Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


miércoles, 5 de marzo de 2025

FRAY VICENTE SEBILA Y SUS IGLESIAS CONQUENSES

 

La historia de la arquitectura española está llena de figuras que, por diversas razones, han permanecido en un discreto segundo plano a pesar de sus valiosas aportaciones. Uno de estos personajes es Fray Vicente Sebila, un fraile arquitecto cuya labor estuvo estrechamente vinculada a la diócesis de Cuenca durante el episcopado de Don Joseph Flórez Osorio. En efecto, poco es lo que se conoce de este arquitecto, que llegó a la diócesis conquense de la mano del obispo leonés, con quien ya había trabajado en su anterior cátedra episcopal, como prelado en la diócesis de Orihuela, y en cuyo palacio, incluso, vivió durante todo el tiempo que se mantuvo en la ciudad del Júcar, como maestro mayor de obras del obispado, más allá de que fue uno de los más estrechos colaboradores del prelado en su extensa labor como constructor y restaurador de iglesias y de ermitas por toda la diócesis, y que su pertenencia a una orden como la de los mínimos de San Francisco de Paula, que no tenía ningún convento en todo el obispado conquense, hizo que fuera visto con cierta extrañeza y desconfianza por gran parte de los habitantes de la ciudad en aquel largo periodo. A la diócesis llegó, como ya hemos dicho, de la mano del nuevo prelado, en 1738, y de Cuenca tuvo que marcharse en 1759, pocos meses después del fallecimiento de su tutor en la diócesis.

Su nombre, poco conocido fuera de los círculos especializados, merece un reconocimiento mayor por su contribución al esplendor arquitectónico de la ciudad en el siglo XVIII, y eso es , precisamente, lo que ha venido a hacer en su estudio la doctora Ana López de Atalaya Albaladejo:  “Fray Vicente Sebila. Un fraile arquitecto al servicio del obispo de Cuenca D. Joseph Flórez Osorio (1738-1759)”. Se trata de un libro muy necesario, para hacer justicia a un maestro que, durante mucho tiempo, ha sido bastante desconocido, oculto de la crítica y de la opinión pública general, por una corriente que nació hace ya cuarenta o cincuenta años, bajo la égida de Fernando Chueca Goitia, y que se ha venido manteniendo, sin ningún ejercicio de crítica por los diversos estudiosos que han venido trabajando el tema en las últimas décadas: la atribución al arquitecto José Martín de Aldehuela de todo cuanto se construía y reconstruía en Cuenca a lo largo del siglo XVIII. En efecto, sólo muy recientemente, los trabajo, más escrupulosos, de Jesús Barrio Moya o del profesor Pedro Miguel Ibáñez, han empezado a dudar de algunas de esas atribuciones.

En este sentido, la monografía de López de Atalaya ha terminado de clarificar la importante obra de este arquitecto, en un periodo en el que las reconstrucciones de iglesias y de ermitas por toda la diócesis se multiplicaron, al amparo de la labor constructora del propio prelado. Recogemos, en este sentido, las palabras de la autora: “Hace aproximadamente treinta años, mientras investigaba en los archivos conquenses para escribir mi tesis, comencé a percibir  que los datos documentales que encontraba no coincidían con lo que la historiografía local me mostraba. La quiebra se hallaba en la figura del famoso José Martín, apodado “Aldegüela”, arquitecto al que los historiadores del arte le habían construido una trayectoria vital y laboral amplísima sin apenas soporte documental, y con un pleno desconocimiento del contexto social del entorno conquense del siglo XVIII, de tal manera que había terminado fagocitando la carrera profesional de fray Vicente. De ahí surgió el empeño personal de localizar el mayor número posible de datos e informes  sobre fray Vicente, con la intención de separar las experiencias profesionales de ambos maestros. Y sobre todo, resaltar la figura  del arquitecto del Obispo, otorgándole el lugar y mérito que  merece dentro de la historia de la arquitectura barroca conquense. El soporte documental procedente de los archivos locales y nacionales me ha permitido adjudicar con soltura las obras  mostradas, pero la pérdida de fuentes directas me ha obligado, puntualmente, a recurrir a atribuciones razonadas.

Tal y como he dicho, el obispo y el arquitecto se conocieron, y trabajaron juntos, en la zona mediterránea, durante la etapa de Flórez Osorio como obispo de Orihuela. Se conocen algunas obras del arquitecto realizadas en la zona de Murcia, en donde la orden de los mínimos sí tenía establecidos algunos conventos, en los cuales, sin duda, ya había trabajado fray Vicente. Es especialmente interesante el convento que la orden tenía en Alcantarilla, en el que el futuro maestro mayor de obras del obispado conquense realizó algunos trabajos, y en los que ya se pueden encontrar varios elementos que, después, repetirá en las construcciones conquenses. De la misma forma, se pueden comparar también algunos elementos característicos de las iglesias murcianas, como en las de San Pedro o en San Nicolás, con los que más tarde repetirá en la iglesia conquense de San Felipe, o en otras iglesias de la diócesis. De esta forma se puede decir que, a lo largo del siglo XVIII, y en lo que a la arquitectura barroca se refiere, se puede apreciar una especie de camino de ida y vuelta entre Cuenca y Murcia, protagonizadas especialmente por Jaime Bort y el propio fray Vicente Sebila, de tal manera que, si éste se trajo a nuestra ciudad importantes elementos arquitectónicos tomados directamente de las iglesias murcianas, aquél, que había abandonado Cuenca pocos años antes, en cuya provincia llegó a realizar importantes obras como la ermita del Santo Rostro de Honrubia, llevó a la comarca murciana, en cuya catedral se encargó de hacer la nueva portada para sustituir a la antigua portada plateresca que se hallaba arruinada por las múltiples crecidas del río Segura, algunos elementos de inspiración conquense. En este sentido hay que destacar el ayuntamiento de la villa de Caravaca, cuya  fachada es como una transliteración, en pequeño, y en el que los tres arcos abiertos en su parte inferior son sustituidos por un único arco y dos portadas adinteladas, del propio ayuntamiento conquense, cuyas trazas había entregado ya antes de su marcha.

            Si bien la documentación sobre la vida y obra de Fray Vicente Sebila es escasa, se le atribuyen importantes intervenciones en edificios religiosos de la diócesis. Su estilo, dentro del barroco tardío, se caracteriza por una cuidada ornamentación, el uso de estructuras dinámicas y una perfecta integración de la arquitectura con el programa iconográfico religioso.El obispo Joseph Flórez Osorio, conocido por su interés en el embellecimiento de la diócesis y su mecenazgo en diversas obras artísticas y arquitectónicas, encontró en Fray Vicente Sebila a un colaborador idóneo. Bajo su protección, el fraile desarrolló una serie de proyectos que contribuyeron a la transformación urbanística y monumental de Cuenca.

Entre sus posibles contribuciones destacan la reforma y ampliación de algunos conventos y parroquias de Cuenca, así como la planificación de espacios destinados al culto. Aunque muchas de estas obras han sido modificadas con el paso del tiempo, la huella de su concepción arquitectónica aún puede rastrearse en la fisonomía de algunos templos de la región. También, por supuesto, algunas construcciones de nueva planta: Valverdejo, Pozoseco, la hoy arruinada iglesia de Fresneda de la Sierra, o las de Huertapelayo y Alique, en la actualidad en la provincia vecina de Guadalajara, entre otras que, por falta de documentación, todavía no han podido ser atribuidas con total exactitud, aunque la autora sí se las atribuye. Y entre ellas sí quiero destacar la iglesia del pequeño lugar de Navalón, muy cerca de la capital de la diócesis, de la que ya hablé en su momento en otro lugar de este blog (ver “El altar mayor de la iglesia de Navalón”, 19 de enero de 2018; y “La iglesia de Navalón (Cuenca) en el siglo XVIII”, 20 de agosto de 2019).


Iglesia de Navalón

Cuando hablamos de arquitectura histórica, debemos distinguir entre quien fue el constructor final de un edificio cualquiera, y quien había sido el verdadero autor intelectual de éste, es decir, entre el autor de las trazas y la persona que finalmente realiza el proyecto. Y es que lo usual era que, una vez que el arquitecto principal hubiera elaborado los planos, la construcción final del edificio era pregonada abiertamente, siendo adjudicada la obra al mejor postor, en una subasta abierta a la baja; aunque en algunos casos, también, las obras se adjudicaban directamente, sin subasta, a algún arquitecto que fuera de la confianza del maestro de obras. En el caso de la iglesia de Navalón, la documentación existente es bastante clarificadora, tanto en lo que respecta a quién había realizado las trazas, fray Vicente Sebila, como en lo que se refiere al autor material, el iniestese Agustín López, aunque la existencia de diferentes autores que, perteneciendo a la misma familia, compartieron también el mismo nombre, hace casi imposible saber, con total exactitud, cuál, de todos ellos, fue el que realizó el templo.

En las diferentes visitas diocesanas que se realizaron a este pueblo a lo largo del siglo XVIII ya se había hablado repetidamente de la ruina en la que estaba la iglesia antigua, que se encontraba extramuros de la población. Por ello, y teniendo en cuenta los escasos recursos materiales con los que contaba la parroquia, fue el propio obispo el que sufragó la nueva iglesia, sobre un solar que era propiedad de Antonio del Castillo y Prast, alférez de guardias reales y descendiente de dos familias importantes de la capital, los Castillo y los Chirino. Así, en mayo de 1758, fray Vicente Sebila ya había redactado las trazas y las condiciones para la fabricación de la nueva iglesia, que fue presupuestada y, puesta en subasta, fue adjudicada finalmente en la persona de Agustín López, por una cantidad de veinte mil reales, que cobró de la manera que era usual en este tipo de obras: un tercio antes de iniciarse la obra, otro tercio a mitad de obra, y el último tercio una vez acabada, y certificada por el maestro de obras del obispado. Para entonces, fray Vicente Sebila ya se había visto obligado a abandonar la diócesis, después del fallecimiento de su benefactor, el prelado Flórez Osorio, por lo que fue su sucesor en el cargo, Bartolomé Ignacio Sánchez, quien tuvo que dar el visto bueno definitivo a la construcción, lo que hizo en noviembre de 1760. Y en los años siguientes se procedería a amueblar la iglesia con los elementos devocionales, propios de este tipo de edificios, obra que corrió a cargo del tallista Alonso Ruiz, quien se hizo cargo del retablo principal de la iglesia, del pintor y dorador Julián López, y del maestro organista Julián de la Orden, el mismo que había hecho los dos órganos del coro de la catedral.

Desde luego, y a pesar de algunas remodelaciones sufridas por el templo en el siglo XIX, y que provocó la desaparición del pequeño cimbalillo que, según la documentación, coronaba la espadaña, transformando los tres huecos para campanas de los que habla la documentación, en sólo dos vanos, la obra final responde a todas las características propias de la arquitectura de este maestro de arquitectura: la amplia cornisa, que rodea toda la iglesia, que procedía incluso, como se ha visto ya, de su época murciana; la propia cúpula de media naranja, adornada con molduras mixtilíneas y largos rameados en forma de rayos, dando la apariencia de falsos gallones; las rocallas de yesería que adornan tanto  las pechinas de la cúpula central como los medallones, con cabezas de querubines, que adonan los entrecruces de los lunetos; las pilastras que separan los diferentes tramos en los que se divide la única nave de la iglesia; el ancho, y a la vez muy corto, crucero,… Quizá el único elemento característico de fray Vicente que falta en la obra de Navalón es la tradicional ventana cuatrilobulada, que podemos ver en tantas otras obras del maestro, repartidas por toda la diócesis.

Su obra, como no podía ser de otra forma, también se encuentra en la capital de la diócesis, sobre todo en la restauración de algunas iglesias, que en ocasiones, como ya hemos dicho antes, han sido repetidamente atribuidas al maestro de Aldehuela; pero también, en ocasiones, en obras civiles, porque también el Ayuntamiento, algunas veces,  y a pesar de que también recibió repetidamente ciertas críticas por parte de algunos regidores, solicitó su colaboración, por sus amplios conocimientos en los campos de la arquitectura y de la ingeniería, para la realización de diversos proyectos, a los que también se hace referencia en el texto de López de Atalaya. De entre todos esos trabajos realizados en la ciudad de Cuenca, quizá haya que destacar, precisamente, la construcción del seminario, que debía sustituir al pequeño y casi ruinoso seminario que antes había existido cerca de la iglesia de San Pedro; un edificio, por otra parte, que guarda también importantes paralelismos con el palacio episcopal de Orihuela, que el mismo maestro mayor había realizado en la anterior etapa que ambos, el prelado y el arquitecto, habían compartido en la ciudad mediterránea. Y también, aunque ha sido repetidamente atribuido a José Martín de Aldehuela, la iglesia de San Felipe, a cuya construcción, el turolense, apenas debió incorporarse cuando ya se estaba terminando la obra.

Pero, sobre todo, queremos destacar aquí los trabajos realizados para la catedral de Cuenca. En este sentido destaca, sobre todo, el conjunto que está conformado por el coro, el trascoro y los canceles interiores de las puertas; obras de gran interés, a pesar de la mala prensa que tradicionalmente ha tenido entre los críticos y entre los visitantes del edificio, sobre todo el trascoro, que, si bien es cierto que impide la visibilidad completa de las tres naves, refleja el gusto de la época, como puede observarse en tantas otras catedrales españolas. De su mano como tracista también salieron otras obras de la catedral, como la creación de la actual sacristía, sobre un espacio tardogótico que anteriormente había servido de archivo, la restauración de la sala capitular, y sobre todo, el diseño de las rejas que cierran la capilla Mayor, que en ese momento terminaba de inaugurarse, bajo diseño de Ventura Rodríguez; rejas que finalmente realizó el herrero vizcaíno Rafael de Amezúa.

En definitiva, Fray Vicente Sebila representa un ejemplo de dedicación y talento en el ámbito de la arquitectura religiosa del siglo XVIII. Su trabajo, aunque no siempre visible, dejó una impronta que merece ser rescatada y valorada como parte del legado cultural de Cuenca. Fue, por otra parte, en lo que a la arquitectura conquense dieciochesca se refiere, el inventor de algunos elementos decorativos que tradicionalmente han sido atribuidos a José Martín, como las rocallas o las ventanas cuatrilobuladas. Y quizá, por otra parte, haya que atribuirse a este arquitecto, y no, como tantas veces se ha hecho, al arquitecto turolense, el paralelismo existente entre algunos templos conquenses del siglo XVIII, o restaurados en esa centuria, con el rococó alemán y centroeuropeo.

Fray Vicente Sebila no fue un arquitecto al uso. Su formación y trayectoria estuvieron marcadas por su condición de religioso, lo que le permitió desarrollar una visión arquitectónica que combinaba el rigor técnico con una profunda espiritualidad. Su obra estuvo siempre, o casi siempre, al servicio de la Iglesia, con una clara orientación hacia la funcionalidad y la estética propias del barroco tardío español. A diferencia de otros arquitectos de su época, Fray Vicente Sebila no buscó la fama ni el reconocimiento personal. Su vocación religiosa y su servicio al obispo de Cuenca marcaron una trayectoria discreta, en la que su labor fue siempre puesta al servicio de la Iglesia antes que de su propio prestigio. Sin embargo, esto no debe hacer que su figura caiga en el olvido. La historia de la arquitectura en Cuenca no puede entenderse sin reconocer el papel que desempeñaron personajes como él, cuya obra silenciosa sigue formando parte del patrimonio histórico y artístico de la ciudad.


Trascoro de la catedral de Cuenca







lunes, 24 de febrero de 2025

UN LIBRO DE JOAQUIN BOSCH SOBRE LOS PELIGROS Y LAS AMENAZAS A LAS QUE HOY SE ENFRENTA LA DEMOCRACIA

 

El libro que voy a comentar en esta entrada, en esencia, no es un libro de historia; no relata hechos del pasado, ni analiza sociedades ya pasadas. Por el contrario, el libro de Joaquim Bosch, “Jaque a la democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial”, es un libro de presente; de un presente que nos afecta a todos, porque esa amenaza a los estados democráticos, creciente en los últimos años, todos debemos sentirla como propia. Hace cien años, el crecimiento del fascismo en buena parte de Europa, y del comunismo, no menos totalitario, en otros países, derivo en una guerra mundial que se llevó por delante la vida de millones de personas. La amenaza actual no es el fascismo, por más que, desde determinados extremos del espectro político, se tiende a tildar de fascistas a todo aquél que no piensa como ellos, trivializando un término que, en todo su significado, es muy peligroso. Sin embargo, las amenazas a las que se enfrentan los sistemas democráticos en pleno siglo XXI son igual de peligrosas que el propio fascismo.

Antes de nada, si queremos comprender cuáles son las amenazas a las que hoy, en pleno siglo XXI, deben enfrentarse los sistemas democráticos, lo primero que debemos tener en cuenta es entender qué es realmente un sistema democrático, pregunta a la que responde el autor del libro de manera elocuente: “No basta con que un Gobierno afirme que el sistema político de su país es democrático para que lo sea. Lo más importante no son las manifestaciones de los dirigentes, sino las prácticas institucionales realizadas. La democracia representativa liberal tiene unos rasgos muy concretos. Y hay amplio consenso entre los especialistas al describir esos aspectos normativos. Las reglas principales de la democracia representativa es que debe existir pluralismo político. Además, han de celebrarse elecciones periódicas, con sufragio universal, de modo que se garantice el derecho al voto de todas las personas, sin discriminación por razón de sexo, etnia o capacidad económica.” En este sentido, algunos países que se autodefinen como democráticos, como algunas republicas hispanoamericanas, en las que no puede garantizarse el derecho al voto de todos los ciudadanos, y en los que tampoco está garantizada la pluralidad política, teniendo en cuenta que los partidos que están fuera del establishment no son autorizados a participar en las votaciones, no son verdaderas democracias.

