jueves, 26 de mayo de 2022

La Cuenca de ayer: la calle Calderón de la Barca

 


ste texto fue presentado por su autor como trabajo de campo en el curso “Fuentes orales y su aplicación para la historia y la antropología”, celebrado en cuenca en junio de 1997, y organizado en colaboración por la Universidad de Castilla-La Mancha y la Asociación de amigos del Archivo histórico Provincial de Cuenca. Puede ser esclarecedor para contribuir a los estudios realizados sobre la historia y la sociología conquenses, aunque sea de manera muy limitada tanto en el tema como en el tiempo. De ahí que sea interesante su publicación íntegra.

La intención de este trabajo ha sido la de investigar en la vida corriente de una zona concreta de Cuenca, la calle Calderón de la Barca, en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, principalmente en la década de los años cuarenta, y de su zona de influencia. Como límites geográficos nos hemos marcado, por un lado, los dos extremos de la calle, en las plazas llamadas actualmente de la constitución –antiguamente, de Cánovas-, y de la Trinidad, y por otro lado, la actual calle Carrillo de Albornoz, tradicionalmente llamado por los conquenses Callejón de Juan Sáiz –más popularmente, incluso, callejón de Benítez-, y el paraje conocido como Puente de Palo, ocupado hasta tiempos recientes por huertas que se asomaban al río Huécar. Se trata de un espacio geográfico bastante interesante en el periodo cronológico que nos ocupa –incluso en la actualidad, al menos en parte, a pesar del tiempo transcurrido, por formar parte al mismo tiempo del urbanismo central de Cuenca- debemos tener en cuenta a este respecto que la calle citada es contigua a la de Carretería, y por lo tanto comparte con ella alguna de sus características más destacadas, como su eminente dedicación comercial-, y por otra parte el espacio rústico, representado en las ya citadas huertas del Puente de Palo, donde la vida que se hacía todavía en esos años cuarenta tiene más que ver con lo rural que con lo urbano.

La técnica empleada ha sido la entrevista. A este respecto debemos decir que el número de entrevistas realizadas, tan sólo una, no parece suficiente, y desde luego, no lo sería en el caso de haber realizado cualquier otro tipo de trabajo. Soy consciente de que los problemas que presenta el trabajo con fuentes orales –subjetividad, olvido,...- se multiplican cuando el número de entrevistas en tan escaso. Sin embargo, este sesgo se corrige en parte por ser esta zona de la ciudad bien conocida por quien realiza el trabajo, quien se ha criado y sigue viviendo en la actualidad en la calle estudiada, y sobre todo por las propias características personales de la informante: María cañas Román, nacida en el barrio en 1932 –contaba por lo tanto ocho años al inicio del periodo estudiado, y doce a su término-. Por lo tanto, es claro el interés que dicha persona siempre ha mostrado hacia su barrio, lo que permite que la merma de recuerdos no hay sido en este caso demasiado abundante. Además, al no tratarse de un trabajo especialmente polémico en lo que a la ideología se refiere, el sesgo de la subjetividad, dentro de la veracidad que en cualquier tipo de trabajo se le puede dar a este término, tampoco existe.

Finalmente, decir que la entrevista ha sido de carácter abierto, esto es, se ha permitido que el propio informante fuera el que se expresara libremente, sin interrumpir demasiado su discurso, salvo en aquellos momentos en los que ésta parecía perderse demasiado en una historia de vida que podía, en ocasiones, ser ajeno al objeto de estudio. En estos casos, hemos intentado reconducir su relato a todo aquello que sí pudiera interesarnos, esto es, a lo referente a la propia calle Calderón de la Barca en su niñez. Para ello nos hemos centrado en tres puntos concretos: 1.- La vida en la calle. 2.- La economía: el comercio como sentimiento de barrio. 3.- El entorno de la calle: las huertas del. Puente de Palo.

 

1.- La vida en la calle Calderón de la Barca

Nuestra informante no duda en afirmar, desde el primer momento, que la vida en este barrio de la ciudad, como en todo el complejo urbanístico de cuenca, era mejor, más sencilla que en la actualidad. Recuerda con emoción, lo que se aprecia en los gestos de las manos, en una risa abierta cada vez que nos cuenta alguna anécdota del momento, o incluso un chiste que entonces se contaba, que en los años cuarenta apenas pasaban coches por la calle. Incluso recuerda como en ambas aceras de la calle había plantados dos árboles que, unidos mediante una cuerda que atravesaba toda la vía, les permitía a los chicos jugar con absoluta tranquilidad. Respecto a los coches, todavía le asombra, a pesar de estar ya acostumbrada a verlo, como ahora siempre se encuentra aparcados “diez o doce coches” en la pequeña plaza donde ella ha vivido desde hace muchos años, García Álvarez de Albornoz –siempre ha sido el callejón de Juan Saiz, recuerda ella, nombre que ahora conserva sólo una pequeña parte del espacio, y más íntimamente, Callejón de Benítez, cuyo nombre tomaba de la farmacia, hoy inexistente, que había en el lugar en donde arrancaba la subida a dicha plaza-. Recuerda como entonces, cuando aún era una niña, la pequeña plaza era un espacio completamente abierto para el juego.

Sin duda, como decimos, para María Cañas, la vida en la calle calderón de la barca de los años cuarenta era más tranquila. A pesar de que en esta calle siempre ha habido bares, hoy la zona a la que hacemos referencia se ha visto perjudicada por la instalación en una de las calles del entorno, la conocida desde siempre como Calle Nueva –hoy, doctor Benítez-, de numerosos bares de copas, que para ella inquietan la convivencia. La situación es sólo un reflejo de la sociedad moderna, pero se agrava demasiado en la noche del Viernes Santo, cuando mucha gente viene de fuera de la ciudad para participar en una noche “diferente”.

