La
historia del Arca de San Julián, en la que reposaban los restos del segundo
obispo de Cuenca hasta el inicio de la Guerra Civil, cuando fueron quemados por
un grupo de exaltados republicanos, se remonta incluso a los años anteriores a
la traslación del cadáver del santo desde el llamado Altar de la Reliquia, o
Capilla Vieja de San Julián a su nueva capilla del Trasparente, en la girola de
la catedral. En ese lugar habían permanecido dichos restos desde 1518, desde
que fueron colocados allí, llevados a su vez desde su primitiva colocación, en
la vieja capilla de Santa Águeda, una de las desaparecidas capillas del lado de
la epístola. Y por lo que respecta al arca, ésta había sido colocada ya en la
Capilla Vieja de San Julián, como una donación al templo catedralicio de uno de
sus prelados más preclaros del siglo XVII, Alonso Antonio de San Martín (1681-1705),
a la que había llegado desde su anterior destino como obispo de Oviedo. Éste era
hijo natural del propio rey Felipe IV y de una de sus amantes, Mariana Pérez de
Cuevas; por el contrario, el estudioso conquense Antonio Rodríguez asegura, que
la madre de este obispo de Cuenca, fue en realidad Tomasa Aldama. Pero tanto
una como la otra, Tomasa Aldana o la citada Mariana Pérez de Cuevas, eran dos
de las damas de la reina doña Maríana de Austria, esposa del propio monarca
Borbón.
No cabe duda de que la perdida obra
de orfebrería era una pieza hermosa. De esta manera la describe el arquitecto
Ventura Rodríguez, quien por otra parte participó en la construcción el altar
del Trasparente, así como en la capilla mayor del principal templo conquense: “Una urna de plata con labores cinceladas y
caladas, los huecos sobredorados, y los perfiles y boceles de bronce dorado a
fuego, con su tapa en la misma conformidad en forma piramidal, forrada por
delante dicha urna con tela carmesí.”[1]
El traslado de los restos de San
Julián a su capilla del Trasparente, el 8 de septiembre de 1760, fue celebrado
en la ciudad con varios días de fiestas, en los cuales, sin duda, el cuerpo de
San Julián debió salir en procesión dentro de su urna de plata. No se sabe el
número de veces que salió después esta urna en procesión, con los restos del
santo en su interior, hasta aquel 18 de abril de 1902, día en el que fueron llevadas
de nuevo a hombros por los canónigos de la catedral, desde su altar del
Trasparente a la iglesia de la Merced, bajando por las escaleras monumentales
del Palacio Episcopal, a causa del reciente hundimiento de la torre del
Giraldo, el 13 de abril de ese año, y el obligado cierre al culto, por unos
meses, de nuestro templo mayor por ese motivo. En asquella procesión, el arca “era acompañada por las autoridades de la
ciudad, Guardia Civil a caballo y un pelotón de ingenieros, clero de la
Diócesis, y el prelado Sangüesa, que se fundió en un abrazo emocionado con el
Gobernador Civil de la provincia.”[2]
El 4 de septiembre de ese mismo año, con la catedral abierta ya nuevamente al
público, e iniciados los trabajos de restauración, la procesión se repitió en
sentido contrario, aunque en esta ocasión, el arca iba acompañada por la imagen
de la Virgen del Sagrario. La procesión entró entonces en la catedral por la
nueva puerta de acceso, que se había abierto en su parte lateral para facilitar
el culto en el templo, junto al propio palacio.
Seis años más tarde, en 1908, el
arca vieja de San Julián salió en procesión nuevamente, ahora para conmemorar
el séptimo centenario del fallecimiento del segundo obispo de Cuenca. Después,
en los primeros meses de 1936, como hemos dicho antes, el arca sería robada, y
los restos de San Julián eran quemados en las naves de la propia catedral. Sin
embargo, una vez terminada la guerra se pudo extraer de entre toda la ceniza que
había permanecido en el lugar de los hechos, unos pocos restos óseos humanos,
apenas treinta y siete fragmentos, que fueron identificados como pertenecientes
al santo, según un informe pericial que firmaron los doctores Antón Piga y
Manuel Pérez de Petinto, antropólogos forenses, que estaba fechado en 1945. Por
su parte, también se llevó a cabo una suscripción popular con el fin de
encargar una nueva arca de plata, arca que realizaría el orfebre valenciano
José Bonacho David.
Desde entonces, esta nueva arca de
San Julián ha salido en procesión en varias ocasiones. La primera de ellas, el
4 de septiembre de 1947, en una procesión singular que se celebró a
consecuencia de la riada del Huécar, que se había producido el 13 de agosto de
ese mismo año, y en la que los restos del prelado conquense fueron trasladados,
por turno, por los concejales del ayuntamiento, los diputados provinciales, los
funcionarios del Instituto de Previsión, y en general por un grupo numeroso de
fieles. Después, el arca volvería a desfilar por las calles de Cuenca en 1983,
con motivo del octavo centenario de la creación de la diócesis conquense, por
mandato del rey conquistador, Alfonso VIII; en 1988, con motivo del octavo
centenario de la llegada a Cuenca del propio santo, nombrado segundo obispo de
la diócesis; y finalmente, en 2008, con motivo ahora del octavo centenario de
su fallecimiento.
* Este texto ha sido publicado anteriormente, en formato papel, en la revista Cuencaciudad, crónica anual de información ciudadana. Año III (2019), pp.152-153.
[1] Antonio Rodríguez Saiz, Cuenca en el recuerdo. Edición del
autor, 1988, p. 65. El libro es una recopilación de los artículos que el autor
publicó en el semanal Gaceta Conquense,
éste en concreto bajo le título siguiente: “El Arca de San Julián recorrió las
calles de Cuenca en 1947”.
[2]
José Vicente Ávila, El blog de Cuencávila, 13 de abril de
2008: “El Arca de San Julián ha desfilado siete veces en el siglo XX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario