jueves, 25 de mayo de 2023

Por tierras de la comarca de Ocaña, en el norte de la provincia de Toledo

 

En los últimos años, y más desde que la epidemia del Covid ha venido a modificar todas nuestras costumbres, se ha venido a desarrollar un turismo cultural de tipo diferente, más cercano, en el que, al contrario de lo que antes era más usual, cuando se buscaban, sobre todo, destinos lejanos, espectaculares, casi diríamos exóticos, los destinos más cercanos han venido a ocupar los lugares preferidos. Desde luego, ambos tipos de turismo no son excluyentes por sí mismos, se pueden combinar, pero esta clase de viajes, más cercanos, tienen la ventaja, entre otras cosas, de que no es necesario tomar muchos días para disfrutarlo como es debido; un solo fin de semana basta para que podamos disfrutar de lugares interesantes, desde el punto de vista de la historia, del arte, o sólo de la naturaleza; lugares que nos ayudan a encontrarnos con nuestro pasado, porque son lugares que tienen que ver con nuestra propia historia, y también con nuestro patrimonio, tal y como he venido a mostrar en algunas entradas anteriores de este blog (ver “Un lugar, o dos, del que Cervantes no quiso acordarse,… y algunas cosas más” 6 de mayo de 2022; y “Un viaje al sur del marquesado de Villena”, 19 y 30 de octubre de 2022). En esta ocasión, viajaremos al norte de la provincia de Toledo, a ese polígono irregular que conforman las localidades de Ocaña, Yepes, Puebla de Montalbán y Torrijos, pero sin dejar de lado, tampoco, otros destinos cercanos que se encuentran, también, en esta provincia vecina.

Ocaña es, muy probablemente, uno los pueblos más hermosos de la provincia de Toledo, una provincia, por cierto, que por sí misma es una de las que cuentan con mayor patrimonio artístico, más allá de su propia capital. Capital de la comarca homónima, que conforma los territorios que lindan con la provincia de Madrid, allí donde ambas se unen a través de ese extraño apéndice que, por motivos históricos más que otra cosa, supone la bella ciudad de Aranjuez. En efecto, la distribución provincial del territorio sólo se entiende si tenemos en cuenta la relación histórica que Aranjuez ha tenido siempre con la “Villa y Corte”, como Real Sitio que fue y que sigue siendo, a través de su hermoso palacio neoclásico, que empezó a construir ya el rey Felipe II, aunque serían realmente Felipe V y Fernando VI, ya en el siglo XVI, quienes le dieran su característico estilo neoclásico que ahora presenta. Pero Ocaña tiene, por sí misma, importantes focos de atracción turística, hermosos lugares para aquel que desee acercarse a la localidad para descubrir todo el patrimonio monumental que tiene nuestra región castellano-manchega. Uno de esos lugares es el convento de Santo Domingo, de estilo renacentista, en el que, durante mucho tiempo, se formaron algunos de nuestros misioneros, que desde aquí partieron para llevar el mensaje de Cristo a las tierras de Asia y al archipiélago filipino; o, también, la picota, o rollo, que de las dos formas es llamada por sus habitantes, recuerdo de cómo se administraba la justicia en los tiempos del Antiguo Régimen, de estilo tardogótico, con columnas lobuladas adosadas el cuerpo principal del monumento, decoradas con collarines de perlas, tal y como era usual en la arquitectura isabelina.

Y es que la historia de Ocaña siempre estará unida, por muchos motivos, a la figura de Isabel la Católica, a través de dos de los ocañeros -u ocañenenses, que de las dos formas puede encontrarse en internet- más conocidos por la historia:  Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas. El primero, contador real de la reina Isabel desde los tiempos en los que todavía era princesa -y autor, según el hispanista inglés Alan Deyermond, de la “Crónica de don Álvaro de Luna”-, fue después maestrescuela, guardia mayor y mayordomo de la ya reina Católica, aunque apenas dejó huella monumental en el pueblo que le había visto nacer. No, al menos, si lo comparamos con las huellas que en Ocaña ha dejado el otro protagonista de estas líneas: Gutierre de Cárdenas, quien mandó construir uno de los palacios más hermosos de la comarca, un palacio que hace algunos años se convirtió en el juzgado; lo cual, por otra parte, complica sobremanera la visita de los turistas, y de los propios ocañenses, al monumento en cuestión. Se trata, el palacio de los Cárdenas, de una de las más bellas muestras del gótico civil que se conservan en toda la provincia de Toledo, incluso en el conjunto de la región.

