en México de las políticas de los señores López Obrador y Sheinbaum? Y, quizá, la más importante de todas: ¿Cuál es el origen de los apellidos López Obrador y Sheinbaum?

Dicho esto, al hilo de la más rigurosa actualidad y al amparo que me ha dado la oportunidad de haber escrito sobre una asociación cultural tan necesaria, sobre todo en estos tiempos, tengo ahora que regresar al libro que ésta ha coordinado; un libro que, por otra parte, no deja de ser una iniciativa más para que los españoles podamos conocer mejor nuestra historia. Se trata, como ya he dicho, una colección de relatos, un total de treinta y cinco cuentos, presentados de forma cronológica, escritos cada uno de ellos por un miembro de la asociación, escritores más o menos conocidos pero que cuentan, todos ellos, con una característica común: todos ellos se han acercado con anterioridad a la creación literaria, desde el género de la novela histórica. Relatos que van desde la más remota antigüedad, cuando se produce el que quizá fue el mayor descubrimiento de la humanidad, el fuego -Antonio Pérez Henares nos acerca otra vez a los lectores esa temática argumental con la que empezó a ser conocido  en el mundo editorial, aquella tetralogía, la de Nublares, con la que nos relató la prehistoria de su tierra alcarreña-, hasta el descubrimiento de la civilización tartésica en la primera mitad del siglo XX, por la piqueta del arqueólogo alemán Adolf Schulten.  En esta ocasión, es Manuel Pimentel, autor de interesantes proyectos en el campo de la divulgación de la arqueología, quien nos ofrece este último relato.

Se trata, como digo, de un interesante libro, muy cómodo de leer tanto para el que conoce bien nuestra historia, como aquel que sólo tiene de nuestro pasado vagas referencias y algún recuerdo de su etapa escolar. He aquí, para terminar, la relación de autores: Abenia, Isabel; Arteaga, Almudena de; Arveras, Daniel; Balbás, Yeyo; Buesa Conde, Domingo; Calvo Poyato, Julio; Cano, Rafaela; de Carlos Bertrán, Luis, y de Carlos Santiago, Luis; Castellanos, Santiago; Díaz Pérez, Eva; Eslava Galán, Juan; García Mauriño, Matilde; Gil Soto, José Luis; Giner, Gonzalo; Gómez Domínguez, David; López, Obdulio; López Herrador, Marcos; Luján, Olga;  Maeso de la Torre, Jesús; Martínez Laínez, Fernando; Mazarro, Santiago; Michavila, Nieves; Molist, Jorge; Pérez Henares, Antonio; Pimentel, Manuel; Pro Uriarte, Begoña; Queralt del Hierro, María Pilar; Reig, María; Sala Martí, José Manuel; San Sebastián, Isabel; Valero, Begoña; Vallina, Alicia; Vila, María; Villa, Ramón; y Zoilo, José. Faltan algunos nombres entre los principales y más conocidos miembros de la asociación, es cierto -Pilar de Arístegui, Marcos Chicot, Luis del Val, Chencho Arias, o, sobre todo, Santiago Posteguillo, entre otros-, es cierto, pero la relación de los que sí aparecen es, por sí misma, una muestra suficiente de la importancia que el libro tiene tanto en lo que se refiere a la capacidad literaria de los autores, como al interés histórico de cada uno de los relatos.

Relieve azteca en el que pueden verse sacrificios humanos


jueves, 12 de septiembre de 2024

DICTAMEN DE LA COMISIÓN NOMBRADA POR LAS CORTES PARA INFORMAR SOBRE LOS ACTOS DE MARÍA CRISTINA. CONCLUSIÓN.

 En la entrada anterior comentábamos los motivos que habían originado la creación, por parte de las cortes, de una comisión con el fin de estudiar el espinoso asunto de la desaparición de ciertas joyas que, mencionadas en el testamento del rey Fernando VII, eran propiedad de la Corona, desaparición que se le atribuía a la propia viuda del monarca, María Cristina de Borbón. Y vistos esos antecedentes, y sin más comentarios, pues el dictamen de la comisión se explica por sí mismo, incidiendo en otros asuntos espinosos que ya en ese momento eran atribuidos a los duques de Riánsares -como la propia validez del matrimonio con el taranconero Fernando Muñoz, los ilícitos beneficios adquiridos en las concesiones de las líneas ferroviarias, o incluso su relación con cierta expedición militar a Ecuador, con el fin de crear allí una nueva monarquía para uno de sus hijos-. Este es el dictamen, al pie de la letra, que fue firmado por la comisión:

 

El Sr. Armendáriz en su consulta de 27 de Abril de 1845, decía que, entre las cantidades pagadas con los fondos del bolsillo secreto, figuraban algunas bastante crecidas, que fueron destinadas a cubrir gastos, que tuvieron por objeto asegurar la corona en las sienes de S. M.; y a pesar de que a la señora Reina madre repugnase considerar del cargo de S. M. estos gastos por haberlos hecho de su espontánea voluntad, no vacilaba en aconsejar que por el objeto a que fueron destinados, eran del pago exclusivo de S. M., como debían serlo también otros, que aunque de distinta naturaleza, nunca debían gravitar sobre su augusta madre. La discreción de las Cortes apreciará estos motivos que influyeron en el sesgo dado a los asuntos de cuentas de tutela y bolsillo secreto. Con mayor claridad, hubiera ganado a real tutora terreno en la opinión pública, que no se satisface en materia de cifras, sino con cifras claras, y no quedaría en pie la duda, que en vano ha querido disipar la comisión, respecto a esas crecidas sumas empleadas en asegurar la corona de S. M. Demasiado grande, y noble era el objeto, para que acerca de él pudieran surgir escrúpulos, para que necesitasen envolverse en las ambiguas y calculadamente misteriosas frases del intendente de Palacio.

Relacionado con los asuntos de tutela y regencia, y altamente grave por sus circunstancias y consecuencias, es el relativo al estado civil de doña María Cristina, durante la época en que ejerció uno y otro cargo. La leyes comunes privan de la guarda de sus hijos a la viuda que pasa a segundas nupcias, el art. 69 de la Constitución de 1837, exigía que el padre y la madre, para ser tutores del Rey, permaneciesen viudos. En cuanto a la regencia, superfluo es decir, que el segundo matrimonio producía una incapacidad, reclamada por derecho y por altas razones de Estado. La Reina viuda tampoco se hallaba dispensada de obtener la real aprobación que exige la ley 9, título 2º, libro 10 de la novísima recopilación, bajo la pena de quedar por el hecho contrario, inhábil para gozar títulos, honores y bienes emanados de la Corona. ¿Mas tiene esto aplicación a doña María Cristina? ¿ Es cierto que a poco del fallecimiento del Rey, su esposo, contrajo matrimonio con Fernando Muñoz, elevado después a la categoría de Duque, grande de España, etc.?

La comisión, que no ignoraba cuanto la fama pública ha dicho; que leyó folletos abundantes en curiosos datos; que vio en el almanaque de Gotha consignado el hecho de haberse contraído aquel consorcio en 28 de Diciembre de 1833; no lo creía sujeto a duda, y aun observaba con repugnancia en la exposición del Consejo de Ministros de 11 de Octubre de 1844, alegar la consideración de que era preciso legitimar los hijos que Dios había dado a doña María Cristina. Las esperanzas de ofrecer a las Cortes con claridad deslindado este asunto no han sido, sin embargo, completamente satisfechas. Vano fue registrar los archivos del Gobierno, de la real capilla, de los reales sitios, de las parroquias de la corte y algunas de Barcelona, buscando las partidas de casamiento de la hoy Duquesa de Riánsares, y nacimiento de sus numerosos hijos. Nada se ha encontrado. Apelóse a medios indirectos, y se trató de averiguar si en el colegio naval  obraba la partida de don Agustín Muñoz, Duque de Tarancón: pero este señor fue admitido en clase de aspirante sin formación de expediente notándose además que en su filiación se hallan en blanco los nombres de sus padres y el lugar de su nacimiento. Otro tanto se hizo en el colegio de cadetes de caballería a que perteneció don Fernando Muñoz, Conde de Casa Muñoz; pero tampoco se supo sino que nombrado capitán en 7 de Enero de 1850, se le destinó sin más expediente como cadete al colegio en 26 de Noviembre de 1852, y |que en 10 de Enejo de 1853 se dispuso que su familia cobrase el sueldo de Capitán y pagase al colegio los doce leales diarios de reglamento. Es digno por tanto de observarse que en ninguna de las oficinas públicas por donde se han conferido gracias y honores a los hijos de los Duques de Riánsares, se cuidó de identificar las personas, omisión que produce grave responsabilidad a los que semejantes actos autorizaron o consintieron.

El matrimonio de doña María de los Desamparados, Condesa de Vista Alegre, con el príncipe de Czatoriski, ha servido por último para facilitar copia de la partida bautismal presentada en la alcaldía, de Rucih. Resulta allí que se bautizó en la parroquia de San Miguel y San Justo de esta corte, en 12 de Diciembre de 1834, y se la titula hija legítima de don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, y doña María Cristina de Borbón. La partida se dice haberse extendido por orden del Arzobispo don Juan José Bonel y Orbe, en 18 de Octubre de 1844, desapareciendo sin duda las primitivas, de cuya existencia no hay señales en los libros públicos, ni reservados de la mencionada parroquia, que la comisión ha reconocido para asegurar más su juicio. Todo, pues, incluso el decoro, aconsejaba admitir la fecha del segundo matrimonio antes expresada. Cualquiera otra suposición parecía más ofensiva en el orden privado, y origen de mayores responsabilidades y censuras en el político. La comisión no creía caballeresco ni aún sospecharla.


Un nuevo incidente llegó, sin embargo, a complicar este asunto. El mencionado Cardenal Arzobispo de Toledo, a quien interrogó el Gobierno, a propuesta do la comisión, dice en oficio de 19 del ultimo Junio, que recibidas las respectivas declaraciones de libertad y voluntad, la información de testigos y dispensadas las tres canónicas moniciones procedió a la celebración del matrimonio de la Sra. doña María Cristina con don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, Duque de Riánsares, que se verificó el 12 de Octubre de 1844 en la forma que prescribe el ritual romano; cuya partida, así como las de nacimiento de los hijos (recibidas para ello las oportunas declaraciones de aquella señora, y su esposo, vistos y examinados los documentos presentados al efecto) las hizo extender en libros especiales y conservar en el archivo reservado de la pro-capellanía mayor. En ese archivo nada se encuentra hoy que haga relación a tales documentos,  sustraídos de una manera incalificable aunque comprensible.

Si todos estos datos se confrontan y analizan, ¿no podrá sufrirse que efectuado el matrimonio en 1833 se ha tratado de ocultar en consideración a los cargos de regenta, y tutora que la Reina madre desempeñaba? Por un movimiento de delicadeza propende la comisión a tal creencia. Entonces ese segundo matrimonio, tres meses posterior a la muerte del Rey, ofrece ancho campo a serias reflexiones; y no fuera aventurado [roto] de fecundo en lamentables consecuencias. A él enlazan los más desapasionados el tortuoso giro que empezó a seguir la Reina, madre, tutora, y regenta, justificando con su ejemplo la previsión de [roto] leyes…

Doña Cristina de Borbón [roto] en desprecio de las leyes ordinarias, y de la Constitución, y conservó ocultando sus cargos, ya incompatibles con [roto] y tutora.

Sin eses matrimonio, tampoco estuvo en el caso de ejercer uno y otros altos destinos; percibió de todos modos pensiones que hasta Agosto de 1854 ascienden a 128 millones 972,894 reales, 18  mrs., y que sin esa ocultación, o sin aquellos cargos hubieran  figurado por menor suma.

Procedió informal y arbitrariamente en la testamentaría del difunto Rey.

Perjudicó por consecuencia de aquel capricho o informalidad, los intereses de la Reina, y de la Corona.

Aumentó su haber como heredera del quinto tanto más indebidamente subido, cuanto mayor número de efectos no partibles se partieron.

Sustrajo las diligencias de dicha testamentaría, cuando marchó al extranjero en 1840.

Dejó las cosas de palacio en tal desconcierto, que fue preciso el nombramiento de una comisión a poco de su salida.

Y la desaparición del inventario de alhajas de la Corona, parte, por decirlo así, integrante del testamento de don Fernando VIl, la falta de esas mismas alhajas, y lo demás que sobre cuentas y bolsillo secreto queda mencionado, son cuestiones de gravedad que sabrá apreciar la sabiduría del Congreso.

He aquí el resultado de la gestión familiar, si vale usar esta palabra. ¿Cuáles han sido los de la influencia pública? ¿Cuáles los de interés e intervención particulares de los señores Duques do Riánsares ?