Aunque el propósito era en realidad estudiar un poco cómo era la vida en esta zona durante los años cuarenta, a la informante se le escapan, casi sin querer, algunos recuerdos de la guerra. El hecho adquiere importancia cuando sabemos que en la parte más elevada de la calle, bajo el Hospital de Santiago, edificio emblemático de la zona, se hallaba uno de los más importantes refugios antiaéreos de la ciudad. Recuerda como cada vez que sonaban las alarmas, muchos habitantes del barrio dejaban todo lo que estaban haciendo y se metían con presura, a través de la entrada que tuvieran más a mano, en ese refugio. Recuerda también como enfrente de su casa ha existido hasta hace poco tiempo una cueva, no demasiado grande, pero sí lo suficiente como para permitir, a ella y a su familia, cobijarse en su interior de la posible caída de las bombas. El hecho se debía a un cierto miedo, latente en toda la familia, a que las bombas cayeran cerca del refugio y taparan sus entradas, imposibilitando con ello la salida a la población refugiada en él.

Aquella tranquilidad –la informante no alude para nada al hambre de la posguerra, lo que no quiere decir que en esta zona de cuenca no existiera, sino más bien que la memoria es, desde luego, selectiva- sólo se veía roto algunas veces para los contrabandistas, los estraperlistas, cuando sentían de cerca el peligro de ser descubiertos por la Guardia Civil; en esos momentos hacían todo lo posible para evitarlo, incluso tirar sus mercancías al Huécar, que bañaba las ya citadas huertas del Puente de Palo, que entonces “todavía llevaba agua”, a pesar de que cuando ello ocurría la corriente se las podía llevar, provocándoles en esos casos pérdidas de importancia.

Otro momento que también recuerda muy bien fue cuando se desbordó el Huécar, lo que afectó sobre todo a la calle del Agua –último lado del triángulo que cierran la de calderón de la barca y el propio río, y que deja en su interior las tantas veces citadas huertas del Puente de Palo-. Pero también a la propia calle estudiada y, sobre todo, a las propias huertas que hasta hace poco se hallaban a su espalda. Recuerda como, después de haber llovido abundantemente, vio venir desde el río una gran masa de agua sin control. El Puente de la Trinidad, cuyo único ojo era entonces mucho más pequeño que el actual, hizo efecto de presa, no dejando que el agua alcanzara con claridad el Júcar. El Huécar se desbordó, y el agua llegó a cubrir casi toda la calle, destruyendo lo que iba encontrando a su paso.

Primero cayó la tapia del Gallo, fábrica de harinas que se encontraba al principio de la Calle del Agua, y que daba nombre, y aún lo da, a las escaleras que desde allí atraviesan el puente sobre el propio río, y dan acceso a la parte antigua de la ciudad. Después también tuvo muchos problemas la tapia del colegio de las Josefinas, que entonces se hallaban en la misma calle. La informante recuerda todavía como el agua se llenó de objetos que habían sido arrastrados por la corriente: mesas, sillas, y hasta animales muertos. Y recuerdo sobre todo como las caballerías tenían ya el agua hasta la altura del lomo.


 

2.- El comercio en la calle Calderón de la Barca

Un poco para comprobar su capacidad memorística, y también un poco con el fin de estudiar de qué manera el comercio pudo influir en la zona referenciada –debemos tener en cuenta que se trata de una calle muy cercana al centro comercial de la ciudad-, le pedimos que realizara un esfuerzo mental importante e intentara recordar que comercios existían en ambas aceras de la calle en los años de su niñez. El trabajo fue bastante positivo; la respuesta fue la siguiente:

-Desde la plaza de Cánovas hasta la Trinidad, en la acera de la izquierda, nos encontramos los comercios siguiente: Narciso Díaz (tejidos), Cuchillería Yajeya, colegio Español, Refrey (máquinas de coser), zapatos Rubio (sólo almacén), confecciones vera, la Oficina de Información y Turismo, Pastelería Arrazola, Taberna el Gol, Farmacia Benítez, Droguería Benítez, Ultramarinos cantó, Taberna La Viña de Oro, carpintería de Isaac. A partir de aquí comienza el amplio casría que era de la familia Huerta, con algunos locales comerciales que, sobre todo, fueron abiertos pocos años después del periodo estudiado, aunque quizá, no lo puede asegurar la informante con precisión, ya estuvo abierto en este mismo lugar, en los años cuarenta, la sastrería Ramos.

-En el mismo sentido, pero ahora en la acera de la derecha, tenemos: Farmacia Escribano, Mercería Magino, La Parisién (confección), el quiosco de la Eufrasia, el castillo de las Medias (mercería), un estando, Las Cuadreras (marcos para imágenes de santos), Jiménez (comestibles), una tienda de lanas), Fotos Pascual, Peluquería Bayo, Olivares, la oficina de correos, la fiscalía de tasas, otra peluquería, un zapatero remendón, y la sastrería Belinchón.

De esta breve descripción estadística, y en conformidad con toda la información obtenida de la entrevista, pueden deducirse algunas cosas:

• Prácticamente la totalidad de estos comercios son de carácter pequeño, familiar, pero a pesar de ello tienen un gran interés social, porque dan vida al barrio. Tanto es así que, como vemos, en algunas ocasiones la informante no recuerda el nombre comercial del mismo, hecho que sin duda a que lo importante no era en sí mismo el nombre del comercio, sino la relación que se establecía entre el comerciante y los habitantes del barrio –“vete a las lanas a por una madeja negra”; ve al zapatero y dale esto”-.

• Por esa misma relación personal, el trato no era el usual de comerciante a cliente, sino el de dos personas que se conocen “de toda la vida”. La informante cuenta, acerca de esto, que si algún cliente se olvidaba en alguno de estos comercios las vueltas del importe pagado, el dueño del comercio no dudaba en entregárselo en cuanto tuviera la oportunidad de hacerlo. Este hecho, muy raro de encontrar en los tiempos actuales a juicio de la entrevistada, era en los años cuarenta norma de conducta, y refleja en cierto sentido esa relación cercana entre ambos.

• Los sectores de actividad son muy variado, predominando en cualquier caso todo lo relativo a la confección textil en sus muy diversas facetas: mercerías, sastrerías, o los propios comercios dedicados a la venta de telas. Después destacan los comercios de comestibles y alimentación, peluquerías y tabernas. En algunos casos se puede observar una cierta continuidad entre los años cuarenta y los noventa, siendo el caso más llamativo la cuchillería Yajeya, que no sólo existe todavía, sino que además ocupa el mismo local que entonces.

• Junto a estos comercial fueron también instalados algunos servicios, oficiales o no: Colegio Español, Información y turismo, correos, y la fiscalía de tasas.

 

3.- El entorno de la calle: las huertas del Puente de Palo

Sin duda por su carácter rústico hasta hace muy poco tiempo, la zona que más ha cambiado desde los años cuarenta hasta la actualidad des precisamente este entorno de huertas, de las cuales todas han desaparecido; sólo queda del periodo tratado algunas casas viejas que se encuentran en la bajada desde la calle Calderón de la Barca.

Se accedía a esta zona por estrechas callejas, una situada en el centro de la zona, frente a las escaleras de acceso al Hospital de Santiago –hoy, calle José Martín de Aldehuela-, y la otra al final de la calle, junto al Puente de la trinidad –la entrada desde la calle doctor Galíndez ha sido abierta muy recientemente, al proceder a la construcción de la zona de nuevos edificios impersonales- . en el primero de los accesos citados, que daba directamente al Puente de palo propiamente dicho, se hallaba entonces una pequeña carpintería, hoy totalmente desaparecida, y que se constituía en la única actividad económica de esta parte de la zona estudiada diferente al sector primario. Por la segunda se accedía a la también desaparecida Fuente de la Doncella.

Como decimos, se trataba de un sector dedicado completamente a la agricultura, en concreto a la huerta, aunque también había un espacio dedicado a chopera. El río, que corría entonces más cerca de la calle calderón de la Barca, o de sus espaldas –su caudal fue desviado hacia la muralla cuando se canalizó con el fin de evitar nuevas inundaciones-, que entonces llevaba más agua que en la actualidad, regaba estas huertas poco antes de desembocar, al otro lado del Puente de la Ttrinidad, en el Júcar. Si el Callejón de Juan Sáiz, o incluso la propia calle Calderón de la Barca, era un espacio abierto en el que los chicos del barrio podían jugar, más lo eran todavía, desde luego, los pocos espacios libres que las huertas dejaban. En estos espacios abiertos se han celebrado, hasta hace poco tiempo, las hogueras del 2 de mayo, víspera de la Santa Cruz, o cuando se acercaba la semana santa, las célebres “procesiones infantiles, elementos aglutinadores hasta hace muy poco tiempo –en realidad, también en la actualidad) de los chicos conquenses.

Como decimos, la zona está cerrada, junto a las viejas murallas medievales, por las calles del Agua y calderón de la Barca, dejando dentro de ella el propio río Huécar. Por lo que respecta a las construcciones, edificios modernos de mármol –uno de ellos incluso con ascensor panorámico- han sustituido a los antiguas casas de huerta. En la parte contraria, apoyadas en la muralla, se conservan todavía los dos edifici8os principales, desigualmente restaurados, y dedicados hoy a fines diferentes a los que tuvieron en su momento: el antiguo instituto, trasladado a finales de la década, y el viejo palacio de la Audiencia (hoy Conservatorio de Música).

 

4.- Conclusiones

Como vemos, se trata de uno de los espacios urbanos conquenses que más se ha visto transformado por el paso de los años, a pesar de que la observación de algunas fotografías de la época pudieran indicarnos lo contrario. Sin embargo, la presencia continuada de comercios, en algunos casos con rótulos idénticos a los actuales, el mantenimiento –sobre todo en algunas partes de la calle; en otras, por desgracia, los modelos de los nuevos edificios se han modificado demasiado, desvirtuando en cierta medida esa arquitectura decimonónica que le ha dado carácter especial a esta zona del ensanche-, hace pensar quizá, si hacemos el esfuerzo de eliminar del paisaje los coches que atraviesan la calle, que el tiempo no ha hecho demasiada mella en ella.



jueves, 19 de mayo de 2022

Puy de Fou: un parque temático en el que la historia es protagonista

 En esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, en la que continuamente, desde todas las instancias, tanto desde el Gobierno como desde los medios de comunicación o las redes sociales, se nos asegura que el pasado ya no existe, que sólo existe el futuro y, desde luego, el presente, y que para nada nos sirve el estudio de a historia para la formación de la persona como ente social -hay que recordar, en este sentido, que en los nuevos planes educativos se intenta omitir toda la historia de España anterior al año 1812, obviando de esta forma el conocimiento entre las nuevas generaciones de una parte importante de nuestro pasado, y sobre todo, de todo aquello que conforma nuestra realidad como sociedad y como nación plena-, la continua presencia de ese pasado, como no podía ser de otra manera, sigue conformando todas nuestras acciones en ese presente, y también, desde luego, nuestro futuro. El hecho, aunque puede parecer contradictorio, es lógico en sí mismo: el tiempo, como dirían los filósofos, a quienes también siguen denostando nuestros gobernantes en los planes de estudio, está formado por tres variables, pasado, presente y futuro, que se suceden y se conectan entre sí, de manera que no se puede entender ninguna de ellas sin las otras dos. Ahí radica, quizá, el gran momento por el que en la actualidad está pasando la novela histórica en los últimos años. Y ahí radica, también, el éxito que desde su inauguración, en el año 2019, sigue teniendo ese viaje al pasado, en forma de diversión, que es Puy de Fou.