Entre los dos, Chacón y Cárdenas, Cárdenas y Chacón, mano a mano casi, forjaron los destinos futuros de España, al haber sido ellos quienes tuvieron la osadía de falsificar, por el bien de los dos reinos, la bula pontificia que bendecía el matrimonio de la todavía princesa con su primo Fernando, el príncipe de Aragón, logrando de esta forma, y a pesar de las muchas vicisitudes que se dieron en los años posteriores, y que estuvieron a punto de malograr la brillante empresa de la unificación de ambos reinos, lo que, con el tiempo, sería el germen de una de las naciones más antiguas de Europa, España, y más allá de ello, gracias a su nieto, Carlos, y también a su bisnieto, Felipe, el imperio más poderoso de la tierra, un imperio en el que, según se dice, nunca se ponía el sol. En un rincón de la villa, junto a una de sus iglesias más modestas, aún existe la capilla en la que, según marca la tradición, vivió durante un tiempo la reina Isabel, y en el que, por cierto, se falsificó aquella bula tan decisiva.

Pero Ocaña, además de contar con ese enorme patrimonio histórico y monumental, cuenta también con un enorme patrimonio literario que no podemos, tampoco, dejar de lado. Porque, ¿quién no conoce el conjunto de la obra de Lope de Vega, uno de nuestros mejores escritores de comedia en los tiempos del Siglo de Oro, ese Fénix de los Ingenios, tal y como ya lo había definido en su tiempo el propio Miguel de Cervantes, ¿el mejor de nuestros novelistas? Y entre el resto de sus comedias, tan universales como él mismo, ¿quién no ha oído hablar de una que se titula, precisamente, “Peribáñez y el comendador de Ocaña”, aunque son muchos los que desconocen realmente el argumento de la obra? Una comedia, como tantas otras de las que escribió el genial autor madrileño, sobre la importancia del honor en los tiempos del Siglo de Oro, pero también, y, sobre todo, sobre una sociedad, la propia de la Edad Media española, la que estaba desapareciendo ya en los tiempos de Lope de Vega, pero que aún tenía la fuerza suficiente de verse reflejada en las tablas de un patio de comedias. Una sociedad en la que todos, patricios y plebeyos, señores y aldeanos, valían lo que valían las personas, sin importar el apellido o los dineros que tenían; o al menos, sin que los dineros o el mismo apellido fuera tan determinante como para evitar la actuación de la justicia; la sociedad que empezó a perderse después de Villalar, allá por 1521.

Pero Ocaña cuenta también con otros monumentos de interés patrimonial: el propio teatro que lleva el apellido del autor de Peribáñez, instalado sobre lo que había sido el colegio y la iglesia de la Compañía de Jesús; el museo arqueológico, creado a partir de la colección que se había ido haciendo uno de los padres dominicos del convento misional, el padre Santos; la Fuente Grande, de tamaño monumental y estilo renacentista, herreriano, en la que trabajaron el propio Herrera y el arquitecto conquense Francisco de Mora, y en la que, según la leyenda, todavía se aparece, en las noches sin luna, nuestra hermosa princesa Zaida; las iglesias de San Juan Bautista y de Santa María; el palacio del marqués de Gusano;…

La siguiente parada en el camino es Yepes, tierra de buen vino y de teatro clásico. Hay una frase que resume ambas cosas, y que se atribuye al otro de nuestros grandes comediógrafos del Siglo de Oro, Pedro Calderón de la Barca: “Quien a Yepes vino y no bebió vino, ¿a qué coño vino?” Poco importa que la frase se haya extendido también a otras regiones españolas, como a Jumilla, en Murcia, o a Gumiel, en Burgos. Para los habitantes de Yepes, el origen del refrán se encuentra en este pueblo toledano, y lo atribuyen al genial autor de “La vida es sueño”, y por ello no dudan en celebrarlo todos los años, en el mes de junio, con las jornadas calderonianas en las que se celebran algunas representaciones teatralizadas alrededor de la festividad del Corpus Christi. Y es que el autor madrileño, cuenta la historia, estuvo en este pueblo toledano en 1637 para estrenar uno de sus más famosos autos sacramentales, “El mágico prodigioso”, una comedia ambientada en la Roma de las primeras comunidades cristianas, pero que, de igual manera, podría habar estado ambientada en cualquier pueblo de Castilla en los años del Siglo de Oro.

Sea verdad o no el refrán, o la autoría del mismo, a Yepes se puede ir también para muchas otras cosas, más allá de que el vino que se produce en el pueblo sea, desde luego, de excelente calidad. Se puede ir, sobre todo, para disfrutar de su patrimonio monumental: sus murallas medievales, que en el siglo XIV, por la decidida actuación de sus autoridades, impidió que la epidemia de peste, que estaba diezmando a media Europa, no tuviera en este pequeño pueblo demasiada incidencia; las puertas  y las torres que todavía perviven de esas murallas; el rollo de la justicia, otra vez, también de estilo isabelino, como el de Ocaña; la Plaza Mayor, flanqueada en sus tres caras por la colegiata, el ayuntamiento y el palacio de los arzobispos, de estilo neoclásico;… Y, sobre todo, la propia iglesia colegiata de San Benito, la “catedral de la Mancha”, tal y como es llamada en algunos mentideros, construida por Alonso de Covarrubias en la primera mitad del siglo XVI, y en cuyo altar mayor se conservan todavía las pinturas de Luis Tristán, el más genial de los discípulos que en la capital de la provincia tuvo el gran Domenikos Theotokópoulos, el Greco.

