En esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, en la que continuamente, desde todas las instancias, tanto desde el Gobierno como desde los medios de comunicación o las redes sociales, se nos asegura que el pasado ya no existe, que sólo existe el futuro y, desde luego, el presente, y que para nada nos sirve el estudio de a historia para la formación de la persona como ente social -hay que recordar, en este sentido, que en los nuevos planes educativos se intenta omitir toda la historia de España anterior al año 1812, obviando de esta forma el conocimiento entre las nuevas generaciones de una parte importante de nuestro pasado, y sobre todo, de todo aquello que conforma nuestra realidad como sociedad y como nación plena-, la continua presencia de ese pasado, como no podía ser de otra manera, sigue conformando todas nuestras acciones en ese presente, y también, desde luego, nuestro futuro. El hecho, aunque puede parecer contradictorio, es lógico en sí mismo: el tiempo, como dirían los filósofos, a quienes también siguen denostando nuestros gobernantes en los planes de estudio, está formado por tres variables, pasado, presente y futuro, que se suceden y se conectan entre sí, de manera que no se puede entender ninguna de ellas sin las otras dos. Ahí radica, quizá, el gran momento por el que en la actualidad está pasando la novela histórica en los últimos años. Y ahí radica, también, el éxito que desde su inauguración, en el año 2019, sigue teniendo ese viaje al pasado, en forma de diversión, que es Puy de Fou.
Pero, ¿qué es realmente Puy de Foy? En principio, podríamos decir que es un parque temático, pero muy diferente al resto de los parques temáticos que existen dentro y fuera de España. En él no nos encontraremos montañas rusas ni grandes lanzaderas, de esas que te dejan suspendido en el aire durante unos segundos interminables, en los que parece que se haya perdido para siempre la fuerza de la gravedad. No hay, tampoco, la atracción que siempre suscitan, sobre todo entre los más pequeños, los personajes inventados o recuperados para el cine por Walt Disney, como en Orlando, Los Ángeles o París, o la que ejercen entre los jóvenes aquellos personajes fantásticos, héroes de las aventuras de Marvel o de la gran pantalla, como el Parque Warner de Madrid. Y entonces, ¿cuáles son las atracciones que hacen de Puy de Fou una de las grandes atracciones del momento en lo que a parques temáticos se refiere? La respuesta a esa pregunta sólo puede ser esa posibilidad que te ofrece, de poder vivir de una manera diferente la historia de España, al mismo tiempo que, desde luego, podemos disfrutar también de unas representaciones y una puesta en escena realmente inolvidables.
Puy de Fou no es, desde
luego, un invento español. Nació en Francia, como una forma diferente de
entender la historia del país vecino, de manera que cualquier tipo de público,
jóvenes y no tan jóvenes, pudieran disfrutar de esa historia. Su nombre, que se
puede traducir como “La Colina de las Hayas”, lo recibe, precisamente, del
lugar en el que fue instalado el primer parque del grupo: un boque de cincuenta
hectóreas de extensión, junto al pueblo de Les Espesses, en la región del
Loira, junto al homónimo castillo renacentista, que había sido incendiado a
finales del siglo XVIII, durante la Guerra de la Vendée, una de las fases más
sangrientas de la Revolución francesa. En aquel lugar, importante por sí mismo
para la historia de Francia por todo lo que representa, fue donde aquellos
primeros promotores quisieron crear, en las últimas décadas del siglo pasado,
un parque temático distinto a todos los que existían con anterioridad, con toda
la historia de Francia como foco de atracción principal; un recorrido por la
historia del país vecino a través de diversos espectáculos, desde la invasión
romana de las Galias, hasta esas aventuras de espadachines embozados, al estilo
de las novelas de Alejandro Dumas, pero también de esos mosqueteros históricos
que estuvieron al servicio del rey Luis XVI, de Richelieu, y de Mazarino.
Pasando también, como no podía ser de otra forma, por la dolorosa invasión de
los vikingos, llegados al continente en la Alta Edad Media en sus rápidos
drakkars, o por la unificación del país, ya en la Baja Edad Media, y su creación
como una de las primeras naciones modernas del viejo continente.
Aquellos primeros promotores
quisieron extender su apuesta por hacer una historia diferente, divertida,
creando, hace apenas tres años, un parque similar en nuestro país. Varias
ciudades, entre ellas también Cuenca en un primer momento, aunque muy pronto se
vería la dificultad de la apuesta conquense, optaron por ser el lugar elegido
para ello. Sin embargo, sería Toledo la elegida, reconociendo de algún modo lo
que la historia de España le debe a la ciudad del Tajo, capital del reino
visigodo y capital también de España en tiempos del emperador Carlos V. Desde
un primer momento, aquellos promotores tenían claro que, si de verdad querían
que el nuevo parque tuviera el mismo éxito que en Francia, éste no podía ser un
simple espejo del otro: no podían mostrar los mismos espectáculos de una manera
exacta, sino que tenían que adaptarlos a la historia de España, y crear otros
nuevos, diferentes, más acordes con nuestro propio pasado. Y así se hizo, de
manera que el visitante, a través de una serie de espectáculos únicos, irrepetibles,
puede acercarse a nuestra historia de una manera diferente.