Si tantas y tan variadas dificultades ha sido necesario vencer, para calificar la legitimidad y precisar la época de los nacimientos y matrimonio que debieran constar en documentes públicos; ¿a qué altura no rayarán los obstáculos cuando se trata de sucosos oscuros por su propia índole, en los cuales se evita casi siempre la existencia de indicios, y se borra cualquiera señal que pudiese poner en camino de averiguarlos?

La comisión no se desalentó a la vista de tamaños inconvenientes; por semejante medio ha ido reuniendo y analizando, ya que no todos, muchos elementes.

Pudiera, en verdad, reducir esta parte del dictamen a una sencilla formula. Las Cortes han de pronunciar su fallo como un gran jurado en fuerza del convencimiento moral que adquieran; las bases del convencimiento están en el sentido, en la conciencia de cada uno; sus datos se hallan esparcidos por toda la atmósfera política; para juzgar hasta condenarlos; y para condenarlos basta no haber perdido la memoria y para facilitar el arduo trabajo encomendado a las Cortes, expondrá, en un resumen breve e imparcial, la historia de importantes hechos, apoyada en documentos de irrecusable carácter, que constituyen el linaje de prueba a que ha dado de intento marcada preferencia.

“No es posible gobernar con doña María Cristina”, ha dicho uno de los más autorizados órganos del Gobierno. Estas palabras son la enérgica expresión del sentimiento público. ¿ Cómo se justifican ?... A juicio de la comisión, basta el solo recuerdo de los sucesor de once años, y la historia de los Ministerios que sucedieron al de don Juan Bravo Murillo, a quien para derrocar un Gobierno fuerte por el terror, bastó anunciar una reforma económica, que vino a simbolizarse en el famoso arreglo de la deuda. No sucede lo mismo respecto de otros sucesos de triste recuerdo, que la comisión se impone el deber de tocar rápidamente. Las Cortes no desconocerán los motivos de esta prudente reserva. Alúdese á la conspiración que estalló en 1844. Ya había visto la luz pública y agitado los ánimos, el manifiesto dado en Marsella a 8 de Noviembre de 1840, la protesta de 19 de Julio de 1841, que de forzada y violenta usurpación calificaba el acuerdo en que las Cortes declararon vacante la tutela de S. M. y de su augusta hermana, había aparecido como complemento del primer escrito, y ya el Gobierno que sentía crecer el peligro, había considerado en su manifiesto de 2 de Agosto dicho documento como una “tea incendiaria,” como un “ grito de sedición y de guerra,” cuando la sublevación del 7 de Octubre vino a justificar los temores y las predicciones. Que el impulso y la inspiración de aquel movimiento, organizado contra el Gobierno legítimo del país, ocasionado a producir los desastres de una guerra fratricida y precursor del espíritu reaccionario, que inaugurado dos años después, fue adquiriendo fuerza en su desatentada marcha, eran obra de doña María Cristina, es cosa que apenas necesita probarse. En su nombre obraban los sublevados de Madrid, Aragón, Burgos y Pamplona; así lo afirmaba el desgraciado General don Diego León en su célebre carta al Regente, reconocida por él mismo en la causa.

“ Habiéndome mandado S. M. (empezaba) la Reina gobernadora del Reino doña María Cristina de Borbón, que restablezca su autoridad usurpada.” ¿Qué vale en contra la negativa que a nuestro digno representante en París dio aquella señora, rechazando toda participación en los sucesos, añadiendo la singular frase de “y si no que me prueben lo contrario”? El Gobierno conoció patentemente la referida complicidad y no vaciló en mandar suspender el pago de la asignación hecha en 1a ley de presupuestos a la Reina madre, por decreto fechado en Victoria [sic ]a 16 de Octubre del referido año. Esto  acontecía en la ausencia de aquella señora, “empezada también ahora como entonces” con el manifiesto más áspero e intencionado de Montemor.

Vuelta a España por acontecimientos que no se necesita referir, es por desgracia demasiado cierto, que en obsequio de intereses de familia, comprometió al Gobierno de tal suelte, que pudo ser causa de graves conflictos. La famosa expedición del General Flores contra la República del Ecuador fue efectivamente acogida y apadrinada por el Gobierno, con el objeto de colocar en un Trono del Continente americano, con el nombre de don Juan I, a uno de los hijos de los |Duques de Riánsares. Esta agresión injustificada, cuántos disgustos hubiera traído a España poniéndola en choque con las potencias europeas, y con las Repúblicas de América, que tan cercano tienen el punto donde vulnerarnos. Con estudiada cautela procedieron los Ministros, hasta el extremo de que el de la Guerra (General Sanz), interpelado en la sesión del Senado en 26 de Septiembre de 1846 por Sr. Ros de Olano, al paso que aplazaba la contestación, protestaba que “ninguna arte ni parte tenía el Gobierno con la expedición del General Flores.”

Eso no obstante el Ministerio, obedeciendo a las insinuaciones de los Duques de Riánsares, celebradas repetidas conferencias con aquel jefe; permitía el reclutamiento de oficiales y soldados en el ejército; otorgaba, a gusto de los interesados en la expedición, licencias ilimitadas o absolutas; encargaba a las autoridades militares y jefes de cuerpos, que cooperasen al enganche, suministraba armas, artillería, batería y montaje; acuartelaba las fuerzas expedicionarias, etc. La expedición, contrariada por causas exteriores, que coincidieron con el matrimonio de nuestra Reina, hubo de disolverse cuando se hallaba esperando el embarque en el puerto de Santander. El Gobierno apresuró entonces la disolución, “huyendo, de aparecer ya oficialmente para nada en este negocio que tantos disgustos había causado,” como decía una carta particular, cuya minuta obra en el expediente relativo al licenciamiento de las fuerzas reunidas.

Si quien así manejaba a su arbitrio los altos funcionarios del Gobierno, era indiferente en los sucesos de nuestra interior; si no prestó un poderoso apoyo a los hombres que iban arrancando hoja a hoja todas las de nuestro código político, es cosa tan generalmente creída, como difícil de poner en duda.

La comisión que evacúa su informe, con severa imparcialidad y cumpliendo un deber que nada tiene en sí de agradable, va a en entrar ahora en la parte, por decirlo así, más repugnante de su encargo. Preciso es, sin embargo, arrostrar por todo, dolor causa decirlo, pero aún está fresco en nuestra memoria el recuerdo de la manera con que el nombre de los Duques de Riánsares y de su familia se ha hecho sonar en aquellos negocios de especulación que han formado el carácter de una época famosa. No repetirá la comisión todos los cargos que de público y por órganos de opinión no progresista se fulminaban.