Y ya que estamos en Yepes, no podemos dejar de lado la figura de una mujer, porque mujer lo era a pesar del engaño en el que, durante mucho tiempo, mantuvo a cuantos le conocían; una mujer adelantada a su tiempo: Elena de Céspedes. Había nacido en 1545, el Alhama de Granada, hija de un hidalgo castellano, Benito de Medina, y de una esclava negra. Y fue manumitida cuando apenas tenía ocho años, recibiendo en ese momento el nombre con el que sería conocida, en homenaje a la difunta mujer de su padre. Ni el hecho de ser mujer, ni siquiera el color de su piel, como mulata que era, pudieran impedir que ejerciera la medicina, como cirujana, abocada a tener que disfrazarse de hombre para escapar de los familiares de un hombre al que había herido en el pueblo gaditano de Sanlúcar de Barrameda. Así, vestida de hombre, llegó incluso a participar, como soldado de fortuna, en la guerra de las Alpujarras; para entonces, ya se había hecho llamar con el nuevo nombre, que le haría famosa: Eleno de Céspedes. Fue, quizá, el primer transexual conocido por la historia, pues según la tradición, llegó incluso a auto-operarse, colocándose un aparato genital masculino, tal y como pudo comprobar visualmente Francisco Díaz de Alcalá, médico y cirujano del propio rey Felipe II, instado a ello por el vicario de Madrid cuando, en 1586, debía decidir si debía, o no debía, darle la licencia para poder contraer matrimonio con una vecina de Yepes, María del Caño. Así, aceptado el dictamen por las autoridades religiosas, ambos vivieron en el pueblo manchego, en santo matrimonio, unos pocos meses, hasta que fueron denunciados a la Inquisición en el mes de junio del año siguiente. Acusada de lesbianismo, sodomía y bigamia -se dictaminó que no era varón ni hermafrodita, sino mujer, y que sólo había obtenido la apariencia de un hombre a causa de una manipulación quirúrgica, pero fue condenada sólo -a pesar de haber sido juzgada también, a consecuencia de todo ello, de hechicería, a la pena de cien azotes, y a la reclusión durante diez años en un hospital, en el que se le obligó a trabajar en su enfermería, aprovechando de esta forma los conocimientos de medicina que ella -o él, porque él siempre negó los cargos por los que había sido condenado- había ido adquiriendo, de manera autodidacta, durante toda su vida.

Muy cerca de la comarca de Ocaña, aunque fuera de ella, se encuentra la localidad de Puebla de Montalbán, la patria que vio nacer, y de nuevo debemos trasladarnos hasta otra de las grandes cumbres de nuestra literatura castellana, a Fernando de Rojas, el autor de nuestra sin par “Celestina”. También en la Puebla hay algunos monumentos interesantes que se deben visitar: el palacio de los condes, de estilo purista, en el que falleció Diego Colón, el hijo más conocido del descubridor de América, cuando se dirigía a Sevilla con el fin de asistir a la boda del emperador Carlos V con Isabel de Portugal; la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, frente al palacio de los condes, el convento de San Francisco, fundado a partir de 1570 por una de las hijas de Alfonso Téllez Girón, segundo señor de la Puebla, quien a su vez era el menor de los tres hijos varones que tuvo el belmonteño Juan Fernández Pacheco, el poderoso marqués de Villena; las ermitas de Nuestra Señora de la Soledad y del Cristo de la Caridad,…

Pero, si la Puebla de Montalbán es conocida, en España y fuera de España, es por haber sido la cuna de Fernando de Rojas, el autor de la inmortal Celestina, la “Tragicomedia de Calixto y Melibea, y de la puta vieja Celestina”, tal y como aparece, en realidad, en el frontispicio original de la obra. Una comedia que, como tal, es imposible de ser representada en las tablas, por su extensión, y que es el germen de todo un género literario, uno de los más característicos de la mejor literatura española del Siglo de Oro: la novela picaresca. Porque sin la Celestina no existiría, quizá, el Lazarillo, ni el Buscón, ni tantos y tantos pícaros como pueblan nuestras novelas más importantes. Por ello, es interesante visitar la villa en la tercera semana de agosto, cuando se celebra en su Plaza Mayor el festival de la Celestina, en el que sus visitantes se transforman en los protagonistas de la obra, y en todo caso, durante todo el año, es interesante la visita a su museo Un museo en el que, junto a diferentes objetos relacionados con la obra de Rojas, y a la cartelera y algunos fotogramas de las diferentes versiones cinematográficas que de ella se han realizado, se pueden contemplar algunas pinturas modernas -retratos de todos sus protagonistas, junto a algunas de las mejores escenas- del pintor pueblano Teo Puebla, y, más allá de ello, un hermoso verraco celta que fue encontrado en su término municipal, y una hermosa colección etnográfica.

