viernes, 23 de diciembre de 2022

Ande, ande, ande… la Marimorena. Dos versiones sobre el origen de un mismo villancico

 

Ande, ande, ande, la Marimorena,

Ande, ande, ande, que es la Nochebuena.

Éste es, sin duda, uno de los villancicos más conocidos y más cantados cuando llegan estas fechas navideñas, pero pocos son los conquenses que saben que, según una tradición o una leyenda no contrastada por la historia, tiene o puede tener un origen conquense, hasta el pun de que ha servicio de inspiración para una importante empresa de restauración de nuestra ciudad para dar nombre a uno de sus restaurantes: María Moreno, la Marimorena de la canción. Éste no es un blog de restauración, ni tampoco quiere dar demasiado pábulo a las leyendas que no están contrastadas por la historia documentada. Sin embargo, considero que estas fechas, próxima ya la Navidad con todo lo que ello significa, para hablar sobre el origen de un villancico navideño que ha saltado las fronteras de nuestra tierra, del que se han realizado numerosas versiones, algunas de ellas cantadas e incluso grabadas por cantantes y grupos de verdadera importancia, y que son cantadas en las calles y en los hogares de toda España, e incluso fuera de nuestro país.

En efecto, según esa tradición, corría el año 1702. Hacía dos años que había fallecido el último monarca español de la dinastía de los Austrias, dejando el país sumido en una guerra civil -y no tan civil, porque el conflicto dinástico se había extendido a toda Europa-. Cuenca, sabido es, como es resto de Castilla, era partidario de Felipe, el hijo del delfín de Francia, quien era resobrino de María Teresa de Austria, hermana del monarca fallecido; la misma razón de consanguineidad con la dinastía española le correspondía a su oponente a la corona, el archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo I de Austria, hijo, a su vez, de la infanta María Ana de Austria, hija del rey Felipe III. No es momento, aquí, de analizar asuntos tan peliagudos y graves como una guerra que provocará el cambio de la dinastía, y en asuntos exteriores, el final definitivo del gran imperio español, pero sí de recordar que ésta tendría terribles consecuencias en nuestra ciudad, especialmente sendas entradas en ella de las tropas inglesas. Para comprender mejor el periodo, me remito a la tesis que sobre el tema realizó Víctor Alberto García Heras bajo el título de “ “La Guerra de Sucesión en el interior de Castilla: ciudad, élites de poder y movilidad social (Cuenca, 1690-1720)”. A ella le dediqué ya una entrada en este mismo blog (ver al respecto la entrada “Cuenca durante la Guerra de Sucesión”, 4 de enero de 2020).

Pero vamos a lo que realmente nos interesa. Corría, decía, el año 1702. Leemos en un texto sobre el tema: “Con la venida de los Borbones a España, las costumbres perdieron mucho de seriedad y decoro, del mismo modo degeneraron los valores espirituales. La devoción de las grandes festividades se bastardeó, y lo puramente espiritual degeneró en escándalo y desenfreno. Guardan las crónicas de Cuenca los escándalos y abusos que se cometieron en la Navidad del año 1702 y hacen memoriam del comportamiento de uno de los regidores de la ciudad, el señor conde de Cervera. Se le avisó que en años anteriores se habían producido abusos en la Misa de Gallo, y era conveniente tomar medidas preventivas”. Todo ello no es más que una forma de decirlo. Poco podía atribuirse a la llegada de los Borbones la degeneración de las costumbres, cuando ni siquiera se podía decir que la nueva dinastía había llegado al trono, cuando ni siquiera se podía afirmar con rotundidad que el hecho se hubiera producido -hay que recordar que, en ese momento, la guerra apenas se encontraba en sus etapas iniciales-, y menos cuando se afirma que el proceso se veía repitiendo ya desde los años anteriores.

Sea como sea, le caso es que ese año los regidores de la ciudad, y especialmente don Cristóbal Álvarez de Toledo Milán de Aragón, caballero de la orden de Santiago y señor de Cervera -la transformación del señorío en condado no tendría lugar hasta el año 1790, cuando uno de sus descendientes, Juan Nicolás Álvarez de Toledo y Borja, lo recibió de manos del rey Carlos IV, cuando acudió a las Cortes, en representación de la ciudad de Cuenca, para jurar como príncipe de Asturias al futuro Fernando VII-, acudieron a la zona de la catedral con el fin de evitar que se reprodujeran los desmanes que se habían cometido los años anteriores. Sin embargo, en aquella ocasión, los festejos se habían trasladado hasta los barrios modernos, en la zona del Campo de San Francisco y en los alrededores del cercano convento franciscano, hasta el punto de que incluso en alboroto se había trasladado hasta el interior, donde ya se estaba celebrando la Misa de Gallo. Hasta allí se trasladó la ronda, con el fin de detener a los que habían provocado aquellos alborotos, que estaban dirigidos por una mujer del pueblo, una tal María Moreno.



Continúa afirmando el texto aludido: “Al llegar el regidor con dos alguaciles, vio mucho más de lo que imaginaba. El ruido y el alboroto eran insoportables, porque cada uno de los concurrentes, no sólo los niños, sino también los hombres y alguna mujer, llevaban zambombas, tambor, pandero, rabel y almireces. Todos estos instrumentos los tocaban a voluntad y sin cesar, a lo que se agregaba una continua conversación, de manera que más parecía una p laza pública que un templo. Con razones y amenazas logró imponer silencio en los momentos más solemnes de la Santa Misa, pero la gente, ente beber y charlar, era imposible que oyese la Santa Misa.”