La comisión ha reconocido numerosos expedientes como el campo en que se desarrollaron medios censurables de especulación; y si bien no haya alcanzado a despejar según su deseo toda la confusión y oscuridad que los rodea, tiene lo que basta para deducir una consecuencia interesante, “la principal acaso que era presumible hallar, la suficiente también para su propósito.” En todas aquellas empresas, que han suministrado inagotable pábulo a suposiciones desfavorables, suena la familia de Riánsares por sí o por medio de sus notorios y acreditados agentes. El camino de hierro de Aranjuez, el de Langreo, la canalización del Ebro, el puerto de Valencia, bastan para justificar la apreciación indicada.

Pocos asuntos han gozado el privilegio de conquistar una celebridad ms triste que el del ferro-carril de Aranjuez. El General Concha pronunció en el Senado unas palabras ostensiblemente alusivas a la siniestra influencia de los Duques de Riánsares. El temor de ulteriores revelaciones principio una serie de funestos errores y extravíos a los que gobernaban bajo la égida de doña María Cristina, y escusado es decirlo, desde que empezó a cuajarse y se hizo precisa la revolución de l854, [roto] menos para cortar la gangrena que nos estaba afligiendo mortalmente.

Aunque en menos escala, sigue al de Aranjuez el camino de Langreo. Hechos públicos revelaron de que allí tocaba a la familia de Riánsares. El expediente de [roto] por el Gobierno demuestra que aún continúan siendo [roto] y que en tal negocio ha figurado muy principalmente Grimaldi, cuya representación y relaciones no es preciso [roto].

El nombre del mismo Grimaldi es célebre en [roto]en de la Compañía para la canalización, del Ebro, negocio que varias polémicas ha dado motivo, y sobre el que existe impresa la memoria publicada por una comisión de accionistas titulada de examen en 20 de Setiembre de 1855. Allí aparece Grimaldi, agente de doña María Cristina, con 10,425 acciones y un débito de 11.7 28,125 rs.; el Conde de Retamoso, cuñado de aquella señora (y que desempeñó en la sociedad importantes cargos), con 6,425 acciones y la deuda de 7.229,125 rs; y el Duque de Riánsares, su esposo, con 2,248 acciones, adeudando (según la memoria) 1.618,500 rs.; es decir, que estas tres personas, cuya solidaridad no admite duda, han cesado sobre la compañía por 19,098 acciones.

En cuanto a las obras del puerto de Valencia, siempre se atribuyó el interés de su contrata a la Sra. doña María Cristina. No aparece en verdad en el expediente, pero sí don Nazario Carriquiri, íntimo y reconocido representante de la misma. Remató las obras del Grao de Valencia, calculadas en 11 millones, bajó las condiciones, entre otras, de admitírsele como dinero el importe del material de limpia, y de reintegrarse cobrando por espacio de quince años 500,000 rs. anuales, y los maravedises que la ley impusiera a cada quintal de cargamento que entrase. Exigió desde luego construir el material de limpia en el extranjero e introducirlo sin pago de derechos. Asilo recomendó el Ministro de Fomento al de Hacienda por real orden de 13 de Diciembre de 1850; pero se negó por este en 4 de Enero de 1851. En 80 de Noviembre insistió el de Fomento, anunciando que la Reina deseaba que el referido material de limpia entrase exento de derechos, y se acordó por último en 28 de Enero de 1852. Pidió en seguida que en vez del material presupuesto se le permitiese usar otro distinto del recomendado por los ingenieros y alcanzó además otras varias gracias, como por ejemplo la de que pagase la Diputación la mitad del precio de un remolcador y cinco gánguiles; la de reducir a tres millas la distancia de cinco cuartos de legua a que debía llevar la arena que se extrajese [sic] del puerto, y la de concederle prórroga de 8 meses para concluir las 200 varas de muelle, estipuladas bajo la multa de 200,000 rs.

En fin, y por remate de tanta predilección y deferencia, la Diputación provincial tuvo que acceder a la rescisión del contrato, solicitado por Carriquiri, y a la que no se mostraron propensas las secciones de Gracia y Justicia del Consejo Real, Así consta todo en el expediente remitido por el Gobierno.

Aun fuera dable prolongar la precedente enumeración, y hallarse a los Duques do Riánsares operando directa o indirectamente en otros varios negocios. Tiempo es ya sin embargo de poner término, y la comisión lo desea, a esta enojosa tarea. Los cuatro asuntos que sucintamente ha relacionado ocuparon mucho la atención por sus incidentes y vicisitudes que obtenían fácil explicación en cuanto se pronunciaba e nombre de los interesados. Nuestras antiguas leyes, no sin plausibles, prohibieron a las autoridades arraigarse y traficar en los distritos de su mando; temían los abusos del poder, más que nunca resbaladizo cuando el interés personal le pone estímulos. No podía, pues, esperarse que dejase de producir mucho mayores peligros, conflictos y abusos, el interés de una tan poderosa familia, terciando con tanta repetición y ahínco en tráficos y negociaciones. ¿Qué fue de los individuos del Gobierno que aparecieron menos dóciles y manejables? ¡Y qué fenómeno de corrupción no dejan en pos de sí tales sucesos!

Por vía solamente de ejemplo de lo que pueden los afectos de familia, hará observar la comisión que las elecciones del distrito de Tarancón dieron siempre margen a quejas, y en especial las que se celebraron en 1850, en que el objeto fue sacar diputado a don Juan Gregorio Muñoz y Sánchez, hermano del Duque de Riánsares, y jesuita profeso, cualidad que le incapacitaba, y que se hizo constar ante las Cortes por medio del catálogo de los individuos de la Sociedad de Jesús, impreso en Madrid en 1834.

Concluyamos por fin esta reseña con un rasgo no bien conocido. Por real decreto de 10 de Octubre de 1835 y 16 de Noviembre de ídem, ofreció doña María Cristina, Gobernadora entonces del Reino, sostener el regimiento que llevaba su nombre y pensionar a  los inutilizados y familias de los que pereciesen en la guerra. Acto de tan  generoso desprendimiento mereció un aplauso unánime, y duele ver en los presupuestos la prueba de que fue una oferta ilusoria. Los fondos del Estado pagaron los haberes del regimiento, que de las arcas públicas percibió desde 1836 hasta su extinción la suma de 2.460.917 rs., 33 mrs.