Finalizaremos la ruta en otro pueblo de la provincia de Toledo, Torrijos. Y sobre todo, más allá de algunos monumentos importantes, como el llamado palacio del rey don Pedro, reconvertido desde hace algunos años en la sede de su ayuntamiento, o la capilla del Cristo de la sangre, construida sobre los restos de la antigua sinagoga judía, en su iglesia colegiata del Santísimo Sacramento, que fue mandada construir, entre 1509 y 1518, por Teresa Enríquez, la esposa de Gutierre de Cárdenas, el mismo que, nacido, como se ha dicho, en Ocaña, había sido uno de los leales protectores de la reina Católica. Colaboró con la reina durante la conquista del reino de Granada, en la que participaba activamente su esposo,  atendiendo y curando a los heridos, y después, de regreso en Torrijos, a donde se había retirado después del fallecimiento de aquél, fundó los hospitales de la Consolación y de la Santísima Trinidad. Y, sobre todo, devota de la Eucaristía –era llamada por algunos, aún en vida, “la loca del Santísimo -, fundó también en su villa toledana una cofradía, que estaba dedicada, principalmente, a dar culto al Santísimo Sacramento. Murió en 1529, a una edad bastante avanzada, y fue enterrada en el monasterio franciscano de Santa María de Jesús, en Torrijos, en un monumento funerario al que mandó trasladar también los restos de su esposo. Desaparecido el convento por causa de la desamortización, y destruido después por el paso del tiempo y la incuria de los hombres -en los últimos años se han realizado algunos trabajos de recuperación de sus restos-, los cadáveres de ambos esposos fueron después a la colegiata.

Desde allí, desde estos lugares privilegiados del norte de la provincia toledana, se pueden realizar también otros itinerarios, que nos llevarán a rincones inolvidables, en los que se combinan naturaleza y patrimonio. Lugares como las Barrancas de Calaña y Castrejón, en el término municipal de Burujón, en las que el río Tajo traza unas curvas sinuosas, encajadas en un escarpe rocoso, entre profundas gargantas y cárcavas, que han sido definidas por algunos como “el cañón del Colorado” de la Mancha. Lugares como el parque natural de Cabañeros, donde se puede disfrutar de la paz y de la tranquilidad que ofrece la naturaleza; lugares como la ruta del Boquerón del Estena, en la que, además, se puede contemplar las huellas que un gusano gigante pudo dejar en el lugar hace ya mucho tiempo, cuando estas hermosas tierras estaban cubiertas todavía por las inmensas aguas del Mar de Tetis.



viernes, 12 de mayo de 2023

Perseguido por los dos bandos en la Guerra Civil: Manuel Santa Coloma Lafuente

 

Durante el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero fue promulgada la ley 52/2007, la llamada Ley de la Memoria Histórica, que salvaguardaba una única lectura histórica de la Segunda República y la Guerra Civil, en la que se convertían ambos períodos históricos, difícilmente separados, en una historia de buenos y malos, en la que los buenos, por supuesto, eran los defensores del gobierno establecido, y los malos eran aquellos que, supuestamente sin ningún motivo real, se habían rebelado contra los avances progresistas de éste. Parecía que, con esta ley, se sellaban definitivamente los errores de la Transición -errores, desde luego, desde el único punto de vista de la nueva izquierda española, más cercana al marxismo que a la socialdemocracia que había caracterizado a ésta durante los años de aquella Transición. Sin embargo, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha querido dar una vuelta de tuerca más con la llamada Ley de la Memoria Democrática, en la que, incluso, y esto es algo que va contra el ejercicio de la más elemental democracia, se criminaliza a todos aquellos que puedan hablar o escribir algo que vaya en contra de la tesis oficialista. Sin embargo, los historiadores sabemos muy bien que, muy raramente, cualquier proceso histórico puede ser calificado de una historia de buenos y de malos, y la propia Guerra Civil tampoco lo fue. Como tampoco llegó nunca a ser la Segunda República ese “reino de jauja”, esa Utopía de Tomás Moro, que la ley, y los propios socialistas, nos quieren hacer creer.

De la misma manera, muchos de los combatientes de la Guerra Civil, en un bando y en otro, no lo hicieron por supuestas convicciones ideológicas, sino por pura necesidad; y, sobre todo, porque allí les había tocado luchar, y sobre este hecho ya he escrito alguna cosa en este mismo blog (ver “17 de julio de 1936: una historia familiar”, 17 de julio de 2016). Durante los tres años que duró el conflicto bélico, y algunos más que duraron los procesos represivos llevados a cabo por el bando ganador -también en el bando perdedor se habían llevado a cabo esos mismos procesos represivos, en algunos casos, incluso, con un carácter bastante más sangriento, por cierto-, muchos de esos militares fueron sometidos a una especie de “expedientes de limpieza” que en muchos casos significaron duros castigos físicos o profesionales, y en no pocos, incluso, hasta la muerte. Hubo, incluso, militares que, por un motivo u otro, llegaron a ser represaliados por los dos bandos en litigio, como es el caso del protagonista de esta entrada, Manuel Coloma Lafuente, quien descendía de una familia militar oriunda de Cuenca, aunque él había nacido en tierras aragonesas; sobre algunos de los miembros de esta familia, ya he escrito también en este mismo foto (ver “Eusebio Santa Coloma: un soldado conquense en Filipinas”; 26 de mayo de 2016; y “Vicente Santa Coloma, moderado y héroe de la Primera Guerra Carlista”, 19 de junio de 2016), consecuencia, ambos textos, de mi investigación sobre el general Federico Santa Coloma Olimpo, tío de nuestro actual protagonista. De esta última monografía, entresaco lo que en su momento ya publiqué sobre este oficial:

“Dedicado también a la carrera militar como muchos otros miembros de su familia, cuando estalló la Guerra Civil estaría destinado en Burgos como teniente de asalto. Fue detenido en la ciudad castellana el 19 de julio de 1936 por haberse opuesto a la sublevación, junto a otro grupo de militares, guardias civiles y compañeros del Cuerpo de Asalto ; se sabe que en mayo de 1937 todavía estaba ingresado en la cárcel. Por otra parte, un Manuel Santa Coloma Lafuente, natural de Zaragoza, de profesión militar, llegó a Argentina a bordo del transatlántico francés Bretagne. Finalmente, otro Manuel Santa Coloma Lafuente, si no es acaso el mismo, en 1955 seguía vinculado en el ejército, ahora como capitán de infantería, con destino en Barcelona.

¿Cómo se pueden conjugar estas noticias tan aparentemente contradictorias y crear con ellas una única biografía lógica? Lo cierto es que es un problema bastante complicado de resolver, a pesar de que conviene tener en cuenta que las dos ciudades citadas, Zaragoza y Barcelona, estuvieron bastante vinculadas a la peripecia profesional de Julián Santa Coloma. La esposa de éste, hay que recordarlo, había nacido en la provincia aragonesa, y en Zaragoza habían vivido ambos, antes de que él hubiera sido trasladado a Barcelona, ciudad en la que residieron ya hasta la muerte de ambos. El problema se complica aún más si tenemos en cuenta que existe entre los fondos del Archivo Histórico Nacional, copia de otro expediente incoado contra otro Manuel Santa Coloma Lafuente, teniente de asalto como el anterior. Este nuevo proceso fue abierto en el mes de diciembre de 1936, precisamente por el bando gubernamental, por los delitos de traición y asesinato.

Una vez terminada la guerra, el proceso se incorporó a la llamada Causa General. A pesar de que la terminología utilizada por los dos bandos podía llevar en algunos casos a cometer ciertos errores (para ambos, el ejército sedicioso y rebelde era el ejército enemigo), este nuevo proceso es bastante claro: el encargado de tramitarlo era el Juzgado Especial de la Rebelión y Sedición Militar, dependiente de la Secretaría General de los Tribunales y Jurados Populares, de Madrid. El proceso era bastante peliagudo, y no sólo por la supuesta muerte de un miliciano republicano en la calle Lista, la actual calle madrileña de Ortega y Gasset, a manos de Manuel Santa Coloma.

En primer lugar, como prueba de la acusación se presentaba un escrito firmado por varios soldados de infantería el 8 de julio, apenas diez días antes del levantamiento, y dirigida a Manuel Santa Coloma, que respondían de esta forma a una misiva anterior del propio Santa Coloma en la que supuestamente se quejaban de la situación en la que en ese momento se encontraba el país, y también el conjunto de los militares: “En nuestro poder su atenta 1º corrientes llenándonos de grata alegría sus recuerdos, no así algunas de sus manifestaciones, aunque nos hacemos cargo de sus sentimientos morales. Pero no desespere, día llegará que podrá V. tomar plena satisfacción de los sinsabores que ahora le ocasionan, y con qué ansia lo están esperando sus cuatro de infantería…”  Los autores del escrito informaban después que habían solicitado el traslado a Jerez de la Frontera (Cádiz), con el fin de abandonar la capital catalana, ciudad en la que por diversos motivos no se encontraban a gusto.

Por lo que se refiere a la segunda prueba de cargo, se trataba de un artículo que bajo el título de Un Diario, unos tenientes y dos traslados, había publicado en el mes de mayo el diario La Humanitat, un periódico de ámbito catalán que estaba dirigido en un primer momento por Lluis Companys, y que después se había convertido en el órgano oficial del partido Esquerra Republicana de Catalunya.

No eran las únicas pruebas presentadas contra Manuel Santa Coloma. También se presentaba un recorte de periódico en el que, con versos burlescos, se satirizaba a la República, y una carta escrita en alemán que había sido encontrada entre sus papeles. Aunque el sentido literal de la carta es en sí mismo bastante inocente, y además en nada se menciona en ella al propio Santa Coloma, los miembros del tribunal sin duda debieron pensar que el documento debía estar escrito en clave. Hay que entender lo que podía significar una carta escrita en este idioma, en un tiempo en el que los servicios secretos nazis y la Gestapo campaban a sus anchas por el territorio español, en ayuda al ejército de Franco. Por todo ello sería decretada inmediatamente la detención de Manuel Santa

Coloma, que en aquel momento se encontraba en paradero desconocido. Y así seguía el 21 de octubre, cuando el juez militar que había instruido la causa, José Fustegueras, le declaraba rebelde.