Pero, ¿qué es realmente Puy de Foy? En principio, podríamos decir que es un parque temático, pero muy diferente al resto de los parques temáticos que existen dentro y fuera de España. En él no nos encontraremos montañas rusas ni grandes lanzaderas, de esas que te dejan suspendido en el aire durante unos segundos interminables, en los que parece que se haya perdido para siempre la fuerza de la gravedad. No hay, tampoco, la atracción que siempre suscitan, sobre todo entre los más pequeños, los personajes inventados o recuperados para el cine por Walt Disney, como en Orlando, Los Ángeles o París, o la que ejercen entre los jóvenes aquellos personajes fantásticos, héroes de las aventuras de Marvel o de la gran pantalla, como el Parque Warner de Madrid. Y entonces, ¿cuáles son las atracciones que hacen de Puy de Fou una de las grandes atracciones del momento en lo que a parques temáticos se refiere? La respuesta a esa pregunta sólo puede ser esa posibilidad que te ofrece, de poder vivir de una manera diferente la historia de España, al mismo tiempo que, desde luego, podemos disfrutar también de unas representaciones y una puesta en escena realmente inolvidables.

Puy de Fou no es, desde luego, un invento español. Nació en Francia, como una forma diferente de entender la historia del país vecino, de manera que cualquier tipo de público, jóvenes y no tan jóvenes, pudieran disfrutar de esa historia. Su nombre, que se puede traducir como “La Colina de las Hayas”, lo recibe, precisamente, del lugar en el que fue instalado el primer parque del grupo: un boque de cincuenta hectóreas de extensión, junto al pueblo de Les Espesses, en la región del Loira, junto al homónimo castillo renacentista, que había sido incendiado a finales del siglo XVIII, durante la Guerra de la Vendée, una de las fases más sangrientas de la Revolución francesa. En aquel lugar, importante por sí mismo para la historia de Francia por todo lo que representa, fue donde aquellos primeros promotores quisieron crear, en las últimas décadas del siglo pasado, un parque temático distinto a todos los que existían con anterioridad, con toda la historia de Francia como foco de atracción principal; un recorrido por la historia del país vecino a través de diversos espectáculos, desde la invasión romana de las Galias, hasta esas aventuras de espadachines embozados, al estilo de las novelas de Alejandro Dumas, pero también de esos mosqueteros históricos que estuvieron al servicio del rey Luis XVI, de Richelieu, y de Mazarino. Pasando también, como no podía ser de otra forma, por la dolorosa invasión de los vikingos, llegados al continente en la Alta Edad Media en sus rápidos drakkars, o por la unificación del país, ya en la Baja Edad Media, y su creación como una de las primeras naciones modernas del viejo continente.

Aquellos primeros promotores quisieron extender su apuesta por hacer una historia diferente, divertida, creando, hace apenas tres años, un parque similar en nuestro país. Varias ciudades, entre ellas también Cuenca en un primer momento, aunque muy pronto se vería la dificultad de la apuesta conquense, optaron por ser el lugar elegido para ello. Sin embargo, sería Toledo la elegida, reconociendo de algún modo lo que la historia de España le debe a la ciudad del Tajo, capital del reino visigodo y capital también de España en tiempos del emperador Carlos V. Desde un primer momento, aquellos promotores tenían claro que, si de verdad querían que el nuevo parque tuviera el mismo éxito que en Francia, éste no podía ser un simple espejo del otro: no podían mostrar los mismos espectáculos de una manera exacta, sino que tenían que adaptarlos a la historia de España, y crear otros nuevos, diferentes, más acordes con nuestro propio pasado. Y así se hizo, de manera que el visitante, a través de una serie de espectáculos únicos, irrepetibles, puede acercarse a nuestra historia de una manera diferente.

Cuando el visitante se adentra al otro lado de las vallas que supone la entrada al parque, se sumerge en la historia de España, de forma que tanto desde los restaurantes, en los que puede comer o tomar una cerveza, convertidos en tabernas o mesones del siglo XVI, hasta las tiendas de recuerdos, convertidas a su vez en los talleres de viejos espaderos, o de herreros, o en olorosos obradores en los que se despachan, vestidos a la usanza de la época, los dulces más exquisitos, nos remiten a ese pasado medieval o renacentista. Y en la plaza de ese pueblo misterioso de cartón piedra, la voz de un pregonero, de un juglar, o de un sereno, trae hasta nosotros, otra vez, los ecos de historias antiguas del pasado, o el presente más acuciante que puede vivirse en cualquier villa castellana de la Edad Moderna.  Pero el punto fuerte de este Puy de Fou español, igual que sucede con el parque francés, son los diferentes espectáculos teatralizados, que nos demuestran que la historia y el mito, la literatura y el arte, conforman, desde Mio Cid hasta Lope de Vega, desde Recaredo o el conde Fernán González hasta el pasado más cercano y trágico que supone la Guerra Civil, nuestra propia personalidad como españoles.

EL ÚLTIMO CANTAR es la historia de Ruy Díaz de Vivar, Mío Cid que le llamaron los árabes, como también lo llama así la historia. Entre el mito y la propia historia, entre la leyenda del cantar y la verdad de las crónicas cristianas y musulmanas, es la historia del fiel vasallo, leal siempre a su rey, primero Sancho II y más tarde, debido a las circunstancias, su hermano Alfonso VI, a pesar de las dudas, y a pesar también de la afrenta que para un castellano como él supone el exilio de Castilla. Es la historia de una Edad Media que, lejos de lo que algunos suponen, no es sólo la historia de un eterno enfrentamiento entre dos religiones diferentes, entre dos formas opuestas de vida. Sí, es cierto que hay mucho de ello en aquella Reconquista, pero también hay mucho de paz y de convivencia entre aquellos contrarios; y hay mucho de unión entre cristianos y musulmanes con el fin de enfrentarse a otros cristianos, y de musulmanes y cristianos para combatir a otros musulmanes, llegados, una vez más, desde el otro lado del estrecho de Gibraltar. Y es la historia, sobre todo, de un guerrero que pudo, aún después de muerto, ganar su última batalla. Porque esa última batalla que Mio Cid ganó, más allá de aquel enfrentamiento contra los almorávides en las playas de Valencia, al pie de las torres de Cuart, es, al fin, la propia batalla de la historia.