La democracia contemporánea enfrenta una serie de desafíos que amenazan su estabilidad y eficacia. Entre los peligros más destacados se encuentran el auge de los movimientos ultraconservadores, la desinformación y la manipulación informativa, sobre todo en las redes sociales, y la creciente desconfianza ciudadana hacia las instituciones democráticas. En efecto, el ascenso de los partidos de extrema derecha en los últimos años es una realidad muy preocupante en muchos países occidentales. Estos grupos buscan sacudir los cimientos del consenso democrático, promoviendo discursos xenófobos, machistas y regresiones autoritarias. En España, esta tendencia no es ajena, y se observa una creciente presencia de formaciones políticas que cuestionan principios democráticos fundamentales.

Joaquim Bosch, siguiendo a los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblau, indican cuáles son los cuatro indicadores de comportamiento político autoritario que deberían hacer saltar las alarmas en cualquier sistema democrático: “En primer lugar, el rechazo a la débil aceptación de las reglas democráticas del juego, con muestras de no querer acatar las normas constitucionales o los resultados electorales, entre los que se incluye la restricción de derechos y libertades de las minorías. En segundo lugar, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos o la afirmación de que otros partidos no deberían participar de manera plena en la esfera política. En tercer lugar, la tolerancia o el fomento de la violencia, junto a la negativa a condenar los actos agresivos de sus partidarios o a justificarlos. Y en cuarto lugar, la restricción de las libertades de los opositores políticos, con inclusión de los medios de comunicación o de entidades de la sociedad civil.”

Sin embargo, el autor del ensayo parece olvidar otro factor que también está desestabilizando la democracia en muchos países, de manera tan marcada como el avance de la ultraderecha, pero desde el lado opuesto del prisma político: el similar avance de la ultraizquierda en algunos países europeos y, sobre todo, en el continente americano. Y es que, a pesar de la superioridad moral que las izquierdas se atribuyen a sí mismas, ni la derecha tiene la exclusividad sobre la mentira, ni la izquierda tiene la exclusividad sobre la verdad; y mucho menos, cuando hablamos de los postulados más extremos. En este sentido, ya desde el primer capítulo, que el autor dedica a analizar históricamente el defectuoso desarrollo de la democracia en nuestro país, y al hablar de la Segunda República, el magistrado, que critica la espiral de violencia política provocada por la ultraderecha después de la victoria del Frente Popular en 1936 -como si las izquierdas no tuvieran también parte de responsabilidad en aquella ola de sangre y fuego-, obvia por completo lo que supuso el estallido revolucionario de 1934, como factor de desestabilización de un sistema republicano que, desde el principio, no fue tan democrático como algunos quieren ver.

Así pues, no es difícil encontrar las huellas de un doble juego político entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Ambas pugnan por acabar con las democracias; al menos, con las democracias tal y como hoy las conocemos. Son como fuerzas centrífugas, como polos opuestos que se atraen en la forma de concebir el Estado, aunque para ello sigan caminos diferentes. Aunque es cierto que determinados agentes de ultraderecha pueden ser nocivos para la democracia en sus respectivos países, también lo es el hecho de que, en su aceptación por parte de una mayoría de los ciudadanos de sus países ha podido jugar un papel fundamental las políticas, igualmente nocivas, de sus respectivos antecesores, igualmente nocivos, de extrema izquierda. Y no quisiera poner ejemplos concretos, que a todos se nos ocurren.

En efecto, la victoria de las derechas en aquellas elección fueron contestadas, por parte de la izquierda, que ya desde la misma proclamación de la Segunda República había dado muestras de sus verdaderas intenciones, poco democráticas, con un doble proceso revolucionario. Las palabras de uno de los primeros defensores de la implantación de la República, y contrastado demócrata, José Ortega y Gasset, son bastante sintomáticas de la situación en la que se encontraba el país en aquel momento. En efecto, en uno de sus artículos, que tituló, de manera muy sintomática, “No es esto”, publicado en el diario “El Sol” el 9 de septiembre de 1931, ya expresó su preocupación por la falta de autenticidad y moderación en la República. y temía que el radicalismo, que ya empezaba a manifestarse desde el propio Gobierno, terminara por perjudicar el desarrollo futuro de la República. Lamentablemente, los hechos que se sucedieron en los seis años siguientes terminaron por darle la razón al filósofo madrileño.

Volviendo al momento actual, el neocomunismo que propugnan algunos partidos de extrema izquierda, también contribuye a desestabilizar las democracias modernas, como hemos podido ver, sobre todo, en algunos países americanos; también en España, donde el Partido Socialista Obrero Español ha abandonado las posturas socialdemócratas en las que se situó el partido después de congreso de Suresnes, y de las que se benefició todo el país en los años de la Transición, y donde las tensiones entre los dos partidos del Gobierno han venido provocando, en los últimos años, una pérdida paulatina de la salud de nuestro sistema democrático. La gradual colonización de las instituciones y de los otros poderes por parte del ejecutivo, principalmente del judicial, tampoco son ajenos a este hecho.

