No decimos nada nuevo si afirmamos que hoy en día, en pleno siglo XXI, uno de los principales focos de tensión en la geopolítica internacional, más allá de la guerra de Ucrania, generada por el deseo de Rusia de volver a resucitar algo similar al antiguo imperio soviético perdido con la Perestroika, en su antiguo territorio de influencia, o, en otro orden de cosas, el constante conflicto entre la República Popular China y Estados Unidos por el dominio económico de todo el planeta, procede del área de Oriente Medio. La tensión entre palestinos e israelíes en lo que un día fue Tierra Santa; la proliferación del terrorismo de carácter islamista, en los países árabes y también en el mundo occidental; o el propio debate entre oriente y occidente, entre democracias liberales y dictaduras teocráticas, está en el germen de todo ese conflicto, que ha venido a desmentir en las últimas décadas, ya lo he dicho en este mismo blog en repetidas ocasiones, al politólogo norteamericano Francis Fukuyama y su teoría del “final de la Historia”.
Comprender el origen de esos focos de tensión, por otra parte, resulta complicado para todos los que no somos expertos en el tema, entre la multitud de artículos periodísticos publicados y los debates de televisión, hasta el punto de que muchas veces nos resulta difícil identificar a los verdaderos expertos de aquellos que sólo repiten, de manera más o menos acertada, lo que otros han dicho otros. Y es que, entre tantos supuestos expertos y otros que verdaderamente sí lo son, muchas veces nos resulta complicado saber quién tiene la razón en un conflicto internacional, si es que, de verdad, es uno el que tiene toda o casi toda la razón, que casi nunca es así. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, puede parecer sencillo poder deducir que Rusia es el país invasor, mientras Ucrania ha sido el país invadido. Pero, ¿qué ocurre en el caso de la franja de Gaza y, más allá de ello, en la posterior extensión del conflicto a Libano, Hizbolá e incluso Irán?Según un cuento
tradicional hindú, que ha sido recogido por algunos escritores europeos, entre
otros el historiador, economista y politólogo escocés James Mill, existía una
vez, en una ciudad de la vecina Afganistán, una ciudad lejana en la que todos,
absolutamente todos sus habitantes, estaban ciegos. Un día, les llegó la
noticia de que iba a llegar a la ciudad un elefante, y tuvieron curiosidad por
saber cómo eran los elefantes, pues nunca los habían visto. Por ello, cuando
llegó el paquidermo a la ciudad, ellos enviaron una comisión de tres mensajeros
para que se encontraran con él y pudieran saber cómo eran a través del sentido
del tacto. Cuando el primer mensajero se acercó al elefante tocó su trompa, y
el hombre pensó que éste era un gusano enorme que se mantenía enhiesto, en
posición vertical. Cuando el segundo mensajero llegó al elefante tocó una de
sus piernas, y el hombre llegó a la conclusión de que éste era como una
columna. Y cuando llegó al animal el tercer mensajero, tocó una de sus orejas,
y el hombre creyó que el nuevo animal que habían conocido era similar a un
abanico. La conclusión, la moraleja del cuento, es bastante clara: en
ocasiones, cuando nos acercamos a una realidad, no existe una verdad total y
absoluta, sino que ésta es, realmente, una suma de verdades parciales. Y más,
como es el caso, cuando se trata de complicados asuntos de geopolítica
contemporánea.
Por ello, para intentar
conocer al elefante en su totalidad y no sólo una parte del elefante, es por lo
que me atrevo a comentar el libro del politólogo jordano Tareq Baconi, “Hamás.
Auge y pacificación de la resistencia palestina”, que en realidad es una
reedición de un libro anterior de este mismo autor, que ha vuelto a ser
publicado a raíz de las acciones del pasado mes de octubre, en las que un
numeroso grupo de terroristas de Hamás atacó desde los túneles de la franja de
Gaza varias ciudades del sur de Israel, provocando en su ataque varios miles de
asesinatos y un número superior a los doscientos secuestros. Este texto es en
un intento de acercar al lector el problema palestino desde el punto de vista del
grupo terroristas, al que, por cierto, dista mucho de definir como un grupo terrorista,
que lo es, al menos, desde el punto de vista occidental, dando prioridad a su
posicionamiento como un grupo político, que es mayoritario dentro de Gaza.
