viernes, 19 de enero de 2018

El altar mayor de la iglesia de Navalón


Cuando visitamos nuestros pueblos, incluso los más pequeños, nos podemos llevar algunas sorpresas, pues en cualquier lugar escasamente poblado se pueden encontrar algunos ejemplares del mejor arte conquense. No es necesario que se trate de grandes monumentos, sino que algunas veces son claras muestras del arte popular, pero finamente trabajado. Este es el caso de la iglesia parroquial de Navalón, un edificio construido a mediados del siglo XVIII que, a pesar de que su conservación presenta algunas deficiencias, se corresponde a la perfección con esta época del arte, transformando en sencillez los conceptos arquitectónicos del propio José Martín de Aldehuela.

Sabemos por los libros de visitas que se conservan en el Archivo Diocesano, que la fábrica de la vieja iglesia, situada hasta entonces a las afueras del pueblo, en el paraje que hoy se sigue llamando la Muela, presentaba a mediados del siglo XVIII graves problemas de conservación. En este momento, la situación del templo parroquial era cada vez más preocupante, por lo que la autoridad eclesiástica se decide por fin a levantar un edificio de nueva planta, en un lugar más céntrico que la otra, coincidiendo precisamente este hecho con el obispado de José Flórez Osorio (1738-1759), prelado que, según José Luis Aliod, siguiendo en ello a Mateo López, se destacó sobre todo por su empresa constructora de edificios religiosos. En efecto, en 1758 se firma el contrato entre Manuel de Castejón, cura de Navalón, y Antonio del Castillo y Prast, hijo de una de las más ilustres familias de la Cuenca del XVIII y descendiente de los Chirino.
Ese mismo año, fray Vicente Sevila, maestro mayor de obras del obispado de Cuenca y autor así mismo en la sede de la diócesis de la obra del Seminario Conciliar, que todavía se conserva en el barrio de la Merced, autorizaba a que comenzasen las obras en dicho solar. Tres años después está fechada la licencia definitiva del propio obispado para dar principio a las obras.



            La obra fue realizada finalmente por Agustín López, vecino de Iniesta, por un valor total de veinte mil reales de vellón, que después de la visita del nuevo Maestro Mayor de Obras, Bartolomé Ignacio Sánchez, y de resultas de haber estudiado la terminación de la obra, ascendió a doscientos reales más por las mejoras realizadas por el arquitecto durante la ejecución de la obra, la cual, por cierto, había quedado ya finalizada en 1760. Hay que tener en cuenta que este Agustín López fue el padre del propio Mateo López, arquitecto como él, y al mismo tiempo cronista ilustrado de la ciudad y la diócesis.
            En cuanto a los elementos que se conservan en su interior, dos son los que destacan sobre todos lo demás. Por un lado, la pila bautismal, gótica del siglo XV, lo único que aún se conserva de la iglesia primitiva. Por otro lado, su conjunto de altares, principalmente el altar mayor, que como el resto de la iglesia se corresponde con el estilo de Martín de Aldehuela, aunque fue construido por un artífice de su escuela, como ha afirmado en su trabajo sobre el escultor turolense José Pastor Mora. Este artista fue Alonso Ruiz, quien figura en la documentación como maestro de escultura, retablista y arquitecto, y está fechado en torno al año 1768.
            En su eje vertical, este retablo, dominado en su conjunto por los colores verde, granate y dorado, se distribuye en tres tramos. El central está dominado por un gran vano, hasta hace poco tiempo vacío, en el que en los últimos años se ha incorporado una lámina moderna, sin ningún valor artístico, que representa la Natividad de la Virgen, a cuyo culto está dedicado la parroquia. Debajo de ella, sobre el banco del altar, se encuentra el sagrario, también moderno, que sustituyó a otro sagrario barroco de tipo de exposición. Por encima de dicho vano, y sirviendo de separación entre este cuerpo y el cuerpo superior, se puede apreciar una nube coronada por un angelote, muy propio del siglo XVIII.
            En los dos tramos laterales hay sendos vanos que en la actualidad están ocupados por esculturas de bulto redondo que no tienen nada que ver con la concepción original del autor del retablo. En efecto, hasta hace muy poco tiempo estaban ocupados por sendas imágenes de escayola, de serie, sin ningún valor artístico; desde el año pasado, en una de esas hornacinas se ha instalado una imagen de San Roque del siglo XVIII, de estilo popular, que procede de la antigua ermita homónima, en la actualidad derruida, y que ha sido restaurada recientemente gracias a un convenio suscrito entre la Universidad de Castilla-La Mancha y la Universidad Politécnica de Valencia.
            El conjunto se completa en este primer tramo con cuatro columnas pareadas. Dos de ellas, de fuste largo, rodean el vano central del retablo, mientras que las otros dos, abalaustradas, mucho más cortas, llevan adornos relativos a la Pasión de Cristo, y rodean el sagrario. Por lo que se refiere al cuerpo superior, consta de un solo tramo, un solo espacio escasamente decorado y flanqueado por un frontón semicircular barroco partido por el propio espacio.
            Se trata, en definitiva, de un retablo bastante interesante, aunque su estado de conservación presenta graves deficiencias, por lo cual necesita una urgente restauración si no se quiere que el nivel de deterioro del mismo se convierta en irreversible.