El expediente incoado contra él por las autoridades republicanas parece en realidad estar sustanciado más por unos hechos que se remontan como mínimo a unos meses antes de que se produjera el alzamiento. En efecto, los hechos relacionados con el periódico La Humanitat se habían producido en el mes de mayo, y por otra parte, nada sabemos en realidad de la acusación por un supuesto asesinato a un miliciano en una calle de Madrid, algo difícil de entender si tenemos en cuenta que en los meses previos a la guerra, el militar se encontraba a primera vista en Barcelona. Sin embargo, sí podría estar relacionado sin embargo con este asunto un suceso que había tenido lugar el año anterior, del que se hacía eco La Vanguardia, pero que había sucedido en Santa Coloma de Gramanet

¿Qué posibilidades hay de que existan dos militares con un mismo nombre y apellido, coetáneos en el tiempo, y que además compartan el hecho de ser ambos, en el momento de iniciarse la Guerra Civil, tenientes del cuerpo de Guardias de Asalto? El proceso incoado por el gobierno republicano en Madrid, se solventó con una condena en rebeldía por no encontrarse presente el procesado, lo que puede explicarse por su presencia en aquel momento en Burgos, sufriendo desde el inicio de la guerra una pena de prisión que había sido decretada sin juicio de por medio, precisamente por el bando contrario a este otro que ahora le tildaba también de rebelde y traidor. Posiblemente, el hecho de que el militar conquense se encontrara en el momento del alzamiento en situación desconocida fuera lo que moviera a las autoridades, ante todos estos antecedentes, a abrir contra él un proceso penal, suponiéndole haberse adherido al mismo y sin tener en cuenta que en aquel momento se encontraba en Burgos, preso por otra parte del ejército enemigo. El proceso incoado en Burgos, sin embargo, está relacionado más

con una situación de hecho que no puede remontarse a una situación anterior. En efecto, la documentación, aunque también es escasa, parece hacer referencia a un militar que se halla en ese momento en la ciudad castellana, y que al iniciarse el conflicto decide no participar en la sublevación.

En efecto, y aunque no he podido obtener el expediente completo que consta entre los fondos del Archivo General Militar, por tratarse de una persona afecta todavía a la Ley Orgánica 15/1999 de Protección de Datos, no cabe duda de que se trata de una misma persona. Pero, ¿cómo pudo ser procesado tanto por el bando gubernamental como por el bando sublevado, y además en tan corto período de tiempo? Aunque el hecho, a primera vista, pueda parecer extraño y contradictorio, no lo es tanto si tenemos en cuenta la caótica situación vivida en el país durante esos primeros meses de la guerra, con escasa o nula información entre una zona y otra del país. Pero todavía nos queda dar respuesta lógica a una última pregunta: en caso de ser el mismo procesado, ¿por qué se encontraba en Burgos en el momento de iniciarse la guerra? ¿Había sido trasladado a la capital castellana de resultas quizá de los mencionados problemas con la sociedad catalana, y sobre todo con los políticos separatistas?

Conocemos algunas referencias concretas de su carrera militar en los años anteriores a la guerra. En octubre de 1922 aprobaba el quinto ejercicio de la Academia de Infantería de Toledo , y tres años más tarde, ya como alférez, y después de haber terminado sus estudios en la academia era destinado al regimiento de Mahón , posiblemente su primer destino, y más tarde fue trasladado al regimiento de Jaén . Todavía se encontraba en ese mismo destino en el mes de enero de 1926, cuando le era concedido un permiso temporal para viajar a Madrid . Posteriormente, y según publicaba La Correspondencia Militar, era ascendido a teniente en el mes de junio de 1927 , en cuyo empleo regresaría otra vez al mismo regimiento de Jaén tres años después .

Ya a punto de desencadenarse la Guerra Civil, su nombre aparecía en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, en su edición del 28 de junio de 1936, al serle reconocida una paga de 1.100 pesetas por los once años de servicio como oficial, lo que haría retrotraer en este caso su nacimiento, una vez más, a varios años antes de la boda de sus padres . Sería probablemente por aquellas fechas cuando se pasaría a la Guardia de Asalto. Muchos fueron los compañeros de armas que se habían incorporado a la oficialidad este cuerpo policial que había creado la República, y que después, durante la guerra, se mantuvo fiel a ésta en su mayoría. Es conocido el caso del teniente José del Castillo, que fue asesinado el 12 de julio por cuatro pistoleros de extrema derecha en la madrileña calle de Fuencarral, un día antes de que fuera también asesinado, en respuesta a este crimen, el político cedista José Calvo Sotelo.