Antes de nada, y para que
no haya dudas entre los lectores, quiero dejar clara cuál es mi postura en el
conflicto, una postura que, por otra parte, ya he clara antes en alguna otra
entrada del blog (ver “Un libro para entender el conflicto judeo-palestino:
Israel, la tierra más disputada, de Joan B. Culla y Adriá Fortet”, 22 de mayo
de 2024). Sin embargo, ningún conflicto, éste tampoco, es dual entre buenos y
malos, entre blancos y negros, y conviene ser analizado desde todas sus
perspectivas, también desde el punto de vista del contrario, para poder llegar
a comprenderlo en todos sus términos. Y por ello, y dejando de lado ahora la
posición israelí en el conflicto, ya analizada en el libro de Culla y Fortet,
quiero analizar ahora el conflicto desde el punto de vista del combatiente
palestino, y que el libro de Baconi, escrito a partir de la propia
documentación generada por Hamás, y por diversas entrevistas realizadas por el
autor a algunos de sus dirigente, es una buena forma de hacerlo.
Dicho todo ello, hay que
tener en cuenta que no se puede identificar, en puridad, al grupo Hamás con el
pueblo palestino, tal y como también reconoce el propio autor del libro. Por
este motivo, también hay que diferenciar las diferentes maneras de vivir el
conflicto con Israel por los diversos grupúsculos palestinos, asentados tanto
en la propia franja de Gaza como en Cisjordania o en otros países de la zona, y
también, y es algo que muchas veces se nos olvida, desde el de los palestinos
asentados en el propio territorio de Israel o en la misma Jerusalén Este. Y es
que, en los últimos años, desde Cisjordania, más afín a la propia Autoridad
Palestina, los palestinos han sido bastante más comprensivos cuando, desde
Israel, se ha intentado hacer una política relativamente pacificadora, mientras
que en Gaza, más afín con Hamás y con otros grupos violentos, la política ha
sido diametralmente opuesta, y eso es algo que también reconoce el autor del
ensayo.
Así, Hamás se ha
caracterizado históricamente por su selección a la hora de realizar atentados
terroristas de carácter masivo, muchas veces con decenas de muertos y, a veces,
centenares de heridos. Muchos de esos atentados eran realizados, además, en momentos
muy críticos, cada vez que se iniciaba un proceso de paz, y con el fin de
intentar descarrilar el proceso. Por otra parte, un error de concepto de Hamás,
y en ocasiones también del propio Baconi, es pensar que únicamente los
palestinos tienen derecho a ocupar el territorio en conflicto. No se trata de
intentar identificar aquí las claves que se hallan en el origen del conflicto
entre judíos y palestinos -algo que tampoco intenta el politólogo jordano, y
que sí se hacía en el libro de Fortet y Culla-. Sin embargo, sí se hace alusión
en el texto al famoso lema de Hamás: Palestina, del río al mar. Un lema que
tanto ha sido repetido también por gran parte de la izquierda europea, sobre
todo española, sin llegar a comprender en toda su importancia lo que las
palabras significan realmente: la desaparición completa y absoluta del estado
de Israel, y su sustitución por un nuevo estado palestino que abarcará todo el
territorio en conflicto.
Por todo ello, y más allá
de intentar comprender la posición palestina, no resulta extraño que, ya en
1997, Estados Unidos incluyera a Hamás en la lista de organizaciones
terroristas, y de forma paralela con otras organizaciones similares, como la
más peligrosa Hizbolá, por su capacidad de armamento, que opera principalmente
desde el sur del vecino país del Libano. Y también, como es sabido, de forma
paralela al paulatino reconocimiento de la Autoridad Palestina como verdadero y
único interlocutor del pueblo palestino. Por ello, también, y a pesar de la
crudeza de los sucesos del 7 de octubre, en los que un grupo de guerrilleros de
Hamás cruzaron la frontera de Gaza para invadir territorio israelí, provocando entre la población civil un total de mil cuatrocientos asesinatos,
además de varios miles más de heridos, y unos doscientos diecisiete judíos secuestrados,
muchos de ellos fallecidos posteriormente, la violenta respuesta del gobierno
de Israel fue dirigida, al menos en un primer momento, sólo contra la franja de
Gaza, dominada por los propios terroristas de Hamás, que no dudan es utilizar a
los civiles palestinos en su propio beneficio, usándolos, incluso, como escudos
humanos, y dejando libre de ataques, sobre todo en un primer momento, al
territorio de Cisjordania.
Y es en parte por este
mismo motivo también, por el que el propio Israel, la única democracia
existente en la zona, como ya es conocido, cuenta con algunos aliados también entre
algunos países árabes del entorno, como Jordania, tal y como puso de manifiesto
el ataque posterior de Irán contra Israel, con misiles y drones, el pasado mes
de abril. En este sentido, si el escudo defensivo de Israel, la llamada Cúpula
de Hierro, actuó de manera positiva, impidiendo que el grueso de los misiles y
de drones alcanzara los objetivos israelíes desde el país de los ayatolás,
posibilitando que apenas se produjera sola víctima, y además un palestino que
fue alcanzado por los restos de un misil que anteriormente había sido
destruido, la propia Jordania ayudó a Israel a repeler el ataque mediante la decisiva
actuación de sus fuerzas aéreas.