Con placer llega la comisión al fin de su trabajo. Desagradable por su índole y por las dificultades del desempeño, solo el deber puede haberla inspirado aliento para conseguirlo. Complicado por su extensión, heterogéneo por la múltiple naturaleza de sus partes, laborioso por la dificultad de las investigaciones, requería largo tiempo y preparación profunda; pero esa misma gravedad prohibía a las Cortes constituyentes rehuir un examen que el decreto de 28 de Agosto de 1854 había en cierto modo provocado, y que la proposición parlamentaria trajo de frente y sin embozos. El decoro de los individuos que componen la comisión, dispensen las Cortes esta breve alusión a sus personas, no les permitía guardar tranquilos un silencio que la malevolencia habría a su sabor interpretado. En tal conflicto, apremiados por el tiempo y las excitaciones de dentro y fuera del Parlamento, arrojan su trabajo menos completo y menos nutrido de lo que deseaban, pero sin perjuicio de ampliarlo, si el resultado de investigaciones todavía pendientes lo exigiera.

Los documentos que acompañan, al paso que de comprobantes, sirven de índice de los trabajos de la comisión. Exentos sus individuos de animosidad, no han buscado en el curso de su tarea el ruido ni el escándalo; imparciales hasta toda la altura de su misión, presentan Jos hechos que a su parecer producen responsabilidad a la Sra. doña María Cristina y a su esposo. Este era su especial encargo. A las Cortes toca ahora declarar las consecuencias de la responsabilidad, graduar si sale o queda en la esfera puramente moral, resolver lo que al bien del país mejor convenga. La comisión informa, no acusa. La comisión, para aquel fin, ha procurado concentrar, en cuanto ha estado de sus débiles fuerzas, algunos de los datos esparcidos en la Nación. Ahí están los elocuentes del juicio, que somete a la justicia y a la prudencia de las Cortes.

Joaquín Alfonso.— Carlos M. de la Torre.—-Pedro Bayarri.—Laureano de los Llanos.—José Antonio Aguilar.—Francisco Salmerón y Alonso.—Nicolás M. Rívero.—Juan Antonio Seoane.—Manuel Bertemuti,—Ambrosio González.—José Trinidad Herreros.—Álvaro Gil Sanz.

Fernando VII con su esposa Maria Cristina de Borbon y la segunda hija de ambos, la infanta Maria Luisa. 


viernes, 6 de septiembre de 2024

LOS DUQUES DE RIÁNSARES Y EL TESTAMENTO DE FERNANDO VII. UN DICTAMEN DE UNA COMISIÓN DE LAS CORTES SOBRE LA RELACIÓN DE LA REINA MADRE CON LA DESAPARICIÓN DE LAS ALHAJAS DE LA CORONA

 La historia es bastante bien conocida de todos. El 29 de septiembre de 1833 falleció en el Palacio Real de Madrid, dejando viuda a su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, hija del rey Francisco I de las Dos Sicilias, quien a su vez era infante de España, como nieto que era del rey Carlos III, y de su segunda esposa, y de su segunda esposa, María Isabel de Borbón, quien a su vez era hija de Carlos IV. También dejaba dos hijas muy pequeños, la princesa Isabel, que se convertiría en la nueva reina, Isabel II, y la infanta María Luisa. Muy poco después, en el mismo año, la reina madre contraía matrimonio morganático y secreto con un joven sargento de la Guardia de Corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, al que otorgó el título de duque de Riansares. El segundo marido de la reina madre había nacido en el pueblo conquense de Tarancón, y del que nacerían, en los años siguientes, hasta un total de ocho hijos.

También es bastante conocida la historia posterior del matrimonio, que sólo pudo mantenerse en secreto hasta el año 1840, cuando, conocido por el general Baldomero Espartero, forzó éste el exilio de los esposos en París, y su sustitución como regente del reino por el propio Espartero. Y regresados a España después de que la Isabel II alcanzara su mayoría de edad, también es bastante conocido de todos el rápido ascenso social y económico del taranconero, hijo de un humilde estanquero, gracias en parte a ciertos negocios realizados al albur de la brillante posición que había conseguido alcanzar a través de su matrimonio, y entre los que figuraba su vinculación con la naciente red ferroviaria que en esos momentos se estaba desarrollando en el país.

Recientemente, he podido conseguir un documento que incide en esa falta de escrúpulos que tanto la reina madre como su esposo, el propio Fernando Muñoz, tuvieron a la hora de granjearse un importante patrimonio, y que debo a la generosidad de Adolfo Ruiz Calleja, un reconocido divulgador numismático, quien me ha proporcionado una copia del dictamen firmado de la comisión que ya tardíamente, en 1858, nombraron las propias Cortes, con el fin de averiguar lo qué había podido pasar con ciertas alhajas que eran propiedad de la Corona, y que habían desaparecido después de la redacción del testamento del primer esposo de María Cristina, el propio Fernando VII. La comisión, que firma al final del documento, estaba formada por las siguientes personas: Joaquín Alfonso, Carlos M. de la Torre, Laureano de los Llanos, José Antonio Aguilar, Francisco Salmerón, Nicolás M. Rivero, Juan Antonio Serrano, Manuel Bortemati, Ambrosio González, José Trinidad Herreros y Álvaro Gil Sanz. El dictamen fue publicado por el Diario de Avisos y Semanario de las Provincias en los días 16 y 20 de agosto de ese año.

El documento consta de un total de nueve páginas, más la de encabezamiento, que dice lo siguiente: “Dictamen de la comisión nombrada por las Cortes Españolas para informar sobre los actos de Doña María Cristina, viuda del Sr. Fernando Sétimo de Borbón, Regente de España, esposa del Don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, Duque de Riansares, proscripta en Francia.”. y al margen de la siguiente hoja, también puede leerse lo siguiente: “Es hija del 2ª matrimonio de Francisco 1º, Rey de las Dos Sicilias, y hermana del actual Rey de Nápoles, Fernando “.