Tampoco lo son los intentos del Gobierno por callar a periodistas y medios no afines con su pensamiento político. Y no lo son tampoco, finalmente, los intentos de establecer un cordón sanitario contra Vox, que todavía no ha provocado actos contrarios al sistema democrático, por más que deba ser incluido dentro del espectro político de la ultraderecha, al mismo tiempo que mantiene acuerdos políticos con otros grupos políticos, relacionados con el terrorismo de ETA o con el separatismo catalán. Sobre todo, cuando no se le ofrece ninguna alternativa al centro o a la derecha convencional, como sucede en otros países europeos, en los que las dos alas más convencionales y moderadas de la política no tienen problemas en unirse, cuando el resultado en las urnas así lo obliga, impidiendo a los partidos más extremistas a alcanzar posiciones de gobierno.

Al contrario de lo que pasa con algunos tertulianos y opinadores de izquierda, Joaquim Bosch sí intenta encontrar las causas de ese peligroso ascenso de la ultraderecha en muchos países occidentales, y una de esas causas, quizá la más importante, radica en la elevada inmigración descontrolada a la que se enfrentan algunos apíses: “El incremento de la movilidad humana, favorecida igualmente por las innovaciones tecnológicas, chocó con la precarización que sufrían los países de acogida. Y se acentuaron las actitudes de rechazo hacia la inmigración. Como explicó  Zygmunt Bauman, la manipulación de la incertidumbre favoreció que las iras por la gestión de la mala situación económica se desviaran hacia los extranjeros. Todo ello fue posible por la incapacidad del sistema democrático de modular esas desigualdades, o de implementar medidas de protección de los nacionales y de integración de los inmigrantes. Mientras tanto, la misma revolución digital que había propiciado todo tipo de transformaciones económicas también empezó a incidir en el debate político y en la discusión colectiva, a través de formatos que auspiciaron la implantación progresiva de la extrema derecha.”

Si en esencia las palabras del magistrado son ciertas, también lo es que, en determinadas circunstancias, se quedan cortas. Si bien es cierto que la inmigración no tiene por qué ser un riesgo para la democracia del país de acogida, que no lo es, la inmigración ilegal y descontrolada, sí puede llegar a serlo. En efecto, las sociedades receptoras de esos grandes grupos de inmigrantes, en ocasiones descontrolados, en esencia las europeas o la norteamericana, pueden sentirse desprotegidos. En efecto, muchas ciudades europeas, sobre todo en las grandes ciudades, aquellas que más problemas tienen de superpoblación, la inmigración ha llegado a alcanzar cotas tan altas, que la población oriunda es incapaz de absorber. En muchas de esa ciudades hay barrios enteros poblados casi íntegramente por inmigrantes, que viven arracimados en guetos, en malas condiciones higiénicas y sanitarias, en los que, además, se ha producido un elevado incremento de la delincuencia. Un paradigma, en este sentido, puede ser el barrio parisino de La Chapelle, ubicado en el distrito 18 de la ciudad del Sena, en el que los inmigrantes procedentes del norte de África son una inmensa mayoría, pero el problema puede extenderse también a otras grandes ciudades europeas. Así, la sociedad receptora puede llegar a sentir que las políticas sociales se hacen para beneficiar al inmigrante y perjudicar al nacional. Y a esa sensación de inseguridad contribuye también el miedo al terrorismo islámico, y a perder la propia identidad cultural.

La desconfianza ciudadana hacia las instituciones es otro factor que debilita la democracia. Casos de corrupción, percepciones de ineficacia gubernamental y la sensación de que las élites políticas están desconectadas de las necesidades reales de la población alimentan el descontento y la apatía política. Este desencanto facilita el terreno para discursos populistas que prometen soluciones rápidas, pero que a menudo carecen de fundamentos sólidos y pueden derivar en prácticas autoritarias. La desinformación y la propagación de noticias falsas a través de las redes sociales agravan esta situación. Plataformas digitales, en ocasiones, facilitan la difusión de bulos y mensajes de odio que polarizan a la sociedad y erosionan la confianza en el sistema democrático. Figuras influyentes y multimillonarios propietarios de estas plataformas son señalados como actores que, con fines lucrativos, promueven la polarización y el odio, poniendo en riesgo la cohesión social y los valores democráticos.