Cuando el visitante se adentra al otro lado de las vallas que supone la entrada al parque, se sumerge en la historia de España, de forma que tanto desde los restaurantes, en los que puede comer o tomar una cerveza, convertidos en tabernas o mesones del siglo XVI, hasta las tiendas de recuerdos, convertidas a su vez en los talleres de viejos espaderos, o de herreros, o en olorosos obradores en los que se despachan, vestidos a la usanza de la época, los dulces más exquisitos, nos remiten a ese pasado medieval o renacentista. Y en la plaza de ese pueblo misterioso de cartón piedra, la voz de un pregonero, de un juglar, o de un sereno, trae hasta nosotros, otra vez, los ecos de historias antiguas del pasado, o el presente más acuciante que puede vivirse en cualquier villa castellana de la Edad Moderna. Pero el punto fuerte de este Puy de Fou español, igual que sucede con el parque francés, son los diferentes espectáculos teatralizados, que nos demuestran que la historia y el mito, la literatura y el arte, conforman, desde Mio Cid hasta Lope de Vega, desde Recaredo o el conde Fernán González hasta el pasado más cercano y trágico que supone la Guerra Civil, nuestra propia personalidad como españoles.
EL ÚLTIMO CANTAR es la
historia de Ruy Díaz de Vivar, Mío Cid que le llamaron los árabes, como también
lo llama así la historia. Entre el mito y la propia historia, entre la leyenda del
cantar y la verdad de las crónicas cristianas y musulmanas, es la historia del
fiel vasallo, leal siempre a su rey, primero Sancho II y más tarde, debido a
las circunstancias, su hermano Alfonso VI, a pesar de las dudas, y a pesar
también de la afrenta que para un castellano como él supone el exilio de
Castilla. Es la historia de una Edad Media que, lejos de lo que algunos
suponen, no es sólo la historia de un eterno enfrentamiento entre dos religiones
diferentes, entre dos formas opuestas de vida. Sí, es cierto que hay mucho de
ello en aquella Reconquista, pero también hay mucho de paz y de convivencia
entre aquellos contrarios; y hay mucho de unión entre cristianos y musulmanes
con el fin de enfrentarse a otros cristianos, y de musulmanes y cristianos para
combatir a otros musulmanes, llegados, una vez más, desde el otro lado del
estrecho de Gibraltar. Y es la historia, sobre todo, de un guerrero que pudo,
aún después de muerto, ganar su última batalla. Porque esa última batalla que
Mio Cid ganó, más allá de aquel enfrentamiento contra los almorávides en las
playas de Valencia, al pie de las torres de Cuart, es, al fin, la propia
batalla de la historia.
En A PLUMA Y ESPADA hay
mucho de la historia de España en aquel lejano siglo XVII, cuando los Tercios
empezaban a ser vencibles, cuando el imperio en el que no se ponía el sol
estaba ya empezando a declinar, pero también hay mucho de aquella literatura de
nuestro Siglo de Oro, la de Lope de Vega y de Cervantes, la de Quevedo y
Calderón de la Barca. Y hay también mucho de música y de danza, una danza en la
que los bailarines, en un ballet completamente sincronizado, comparte escenario
o con aquellos hermosos caballos españoles que, desde España, fueron exportados
a otros países europeos -en el espectáculo ecuestre que tiene lugar en el
vienés palacio de Hofburg, los protagonistas son, también, hermosos caballos
españoles-. A lo largo de la historia de la literatura, muchos son los ejemplos
de guerreros que supieron combatir también con la pluma, con la misma fuerza
con la que lo habían hecho antes con la espada, en los campos de batalla. Casi
todas las literaturas cuentan con ejemplos de ello, pero por encima de todas
ellas, la literatura española, y sobre todo la literatura española del Siglo de
Oro, es fértil es ese tipo de escritores: Garcilaso de la Vega, Francisco de
Aldana, Miguel de Cervantes, el propio Quevedo, quien fue espía, como
Cervantes, al servicio de la Corona, son ejemplos de aquellos hombres de
leyenda, que mientras con una mano ceñían una espada chorreando sangre enemiga,
con la otra eran capaces de trazar, con las fintas de su pluma, los poemas más
hermosos.