El documento, después de un breve índice de lo que contiene, nos advierte de que la reina madre, pese a su alta posición en la sociedad, por ser madre de la reina, ya en ese momento gobernadora, no debe estar exenta a lo que marcan las leyes: “Reflexionando sobre el vasto campo en que debían girar las averiguaciones y sobre los diversos conceptos de regenta, tutora y mera, aunque poderosa e influyente señora, que tuvo Doña María Cristina, creyó que debía sistematizar sus trabajos, analizando y apreciándolos actos en que pudiera encontrar responsabilidad por el desempeño de la tutoría, por la gestión de la regencia, por las consecuencias inmediatas e indeclinables del estado civil relativamente a su unión con Don Fernando Muñoz, y por ese lamentable influjo en negocios públicos y en especulaciones privadas que han ocupado la atención del país con posterioridad al año de 1844: tutora, regenta, viuda de un Rey 7 enlazada después a un particular, bajo todos aspectos ha podido influir en buen o en mal sentido sobre las cosas públicas”.

Y a continuación, nos da una breve pincelada sobre la naturaleza pública de los bienes pertenecientes a la monarquía: “No son de naturaleza privada los negocios de tutela y ejecución testamentaria, cuando reyes o hijos de reyes se interesan en una y otra. Los reyes, así en los sistemas absolutos como en los constitucionales, son la personificación de la autoridad social; y carácter público toman por tanto hasta los sucesos más íntimos, hasta las amistades y los matrimonios. Esto era admisible así cuando los reyes podían decir con Luis XIV: El Estado soy yo; y consideraban a manera de patrimonio las vidas y haciendas de sus vasallos, como ahora quo el pueblo revindica la soberanía. Las herencias y tutelas de los reyes son, pues, asuntos de alta administración, si no de alta política; prohijados de la nación los regios huérfanos, la nación representada en Cortes ejerce, respecto a sus cosas y personas, una eminente tutela; teoría que, en juicio de la comisión, no puede ser fundadamente controvertida.”

Avanza el documento desarrollando algunos aspectos relacionados con el propio testamento de Fernando VII, sobre los cuales la comisión se manifiesta en contra, y en concreto, en todo lo relacionado con la partición de algunos bienes, obras de arte principalmente, que en ningún momento debían haber formado parte del mismo, por tratarse de bienes nacionales: “En efecto, no puede menos de causar extrañeza que se inventariasen y partiesen los cuadros un Museo de Pinturas, los objetos del de Esculturas, las medallas de mármol pertenecientes a la galería principal de palacio, las esculturas, vidrios y adornos adheridos al mismo y casas de los sitios, los estanques que hoy se hallan en la plazuela de Oriente y paseos del Retiro; las fuentes y objetos artísticos de lo reservado; las galerías para los centinelas, y en fin, repitiendo las palabras de la primera comisión citada, muchos objetos artísticos, monumentos de nuestras glorias y antiguas grandezas, que desde remotos tiempos han venido poseyendo los augustos predecesores de S. M., respecto a los cuales repugna toda idea de división, y que nunca fueron poseídos por otro título que el de monarcas. Por eso, y con una previsión cuerda para lo futuro, si bien tardía para lo presente, aconsejaron á S. M. un proyecto de decreto cuyo primer artículo declaraba inenajenables y no sujetos a partición los bienes muebles y efectos que acababan de partirse. El perjuicio que esto irrogaba a la corona quiso subsanarse adoptando el medio de que la reina recuperase dichos bienes muebles y efectos, excepto los que escogiesen sus augustas madre y hermana, abandonándolas en metálico dos terceras partes de la tasación. En efecto, Doña María Cristina percibió la cantidad de 9.979.898 reales, y la Serenísima Señora Infanta 33.769,476 reales. El Sr. Calvet, delegado especial para la testamentaría, no pensó “ en lo repugnante” de la división que practicaba; no consideró que había cosas de indudable y exclusiva pertenencia de la corona, por su origen, por su destino y hasta por decoro público; no advirtió al menos que, aumentándose en 70, 80 o mas millones el caudal repartible, se perjudicaba a la Reina en tanto cuanto indebidamente subiesen el quinto legado a la ilustre viuda y la porción legítima de la Infanta. La Reina y la nación en su persona quedaron sin género de duda perjudicadas. Los hechos hablan.”

Y a continuación, y sin solución de continuidad, se aducen los verdaderos motivos del dictamen: las joyas desaparecidas, y que habían sido propiedad de la Corona: “Y no es esto solo. En la cláusula cuarta de su testamento quería el Rey Don Fernando que se considerasen como parte de bienes de la Corona las mejoras que en ellos había hecho, así como también los diamantes y otras alhajas de oro y plata que, por ser propias de la corona, constaban en el inventario firmado y rubricado de su mano, todo lo cual (concluía) pertenece a mi sucesor o sucesora en el trono.” Pues bien, ese inventario no apareció al fallecimiento del Rey; la comisión nombrada en 1840 (de que se hablará más adelante) no pudo hallar indicio de su paradero; las diligencias del Gobierno, encaminadas al mismo objeto, han sido inútiles; al inventariarse en 1841 las existencias del guardajoyas, no se halló sino una porción insignificante; los estuches estaban vacíos; se encontraron los nidos, pero los pájaros habían volado, según la significativa locución del señor Rodríguez Bustos, en la sesión del 10 de enero del año próximo pasado; el encargado del guardajoyas respondió (y esto es muy digno de notarse) declinando su responsabilidad con el nombre de la Reina madre, de cuya mano decía haber recibido las llaves pocos días antes de su viaje a Barcelona; y los Sres. Capaz, Bustos y Hernáez observaron faltas de que las Cortes podrán enterarse en sus respectivos informes.”

Aunque en un primer momento se advierte que las joyas en cuestión podían haber sido robadas durante la Guerra de la   Independencia, el hecho de que, una vez finalizada ésta el Gobierno no hubiera realizado ningún tipo de gestiones para recuperarlas, así como la referencia que a ellas se hace en el propio testamento real, parecen incidir en que la desaparición de las alhajas había sido real. También, el inventario que se había hecho en Roma, entre 1818 y 1819, de los bienes de los anteriores reyes, Carlos IV y María Luisa de Parma, en el que figuraban algunas de esas joyas: “Poco después aquellos efectos fueron traídos a Madrid, y depositados en palacio, resultando por un cotejo que se verificó en 1824, que gran parte pertenecía a la Corona. ¿Qué fue de esas alhajas y objetos preciosos, cuyo número puede conjeturarse al saber que componían diez y seis o diez v siete bultos trasportados por una fragata napolitana? ¿Cómo es que ni una sola de tales alhajas se encuentran entre las inventariadas al fallecimiento de don Fernando VII? Y nótese que entre las adjudicadas al mencionado Rey había algunas que por sus especiales condiciones no era fácil pasasen desapercibidas : por ejemplo, unos pendiente de brillantes valuados, en 2.591,040 reales; un brillante figura de almendra en 739,260; otro ovalado blanco en 638,450, …”