En su libro "Jaque a la democracia", el magistrado Joaquim Bosch analiza estos peligros y destaca la necesidad de fortalecer los principios democráticos para contrarrestar la deriva autoritaria. Bosch subraya la importancia de identificar las dinámicas y los intereses de los grupos ultraconservadores que buscan debilitar la democracia desde dentro. Además, propone una reflexión profunda sobre las carencias del sistema democrático actual y la implementación de instrumentos adecuados que permitan mejorar la calidad democrática. Bosch también enfatiza la relevancia de una ciudadanía informada y participativa como pilar fundamental para la defensa de la democracia. Aboga por una mayor transparencia en las instituciones, la promoción de una cultura política basada en el respeto y la tolerancia, y la necesidad de regular las plataformas digitales para evitar la difusión de desinformación y discursos de odio.

En resumen, la democracia actual enfrenta amenazas significativas que requieren una respuesta decidida y consciente. La obra de Joaquim Bosch ofrece un análisis detallado de estos desafíos y propone vías para fortalecer el sistema democrático, enfatizando la importancia de una ciudadanía activa y de instituciones sólidas y transparentes. Para estabilizar la democracia y el estado del bienestar, el autor nos ofrece una receta lógica: desconfiar de las proclamas de todos los partidos de ultraderecha, pero también de ultraizquierda, de conseguir el estado perfecto, porque el estado perfecto no deja de ser, como en el libro de Tomás Moro, una utopía. Recojo, en este sentido, las palabras del propio Bosch: “Esa apuesta por la sociedad perfecta ha sido la promesa habitual de todo tipo de movimientos totalitarios, que han acabado empeorando los males que prometían solucionar. No debemos esperar que la democracia nos traiga el paraíso, pero sí reivindicar que evite la llagada del infierno. Sólo un conjunto de seres perfectos puede constituir un estado de perfección. Los humanos somos falibles, y por eso las democracias siempre serán imperfectas. Hay que cuidarlas, renovarlas y actualizarlas constantemente. Además, siempre que se obtienen progresos suelen aparecer nuevos problemas, desajustes o perturbaciones, que hay que volver a resolver. Y así sucesivamente.” En fin, y como ya dijera en su momento Winston Churchill, "la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, a excepción de todos los demás".









martes, 11 de febrero de 2025

EL OLVIDADO HOSPITAL DE LA MISERICORDIA “VIEJO”. UN DOCUMENTO PARA SU HISTORIA

 

Trifón Muñoz y Soliva, en su “Noticia de todos los Ilustrísimos Señores Obispos que han regido la diócesis de Cuenca”, nos habla del espíritu filántropo del obispo Antonio Palafox, ya desde su etapa como arcediano de Cuenca, y nos informa de que, entre otras fundaciones, destaca su colaboración en la construcción de la Casa de la Misericordia, a partir del año 1784, cuando todavía era arcediano de Cuenca, con el fin de atender a enfermos y ancianos sin recursos; una institución que, a partir del fallecimiento del obispo Flores Pabón, sería agregada a la Casa de Recogidas, que él mismo había fundado, haciéndose él cargo de gran parte de los recursos necesarios para su mantenimiento. Sin embargo, hay noticia de que existía, al menos ya desde el siglo XV, otro “Hospital de la Misericordia”, situado en la calle que hasta buena parte del siglo XX se llamaba de esta forma, junto a la Carretería, y frente a lo que entonces era el convento de San Francisco, actual iglesia de San Esteban. La primera referencia que tenemos de dicho hospital nos la proporciona José María Sánchez Benito, a partir de un documento procedente del Archivo Municipal de Cuenca. Se trata de una donación realizada en 1438 por el concejo de la ciudad a los cofrades de cierto cabildo, de una cantidad de tres mil reales para apoyar la construcción de un hospital.


A partir de este momento, varios son los interrogantes que podemos hacernos a este respecto. ¿Tiene algo que ver este cabildo-cofradía de la Misericordia, con el cabildo homónimo que sería autorizado un siglo más tarde, en 1527, por el emperador Carlos V, con el fin de enterrar a los ajusticiados? ¿Se trata del mismo hospital, que pervivió a lo largo de varias centurias, hasta su incorporación a la Casa de Recogidas de Flores Pabón? ¿Tiene en realidad algo que ver este hospital con la Çasa de la Misericordia de Palafox, creada, como es sabido, en un espacio muy diferente, junto al Júcar, enfrente, y al otro lado del puente, de la iglesia de San Antón? La falta de documentación sobre este hospital contribuye a que resulte muy difícil responder a estas y otras preguntas que podemos hacernos.