Poco tiempo después, el 1 de julio de 1937, la situación de los tenientes de asalto Manuel Santa Coloma y Antonio Carvajal, pasaba a ser la de procesados, de acuerdo a lo que determinaba el artículo noveno del decreto del 7 de septiembre de 1935 . El juicio debió ser bastante rápido, pues ya el 29 de diciembre de 1937, Santa Coloma era condenado a la pena de doce años y un día de reclusión por el delito de auxilio a la rebelión, con la pena accesoria de la pérdida del empleo correspondiente en el ejército. Por ello, con fecha 26 de febrero del año siguiente causaba baja en el mismo, según

decreto que firmaba el general Luis Valdés Cabanilles, general subsecretario del ejército . Sin embargo, el 25 de mayo de 1940 le fue conmutada la pena por la de dos años de prisión menor. Y habiendo permanecido alejado del servicio hasta el 22 de abril de 1948, ¿dónde estuvo Manuel Santa Coloma durante estos primeros ocho años de la posguerra? ¿Fue entonces cuando se exilió temporalmente en Argentina, si es que acaso se trata de la misma persona? Y sobre todo, ¿por qué le fue conmutada la pena por otra muy inferior a ella en tiempo y circunstancias?

Y para complicar aún más las cosas, según se desprende de una solicitud posterior del propio interesado, de la que luego hablaremos, debió haberse incorporado a las filas del ejército de Franco antes incluso de que terminara la guerra. En efecto, el 20 de enero de 1938 era ascendido a capitán y destinado al batallón 176 de la 73 división, unidad en la que prestó, por un breve periodo de tiempo, servicio de campaña; estos datos no concuerdan demasiado con su anterior condena por doce años. Finalmente, el día 30 de marzo quedaba a disposición de la autoridad judicial militar por haber sido reclamada su causa, y el 12 de septiembre de 1939 le era por primera vez rebajada su pena a la de tres años y un día. Finalmente, tal y como se ha visto, le sería nuevamente conmutada la pena por la de dos años, de acuerdo al dictamen de la Comisión de Examen de Penas.


El 22 de abril de 1948 “se le concedió la sustitución de la pena accesoria de separación del servicio por la de suspensión de empleo, pero sin que determine concretamente que esa sustitución tenga efectos retroactivos, por lo que los efectos de la pena accesoria de separación del servicio se mantuvieron hasta la fecha de esa sustitución por la de suspensión de empleo”. Este hecho, lo que significaba en realidad es su incorporación de nuevo al ejército, aunque con la pérdida efectiva de los derechos que le pudiera haber correspondido entre 1937 y 1948. En efecto, a finales de 1949 el propio Manuel Santa Coloma interponía ante la Presidencia del Gobierno un recurso de agravios contra el acuerdo del Consejo Supremo de Justicia Militar, que con fecha de 19 de febrero había decidido denegarle los haberes correspondientes a ese periodo. No obstante, con fecha 17 de febrero del año siguiente, el Consejo de Ministros acordaba desestimar la solicitud del interesado, en un documento que lleva la firma del subsecretario del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero Blanco . Finalmente, ya en el mes de junio de 1982, durante el gobierno socialista de Felipe González, se le

reconocerían por fin los derechos económicos del periodo en que se mantuvo obligatoriamente alejado del ejército, tal y como sucedió también con otros muchos militares que habían servido durante la guerra en el bando republicano .

Pero todavía en la década de los años cincuenta, probablemente la negativa de las autoridades militares de denegarle la solicitud, así como la difícil situación profesional en la que debía encontrarse por su situación personal, le conducirían a abandonar el ejército, y quizá también el país. Y es que, tal y como se ha dicho anteriormente, cierto militar de este nombre y nacido también en Zaragoza, se embarcó en el puerto de Barcelona en la nave Bretagne con destino a Buenos Aires el 13 de octubre de 1953, a la edad de cuarenta y cinco años, lo que significaría que éste había nacido en el año 1908, o incluso a finales de 1907; los datos concuerdan con los de nuestro protagonista, que como sabemos por su expediente militar había nacido a finales de 1907 en Maella (Zaragoza), diez años antes por lo tanto de que sus padres hubieran contraído matrimonio, y dos años antes de que el padre hubiera sido trasladado desde el batallón de la reserva de Barcelona hasta el regimiento de Aragón. El barco era propiedad de la compañía marítima Transports Maritimes Marseille-Paris, y hacía la ruta entre Nápoles y Buenos Aires, con paradas intermedias en Génova, Marsella, Barcelona (ciudad en la que embarcó Santa Coloma), Dakar, Brasil y Uruguay . Este barco era gemelo del Normandie, que en el momento de su votación, en 1932, había sido el transatlántico más grande del mundo, y que diez años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, fue requisado por las autoridades norteamericanas para convertirlo, con el nombre de USS La Fayette, en un barco de transporte rápido de tropas. En 1942 se hundiría en el puerto de Nueva York, al no poder soportar el peso del agua empleada por los bomberos para sofocar un incendio que le hizo escorar a babor.