En A PLUMA Y ESPADA hay mucho de la historia de España en aquel lejano siglo XVII, cuando los Tercios empezaban a ser vencibles, cuando el imperio en el que no se ponía el sol estaba ya empezando a declinar, pero también hay mucho de aquella literatura de nuestro Siglo de Oro, la de Lope de Vega y de Cervantes, la de Quevedo y Calderón de la Barca. Y hay también mucho de música y de danza, una danza en la que los bailarines, en un ballet completamente sincronizado, comparte escenario o con aquellos hermosos caballos españoles que, desde España, fueron exportados a otros países europeos -en el espectáculo ecuestre que tiene lugar en el vienés palacio de Hofburg, los protagonistas son, también, hermosos caballos españoles-. A lo largo de la historia de la literatura, muchos son los ejemplos de guerreros que supieron combatir también con la pluma, con la misma fuerza con la que lo habían hecho antes con la espada, en los campos de batalla. Casi todas las literaturas cuentan con ejemplos de ello, pero por encima de todas ellas, la literatura española, y sobre todo la literatura española del Siglo de Oro, es fértil es ese tipo de escritores: Garcilaso de la Vega, Francisco de Aldana, Miguel de Cervantes, el propio Quevedo, quien fue espía, como Cervantes, al servicio de la Corona, son ejemplos de aquellos hombres de leyenda, que mientras con una mano ceñían una espada chorreando sangre enemiga, con la otra eran capaces de trazar, con las fintas de su pluma, los poemas más hermosos.

ALLENDE LA MAR OCEANA es la historia de un descubrimiento, del más determinante descubrimiento geográfico jamás realizado, el de todo un continente, al que más tarde se le va a dar el nombre de América. Aquí el visitante, mucho más que en otros espectáculos -aquí no hay escenario propiamente dicho, sino que el escenario es toda la atracción en sí misma-, se convierte en partícipe de ese descubrimiento, de manera que al penetrar en su recinto se va encontrando con una serie de espacios compartimentados, en los que se le van apareciendo los diferentes instantes de aquella historia: el acuerdo previo de Colón con la reina Isabel, los preparativos previos al inicio del viaje,… Y cuando menos se lo espera, el visitante se encuentra en el interior de las bodegas de la nao capitana, la Santa María, en medio de un mar turbulento, con una tormenta desatada que hace mover las paredes de la nave, de manera que, incluso, llegamos a perder el equilibrio cuando pasamos de un espacio a otro. Y se encuentra también con algunos marineros que, cansados de tantos días de viaje sin poder ver tierra, comiendo sólo galleta tumefacta y pescados en salazón, sólo desean regresar a la península, iniciando una revuelta que sólo pudo apaciguar la inteligencia del marino genovés. Y cuando sales al exterior,  lo haces en un paisaje completamente diferente, entre palmeras y cabañas de madera, como si en realidad te encontraras en algún punto del Caribe, quizá en la isla de Guanahani, en las Bahamas, a la que el marino puso el nombre de San Salvador.

 CETRERÍA DE REYES es, desde luego, un espectáculo de cetrería, pero también es mucho más que ello. Realizado a imitación de “Le Bal des Oiseaux Fantomes”, el espectáculo similar del parque francés, utiliza como fondo la historia del conde Fernán González, el héroe del nacionalismo castellano, y una supuesta relación amorosa con la hija del califa Abderramán III. Pero lo importante, más allá de esa historia romántica, es el gran espectáculo de aves rapaces que ofrece, algo nunca visto antes en otros espectáculos de su género. Si en el citado “A Pluma y España” son los caballos los que ofrecen su danza al visitante, aquí son las aves rapaces, perfectamente amaestradas, las que no paran de bailar en el cielo; y hay que tener en cuenta la importancia que la cetrería tuvo el algunos momentos de nuestro pasado. En el espectáculo, los búhos, los buitres leonados, los gavilanes, las águilas calvas, los milanos, los halcones, alternan con otros tipos de rapaces más exóticas, difíciles de encontrar en España, como los serpentarios o las grullas del califato. Y cuando el espectáculo está llegando a su fin, llega un momento en el que se abren todas las jaulas, y el cielo de Toledo se cubre bajo las alas de todas esas aves hermosas. Son alrededor de unas ciento cincuenta rapaces, todas las que han participado en el espectáculo, de manera que resulta imposible poder mantener la atención puesta en una sola de ellas, porque en algún momento, cualquiera de las otras te puede sorprender volando justo por encima de tu cabeza, a ras del suelo, o incluso llegando casi a posarse en algún punto de tu cuerpo.

Y cuando llega la noche, EL SUEÑO DE TOLEDO termina de sorprendernos, con sus cerca de doscientos actores, algunos de ellos, también, a caballo, y un escenario gigantesco de cartón piedra, en el que una brillante puesta en escena, con espectáculo de luces y sonido incluido, a la manera de un videomapping que continuamente va cambiando la escenografía, y fuegos artificiales. Ese es el escenario en el que se desarrolla toda la historia de Toledo, y de España, desde la conversión del rey Recaredo al cristianismo hasta la Guerra Civil. Un espectáculo en el que incluso aparece, como de la nada, desde el fondo marino que en realidad es una chara con una profundidad mínima, todo un galeón, similar a aquellos que hicieron posible el descubrimiento de América.