No sólo eso. El propio testamento del monarca había desaparecido poco tiempo después, con la connivencia de su propia viuda: ”Motivo grave era de sospecha y asombro, que los inventarios, las particiones, todo lo tocante en fin a la testamentaría, hubiese desaparecido, como para encubrir un resultado. Ni en el archivo, ni en el juzgado de la real casa, ni en la escribanía de la junta patrimonial, había quedado rastro de unas operaciones que aun tratándose de simples particulares no pueden sustraerse sin delito. A instancia pues de la comisión empezóse causa en 1841, contra el escribano don Ramón Carranza, y allí tras de largas dificultades, oídos muchos testigos, entre ellos don Ramón López Pelegrín, don Salvador Calvet, don Tomas Cortina, don Luis Piernas, don José del Valle Rafart, don Francisco Cáceles, y otros dependientes de Palacio, se adquirió el convencimiento de que los libros y papeles de la testamentaría “fueron al poder de la Reina madre.” ¿ Por qué ?, ¿ Para qué ? ¿ De dónde tanta inusitada cautela? No debía por cierto servir de disculpa de esa ocultación el propósito de no renunciar directa ni indirectamente a su derecho como única tutora, y curadora legítima de sus augustas hijas, según contestó cuando fue respetuosamente interrogada en París, por el representante de nuestro gobierno, porque sin necesidad de acudir a tan singular extremo, podía sostener, en cuanto sostenible fuese, el insinuado propósito.”

Después de realizadas todas las averiguaciones y conjeturas, la comisión redactaba el dictamen propiamente dicho, el cual, por su extensión, y debido a que ésta entrada resulta ya demasiado extensa, publicaré en una próxima entrega.


Palacio del duque de Riansares, actual ayuntamiento de Tarancón.


miércoles, 21 de agosto de 2024

“EL JUGLAR”, LA ÚLTIMA NOVELA DE ANTONIO PÉREZ HENARES

 

En entradas anteriores de este mismo blog ya comentábamos qué es lo que entendemos por novela histórica, que no es ya la completa historicidad de todos los hechos narrados, sino la connivencia absoluta de esos hechos, sobre todo de aquellos que no son conocidos en todos sus detalles, con la propia historia; que esos hechos, si no sucedieron como el autor lo describe, bien pudieron haber sucedido así. Y es que, si la tarea del historiador es la de narrar la historia tal y como sucedió, sin ninguna concesión para la imaginación del autor, la del novelista, y la del novelista histórico en concreto, es la de acercarnos a nuestro pasado de una manera literaria, con el apoyo de un argumento sólido y de unos diálogos bien trazados. Pero en la novela histórica, al contrario de lo que sucede en la novela fantástica, ni el argumento ni los diálogos nunca pueden estar en contraposición con la historia.

 De esta forma, la última novela de Antonio Pérez Henares, con la que de momento cierra la tetralogía que ha dedicado a la Edad Media, es tan histórica como las otras novelas que, con anterioridad, el escritor ha publicado sobre este mismo período histórico, a algunas de las cuales le he dedicado también sendas entradas (ver “Crónica del rey pequeño", 12 de agosto de 2016; y “Tierra Vieja, una epopeya sobre las gentes de frontera”, 5 de noviembre de 2022).  

En efecto, “El juglar” es una novela histórica, como también lo fueron las otras novelas de la serie medieval del escritor guadalajareño. Como lo es “El rey pequeño”, en la que el autor nos cuenta la vida del rey Alfonso VIII, uno de los grandes reyes de Castilla, o como lo son esas dos novelas en las que nos narra como era la vida en la frontera para dos generaciones sucesivas: “La tierra de Álvar Fáñez” y “Tierra vieja”. O como lo son sus libros de la serie sobre el descubrimiento y la primera colonización de las tierras americanas, “Cabeza de Vaca” y “La Española” principalmente. O como lo son también, las novelas que conforman aquella otra tetralogía sobre los primeros pobladores de las Alcarrias, todavía en tiempos prehistóricas, con las que el escritor de Bujalaro empezó a ser conocido en el mundo editorial. Una novela en la que Pérez Henares nos narra la vida de esos juglares, tan olvidados muchas veces por los historiadores cuando nos acercamos a la Edad Media, pero que tan importantes fueron en su momento para el solaz y descanso de los grandes señores, entre batalla y batalla, pero también para el resto de la población, a través de las ferias y mercados que se celebraban en villas y ciudades. Pero también para el desarrollo de la literatura, en aquellos momentos en los que estaban naciendo todos los idiomas modernos.

Porque lo que Pérez Henares nos narra en este nuevo libro no es la historia de cualquier juglar castellano, sino la del autor de uno de los grandes hitos de la literatura castellana; no es, ni más ni menos, que la historia de Pero Abbat, o Pedro Abad, el autor del “Cantar del Mío Cid”. En efecto, ya en los últimos versos del cantar podemos leer la cita siguiente: “Per Abbat lo escribió, era de mil e CCxLv annos”. Pero, ¿quién era ese Per Abbat, o Pedro Abad, que escribió en verso la historia del Cid Campeador -una gran novela, a pesar de haber sido escrita en verso, tal y como lo afirma el autor, y de la misma forma que son grandes novelas la Ilíada y la Odisea-, si es que en realidad la escribió él y no fue éste, como era usual en la época, un simple copista? Hoy por hoy, sería imposible para cualquier historiador o historiador de la literatura, llegar a alcanzar una conclusión lógica, con los escasos datos con los que contamos. Algunos autores han atribuido la obra a un canónigo de la catedral de Toledo, documentado históricamente entre los años 1204 y 1211. Otros autores lo han atribuido a cierto abad de ese mismo nombre que vivió cerca de Gormaz, en base a un documento encontrado en la catedral de Burgo de Osma, aunque después se ha demostrado que dicho documento está datado en una fecha bastante posterior a la que aparece en el propio cantar. En realidad, el nombre del autor del cantar era demasiado frecuente en la primera mitad del siglo XIII como para intentar enlazar una teoría incuestionable, pues, si bien el propio nombre, Pero o Pedro, ya lo era de por sí, la otra parte del mismo, Abad, no hace referencia en realidad a un apellido, sino a la profesión o cargo que el autor tenía: abad de una catedral o de un monasterio, probablemente de uno de los muchos monasterios que existían en la frontera castellana en el momento en que el cantar fue redactado.