He podido encontrar, muy recientemente, entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, un documento que parece incidir en que se trata de edificios diferentes. Fechado en 1828, se trata de un “reconocimiento y tasación hecho por Nicolás Gómez, vecino y maestro de obras de Cuenca, de los materiales necesarios para construir el piso nuevo y tejado hundido de la Casa de la Misericordia Vieja, en la calle de Carretería, frente al convento de San Francisco (signatura 111; CO-05/020). En efecto, el documento parece indicar que por aquel entonces, muy adentrado ya el siglo XIX, y por lo tanto, más de cincuenta años después de la construcción de la obra de Antonio Palafox, aún existía este edificio, cuya gestión, por otra parte, es fácil suponer, también se va a incorporar poco tiempo después, como el resto de los hospitales, a la Diputación Provincial, una vez estas instituciones, que habían sido creadas a principios del siglo XIX, con las Cortes de Cádiz, se asentaran definitivamente, al amparo del régimen liberal.

Paso aquí a transcribir literalmente el documento encontrado, por su especial interés y, sobre todo, por la escasez de documentación existente sobre este hospital: “Digo yo, Nicolás Gómez, vecino y maestro de obras de esta ciudad, que en ejecución y cumplimiento de lo que se me ha mandado por el Y. L. Ayuntamiento realista  de esta dicha ciudad, he pasado a ver, reconocer y tasar los materiales necesarios para cubrir el tejado y echar el piso que falta, en toda la parte que mira a poniente, hasta el calicanto que divide todo el patio último de la entrada, y primero que mira al estado poniente, incluso en el insinuado patio y pasillos correspondientes a él, de la casa nominada de la Misericordia Vieja, sita en la calle hoy llamada de la Carretería, frente al convento de padres franciscanos de esta ciudad, y sin inclusión de otra obra de reparo alguno de la indicada casa, suelo, puerta ni ventana, que sólo el mencionado piso y tejado. Asciende el valor de las maderas necesarias, teja, clavazón y uso, a la cantidad de diez mil cuatrocientos noventa y siete reales y dieciséis maravedíes, sin inclusión del coste de jornales o de manos, que no pongo, por poder ser estos más bajos a dicho costo, cuyos materiales, en el tanteo que a V. y L. acompaño a esta declaración, son los precios necesarios para dicha reparación, bajo el pie a que si estos materiales bajan de valor que llevan puestos, y el que hoy corre, bajara dicha cantidad, que es cuanto puedo decir, en desempeño de mi cargo. Cuenca y febrero 14, de 1824.”

Pasa a continuación el propio maestro de obras a pormenorizar el presupuesto de costes, punto por punto. Más allá de ese presupuesto pormenorizado, se trata, como se ha podido ver, de uno de esos documentos de carácter económico, que abundan en los protocolos notariales, y en otras secciones del Archivo Histórico Provincial, cuyo principal interés principal radica en el hecho de que es uno de los escasos documentos que sobre este hospital han llegado hasta nosotros; y, sobre todo, en que, al menos aparentemente, todavía se encontraba en uso en las primeras décadas del siglo XIX. De ahí, el interés que el Ayuntamiento de la ciudad, que el año anterior, como en todo el país, había vuelto a caer en manos de los absolutistas, una vez terminada la segunda aventura política de los liberales, tenía para restaurar el edificio, con el fin de seguir asistiendo en él a los necesitados.

También es interesante el hecho de que el edificio, se encontraba frente al convento de San Francisco, es decir, en su misma jurisdicción geográfica, como pasaba también con el viejo cabildo homónimo. El hecho, aunque por sí mismo no demuestra nada, sí parece incidir en la posible relación con éste, el cual, por otra parte, ya se había convertido para entonces en cabildo de la Vera Cruz, alternando así su función social, la de enterrar a los pobres y ajusticiados, con otra función meramente penitencial, a través de la creación de hermandades satélites: la de organizar la procesión del Jueves Santo. Por otra parte, a lo largo de todo el siglo anterior aquellas hermandades dependientes del cabildo matriz ya se habían independizado por completo, y treinta años después de que este documento fuera redactado, llegarían a unirse de nuevo, constituyendo la archicofradía de Paz y Caridad. (ver “La hermandad de la Vera Cruz de Cuenca. Antecedente directo de la archicofradía de Paz y Caridad”, 5 de abril de 2019; “De cabildo de la Vera Cruz  a archicofradía de Paz y Caridad. La procesión del Jueves Santo en Cuenca”, 13 y 20 de abril de 2019; El cabildo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de la Misericordia, protohistoria de la Semana Santa de Cuenca”, 21 de marzo de 2021).








El podcast de Clio: EL OLVIDADO HOSPITAL DE LA MISERICORDIA

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