En fin, una forma diferente, y divertida, de adentrarnos en nuestra historia. Después, cuando salimos del recinto y volvemos a nuestros hogares, sentiremos que de alguna manera hemos sido protagonistas de esa historia, y en contra de lo que desde algunas instancias nos quieren hacer creer, de que la historia no sirve para nada en el mundo de hoy en día, volveremos a desear conocer algo más de nuestro propio pasado. Porque sólo así, de ese modo, podremos llegar a comprender nuestra propia sociedad y, sobre todo, también a entendernos a nosotros mismos como españoles, como europeos, y como ciudadanos de ese mundo que nos hay tocado vivir.



 

viernes, 6 de mayo de 2022

Un lugar, o dos, del que Cervantes no quiso acordarse… y algunas cosas más

 “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.” Desde luego, la frase no requiere de cita, pues todo el mundo sabe que así es como comienza el libro “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, la genial novela de Miguel de Cervantes, la más universal de nuestras obras literarias, que cuenta en su haber con miles de ediciones, desde que fuera publicada en 1605, en Madrid, y traducida a más de ciento cuarenta idiomas diferentes. Varios son los pueblos manchegos que pugnan en la rivalidad por ser considerados la patria verdadera de aquel genial caballero andante, por ser ese lugar ignoto del que Cervantes nunca quiso acordarse, aunque por encima de todos ellos destacan dos pueblos de la provincia de Ciudad Real: Argamasilla de Alba y Villanueva de los Infantes. Sin embargo, y antes de resaltar los diferentes motivos que uno y otro aducen por ser considerados de forma oficial como la cuna del hidalgo manchego, quiero señalar también el agravio que la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha tuvo con la provincia de Cuenca -uno más, y ya son muchos, los que ha tenido con ella, desde que fuera constituida como comunidad autónoma, en 1982-, a la hora de diseñar la turística Ruta del Quijote. Y es que, más allá de la escasa importancia que en la ruta se le da a los pueblos de la Mancha conquense, tan quijotescos como los de Toledo o los de Ciudad Real, algunos de los cuales también pueden ser fácilmente identificados en los diversos capítulos de la primera parte del Quijote, buena parte de la continuación cervantina, aquella tercera salida que llevó a Alonso Quijano, a través del Camino Real de Cataluña, hasta la ciudad de Barcelona, donde fuera derrotado definitivamente por el caballero de la Blanca Luna, obligándole a regresar a aquel lugar olvidado por el autor y a abandonar sus locas aventuras caballerescas, se desarrolla por algunos pueblos de la serranía conquense.

Pero yo no me he propuesto en esta entrada, por una vez, hablar de Cuenca y de sus agravios históricos, sino de la provincia vecina de Ciudad Real, y de esos dos pueblos manchegos, de los que Cervantes quiso olvidarse al principio de su obra, aunque después, a lo largo del texto, inserte también algunas referencias espaciales, que han llevado a los historiadores, conscientes de que aquél era un lugar real, a intentar descubrir cuál era ese pueblo. Argamasilla de Alba había sido fundada en 1515 en un lugar diferente al actual, junto a la laguna del Cenagal, próxima al pueblo vecino de Ruidera. Sin embargo, las fiebres palúdicas, que las aguas pantanosas de la laguna provocaban entre sus habitantes, obligó a estos a trasladarse a su emplazamiento actual, en las proximidades del Castillo de Peñarroya -Peña Rubia o Peña Roja-, que pertenecía a la orden militar de San Juan desde algún tiempo después de que hubiera sido arrebatado a los musulmanes, a finales del siglo XI. A este lugar, según la tradición, llegó Cervantes en los últimos años del siglo XVI, o en los primeros de la centuria siguiente, con el fin de cobrar algunos impuestos atrasados de la orden citada. Su labor como recaudador de impuestosq, por el mal resultado de esos cobros – labor que está atestiguada históricamente, pero en este caso para el rey, y hasta su encarcelamiento, acusado de haber sisado una parte de esos impuestos, en la cárcel real de Sevilla, en el año 1597-, según algunos autores, o los requiebros de amor por una dama por parte del escritor de Alcalá de Henares, sería lo que provocaría que Cervantes pasara algún tiempo encerrado en el pueblo, y aquí, en Argamasilla, sería donde el escritor empezaría a escribir su obra más universal.

Sea como sea, es este uno de los elementos que algunos tratadistas aducen para considerar a Argamasilla de Alba como la patria verdadera de Alonso Quijano. Y en concreto, el exvoto que fue pintado, según parece, por algún seguidor de la obra del Greco, y que todavía se encuentra en la iglesia parroquial de Argamasilla, aunque no se sabe bien cómo llegó aquí, pues parece proceder del pueblo toledano de Illescas. El exvoto, dedicado originalmente, según algunos autores, a la Virgen de la Caridad, patrona de Illescas, y lugar del que procedía el caballero que aparece retratado en él, debajo de la imagen mariana, y junto a la imagen de su hermana Magdalena, representa a un caballero hidalgo, Rodrigo de Pacheco, que habría sido curado milagrosamente por la Virgen, cuando ya estaba desahuciado por los médicos. A los pies de ambos personajes, hay una inscripción que presenta cierto paralelismo con la descripción que Cervantes hace de su personaje: “Apareció Nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima, desamparado de los médicos… llamándola día y noche de un gran dolor que tenía en el celebro, de una gran frialdad que se le cuajó dentro.” Una tradición, con cierta base histórica, hace sospechar que esa enfermedad se tratara de la locura, y en base a ella debemos recordar las palabras con las que nuestro escritor del Siglo de Oro describía interiormente a don Quijote: “Del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro”.