En el momento de su emigración a tierras argentinas, su estado civil era casado. En agosto de 1955, y según la prensa catalana era uno de los oficiales que, no habiendo pasado todavía la obligatoria revista anual de armas, debía presentarse a la mayor brevedad posible en el Negociado de Asuntos Generales del Gobierno Militar de Barcelona ; el hecho de encontrarse en ese momento fuera de la ciudad condal pudo justificar esta demora. Sin embargo, su estancia en el continente americano fue corta en

ese caso. A finales del año 1967 parece encontrarse de nuevo en Barcelona, según se desprende de una breve mención que a él se hace en el diario La Vanguardia, por una multa de tráfico, debido a una infracción cometida por no haber respetado las señales luminosas de un semáforo, multa que fue sobreseída después de estudiadas las alegaciones presentadas por él . Por aquellas mismas fechas, dos hijos de Manuel Santa Coloma Lafuente y de María Josefa Echagüe Bouza, Julián y María del Pilar Santa Coloma, se casaban respectivamente en 1961  y 1970, con sendos miembros de la alta sociedad barcelonesa. No debe perderse de vista tampoco el nombre de uno de sus hijos, Julián, que coincidiría con el de su abuelo, y también el de su tatarabuelo.

El último dato sobre su vida es una nota necrológica publicada en El Periódico de Catalunya correspondiente a la edición de 8 de marzo de 2003 . Según este dato, Manuel Santa Coloma había muerto en la capital catalana a la edad de noventa y cinco años. Tal y como podemos ver, la fecha de nacimiento cuadra también con la edad que nuestro protagonista tenía a la hora de abandonar el país y buscar otra vida en Argentina. Son, en definitiva, muchos datos contradictorios, es cierto, que podrían resolverse después de una consulta al expediente personal completo del interesado, consulta que, tal y como se ha dicho, me ha sido imposible de realizar, en virtud de la Ley de Protección de Datos.”

Desde que publiqué las líneas anteriores, poco más es lo que he podido saber sobre este militar, a pesar de mis contactos que, por vía de internet, he podido tener con el bisnieto de nuestro protagonista, Lluc Santa Coloma Vila. Él mismo fue quien, a la vista de la información que había podido publicar sobre sus antepasados, se puso en contacto conmigo, enviándome algunos documentos que, sobre su bisabuelo, había podido encontrar. Me confesó que había tenido el mismo problema que yo a la hora de solicitar del Archivo General Militar de Segovia, pero me remitió algunas publicaciones de prensa que él había encontrado, publicaciones que me sirvieron para confirmar algunos aspectos sobre la vida del interesado. En efecto, Manuel Santa Coloma Lafuente había nacido en Maella, en la provincia de Zaragoza,  el 26 de noviembre de 1907, y después de haber pasado por la academia militar, pudo obtener su primer empleo de teniente, según recogía el periódico La Correspondencia Militar, correspondiente al día 2 de junio de 1927. A partir de este momento se inició una carrera militar, que sirvió de apoyo para que, poco tiempo antes de que se iniciara la Guerra Civil, nuestro protagonista abandonara temporalmente el ejército, pasando a ocuparla graduación de teniente en el cuerpo de los Guardias de Asalto, como otros muchos compañeros de la época.

Entre los documentos que me envío en ese momento su bisnieto, cabe destacar la portada del juicio que, iniciado ya en 1936 por un juzgado especial de instrucción, por, y recogemos literalmente dicha portada, “traición y asesinato contra el teniente de asalto que fue Manuel Santa Coloma Lafuente”, en la que, además, figura, escrito a mano con un lapicero de color rojo, la palabra “rebelde”. Junto a este documento figura también una ficha, datada en 1937, a nombre de nuestro protagonista, según la cual consta que había formado parte del ejército popular de Guecho, en la provincia de Vizcaya, así como su pertenencia al Cuerpo de Seguridad y Asalto, aunque se hacía constar, al mismo tiempo, que había sido dado de baja por el Comité Central del Frente Popular, con fecha de 10 de noviembre del año anterior. Del mismo modo, en el Diario Oficial del Ministerio de la Defensa, correspondiente al día 7 de enero de 1938, Manuel Santa Coloma era declarado desafecto al régimen republicano, según la orden del 20 de octubre de 1936, siendo, por ello, dado de baja del ejército de la República, con la pérdida de todos los dere3chos y ventajas inherentes a ello.

Poco más es lo que podemos saber de los años siguientes. Sí, que en el boletín oficial del ejército, correspondiente al 2 de marzo del año siguiente, se publicaba la desestimación del recurso que el interesado había realizado para que se le reconociera el cobro de seiscientas pesetas, en concepto del reconocimiento de los derechos pasivos del periodo de tiempo en el que él había estado separado del ejército. Según se recogía en el documento, Santa Coloma Lafuente había estado separado del ejército, por condena, en 1937, y aunque se había reincorporado más tarde, probablemente al ejército nacional, había vuelto a causar baja el 22 de abril de 1948. Para la desestimación de estos supuestos derechos, el tribunal se basaba en diferentes leyes que habían sido promulgadas entre 1940 y 1945.



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