viernes, 3 de mayo de 2019

EL ARCA DE SAN JULIÁN*


La historia del Arca de San Julián, en la que reposaban los restos del segundo obispo de Cuenca hasta el inicio de la Guerra Civil, cuando fueron quemados por un grupo de exaltados republicanos, se remonta incluso a los años anteriores a la traslación del cadáver del santo desde el llamado Altar de la Reliquia, o Capilla Vieja de San Julián a su nueva capilla del Trasparente, en la girola de la catedral. En ese lugar habían permanecido dichos restos desde 1518, desde que fueron colocados allí, llevados a su vez desde su primitiva colocación, en la vieja capilla de Santa Águeda, una de las desaparecidas capillas del lado de la epístola. Y por lo que respecta al arca, ésta había sido colocada ya en la Capilla Vieja de San Julián, como una donación al templo catedralicio de uno de sus prelados más preclaros del siglo XVII, Alonso Antonio de San Martín (1681-1705), a la que había llegado desde su anterior destino como obispo de Oviedo. Éste era hijo natural del propio rey Felipe IV y de una de sus amantes, Mariana Pérez de Cuevas; por el contrario, el estudioso conquense Antonio Rodríguez asegura, que la madre de este obispo de Cuenca, fue en realidad Tomasa Aldama. Pero tanto una como la otra, Tomasa Aldana o la citada Mariana Pérez de Cuevas, eran dos de las damas de la reina doña Maríana de Austria, esposa del propio monarca Borbón.

            No cabe duda de que la perdida obra de orfebrería era una pieza hermosa. De esta manera la describe el arquitecto Ventura Rodríguez, quien por otra parte participó en la construcción el altar del Trasparente, así como en la capilla mayor del principal templo conquense: “Una urna de plata con labores cinceladas y caladas, los huecos sobredorados, y los perfiles y boceles de bronce dorado a fuego, con su tapa en la misma conformidad en forma piramidal, forrada por delante dicha urna con tela carmesí.”[1]

            El traslado de los restos de San Julián a su capilla del Trasparente, el 8 de septiembre de 1760, fue celebrado en la ciudad con varios días de fiestas, en los cuales, sin duda, el cuerpo de San Julián debió salir en procesión dentro de su urna de plata. No se sabe el número de veces que salió después esta urna en procesión, con los restos del santo en su interior, hasta aquel 18 de abril de 1902, día en el que fueron llevadas de nuevo a hombros por los canónigos de la catedral, desde su altar del Trasparente a la iglesia de la Merced, bajando por las escaleras monumentales del Palacio Episcopal, a causa del reciente hundimiento de la torre del Giraldo, el 13 de abril de ese año, y el obligado cierre al culto, por unos meses, de nuestro templo mayor por ese motivo. En asquella procesión, el arca “era acompañada por las autoridades de la ciudad, Guardia Civil a caballo y un pelotón de ingenieros, clero de la Diócesis, y el prelado Sangüesa, que se fundió en un abrazo emocionado con el Gobernador Civil de la provincia.”[2] El 4 de septiembre de ese mismo año, con la catedral abierta ya nuevamente al público, e iniciados los trabajos de restauración, la procesión se repitió en sentido contrario, aunque en esta ocasión, el arca iba acompañada por la imagen de la Virgen del Sagrario. La procesión entró entonces en la catedral por la nueva puerta de acceso, que se había abierto en su parte lateral para facilitar el culto en el templo, junto al propio palacio.

            Seis años más tarde, en 1908, el arca vieja de San Julián salió en procesión nuevamente, ahora para conmemorar el séptimo centenario del fallecimiento del segundo obispo de Cuenca. Después, en los primeros meses de 1936, como hemos dicho antes, el arca sería robada, y los restos de San Julián eran quemados en las naves de la propia catedral. Sin embargo, una vez terminada la guerra se pudo extraer de entre toda la ceniza que había permanecido en el lugar de los hechos, unos pocos restos óseos humanos, apenas treinta y siete fragmentos, que fueron identificados como pertenecientes al santo, según un informe pericial que firmaron los doctores Antón Piga y Manuel Pérez de Petinto, antropólogos forenses, que estaba fechado en 1945. Por su parte, también se llevó a cabo una suscripción popular con el fin de encargar una nueva arca de plata, arca que realizaría el orfebre valenciano José Bonacho David.

            Desde entonces, esta nueva arca de San Julián ha salido en procesión en varias ocasiones. La primera de ellas, el 4 de septiembre de 1947, en una procesión singular que se celebró a consecuencia de la riada del Huécar, que se había producido el 13 de agosto de ese mismo año, y en la que los restos del prelado conquense fueron trasladados, por turno, por los concejales del ayuntamiento, los diputados provinciales, los funcionarios del Instituto de Previsión, y en general por un grupo numeroso de fieles. Después, el arca volvería a desfilar por las calles de Cuenca en 1983, con motivo del octavo centenario de la creación de la diócesis conquense, por mandato del rey conquistador, Alfonso VIII; en 1988, con motivo del octavo centenario de la llegada a Cuenca del propio santo, nombrado segundo obispo de la diócesis; y finalmente, en 2008, con motivo ahora del octavo centenario de su fallecimiento. 

* Este texto ha sido publicado anteriormente, en formato papel, en la revista Cuencaciudad, crónica anual de información ciudadana. Año III (2019), pp.152-153.




[1] Antonio Rodríguez Saiz, Cuenca en el recuerdo. Edición del autor, 1988, p. 65. El libro es una recopilación de los artículos que el autor publicó en el semanal Gaceta Conquense, éste en concreto bajo le título siguiente: “El Arca de San Julián recorrió las calles de Cuenca en 1947”.
[2] José Vicente Ávila, El blog de Cuencávila, 13 de abril de 2008: “El Arca de San Julián ha desfilado siete veces en el siglo XX.


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