¿Es este Rodrigo Pacheco, quien había llegado a Argamasilla poco antes que el propio Cervantes, y que era alcalde de este pueblo manchego cuando el escritor pasó por allí, quien pertenecía además a una ilustre familia hidalga que se extendía por las provincias de Cuenca y de Toledo, a alguno de cuyos miembros, sin duda, llegó a conocer el propio Cervantes durante su estancia en Esquivias, el personaje histórico del que es trasunto el alocado caballero manchego? ¿Estaba realmente loco, y fue curado de su locura por una milagrosa intervención de la Virgen, como Quijano fue curado de la suya por una no menos milagrosa derrota en una justa caballeresca, a manos del bachiller Sansón Carrasco? ¿Fue realmente la ficción del alcalaíno, una venganza personal del propio Cervantes contra el hidalgo que aparece representado en el cuadro? Preguntas sin respuesta, es cierto, pero debemos tener en cuenta dos hechos: si la detención del escritor había sido por causas que tenían que ver con el cobro de impuestos, la persona encargada de ordenar esa detención, como alcalde de Argamasilla, habría sido el propio Rodrigo Pacheco; si fue por causas de amores, la tradición asegura que la mujer asediada por Cervantes había sido la propia Magdalena, hermana de Rodrigo, o una sobrina suya, llamada, precisamente, Aldonza.

Y muy relacionado con este argumento existe también otra tradición, que asegura que el lugar en el que Cervantes permaneció encerrado, por uno u otro motivo, habría sido la llamada Cueva de Medrano; una tradición que fue defendida desde hace ya muchos años por importantes autores, como Juan Eugenio Hartzenbusch, Azorín o Rubén Darío. La cueva en cuestión es realmente el subsuelo de la casa de los Medrano, una de las familias más influyentes de la Argamasilla del Siglo de Oro, en la que habría sido encerrado porque el pueblo no contaba en aquellas fechas con una presión e verdad. Desde luego, las palabras que escribió el propio Miguel de Cervantes en el prólogo del libro, hacen sospechar que la novela había sido comenzada durante su encierro, sea éste en Argamasilla, o el que ya había sufrido algunos años antes, en Sevilla, éste si, como decimos, atestiguado documentalmente: “¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado genio mío, sino la historia de un hijo seco, como que se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación?”

No son estos los únicos argumentos en los que se basa la tradición de Argamasilla como aquel lugar olvidado por Cervantes. Hay algunos más, y sobre ellos destaca la dedicatoria que Alonso Fernández de Avellaneda hace en su Quijote apócrifo, que fue publicado en 1614, sólo nueve años más tarde que la primera parte del libro de Cervantes: “Al alcalde, regidores e hidalgos de la noble villa de Argemesilla de la Mancha, patria feliz del hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha”. Mucho es lo que se ha escrito sobre el personaje real que se encuentra detrás de éste Avellaneda, que sólo es un seudónimo, y entre ellos cierto Jerónimo de Pasamonte, un soldado aragonés que había combatido con Cervantes en la batalla de Lepanto, y que fue autor de un manuscrito biográfico en el que se atribuía algunas acciones de guerra que en realidad correspondían al propio Cervantes. El escritor de Alcalá de Henares se vengaría de éste, convirtiéndolo en uno de los personajes más absurdos de su novela, el galeote Ginés de Pasamonte, y éste, a su vez, se vengaría más tarde de Cervantes, robándole su personaje, y escribiendo una segunda parte apócrifa de la obra, una segunda parte que, por cierto, y como todos sabemos, nunca fue del gusto de Cervantes. Según algunos autores, éste conoció ya ese texto apócrifo incluso antes de que hubiera sido publicado, a través de una versión manuscrita, pues una lectura detallada de su propia segunda parte parece indicar que los primeros capítulos ya habían sido escritos antes de que el texto de Avellaneda hubiera aparecido en prensa.

La última tradición en la que se basa la teoría de la identificación de Argamasilla como aquel lugar olvidado por Cervantes, es cierta típica casa manchega que se encuentra en una de las calles de la villa, en la que la leyenda sitúa la mansión en la que vivió el bachiller Sansón Carrasco. Éste, fiel amigo de Don Quijote, aparece ya en la segunda parte de la novela, convertido primero en el Caballero de los Espejos, al que derrota en un primer enfrentamiento, aún sin haberlo conocido. Y es también el mismo que le derrotaría a su vez en su último combate, convertido ya en el Caballero de la Blanca Luna; el encuentre, como sabemos, se produjo en tierras de Barcelona, obligándole así a regresar a su villa de ¿Argamasilla?, abandonando asíesas locas aventuras de caballerías, propias de un tiempo que ya no existía.

Y si Argamasilla de Alba tiene su casa de Sansón Carrasco, también Villanueva de los Infantes tiene su casa del Caballero del Verde Gabán. La casa perteneció realmente a Diego de Miranda, quien fue, según algunos autores, una de las proyecciones ideales que Cervantes hizo de sí mismo en la genial novela. Se trata de otra casa de hidalgos, en cuyo balcón, por otra parte, aparece cierta simbología heráldica que está relacionada con la orden de los jesuitas. Villanueva de los Infantes es uno de los pueblos más hermosos de la provincia de Ciudad Real, y su casco histórico está poblado de palacetes y de grandes casas manchegas, en cuyas fachadas, muchas veces, suelen aparecer algunos escudos heráldicos que nos remiten a tiempos de pobres hidalgos y de grandes señores. Y no es ésta la única relación que existe entre el pueblo y nuestros grandes escritores del Siglo de Oro, porque aquí, en Villanueva, residió durante algún tiempo Francisco de Quevedo, cuya familia gozaba de un señorío en un lugar muy cercano, la Torre de Juan Abad. En efecto, aquí murió, en su convento dominico, este otro genial escritor, famoso por la ironía y el humor que mostraba en cada uno de sus textos, y también por la mordacidad burlesca que le caracterizó durante toda su vida; aquí fue enterrado, y aquí, en su iglesia parroquial, se conservan algunos de sus restos, recuperados de un osario común que existió en la propia cripta del templo.