ALLENDE LA MAR OCEANA es
la historia de un descubrimiento, del más determinante descubrimiento
geográfico jamás realizado, el de todo un continente, al que más tarde se le va
a dar el nombre de América. Aquí el visitante, mucho más que en otros
espectáculos -aquí no hay escenario propiamente dicho, sino que el escenario es
toda la atracción en sí misma-, se convierte en partícipe de ese descubrimiento,
de manera que al penetrar en su recinto se va encontrando con una serie de espacios
compartimentados, en los que se le van apareciendo los diferentes instantes de
aquella historia: el acuerdo previo de Colón con la reina Isabel, los
preparativos previos al inicio del viaje,… Y cuando menos se lo espera, el
visitante se encuentra en el interior de las bodegas de la nao capitana, la
Santa María, en medio de un mar turbulento, con una tormenta desatada que hace
mover las paredes de la nave, de manera que, incluso, llegamos a perder el
equilibrio cuando pasamos de un espacio a otro. Y se encuentra también con
algunos marineros que, cansados de tantos días de viaje sin poder ver tierra,
comiendo sólo galleta tumefacta y pescados en salazón, sólo desean regresar a
la península, iniciando una revuelta que sólo pudo apaciguar la inteligencia
del marino genovés. Y cuando sales al exterior,
lo haces en un paisaje completamente diferente, entre palmeras y cabañas
de madera, como si en realidad te encontraras en algún punto del Caribe, quizá
en la isla de Guanahani, en las Bahamas, a la que el marino puso el nombre de
San Salvador.
CETRERÍA DE REYES es, desde luego, un
espectáculo de cetrería, pero también es mucho más que ello. Realizado a
imitación de “Le Bal des Oiseaux Fantomes”, el espectáculo similar del parque
francés, utiliza como fondo la historia del conde Fernán González, el héroe del
nacionalismo castellano, y una supuesta relación amorosa con la hija del califa
Abderramán III. Pero lo importante, más allá de esa historia romántica, es el
gran espectáculo de aves rapaces que ofrece, algo nunca visto antes en otros
espectáculos de su género. Si en el citado “A Pluma y España” son los caballos
los que ofrecen su danza al visitante, aquí son las aves rapaces, perfectamente
amaestradas, las que no paran de bailar en el cielo; y hay que tener en cuenta
la importancia que la cetrería tuvo el algunos momentos de nuestro pasado. En
el espectáculo, los búhos, los buitres leonados, los gavilanes, las águilas calvas,
los milanos, los halcones, alternan con otros tipos de rapaces más exóticas,
difíciles de encontrar en España, como los serpentarios o las grullas del califato.
Y cuando el espectáculo está llegando a su fin, llega un momento en el que se
abren todas las jaulas, y el cielo de Toledo se cubre bajo las alas de todas
esas aves hermosas. Son alrededor de unas ciento cincuenta rapaces, todas las
que han participado en el espectáculo, de manera que resulta imposible poder
mantener la atención puesta en una sola de ellas, porque en algún momento,
cualquiera de las otras te puede sorprender volando justo por encima de tu
cabeza, a ras del suelo, o incluso llegando casi a posarse en algún punto de tu
cuerpo.
Y cuando llega la noche,
EL SUEÑO DE TOLEDO termina de sorprendernos, con sus cerca de doscientos actores,
algunos de ellos, también, a caballo, y un escenario gigantesco de cartón
piedra, en el que una brillante puesta en escena, con espectáculo de luces y
sonido incluido, a la manera de un videomapping que continuamente va cambiando
la escenografía, y fuegos artificiales. Ese es el escenario en el que se
desarrolla toda la historia de Toledo, y de España, desde la conversión del rey
Recaredo al cristianismo hasta la Guerra Civil. Un espectáculo en el que
incluso aparece, como de la nada, desde el fondo marino que en realidad es una
chara con una profundidad mínima, todo un galeón, similar a aquellos que
hicieron posible el descubrimiento de América.
En fin, una forma
diferente, y divertida, de adentrarnos en nuestra historia. Después, cuando
salimos del recinto y volvemos a nuestros hogares, sentiremos que de alguna manera
hemos sido protagonistas de esa historia, y en contra de lo que desde algunas
instancias nos quieren hacer creer, de que la historia no sirve para nada en el
mundo de hoy en día, volveremos a desear conocer algo más de nuestro propio pasado.
Porque sólo así, de ese modo, podremos llegar a comprender nuestra propia
sociedad y, sobre todo, también a entendernos a nosotros mismos como españoles,
como europeos, y como ciudadanos de ese mundo que nos hay tocado vivir.
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