En este sentido, también es interesante conocer la fecha de la redacción, que está escrita, como ya hemos visto, en números romanos: MCCXLV -1245-; aunque se ha aducido que el texto podría haber sido escrito casi cien años más tarde, en base a un espacio en blanco que aparece entre la última C de la fecha y la X, recientes análisis realizados en el propio documento han demostrado que nunca existió, tal y como se había supuesto, una C más, y que haría retrotraer la composición del cantar al siglo siguiente. Por otra parte, la fecha que aparece en el documento no hace referencia a la manera actual de computar los años, sino a la era, la forma usual en la que estaban fechados todos los documentos en Castilla hasta el reinado de Juan I. Se refiere a la era hispánica o gótica, que se empezó a utilizar durante el reino visigodo de Toledo, a partir del concilio de Tarragona del año 516, y que, si bien  había sido abandonado en los condados catalanes ya en 1180, en Castilla no lo sería hasta el acuerdo tomado en las Cortes que se celebraron en el Alcázar de Segovia en 1383. Pasado ese año a la cronología actual en todo el mundo occidental, dicha fecha, 1245, se correspondería con el año 1207.

En este sentido, Pérez Henares es libre de trazar su propia teoría sobre la identidad real del autor del Cantar de Mío Cid, o al menos de la redacción del mismo tal y como hoy es conocida: el autor del texto sería cierto Abad, de nombre Pedro, que pudo estar al frente del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Huerta, un convento que estaba y está situado en la actual provincia de Soria, muy cerca de la frontera entre los reinos de Aragón y Castilla. Un monasterio que, por cierto, estuvo bajo el patronazgo de los señores de Molina, la poderosa familia de los Lara, y sobre todo de quien fue el líder del clan durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Manrique Pérez de Lara, quien murió en 1164 durante la batalla de Huete contra el clan contrario de los Castro, y de su hijo, Pedro Manrique de Lara. Éste es, también, otro de los principales protagonistas de la novela. Un monasterio en el que, además, está constatado una primera lectura del cantar, a principios del siglo XIII, en un acto que estuvo presidido por los propios reyes, Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.

La teoría es eso, una teoría, imposible de ser constatada documentalmente -si no, no sería teoría-, tan buena o más como cualquier otra teoría de las que han sido ofrecidas por los estudiosos de la historia o de la historia de la literatura. Y una teoría, además, que el autor tiene el sentido común de mostrarnos en que se apoya, y que, al menos en parte, pasamos a relatar: “Bien pudiera, y lo que ahora planteo ya es una teoría personal, ser una mezcla de varias posibilidades. Que por un lado copiara o recreara pasajes, y que otros los añadiera él. Hay además un hecho muy significativo y que he podido constatar como nativo de las tierras de la transierra castellana y las alcarrias, siguiendo el itinerario que marca con total precisión el propio Cantar, desde que acampados en la sierra de Miedes… divisan las torres de la Peña Fort (Atienza)… hasta llegar a la Molina de Aragón actual, donde mandó el moro amigo Abengalbón. Todo el primer libro, donde se recrea la toma de Castejón de Henares y la algara de Álvar Fáñez, es de una precisión topográfica tal y de un conocimiento del terreno y del recorrido, que pareciera que el autor hubiera sido testigo presencial y participante en ella”. De ahí, su apuesta porque el cantar fuera realmente la obra de tres generaciones de juglares, tres juglares sucesivos, de tres generaciones sucesivas, que vivieron en su conjunto todo un periodo tan sustancial para la historia de España, y de la península en su conjunto, incluso del resto de Europa, que abarca casi cien años, durante los reinados de los tres reyes castellanos nominados Alfonso: el Bravo, el Emperador y el Noble.

Y más tarde, basándose en historiadores tan eminentes como el propio Menéndez Pidal, Pérez Henares continúa: “Medinaceli aparece de continuo en la obra y con todo su alfoz. El gran medievalista don Ramón Menéndez Pidal, y bastantes historiadores más, señalan que todo indica que el autor primero del romance bien pudo ser natural de aquel estratégico e importante lugar, no sólo por el conocimiento que demuestra de todo el entorno, su toponimia, rutas y caminos, sino por los giros y expresiones que utiliza. El gran monasterio, el más cercano, era el de Santa María de Huerta, en la misma frontera con el gran aliado Aragón, y en él está documentado que se produjo la primera lectura del Cantar, celebrada en presencia del propio rey Alfonso VIII, y auspiciada por el poderoso señor Pedro Manrique de Lara II, señor de Molina y gran impulsar del libro, su copia y difusión. Su primera esposa, doña Sancha de Navarra, enterrada allí, junto a él, era a su vez descendiente del propio Cid, a través de su hija Cristina, casada con un infante navarro y madre del rey García Ramírez el Restaurador, como lo eran el rey castellano y el navarro, tataranietos todos del Campeador”.

Pero, más allá de la historia de este Pero o Pedro Abad, la historicidad de esta última novela de Chani está en los propios hechos políticos que se nos narran, y que abarcan, como se ha dicho, cien años de la historia de España, y también del continente europeo, desde la muerte del rey Fernando I, dividiendo su reino entre sus hijos, y dando lugar a una de las frecuentes guerras civiles que se han venido sucediendo primero en Castilla y después, una vez unidos todos los reinos peninsulares, en toda España, hasta la victoria de Alfonso VIII en la crucial batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212 y el temprano fallecimiento, sólo dos años después y con pocos meses de diferencia, de los monarcas, Alfonso y Leonor. Y ya en el campo de lo puramente anecdótico, la otra faceta de nuestro protagonista, como espía al servicio de los reyes o de las poderosas familias que gobernaron sobre los propios reyes, los Castro y los Lara. Una faceta, quizá, no tan anecdótica como parece a primera vista, pues un acercamiento a otras etapas de la historia nos demuestra que ambos trabajos, el de escritor y el de espía, muchas veces pueden ir unidos -Cervantes, Quevedo o Christopher Marlowe pueden ser buenos ejemplos de ello-. Y en todo caso, la figura del juglar, siempre nómada de una feria a otra, y siempre con las puertas abiertas, algunos de ellos, en los palacios y en los castillos de los grandes señores, incluso de los reyes, puede ser, además, una buena tapadera para el espionaje.

Refectorio del monasterio de Santa María la Real de Huerta, lugar donde se llevó a cabo la primera lectura del Cantar de Mío Cid, en presencia de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.