Pero si la identificación de Argamasilla de Alba se basa en una larga tradición, que se remonta, como ya se ha dicho, a tiempos muy cercanos a la fecha en la que el libro fue publicado, la identificación de Villanueva de los Infantes con aquel lugar que el autor quiso olvidar deliberadamente se basa en un trabajo multidisciplinar de carácter científico, que fue realizado por diversos profesores de la Universidad Complutense de Madrid durante varios años, y que les llevó a asegurar, en el año 2005, que ese lugar no era otro que esta villa manchega. El trabajo, que fue dirigido por el profesor Francisco Parra Luna, se llevó a cabo midiendo las distancias entre los diferentes lugares que aparecen en la novela, y que sí estaban ya plenamente identificados, y el tiempo que se tardaba en llegar a ellos desde el lugar de partida, en aquella época, y contando con un sistema de comunicación tan peculiar, ese “rocín flaco”, que sin duda, por ello, debía ser no demasiado rápido en sus movimientos. Y en base a ese trabajo supuestamente científico, se llegó a una cuestión insoslayable: el origen de todos aquellos viajes, la “madre de todos los lugares”, no podía ser otro que el pueblo ciudadrealeño de Villanueva de los Infantes. Así fue publicado en diferentes trabajos científicos, y así fue reconocido también en una placa de bronce, que fue instalada en la fachada del antiguo convento de la Encarnación de Villanueva de los Infantes.

            Sin embargo, quizá el trabajo del equipo de la Universidad Complutense no sea tan incuestionable desde el punto de vista científico. Esto, al menos, es lo que afirma Luis Miguel Román Alhambra, autor de un blog en el que, bajo el título de “Alcázar de San Juan, lugar de don Quijote”, intenta demostrar la vinculación de este otro pueblo de Ciudad Real como la verdadera patria del hidalgo caballero. Recojo a continuación uno de los párrafos entresacados de ese blog, en el que se afirma lo siguiente: “Si bien a la hora de acometer este tipo de trabajo, en el primer punto tenemos que estar todos de acuerdo -la de hacer prevalecer, en caso de conflicto entre diferentes partes de la novela, lo concreto sobre lo abstracto-, no podemos compartir la segunda regla -la de prevalecer lo último que es citado sobre lo anterior-, ya que tanto valor tiene lo expresado por Cervantes en una parte de la obra como en otra, aún con sus posibles contradicciones. Esta segunda regla, muy estudiada por ellos, tiene la sola finalidad de minimizar en lo posible, incluso eliminar, la importancia de la distancia del lugar de Don Quijote con respecto a El Toboso, y al lugar donde se encontraban los famosos molinos de viento.”

Otros son también los lugares, dentro y fuera de la provincia de Ciudad Real -algunos tratadistas afirman que ese lugar podría ser el pueblo conquense de Mota del Cuervo-⁵. No quiero insistir más en ello, sino incidir en algunas otras atracciones turísticas con las que cuenta la provincia de Ciudad Real, más allá de su relación con la genial obra cervantina: San Carlos del Valle y su barroca, casi borrominesca, iglesia del Santísimo Cristo, considerada en algunos textos como el Vaticano de Castilla-La Mancha; los castillos de Calatrava la Vieja y Calatrava la Nueva, en Aldea del Rey, patrimonio de la orden homónima y de toda la historia medieval española, e importante fortín que Alfonso VIII dejó en manos de aquellos valientes monjes-guerreros, que tanto tuvieron que sufrir a raíz de la cruenta derrota en Alarcos, en 1195, y tanta gloria alcanzaron en 1212, en las Navas de Tolosa; la Motilla del Azuer, muy cerca de las Tablas de Daimiel, un importante asentamiento prehistórico de la Edad del Bronce que parece extraído de otros tiempos y de otros espacios geográficos; Almagro, con su bella plaza mayor, una de las más hermosas de España, y su tradicional patio de comedias, adosado a ella,… Todos estos lugares, y algunos más, son la punta de lanza de unas tierras, las de la provincia de Ciudad Real, que más allá de lo que muchas veces se afirma, también tienen algunas importantes atracciones para el turismo cultural.

Y también, como no podía ser de otra forma, algunos de los espacios naturales más bellos, como las Tablas de Daimiel, uno de los escasos parques naturales con los que cuenta nuestro país, un espacio de alto valor cultural y acuífero, que cuenta con una flora y una fauna singulares; o las propias Lagunas de Ruidera. Allí, junto a alguna de sus dieciséis lagunas, es donde, según la tradición, se encontraba la Cueva de Montesinos, en la que el propio Don Quijote se introdujo, para tener allí la aventura más esotérica de todas, cuando regresaba de tomar parte en las bodas de Camacho. En efecto, fue este uno de los lugares que fueron visitados por el genial caballero andante, en una de las salidas que hizo desde su lugar de origen, fuera esta Alcázar de San Juan, Argamasilla de Alba o Villanueva de los Infantes; o cualquier otro de los pueblos que pugnan por serlo, como Mota del Cuervo, que pugnan por serlo. Da lo mismo cual sea esa patria, porque lo que de verdad importa es que Don Quijote es una figura universal, y que, como todas las figuras que son universales, su patria es, más allá de la propia Mancha que le dio nombre, toda España; incluso lo es, también, cualquier lugar del mundo, y cualquier tiempo, también el actual. Porque, por encima de todo, Don Quijote es aquello que representa: el ideal de la caballerosidad y del honor, la entrega en defensa de un ideal, y el derecho a poner el corazón por encima del cerebro, los deseos por encima de la mente, la aventura y el deseo por encima de una realidad rutinaria, demasiado apegada a la tierra y a una realidad sin alicientes



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