Cuenta la tradición que se hicieron detenciones, entre ellas a aquella mujer que, dice, se llamaba María Moreno, una de las que más ruido hacía, con la ayuda de un caldero de cobre, que golpeaba sin cesar; hasta llega a afirmar la tradición que la mujer era natural del pueblo de Alcantud, y que residía en el barrio del Castillo de la capital. La mujer, que llegó incluso a perderle el respeto al regidor cuando iba a ser detenida, fue condenada a la pena de cien azotes, que el regidor rebajó después a treinta, y a que asistiera obligatoriamente, todas las semanas, a escuchar la doctrina cristiana en el convento de religiosos dominicos de San Pablo, y, sigue diciendo todavía el texto aludido, “lo que era más grave para ella, a que nol bebiera en un año bebidas alcohólicas.” Y cuenta finalmente la leyenda, o quizá se trate de una historia no escrita, “lo curioso de aquel hecho fue que, al llegar la Nochebuena, los mozalbetes, al dar serenatas navideñas por las calles, repetían este cantar o villancico, que se ha hecho famoso en toda España:

Ande, ande, ande, la Marimorena.

Ande, ande, ande, que es la Nochebuena.”

¿Qué hay de verdad y qué hay de simple leyenda en esta historia? Lo cierto es que no debería ser demasiado difícil comprobarla a la luz de los documentos: de ser cierta, debería existir alguna referencia a ello en las actas municipales, o en algún otro documento del propio Archivo Municipal. Pero mientras intentamos dilucidar el asunto, salta a nosotros otra historia, otra tradición, similar a ésta, que tiene como escenario uno de los barrios más populares del Madrid de los Austrias: la Cava Baja. Es cierto que este hecho no se refiere en sí al propio villancico, sino a una frase o refrán que es bien conocido desde hace mucho tiempo: armarse la marimorena. Sin embargo, ¿hasta qué punto puede tratarse de una simple casualidad que ambas cosas, villancico y refrán, hagan referencia a dos nombres idénticos, más cuando se trata de referirnos a hechos o actitudes que están relacionadas con una manera muy propia de generar disturbios provocados por las clases populares? Veamos el origen del refrán, y comparémoslo con el origen del villancico, antes de continuar.

Los hechos a los que se refiere el refrán popular acaecieron algún tiempo antes que los sucesos del villancico, más de un siglo antes. Corría el año 1579. Hacía menos de veinte años que el rey prudente, Felipe II, había convertido a Madrid en capital de España. Allí, y en concreto en la calle que todavía recibe el nombre de la Cava Baja, que corre casi paralela a la calle de Toledo, existía una famosa taberna, que era muy visitada por los soldados que regresaban de combatir en Flandes, o en Italia, o en América, porque el vino que allí se dispensaba tenía fama de ser el mejor de todo Madrid. La taberna era regentada por un matrimonio que estaba formado por un tal Alonso de Zayas y por su esposa, María Morena, y que por eso era así conocida en toda la ciudad por sus parroquianos habituales. No queda claro si ‘Morena’ -dicen los textos- era el apellido o un simple mote por el posible color de su cabello, algo así como María ‘la morena’.

El caso es que, en una ocasión, el matrimonio se negó a servir ese vino a un grupo de soldados que acababan de venir de la guerra. No se sabe por qué motivo, pero sin duda porque los propietarios del establecimiento pensaron que aquellos clientes no debían ser merecedores de probar sus mejores caldos, aunque hay quien dice que el hecho no fue así, que lo que el matrimonio se negó a vender a los soldados eran los cueros, las botas que contenían el vino. Lo cierto es que aquello provocó una gran trifulca, en la que la tabernera no se quedó atrás a la hora de repartir golpes a aquellos soldados, que tan bien habían sabido defender, poco tiempo antes, el honor de los ejércitos españoles. Poco tiempo después llegó la ronda y paró la pelea, y el matrimonio de taberneros fue sometido a un proceso judicial cuyas consecuencias hoy en día no son bien conocidas. Lo que sí son bastante conocidas son sus consecuencias en el idioma español: la frase “armarse la marimorena” quedó para siempre en el acervo popular de nuestro lenguaje, igual que, algún tiempo después, el villancico homónimo quedaría para siempre en el folklore de nuestro país.

Dicho esto, poco parece tener en común el origen de la frase con el del villancico, lo que redunda en la consideración de éste como propiamente conquense. Sin embargo, en la Wikipedia puede leerse una versión intermedia sobre el origen del villancico, una versión que mezcla ambos sucesos como si se tratara de uno sólo. ¿Qué hay de cierto en todo ello? Lo único que podemos decir es que, más allá de toda leyenda o tradición que no cuente con una base documental, existe otro aspecto que también debemos tener en cuenta. ¿Y si realmente la tal María Moreno, la mujer de Alcantud, no hubiera existido en realidad? ¿Y si se tratara solamente de una referencia popular a la propia Virgen María, la verdadera protagonista, junto al propio Niño, de la Navidad?: Ande, ande la María, la Moreneta, como es conocida la Virgen María en muchos lugares de España, sobre todo allí donde son veneradas las misteriosas Vírgenes Negras; venga al portal, porque está a punto de hacer el mismo Dios, su Hijo.

La frase en sí misma puede parecer casi una blasfemia, pero en la tradición popular existen muchos casos similares a éste.

1 comentario:

  1. Gracias Julián por tu trabajo. Excelente información y forma de contarlo.

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